Thursday, July 31, 2008

SANTIAGO ARCOS REGRESA A CHILE

Santiago Arcos cumplió 25 años, su mayoría de edad, el 25 de julio de 1847. Su padre, Antonio Arcos, un próspero banquero de origen gallego, lo conminó a integrarse a sus negocios o, simplemente, abandonar la casa paterna, y, con ello, la prosperidad y la buena vida que conlleva. Santiago Arcos había sido hasta entonces, la oveja negra de la familia. No hizo estudios superiores, abominó los negocios paternos, se vinculó a los círculos intelectuales, políticos y artísticos y a la vida nocturna, en una época en que Francia y Europa vivían cambios profundos, con el desarrollo del capitalismo, en lo económico, y de las nuevas ideas sociales, en lo político. Ahora, Arcos, en la disyuntiva, optó por una alternativa que debió sorprender a su padre, que no tenía motivos para añorar Chile: había decidido establecerse en Santiago de Chile, su ciudad natal, que su familia abandonó poco después de su nacimiento.
Antonio Arcos aprobó el proyecto. La idea no le pareció mal, el hijo rebelde abandonaba Paris, no dejaba de ser un alivio; en cierta forma, seguía sus pasos y, además, en Santiago, el gallego tenía familiares y amigos. Pero no sólo apoyó a su hijo moralmente, también con recursos cuantiosos, según nos lo relatará un inesperado testigo, Domingo Faustino Sarmiento, que lo conoció en Nueva York, antes que ambos se embarcaran con destino a Valparaíso. Hasta su encuentro con Sarmiento no tenía otros antecedentes sobre Chi9le que los que le habían transmitidos Francisco Bilbao y los hermanos Francisco de Paula y Manuel Antonio Matta, quienes llegaron a Paris en febrero de 1845. Bilbao, un año antes, había publicado en Chile el artículo, ·”Sociabilidad Chilena”, que generó un gran escándalo que lo obligó a abandonar el país. En Paris, los jóvenes chilenos trabaron amistad con Santiago Arcos y esta sería el antecedente de la decisión de Santiago de establecerse en Chile.
Los primeros días de agosto de 1847, Santiago Arcos emprendió su viaje de retorno, siendo su primer destino Nueva York. Pocos días antes de su arribo a dicha ciudad lo había precedido Sarmiento. Arcos supo de este acontecimiento y decidió, sin conocerlo, que haría el resto de viaje en su compañía. En los años 60 leí los fragmentos de las memorias de viajes de Sarmiento transcritas por el historiador Gabriel Sanhueza, en “Santiago Arcos comunista, millonario y Calavera”, Editorial del Pacífico, 1956, una biografía apasionante. La obra, completa, está en el sitio de la Biblioteca Nacional Argentina, lo que me facilitó la tarea.

Después de su primer encuentro, Sarmiento y Arcos decidieron seguir juntos su viaje a Chile, pero se separaron durante algunos días mientras el primero hacía una gira por otras ciudades: “Don Santiago Arcos me aguardaba con impaciencia para que emprendiéramos el viaje de regreso a Chile. Cada vez que me hablaba de este asunto, poníle yo la cara de un ministro del despacho, cuando no sabe si se acordará o no lo que de él se solicita. Abríamos el mapa, trazábase la ruta, i ya estábamos punto menos que en marcha, sin que yo diese síntomas de convenir en nada. Hubimos al fin de explicarnos. Yo tenia en caja veinte i dos guineas i como treinta papeles de a un peso, ni un medio mas, ni un medio menos. Al fin cogí a dos manos mi resolución, y expuse mi situación financiera con toda la dignidad de quien no pide ni acepta auxilio, intimando mi ultimátum de separarme desde La Habana, para seguir mi camino por Caracas. Arcos me había escuchado con interés, i aun le tentaba la perspectiva de atravesar las soledades tropicales de la América del sur, correr aventuras ignoradas, pasar trabajos, y no contar sino consigo mismo para sobreponerse a ellos; pero el lado romanesco i varonil de su carácter no es menos aparente que la jovialidad y franqueza que lo distingue. Cuando yo me esperaba ofrecimientos y protestas, salióme con un baile pantomímico y un reír a desternillarse, que me puso en nuevos gastos de dignidad. ¡Qué bueno! decía, saltando y riendo; pues si yo no tengo sino ¡cuatro cientos pesos! Hagamos compañía, y donde se concluya el capital de ambos, proveeremos según lo aconseje la gravedad del caso. Dispusimos, pues, que yo continuaría mi ruta a Washington por Filadelfia y Baltimore, que nos daríamos cita en Filadelfia para emprender la jornada por Harrisburg y Pittsburg, para descender el Ohio y el Mississipi hasta Nueva Orleans, distante 22234 millas del lugar donde nos hallábamos; y acercándose la hora de la partida del tren de la mañana para Filadelfia, hice aprisa mi maleta y la entrega de billetes y guineas para que las cambiara, prestándome en cambio treinta o cuarenta dollars para gastos de la excursión. Este pequeño incidente, es sin embargo, el orígen del más espantable drama de que he sido víctima en mis viajes”
Luego de narrar su viaje por diversas ciudades norteamericanas, Sarmiento retorna al relato de sus desdichas, antes anunciadas: “Mi permanencia en Washington se prolongó de un día mas sobre el tiempo convenido con Arcos, pues nos habíamos dado cita últimamente, en Harrisburg en el United-States-Hotel, que yo había señalado como punto de reunión.
Hube de regresarme a Baltimore y de allí tomar el ferrocarril que conduce a aquella ciudad; y no bien hubo llegado a la posta, empecé a inquirirme del United-States-Hotel. ¡Cuál fue mi sorpresa al saber que en Harrisburg no había hotel con aquel nombre! Como en toda ciudad norteamericana hay uno que lo lleva, yo había dado a mi futuro compañero de viaje cita al que suponía debia haber en Harrisburg. Con trabajo pude indagar el paradero de Arcos, que había dejado escrito en el libro del hotel de la posta, estas lacónicas palabras, dirigidas a mí: «Lo aguardo en Chamberburg». Asaz mohíno y cariacontecido por este contratiempo me dirigí a Chamberburg, donde, después de recorrer las posadas con inquietud creciente, nadie supo darme noticia de la persona por quien preguntaba, tanto mas cuanto que hablando Arcos el inglés con una rara perfección, gangoseándolo por travesura cuando se dirijgía a norteamericanos, nadie, ni los mismos que habían hablado con él, me daba noticia del joven español por quien yo preguntaba en un inglés que hacia estremecer las fibras a los pobres yankees. Entreteníame aun la esperanza de que estuviese en los alrededores cazando, pues en nuestro programa de viaje entraba una expedición campestre en los Montes Alleghanies. Al fin supe que había dejado en la posta una esquela, en quo me repetía lo de Harrisburg: «Lo aguardo en Pittsburg». ¡Malheureux! exclamé yo acongojado. ¡Cincuenta leguas de Chamberburg a Pittsburg, los Alleghanies de por medio, diez pesos de pasaje en la diligencia, y no cuento sino con tres o cuatro en el bolsillo, suficientes apenas para pagar el hotel en que estoy alojado! Supe, pidiendo detalles circunstanciados sobre la indiscreta partida de mi intangible precursor, que no habiendo asiento en el interior de la diligencia, se había metido saco de heno que lleva encima para proveer a los caballos, y que allí debía viajar dos días y dos noches, impulsado a tanto sacrificio por la inquietud juvenil de una sabandija incapaz de aguantar en un lugar ocho horas, que era la diferencia de tren a tren que nos llevábamos en el camino de hierro. Héme aquí, pues, en el corazón de los Estados Unidos, como quien dice tierra adentro, sin un medio, haciéndome entender a duras penas y rodeado de aquellas caras impasibles y heladas de los americanos. ¡Qué susto y qué aflicciones pasé en Chamberburg! A cada momento llamaba al dueño del hotel y de palabra i por escrito le exponía mi situación. -Un joven que va adelante lleva mi dinero, sin saber que yo no traigo el necesario para los gastos de camino. Me piden diez pesos de pasaje en la posta y no tengo sino cuatro para pagar el hotel. Pero tengo algunos objetos de valor intrínseco en mi maleta, i quiero que la posta los retenga hasta que haya cubierto mi pasaje en Pittsburg.- El posadero, al oir esta lamentable historia, se encogía de hombros por toda respuesta. Contaba mis cuitas al maestre de posta y se quedaba mirándome como si no le hubiese dicho nada. Dos días de continuo suplicio y de desesperación habían pasado ya, y lo peor era que no había asiento en la diligencia, por venir todos contratados desde Filadelfia, como complemento del camino de hierro que termina allí. Al fin me sugirieron escribir a Arcos por el telégrafo eléctrico, lo que hice en cuarenta palabras por valor de cuatro reales, y en los términos mas sentidos. No obstante aquel laconismo telegráfico, «no sea Ud. animal»... era la introducción de mi misiva, y le contaba lo que por su indiscreción me sucedía. -¿Dónde está el sujeto a quien se dirige?- En el United-Stades-Hotel, contesté yo, dudando ahora si en Pittsburg habría un hotel de aquel nombre; y para no darme un nuevo chasco, indiqué que se le buscase en todos los hoteles mas aparentes de la ciudad.
Tardaba la respuesta a mi impaciencia y a mi miedo de no dar con aquel calavera, y no despegaba los ojos de la maquinita que con golpecillos redoblados indicaba a cada momento el paso de misivas a otros puntos, y que no se anotaban allí, por no venir precedidas de la palabra Chamberburg y la señal preventiva y convencional para llamar la atención del oficinista. Voy a preguntar me dijo; y tocando a su vez su aparate, se sucedieron los golpecillos, con cuya mayor o menor duración trazaba el punzón magnetizado a cincuenta leguas la pregunta que se hacia desde Chamberburg. -¿Qué hay del joven Arcos que se mandó buscar? Un momento después... señal de atención a Chamberburg... Contestan, me dijo el oficinista, acercándose al aparato; y el punzón de Chamberburg trazaba sus puntos sobre la tira de papel que el cilindro va desarrollando poco a poco. ¡Qué hubiera dado por leer yo mismo aquellos caractéres que consisten en puntos y líneas, obrados por la presión en la superficie blanca del papel. Concluida la operación, tomó la tira de papel y leyó: «No se le encuentra en ninguna parte. Se ha mandado de nuevo a buscarlo». -Dos horas despues nueva interrogación, nuevo martirio de aguardar un sí o un nó de que dependía el sosiego o la desesperación, i nuevo y definitivo... no hay tal individuo...!
Quedé punto menos que si me hubiese caído un rayo. Entonces, interesándose en mi suerte y haciendo conjeturas el hostelero, nombró a Filadelfia. ¡Cómo Filadelfia! le interrumpí yo; es en Pittsburg donde está Arcos y donde han debido buscarlo. -Acabaremos, me respondió; como es en Filadelfia donde se paga la diligencia, el oficinista del telégrafo ha creído que es allí a donde Ud. recomienda que le tomen pasaje; but no matter, voy a corregir el error; y dirigiéndose a la puerta se detuvo, y señalando a la oficina me dijo: ya cerraron, hasta mañana a las ocho... Las grandes pasiones del ánimo no pueden desahogarse sino en el idioma patrio, y aunque el inglés tiene un pasable godman para casos especiales, preferí el español que es tan rotundo y sonoro para lanzar un aullido de rabia. Los yankees están poco habituados a las manifestaciones de las pasiones meridionales, y el huésped, oyéndome maldecir con excitación profunda en idioma extraño, me miró espantado; y haciéndome seña con la mano, como para que me detuviera un momento antes de morderlos a todos o suicidarme, salió corriendo a la calle, en busca sin duda de algún alguacil para que me aprehendiese. ¡Esto solo me faltaba ya! y aquella idea me volvió repentinamente la compostura que en mi aflicción había perdido por un momento. Minutos después volvió a entrar acompañado de un sujeto que traía la pluma a la oreja y que con frialdad me preguntó en inglés primero, en francés en seguida, y luego alguna palabra en español, la causa de mi turbación, de que lo había instruido el posadero. Contéle en breves palabras lo que me pasaba, indiquéle mi procedencia y destino, suplicándole intercediese en la posta para que se tomase mi reloj y otros objetos en rehenes hasta haber satisfecho en Pittsburg el pasaje. El individuo aquel me escuchó sin que un músculo de su fisonomía impasible se moviese, y cuando hube acabado de hablar, me dijo en francés: -Señor, lo único que puedo hacer... (¡Qué introducción! me dije yo para mi coleto y tragando saliva)... lo único que puedo hacer es pagar el hotel i el pasaje de Ud. hasta Pittsburg, a condición de que llegado Ud. a aquella ciudad, haga abonar en el Merchants-Manufactory-bank, en cuenta de Lesley y Ca. de Chamberburg, la cantidad que Ud. crea necesario anticiparle aquí.- Tuve necesidad de tomar una larga aspiración de aire para responderle: pero, señor, gracias; pero Ud. no me conoce, y si puedo darle alguna garantía... -No vale la pena; personas en la situación de Ud., señor, no engañan nunca; y diciendo estas palabras se despidió de mí hasta mas tarde. Comíme en seguida un real de manzanas, pues que hambre era lo que había despertado la serie de emociones porque había pasado durante tres días. Aproveché la tarde en recorrer la ciudad y alrededores; necesitaba caminar, agitar mis miembros para creerme y sentirme dueño de mí mismo...
Al siguiente día volvió y me dió cuatro billetes de a cinco pesos, no obstante mi empeño de devolverle uno por innecesario; y como ya se retirase, regresó diciéndome casi ruborizado: Ud. me perdono señor, pero se me ha quedado otro billete en el bolsillo que ruego a Ud. agregue a los anteriores. Este hombre había excedido más de la suma que yo había indicado, porque en resumidas cuentas yo solo necesitaba diez pesos. Comprendí el sentimiento delicado que lo impulsaba e hice una débil resistencia a recibirlo, aceptándolo con cordialidad.
La diligencia partió al fin, y yo volví a mi estado de quietud de ánimo ordinaria, complaciéndome de haber tenido ocasión, aunque tan penosa para mí, de dar lugar a manifestación tan noble y simpática como aquella del caballero Lesley. La noche sobrevino, apareció la luna plácida en el horizonte, y la diligencia empezó a remontar pausadamente los montes Alleghanies. Cuando habíamos llegado a la parte más elevada, bajaron algunos pasajeros, y una voz de mujer dijo en francés dentro de la diligencia: bajen a ver el paisaje que es bellísimo. Aprovechéme de la indicación, descendí tras los otros, y pude gozar en efecto de uno de los espectáculos más bellos y apacibles de la naturaleza. Los montes Alleghanies están cubiertos hasta la cima de un frondosa y espesa vegetación; las copas de los árboles de las lomadas inferiores, iluminadas de lo alto por los rayos de la luna, presentaban el aspecto de un mar nebuloso y azulado, que por el cambio continuo del espectador iba desarrollando sus olas silenciosas y oscuras, sintiéndose, sin embargo, aquella excitación que causa en el ánimo la vista de objetos que se conocen y comprenden, pero que no pueden discernirse bien, porque el órgano no alcanza o la luz es incierta y vagarosa.
Al llegar a una posada después de habernos recogido a nuestro vehículo, la misma voz dijo, siempre en francés:
aquí se desciende a tomar algo, porque marcharemos toda la noche sin parar. Bajé yo, en consecuencia, y presentándose a la puerta una señora, ofrecíala la mano para que se apoyase. Volvimos a poco a tomar nuestros asientos, continuóse el viaje, y empezaba a sentir somnolencia, cuando la misma voz de antes, y que era la de la señora aquella, me dijo con timidez: creo, señor, que Ud. se ha visto en algunas dificultades. -¡Yo! no, señora, contestéle perentoriamente, y la conversación terminó ahí; pero mientras yo recapacitaba sobre esta pregunta, la señora añadió con visibles muestras de turbación, Ud. me dispense, señor, si le he hecho una pregunta indiscreta, pero esta mañana en Chamberburg, me hallaba por casualidad en una pieza, desde donde no pude dejar de oir lo que contaba Ud. a un caballero. -En efecto, señora, pero Ud. supo sin duda que todo quedó allanado. ¿Qué piensa Ud. hacer, señor, si no encontrase a su compañero en Pittsburg? -Me asusta Ud., señora, con su pregunta. No he pensado en ello, y tiemblo de sospechar que tal cosa sea posible. Me volvería a Nueva York o a Washington donde tengo conocidos. -¿Y porqué no continuaría su viaje adelante? -¿Cómo he de engolfarme en un pais desconocido, señora, sin fondos? -Le decía a Ud. esto, porque mi casa está cinco leguas mas acá de Nueva Orleans, y deseaba ofrecérsela a Ud. Desde allí puede Ud. tomar noticia de su amigo; y si no lo encontrase, escribir a su país y aguardar a que le manden lo que necesita. -La noble acción de Mr. Lesley habia, según lo visto, sido contagiosa. Aquella señora lo había oído todo, y quería a su vez completar la obra. Esta reflexión me vino antes, tocado como estaba por el buen proceder, de otra a que, su sexo podría haber dado pretexto; la señora me dijo en seguida, acaso para responder a la posibilidad de una sospecha, que hacia seis semanas que acababa de perder a su marido, y que iba a poner orden en los negocios de su casa de Orleans. Acompañábala una hijita de nueve años y ambas vestían luto completo. Era la madre, pues, y no la mujer, la que ofrecía el asilo doméstico a un desconocido que debía también tener madre; y obedeciendo a esta idea que santificaba la oferta y la aceptación, traté en adelante a la señora con menos reserva, seguro, sin embargo, de que no llegaría el caso por ella previsto.

Llegamos a Pittsburg, y la señora me hizo prevenir que partía por un vapor y que si aceptaba su ofrecimiento fuese a tomar pasaje en el mismo vapor. Salí a buscar a Arcos en el United States-Hotel; porque ¿dónde había de encontrarlo sino allí? Afortunadamente para mí había en efecto en Pittsburg un hotel de los Estados Unidos, donde encontré a mi Arcos, que a la sazón escribía en los diarios un aviso, previniéndome su paradero y justificándose de lo que ya empezaba a sentir por mi demora, que había sido una niñería. Venia dispuesto a reconvenirlo amigable, pero seriamente; mas me puso una cara tan cómicamente angustiada al verme, que hube de soltar la risa y tenderle la mano. Salimos juntos inmediatamente, y contándole mi historia en el camino nos dirigimos al vapor…”.

Después del lamentable episodio, Sarmiento va narrando otras travesuras de su compañero de viaje, que intercala a sus observaciones de los lugares que visita. “En Cincinnati fue donde Arcos viendo a un pacífico yankee que leía su biblia, sentado a la puerta de su tendejón, se paró delante de él, le sacó de la boca el cigarro que fumaba, prendió el suyo, volvió a metérselo, y siguió su camino sin que el buen hombre hubiese levantado la vista, ni hecho otro movimiento que abrir la boca para que le ensartaran el cigarro. Paciencia, hermano, en cambio de alguna impertinencia vuestra”.
Más adelante, agrega: “Arcos, que había principiado nuestra asociación con una niñada, se propuso en aquellos días conquistar mi afecto, haciendo ostentación de cuanto salero y jovialidad hay en su carácter, alimentados por un inagotable repertorio de cuentos absurdos, ridículos, eróticos, tales cuales solo sabe atesorar la juventud calavera de Paris o de Madrid. Ibamos con esto de zambra y fiesta permanente, a punto de ser conocidos y notados por trescientos pasajeros del vapor.
Servíase a bordo la mesa tres veces para dar abasto a tan crecido número de comensales, y como todos se atropellasen para tomar asiento en la primera, nos quedamos el segundo día para la segunda, la que dejamos el tercero para estar a nuestras anchas, hasta que al fin nos arreglamos a comer en la cuarta con los criados, en lo que nos iba perfectamente, prolongando la sobremesa los dos solos por horas como lo habríamos hecho en el Astot Hotel . Gustáronnos las melazas que los primeros días nos sirvieron de postre, i como faltasen el quinto, reclamamos pidiendo la presencia de las melazas; razón por la que un mozo descendía corriendo en los desembarcaderos a comprarla en los bodegones vecinos, «para los señores españoles que se enferman, decía, si no comen melazas». Hablábamos recio en español en la mesa, y reíamos con tal desenfado que atraíamos en torno nuestro un círculo de huasos ya hartos, a vernos comer, gozándose en nuestro inextinguible buen humor. Una mañana Arcos la emprendió con un bonazo de ministro protestante. -Señor le decía, de qué profesión es Ud.? -Presbiteriano, señor. -Dígame, ¿cuáles son los dogmas especiales de esta creencia?- Y el padre procedía bondadosamente a satisfacerlo. -Pero Ud. señor, le decía, Arcos con aire convencido, y como si ambos estuvieran de inteligencia, Ud. ¡no cree nada de eso por supuesto! Es Ud. demasiado sensato para poner fe en esas bromas.- Las facciones del infeliz sometido a tortura semejante, se contraían como cuando nos pisan un callo. El buen clérigo se ponía de todos colores, i medio indignado, medio suplicante hacia profesión de fe solemne de su creencia. Pero el implacable y serio burlón le replicaba con un aplomo imperturbable: -¡Comprendo, comprendo! Ud. predica y sostiene ante el público esas doctrinas; vive Ud. de ello y la dignidad de su carácter así lo exige; pero aquí entre nosotros, vamos; yo se lo que hay en plata.
Otra vez estaba rodeado de un grupo de yankees horripilados de oirlo, y levantando más y más la voz, para que el escándalo fuese mayor. -Gobierno, decía, es ¡el del Emperador de Rusia! ¡Eso si que es un gobierno! Cuando un general delinque o desagrada a su soberano, ¡se le desatan los calzones y se le dan quinientos azotes! ¡Pero estas repúblicas! esto es un escándalo i un desorden. ¿Qué significan vuestras elecciones; y qué sabe Ud. ni Ud., añadía, dirigiéndose a este o a el otro de sus auditores espantados, lo que conviene al estado; cuándo debe hacerse la guerra, y cuándo la paz? Al pueblo solo le toca pagar los gastos de la corte del soberano, que gobierna por derecho divino...
Y esto dicho con una seriedad y una afectación de estar de ello convencido, que aquellos hombres se hacían cruces de oírlo; y pasada la tormenta se lo señalaban unos a otros, mostrándolo como a un animal extraño, un ruso o un loco peligroso. Todo esto para reír después i alimentar la francachela. ¿No se le antoja una vez persuadir a una cuarentona llena de colgajos y de colorete que yo era sobrino de Abd-el-Kader que viajaba incógnito, favoreciendo esta broma la circunstancia de ser el único en aquellos parajes que llevara la barba entera y la birreta griega? Habíala ya medio persuadido, hablábame en español para que ella creyese que era el árabe, exagerando el sonido de la j y se empeñaba en que me pusiese albornoz para completar el chasco.
Mas tarde me mostró este joven la parte seria de su carácter, que no es menos notable por el buen sentido que lo caracteriza, a lo que se añade mucho trato de la sociedad y la rara habilidad de revestir las formas populares en lenguaje y porte, cualidades que, con su instrucción en materias económicas, lo harían un joven espectable si supiese dominar las impaciencias de un espíritu impresionable que no contienen ideas fijas y sentimientos de moralidad teórica, aunque su conducta sea regular. Necesito añadir estas rectificaciones por temor de que sin ellas hiciese pasar plaza de truhán en mi narración a un compañero de viaje que me acompañó cuatro meses y me prestó amigables servicios”. Sarmiento tenía, en esta época, 36 años, 11 más que Arcos, se encontraba exiliado en Chile, donde había sido comisionado por el Gobierno, en Europa, por el Ministro de Instrucción, Manuel Montt.
Sarmiento y Arcos arribaron a Valparaíso el 28 de febrero de 1848. Su biógrafo, Gabriel Sanhueza escribió: “Pasó Santiago Arcos como fugacísimo meteoro por las páginas de nuestra historia, Chileno por azar, vivió menos de tres años entre nosotros durante su mayor edad y fue solo en el breve espacio de cinco meses -noviembre de 1849 y marzo de 1850- que dejó impresa su huella en los sucesos nacionales”. Santiago Arcos se transformó, en ese breve lapso, en el primer luchador social de la historia de Chile.

Saturday, July 26, 2008

MIS ULTIMOA HALLAZGOS EN YOUTUBE


Este es el recuento de mis últimos hallazgos en YouTube:

I) DE KENYA: AYUB OGADA
Ayub Ogada es un trovador kenyata, compositor e intérprete de música tradicional del pueblo Luo. Su carrera comenzó en el metro de Londres cuando fue descubierto y presentado a Peter Gabriel, quien lo llevó de telonero en una de sus giras. Más tarde graba, con el sello de Gabriel -Realworld Records-, En Mana Kuoyo, su primer álbum. Ogada se vale de un nyatiti (una pequeña arpa) y de un escaso acompañamiento. Parte de sus canciones fueron incluidas en la banda sonora de la película El jardinero fiel (The constant gardener). En YouTube encontrarán algunos videos, que vale la pena ver.
II) MARTIRIO: SI TE CONTARA
El vocablo “martirio” hace referencia a padecimientos, incluso la muerte, de una persona por su fe o ideales. No conozco el motivo que llevó a la española María Isabel Quiñones Gutiérrez, nacida en 1954, para usar, artísticamente, el nombre de Martirio. La conocí recientemente, gracias a la programación de las radios Universidad de Chile y Amadeus. Su interpretación de “Si te contara” es, sencillamente, magistral. Canta acompañada por dos músicos de jazz que tocan contrabajo y violoncelo. Un rostro inexpresivo, lentes oscuros, labios rojos, el dominio del blanco y negro, todo resalta la voz y los sentimientos de la intérprete.
III) LAGQ Y HORACIO SALINAS
Buscando canciones de Horacio Salinas, integrante y compositor de Inti- Illimani, autor de “Medianoche”, encontré dos videos de sus composiciones interpretadas por “LAGQ”, (Cuarteto de Guitarra de Los Angeles), agrupación que no conocía hasta ahora. Sus interpretaciones de “Tarantella” y de “La fiesta de La Tirana”, son magníficas, de gran fuerza y vitalidad. El repertorio del grupo es de compositores clásicos, por lo que la inclusión de piezas del chileno Horacio Salinas, debe enorgullecer al compositor y a Inti-Illimani. Los norteamericanos amenizan sus presentaciones en vivo con giros rítmicos y humor, como en la de “Canon”, del alemán Johann Pachelbel.
IV) PINK MARTINI: LA SOLEDAD
Conocí a “Pink Martini” por casualidad. Abrí un sitio sobre poesía y comenzó a sonar una canción parecida a muchas que oí en épocas lejanas o en películas antiguas. Identifiqué la canción: “La soledad”, un lindo título, al grupo, cuyo nombre alude a un licor, Martini Rossé, y finalmente, al vocalista, Pepe Raphael, un español, cuya voz recuerda a Serrat. En YouTube hay varios videos del grupo. Su repertorio esta formado por canciones de los 40, que interpretan en su idioma original. Su líder es Thomas Lauderdale, un pianista con formación clásica. Luce su talento en la introducción del tema.
V) JASMIN LEVY CANCIONES EN LADINO
Hace algún tiempo escuché una entrevista que Radio Francia Internacional hizo a la cantante hebrea Jasmin Levy, a propósito de la presentación de su álbum “Mano Suave”. La entrevista atrajo mi atención porque Yasmín Levy, canta acompañada por Natasha Atlas, una cantante árabe; porque interpreta viejas y hermosas canciones de amor, cantadas desde hace cinco siglos por los judíos expulsados de España a fines del siglo XV, recopiladas por su padre; y, porque son interpretadas en ladino, con el propósito de atraer la atención pública por una lengua que se habla cada vez menos y que está condenada a desaparecer.

Wednesday, July 23, 2008

LA BUENA VOLUNTAD

(foto: "Stadshuset" de Yanan Li)


Por Oscar Bravo Tesseo
A los diez y ocho años de edad, cuando recién comenzaba la década de los setenta, Eva Ringdalh, nacido en Umeo en el norte de Suecia, vino a vivir a Estocolmo. Llegó para inscribirse en la universidad, aunque nunca se incorporó a ella. Por esos días, mientras esperaba el inicio de las clases, conoció a unos chicos - entre ellos a Daniel, con el que pololeó - y por allí se fué integrando al comité de apoyo a Viet-nám. La verdad es que metió en esto de la solidaridad con zapatos y todo. Imprimió periódicos mostrando fotografías de vietnamitas de miembros delgados, vestidos de blusas color verde oliva, de ojos rasgados, portando al hombro carabinas kalashnikov automáticas, participó en reuniones, repartió volantes por las esquinas de las calles céntricas y participó en marchas gritando contra la barbarie, representada entonces por soldados norteamericanos bastante parecidos a los jóvenes suecos que recibían o rechazaban, según fuera el caso, las octavillas que Daniel, ella y sus amigos tenían para dar. Hubo ocasiones en las que llegó la policia, en sus overoles azules, a controlar permisos o a levantar barreras contra los manifestantes, aunque a veces se limitaban a romper algunos carteles o lienzos o a vigilar discretamente. Un día, Olof Palme, el ministro sueco, se puso al frente de uno de los desfiles, uno numeroso y bien ordenado, y a partir de ahí se llenaron las calles de Estocolmo de quienes querían prostestar contra la guerra y la policía ya no les molestó más.

Terminó lo de Viet-nam, todos sabemos cómo. Los locales de los comités se fueron vaciando poco a poco cada día. Los boletines desaparecieron y se acabaron las reuniones. Eva notó entonces que su vida cambiaría, ahora que Daniel y sus amigos se ocupaban de sus estudios. Todos criticaban la universidad, eso sí, pero seguían asistiendo a ella, en tanto que Eva, y alguno más, descubrieron con el tiempo que no tenían nada que hacer, que la máquina las había pillado aunque ellos no se habían dado cuenta.

Entonces trabajó en lo que pudo, más que nada en guarderías infantiles, de cuidadora de niños; o en centros asistenciales, cuidando ancianos y enfermos. Para eso había siempre puestos de trabajo desocupados. Tuvo entonces un poco de dinero y se permitió comprar ropa y salir a almorzar, algunas veces por semana. Alojaba en un pequeño apartamento en Hanverkargatan, en Kungsholmen, y tomó la costumbre de ir los jueves a un restaurant chino de las vecindades, atendido por una mujer, que hablaba muy mal sueco, digamos lo esencial para averiguar qué quería el cliente. Su marido o lo que fuera, para el caso no importaba, se encargaba de la cocina y de la limpieza del local. Eva y sus amigos pronto apodaron a la china Madame Ching, en recuerdo a un personaje de un cuento de Borges que Daniel acababa de leer en un curso de literatura. El cocinero pasó a ser Master Ching aunque en el cuento de Borges la Ching era viuda y pirata.

Pasaron los semestres y los cursos: Daniel y los otros chicos fueron dejando el estilo de vida de Eva, pero ella siguió en lo suyo, con los pequeños trabajos, un poco de dinero en el bolsillo y las visitas a sus padres en Umeo para la fiesta de la noche de San Juan, que coincide con la llegada del solsticio de verano en Suecia.

Eva tiene ahora 20 o 21 años, lleva cuatro en Estocolmo y todavía no tiene claro que hacer con su vida. Por esos días, en enero del 74 comienzan a llegar chilenos, se forman comités de apoyo parecidos a los de Viet-nam, aunque Eva no participa en ellos pues le bastaba con la experiencia anterior. Una diferencia notaba si: mientras los chilenos, argentinos, uruguayos y brasileros llegaban a montones, ella jamás había encontrado a un vietnamita en todos esos años. Para Eva se hizo evidente que mientras en su pueblo natal tu pasado y tu presente eran idénticos pues todo el mundo se conocía, en Estocolmo, en cambio, uno es lo que decía ser y no había modo de afirmar lo contrario.

Para entonces Daniel había desaparecido completamente de su vida. Eva no lamentaba su ausencia. Lo que le molestaba era observar como sus antiguos amigos habían hechos constantes progresos encontrando posiciones y cultivando contactos útiles, mientras que ella seguía marcando el paso, del trabajo a la casa, de la casa al trabajo, almuerzo, los jueves, en lo de Madame Ching y su marido, el cocinero.

Los años no pasan en vano. Eva se había ido transformado en una joven estupenda. Digo estupenda pues no necesitaba arreglarse, como hacían otras ni ponerse vestidos caros y zapatos de lujo, para inspirar a los hombres y verse bella. La segunda mitad de los setenta fué un período de la vida de Eva con muchas fiestas, un tiempo de clubes de jazz, y nombro aquí únicamente al Fashion y al Stampen en los que se escuchaba música, se bailaba, se bebía cerveza y, sobretodo, se ligaba a diestra y siniestra, pues para eso éramos libres o por lo menos eso era lo que todo el mundo decía que éramos y también lo que nosotros creíamos ser. Es en esa época cuando Eva empieza a orientarse por el mundo, conoce a extranjeros, descubre que Europa, Asia, Africa, América y Oceanía no solo es una lista de continentes, que detrás los nombres hay gentes de carne y huesos, incluyendo una cantidad de hombres.

Fué entonces cuando conoce a Ardogan, un joven, más bien un hombre joven, de origen armenio. Eva se enamora de Ardogan. Deciden viajar juntos y conocer lugares desconocidos hasta ahora para Eva que no ha viajado a ninguna parte. Una noche, están en Bangkok, visitan un restaurant no lejos del hotel donde están alojados hace casi una semana y se sientan a cenar junto a un conocido de Ardogan que se hace llamar Richy. Richy viene de Sidney, habla por cuatro, fuma y bebe por diez. En un momento en que se han acercado a la terraza del local para tomar unos tragos, ofrece discretamente de lo que anda trayendo y todos prueban. Pasan los días, se regresa a Estocolmo, las vacaciones están por acabarse y a Ardogan se le ve intranquilo. Gasta dinero, regala cosas, reparte flores, se muestra amable con Eva y le hace promesas que ella ni escuché ocupada como está en pasarlo bien, le menciona casa y niños. Habla, no tanto como Richy, pero dice, sugiere, sin que nadie se lo pida.

Un día antes de tomar el avión de regreso él se ausenta del hotel por la tarde y vuelve un par de horas después. Eva, sentada al borde de la pileta del hotel, lo ve llegar a la recepción y subir a la pieza que ocupan ambos portando un bolso chiquito de color azul marino. Mientras está esperando que baje a saludarla observa un par de tipos de mala facha, tailandeses, en la recepción. Preguntan al parecer por alguien y por momentos discuten entre ellos. A Eva le da la impresión de que va a pasar algo. Sin saber porque se figura de que Ardogan a ido a ver a Richy. Al fin y al cabo, Richy es el único conocido que tienen en Bangkok.

En la noche celebran de nuevo, esta vez sin Richy. Cuando Eva pregunta por él, Ardogan responde que Richy viajó a otra ciudad y que no lo volverán a ver, al menos en este viaje. Cenan, beben bastante, Eva se siente cansada y se va a dormir. Ardogan se queda fumando junto a la piscina del hotel. A las tres de la mañana Eva se despierta y ve a Ardogan sentado junto a ella en la cama, mirándola fijamente. Entonces le vuelve a hablar, le menciona un paquete que hay que llevar a Estocolmo. Es preferible que lo lleve Eva en su maleta pues siendo ella sueca lo más probable es que no la revisarán ni en Bangcok ni en ninguna parte. Así están las cosas en este mundo, está bien, nada que hacer, basta con hacer la observación, 'no hard feelings', en cambio a él, Ardogan, lo escogen casi siempre en el control de aduana, particularmente en Estocolmo. Eva está muerta de sueño pero se muestra de acuerdo.

Al día siguiente están ambos en el aeropuerto. Es temprano, todavía no necesitan presentarse a chequear los equipajes. Van con sus maletas al bar a tomar café, a fumar y hacer hora. Eva sube a los servicios ubicados en la planta alta del aeropuerto. En lo alto se detiene un momento. Entre un grupo de pasajeros en una sala de espera del terminal cercano a la cafetería, observa una figura conocida. Allí, entre familias tailandesas y gente de negocios de origen asiático, se distingue la figura inconfundible y occidental de Richy. Desde su posición Eva puede ver tanto a Ardogan sentado en la cafetería como a Richy, lateado y solitario, con un diario en la falda y una botella de agua mineral en la mano, acomodado en uno de los sillones frente a la puerta de salida. Eva se queda allí mirando a uno y al otro durante unos diez minutos. Se pregunta cómo es que Ardogan ignora que Richy está viajando a la misma hora que ellos, esperando la salida de un vuelo que bien puede ser el mismo en que van a viajar ellos, y todo esto a no más de cincuenta metros de distancia el uno del otro.

Llega a la conclusión de que o bien Richy oculta algo a Ardogan o bien Ardogan oculta algo a ella. En el primer caso, si es que Richy quiere observar discretamente los pasos de ellos sin que ellos se enteren, entonces Richy haría mejor estar ocupando un lugar como el que ella ocupa ahora, cerca de la escalera. Cuando baja hacia la cafetería le parece ver, en una mesa de la cafetería, a los tipos mal agestados que había visto en recepción del hotel el día anterior.

Se presentan a embarque una hora después, trás chequear el equipaje y pasar el control de policía internacional. A Eva no la revisan, a Adrogan lo controlan rigurosamente. El control no arroja resultado alguno. Además Richy ha desaparecido de la vista y no está entre los pasajeros del vuelo. Despega el avión. Eva mira por la ventanilla los techos de los edificios de la ciudad mientras la máquina asciende. Elude mirar a Ardogan, se siente ahora algo más tranquila. Al poco rato las azafatas comienzan a servir bebidas y comida caliente. Ambos comen y beben, dicen trivialidades sin importancia. Diez horas más tarde el avión aterriza en Kastrup, Dinamarca. Baja un tercio de los pasajeros. Trás media hora de espera, el avión sigue su vuelo con destino a Arlanda. Allí pasan dos cosas. La maleta de Eva no llega y ella se ve obligada a llenar un formulario la oficina de reclamaciones de SAS. A Ardogan, que mientras tanto ha marchado con su equipaje hacia la salida, lo detienen en aduana y lo someten a un nuevo control que dura al menos una hora. Es obvio que lo relacionan con contrabando de drogas. Sin embargo, no pasa nada, no se le encuentra nada encima. Salen finalmente del aeropuerto. El viaje en bus hacia el centro de Estocolmo se realiza en completo silencio. Apenas se despiden y Eva se baja del bus en Sankt Eriksplan en tanto que Ardogan sigue en el mismo bus hasta City Terminal.

Tres días después aparece el personal de la compañia aérea con la maleta por el departamento de Eva. Dejan un informe que dice que debido a un error la maleta fué desembarcada en Kastrup. La maleta no está abierta y lleva pegada alrededor una cinta plástica y un impreso "SECURITY CHECKED" con letras blancas en fondo naranja. Otra cosa es que Eva sabe que tienen que haberla abierto pues falta el bolso azul y el paquete. A Ardogan lo ve un par de veces más. No parece irritado por la pérdida del paquete. Le pide que olvide el asunto, que lo que ocurre no es asunto de ellos. Se hace difícil entablar una conversación y es como si algo se ha roto sin remedio entre ellos. Hay una cita más, a la que Eva falta. Entonces no vuelve a saber de él nunca más, excepto que medio año después, recibe la visita de una mujer de la policía que la interroga, muy amistosamente, sobre Ardogan. Se ríe de buena gana, como si le hubiera contado un chiste, cuando Eva describe a Ardogan como armenio. No oye más hablar de la mujer policia, de Ardogan tampoco.

Sigue la vida cotidiana. Se suceden los trabajos aburridos y mal pagados, también los amoríos con jóvenes que Eva encuentra en lugares de siempre, sobretodo en Gamla Stan. Eva empieza a pensar que el mundo de la capital consiste en esto: gentes que vienen, entran en tu vida y después se van. Una de las pocas cosas de las cuales Eva empieza a tener recuerdos son de sus visitas semanales al restaurant Siete Mares de Madame Ching.

El día que Eva cumple 27 años, casualmente un viernes, sale sola a bailar y encuentra a Bo, un joven afuerino y solitario, llegado a Estocolmo, como ella, poco después de hacer el liceo. Trabaja de montador de equipos de refrigeración industrial para una empresa importante. Con experiencia y años de economías, ha logrado hacerse de una pequeña posición, incluso se ha comprado una casa pareada, en Bromma, un barrio al norte de Estocolmo. Se siguen viendo y, aunque eso llega algo más tarde, terminan juntos en la cama, . En lo sucesivo, Eva y Bo se encuentran a menudo, casi a diario. Los fines de semanas los pasan juntos en la casa de Bo. A los pocos meses y dado que la empresa que le arrienda el piso de Hanverkargatan a Eva va a renovar el edificio, Bo y Eva deciden vivir juntos, en Bromma. Poco más tarde, Eva queda esperando y a poco de cumplir 28 años, entre gritos y sollozos, nace una niña, en el hospital de Sant Göran. Eva le da por nombre Linnea y digo que Eva lo da, pues desde que ella vino a su casa y quedó esperando la criatura Bosse se desentiende de la mujer, de la hija de ambos y de la casa en general.

Ahora Eva se siente viviendo en una asfixia continua. De día cuida a la hija y la casa; por la tarde atiende al hombre con el que apenas se habla; por las noches coge, sin tener ganas, cuando él lo pide. Una vez por semana, se escapa a su barrio, a Hanverkargatan, recorre sus calles de arriba a abajo, desde Fridhemsplan hasta Stadhuset. Por el camino aprovecha para hacer un alto y almorzar donde Madame Ching, en el Siete Mares, llevando a Linnea en el coche primero, tomada de la mano, meses después. Madame Ching la saluda con la sonrisa inmutable de siempre, que lo mismo le agrega personalidad como se la quita. A Master Ching le ve apenas los brazos flacos, el torso algo hundido y casi nada del rostro, cuando pasa a su mujer los platos preparados, a través de la ventanilla de la cocina. Cuando Linnea está por comenzar la escuela, Eva se entera que su antiguo departamento está libre otra vez, su arrendatario lo desocupa y, en un gesto generoso que no se ve todos los días, el dueño se lo ofrece a ella. Entonces Eva abandona a Bo y regresa a Kungsholmen.

En una de esa oportunidades la encuentra vestida en un traje sastre oscuro, discreto y elegante, en vez de la bata simplona que usa de habitual. En seguida se da cuenta que va peinada de peluquería y no con el pelo recogido con un pinche, como de costumbre. De el porqué de esta conmoción se viene a enterar el jueves siguiente, por bocas ajenas: tal como en las películas Madame Ching se ha largado a California, sitio ideal para una mujer buenamoza y relativamente joven y un chino rico, más culto y apuesto que Master Ching.

Por primera vez Eva y todos los que solemos almorzar allí atraído por los precios y la abundancia de el Siete Mares nos topamos con un Ching entero, con brazos, piernas, torso, cabeza, cuello y todo lo demás, pero el verlo así, en completa majestad, para nada mejora la imágen que teníamos de Ching, si, Ching a secas, más bien se la echa para abajo. Entonces, a qué cuento seguir llamándolo Master Ching, ¡hasta la Madame se le escapó!

El chino atiende solo ahora sin ayudantes y lo hace sin arrugarse: coge los pedidos y trae los platos de comida que le pidan con tal que estén en la lista, brutalmente recortada y reducida a esto:

(1) filete de pollo con champiñones (en wok),
(2) carne de vacuno con bambú, cebollas y pimentones (en wok),
(3) scampi fritos apanados con salsa agridulce y arroz
(4) apanados de cerdo y pollo fritos con verduras.

Sin protestar anota, cobra, trae, sirve, lleva, llena la cafetera con café recién hecho, surte la cajita de las galletas, repone ensaladas en las fuentes a medio llenar, va y viene de la cocina y aún le queda tiempo, pero esto es excepción y ocurre muy de vez en cuando, para conversar con Eva - si se puede hablar de conversar al monólogo que él chino le suelta. Es que desde que partió su mujer (la muy maldita) él no pasa en casa los domingos... ahora sale a correr, si, a correr, para todas partes, para el norte, para el sur, para el este...para ... cómo se llama? ... treinta años en Estocolmo, en la cocina, fregando pisos, sin conocer nada, sin aprender nada... ahora corre ligero, el chino, ligero, por las orillas del mar Báltico, muy bonito... a orillas del lago Malaren, muy bonito también...por todos lados, eso sí, encuentra gente de buena voluntad, que lo animan, mientras corre, "corre chino hijo de puta, muerto de hambre"... y cosas así... Uno, en silla de ruedas a motor, o con pilas, grandes, eso si, uno que ni siquiera tiene patas para meterse las zapatillas, dirige la silla detrás de él, lo persigue, no sentado bien derecho ... medio chueco, caído hacia un costado, lo persigue a motor y le grita, pero en inglés, igual que en la televisión: "Fuck you, chino cabrón!" ...y yo sonriente ... sueco de la puta madre que te parió sin patas...

Eva cumple por fin cuarenta y dos años. Es jueves e invita a Linnea a salir con ella a celebrarlo. Linnea no tiene tiempo, tiene que estudiar, tiene que encontrarse con sus amigos, tiene que pololear, tiene quince años, tiene tantos tienes que separarlos por medio de comas es una pérdida de tiempo tienes tantas cosas, de nadie es la culpa.

Eva se siente mal, sale sola a la calle, camina por Hanverkargatan. Es un hermoso mediodía de verano. Estamos por llegar al día más claro del verano cuando el sol casi no se pone y las familias (las pocas que pese a todo se han mantenido unidas) se reunen en prados y muelles para bailar al son de canciones tradicionales que hablan de flores silvestres, amores consumidos en el ardor del verano y de ranas solitarias y saltarinas. Sin mirar para donde va, deambula hacia la orilla del agua en el Malaren. Siente que su vida ha sido una completa equivocación. Siempre ha estado sola, pero en realidad no es verdad, para estar sola en serio hay que ser además capáz de soportarlo.

Cuando llega a Stadshuset y entra al patio abierto al público frente al muelle, siente que la mole de cemento se abre a sus pies, se ve durante una fracción de segundo cayendo a las aguas negras del lago pero el muelle de pavimento sólido sigue allí y, seguramente, seguirá allí otros ochenta años más, inamovible. No es que el suelo se movió, ni nada. Por su cerebro pasó la palabra suicidio y ella la mezcló con un imágen irracional, de las aguas del lago que se separan para que pase por alli todo Estocolmo hacia Hornstull.

Y a propósito de lagos y de agua, hace un esfuerzo y le da la espalda al Malaren y, sin saber como, encamina el curso de sus pasos hacia el Siete Mares. Habemos seis o siete comensales allí cuando Eva entra a tientas, como agobiada por un cansancio infinito. Sin saludar se deja caer sobre una silla en una de las mesas desocupadas. Parece haberse enterado que a la única persona a la cual le puede contar sus cuitas, ahora que sus padres ya no están y su hija anda en otra, es al chino sin nombre y a nosotros, aunque a nosotros ni nos mira. El chino, viéndola en ese estado calamitoso, se ha apresurado a abandonar su posición detrás del mesón y tomar asiento delante de ella y la mira con ojos alarmados, desde el otro lado de la mesa. No se atreve a consolarla, ni siquera a tomarle la mano, para calmarla. Los demás bajamos la mirada al plato que tenemos delante como si estuviéramos en una cantina de regimiento y no en el Siete Mares. Parece que al final el chino se anima y le toma la mano, aunque respetuosamente. Oímos todos cuando ella prorrumpe en llanto y habla de sus padres ahora lejos, de su hija, de la vida sin sentido, del vacío que deja en el alma cada día que pasa, ninguno de nosotros se arriesga a levantar la vista del plato.

Después escuchamos hablar algo que sonaba como a chino y levantamos todos la mirada. Eva y el chino están tomados de las manos. Como en algo tiene que diferenciarse la vida real de la ficción y como hecho a propósito para remarcar más la diferencia ocurre algo inesperado: el chino se larga a sollozar él también pero harto más fuerte que Eva y llora con tanto entusiasmo que ella, sorprendida, termina por quedarse callada. Pero este chino si que llora, madre mía - pensamos todos, incluso Eva - motivos le sobran para irse a tirarse a cada rato a la línea del metro.

Al final, lo que entendemos, es que el chino llora por que ha comprendido corriendo por ahí los domingos - y esto le ha causado una feroz depresión - que en todo lugar se sufre, pero que también hay bondad y belleza en todas partes y que además todo crece para algún lado, todo se desarrolla, aunque no lo parezca a primera vista, pues lo único que no necesita de dioses ni de toneladas de mandamientos ni de democracía (que al final viene a ser lo mismo) para existir es, nótese la sencillez, la naturaleza, que está por encima de todas esas pendejadas con que se embrutecen la cabeza sobre el mal y el bien. Ni siquiera mencionó quienes son los que se embrutecen y tampoco dijo "el bien y el mal" como dice todo el mundo, sino que puso el mal adelante y al bien lo tiró para la cola, como si lo considerara menos importante.

A Eva y a los demás, el chino nos abrumó por un momento con sus declaraciones: qué chino tan ingrato y descreido, joder, no se traga una, sáquenle tarjeta amarilla, ni la democracia le apetece!

El chino, de lo más campante e imprudente, como si no se hubiera dedicado a otra cosa en su vida, moqueaba y sonaba que daba gusto e incluso se pasó al tema de utensilios de cocina, que están siempre sucios y nosotros obvio, no se le puede exigir tanta consecuencia en el discurso, si se equivocó, qué se corrija, retome lo de la naturaleza y ya está.

Lo que quizo decir, aunque no lo dijo y esto es pura interpretación mia, es que encerrado ahí en la cocina, sin visiones ni desafíos, tuvo que inventarse un mundo de fantasía y así imaginando e imaginando terminó por imaginarse a Eva, medio agachada y sin nada de ropa. Quiero dejar en claro que esto se lo imaginó, si es que lo hizo, solamente una vez que Madame Ching se arrancara con su chino elegante a California.

Después, para tranquilidad de los comensales, el chino optó por quedarse callado. Todos respiramos más tranquilos y Eva Ringdalh se aligeró de la presión de sus manos y le hizo una caricia en la mejilla, muy tierna, como si de repente hubiera recuperado la virginidad o como si nunca la hubiera perdido del todo, algo así como cuando Eva Marie Saint le dice 'God bless you' a Marlon Brando después que éste le muestra su palomas mensajeras, en Nido de Ratas.

El chino se calmó del todo y le preguntó: ¿qué se va a servir?

Ella lo dijo y él se levantó de la mesa y se fué a la cocina, secándose las lágrimas con el delantal, a preparar el pedido.

Alguien preguntó a Eva si era verdad que estaba de cumpleaños y ella asintió. Varios de los presentes la saludamos levantando nuestros vasos de cerveza.

Nadie sabe por qué, pero cuando regresó a la sala, el chino informó en tono desafiante y abrupto, como para que lo escuchara todo el mundo, que él "para que sepan" no era chino, sino vietnamita, de Saigón. Después volvió a la cocina.

Durante un rato comimos todos en silencio, aunque la última declaración del chino provocó unido - me imagino yo - a su enfática condena a la democracia cierta animosidad entre la asistencia. En general, la encontrábamos fuera de lugar. Uno dijo no entender como el chino trataba de cambiar de nacionalidad mientras nosotros estábamos almorzando, otro dijo: a mi, por lo menos, el tío este me parece más chino que Mao Tsé-tung, a lo que un tercero le corrigió la pronunciación: Mao Zedong, se dice Mao Zedong. Por último, otro de los presentes que hasta ahora había callado irrumpíó en un: chino y más encima caradura, nos ha estado pasando gatos por liebres por más de veinte años, haciéndose pasar por chino. Yo dije: la verdad es que nunca ha dicho ser chino, eso es algo que ... y ahí me interrumpieron o bien no me escucharon y tuve que sumarme con mi silencio a la opinión de la mayoría. El chino, mientras tanto, seguía refugiado en la cocina. El último comentario que llegó a mis oídos fué:

-¿ Es qué no piensa servir el café?

Entonces Eva Ringdalh se levantó y se fué a la cocina con la intención, supusimos todos, de ir a buscar al chino. A poco regresó ella sola portando la jarra con el café.

A la semana siguiente recuerdo que estábamos los mismos en el Siete Mares cuando Eva Ringdalh llegó, a la hora acostumbrada. Se veía bien, muy compuesta, y se instaló en la mesa de siempre. Saludó ligeramente con una sonrisa que reflejaba dignidad y también -quisiera imaginarme yo - cierto agradecimiento. El chino salió a tomar el pedido, sin mirar a nadie. No mostró complicidad, resentimiento, rencor, angustia, malicia o sentimiento alguno que jamás haya aparecido en un diccionario.

Como de costumbre ese jueves se comió bien y barato. De ahí en adelante nos hemos comportado todos como si la semana pasada nunca hubiera existido. Ahora queda esperar que pasen los años y que Eva Ringdalh cumpla los cincuenta.


Friday, July 18, 2008

UBU REY Y EL TEATRO DEL ABSURDO

"No sabemos crear de la nada, pero podríamos hacerlo desde el caos"

Alfred Harry (1873-1907) es el precursor del dadaísmo, del surrealismo y, esto es lo que me interesa recordar ahora, del Teatro del Absurdo. Entre el estreno de “Ubú Rey”, de Alfred Jarry, 10 de diciembre de 1896, y el de las primeras obras de Ionesco, Adamov, Beckett y Genet, transcurrieron cinco décadas, sin contar con que la obra de estos dramaturgos sólo pudieron consolidarse y ser aceptados por el público y la crítica en los años siguientes. Es correcto sostener, en consecuencia, que la historia del teatro del siglo XX, comienza con dicho estreno.
Para mostrar la originalidad de la obra de Jarry y su carácter precursor, bastará reproducir la primera escena del acto primero de “Ubú Rey”:
UBU REY, Acto I, escena I:

“Padre Ubú: ¡Mierdra!
Madre Ubú: ¡Oh! Muy bonito, Papá Ubú, sois un perfecto granuja.
Padre Ubú: ¡Mira que os mato a palos, Madre Ubú!
Madre Ubú: No es a mí, Padre Ubú, sino a otro al quién habría que asesinar…
Padre Ubú: Por mi candela verde, no comprendo.
Madre Ubú: Como Padre Ubú, ¿estáis contento con vuestra suerte?
Padre Ubú: Por mi candela verde, señora, por cierto que si, estoy recontento. No es para menos: capitán de dragones, oficial de confianza del rey Venceslao, condecorado con la orden del Águuila Roja de Polonia y ex rey de Aragón ¿qué más queréis?
Madre Ubú: ¡Cómo! ¿Luego de haber sido rey de Aragón os contentáis con llevar a los desfiles una cincuentena de rufianes armados de machetes, cuando podríais hacer que la corona de Polonia sucediera sobre vuestra cabeza a la de Aragón?
Padre Ubú: ¡Ah¡ Madre Ubú, no comprendo nada de lo qué dices!
Madre Ubú: ¡Eres tan tonto!
Padre Ubú: ¡Por mi candela verde, el rey Venceslao está todavía bien vivo. y aun admitiendo que muera ¿acaso no tiene legiones de hijos?
Madre Ubú: ¿Quién te impide asesinar a toda la familia y ponerte en su lugar?
Padre Ubú: ¡Ah¡ Madre Ubú, me injuriaís y vais apasar inmediatamente por la cacerola.
Madre Ubú: ¡Eh¡, pobre desgraciado, si yo pasara por la cacerola,¿quién te remendaría los fondillos?
Padre Ubú: ¡Bueno¡,¿y qué? ¿Acaso no tengo un culo como los demás?
Madre Ubú: Yo en tu lugar, desearía instalar ese culo sobre un trono. Podríais aumentar indefinidamente tus riquezas, comer butifarras muy a menudo y pasear en carroza por las calles.
Padre Ubú: Si yo fuera rey me encargaría una gran capellina como la que tenía en Aragón y que esos bribones de españoles me han robado impúdicamente.
Madre Ubú: Podrías también procurarte un paraguas y un gran gaban que te callera hasta los talones.
Padre Ubú: ¡Ah!, cedo a la tentación. Tunante de merdra; mierdra de tunantesi alguna vez llego a encontrarlo a solas, en un bosque, pasará un mal cuarto de hora.
Madre Ubú: ¡Ah¡, bravo, Padre Ubú, héte aquí hecho un verdadero hombre.
Padre Ubú: ¡Oh, no¡ ¡Yo, capitan de dragones asesinar al rey de Polonia¡ ¡Antes morir¡
Madre Ubú, aparte, ¡oh, mierdra¡ (En voz alta) Entonces, ¿seguirás siendo pobre como una rata, Padre Ubú?
Padre Ubú: Voto a bríos, por mi candela verde,prefiero ser pobre como una flaca y buena rata y no rico como un gato.
Madre Ubú: ¿y la capellada? ¿y el paraguas?¿y el gran gabán?
Padre Ubú: y bién ¿que, Madre Ubú? (se va dando un portazo)
Madre Ubú, sola: ¡Puah, mierdra, ha sido duro de pelar. Gracias a Dios y a mi misma, dentro de ocho días seré quizá reina de Polonia”(1).

“Ubú Rey” fue, en su origen, una farsa estudiantil para burlarse de un profesor de física. Antes de la representación de la obra, Jarry leyó “una presentación”, en la que advirtió al público: “Seréis libre de ver en el señor Ubú las múltiples alusiones que queráis, o un simple fantoche, la deformación por un alumno de uno de sus profesores, quien representa para él todo lo grotesco que hay en el mundo”. El personaje había evolucionado hasta entonces, en forma paralela a la del autor. El aporte de Jarry al nuevo teatro de los 50 tiene que ver con la puesta en escena, desde la escenografía a la iluminación, el vestuario, el maquillaje, las máscaras, las actitudes y gestos del actor, sus desplazamientos en el escenario y la narrativa escénica. Según Genevieve Serreau, “se trataba de estrangular, de una vez para siempre, lo verosímil en el teatro, negando la realidad del tiempo, mediante el uso sistemático de anacronismos, la realidad del espacio mediante una confusión, no menos sistemática, de lugares y, en último extremo, la realidad del hombre, reducido en escenas a siluetas con máscaras, de andares de autómata, voz monocorde y lenguaje rudimentario o chuscamente falseado” (2)
Falleció de meningitis a los 34 años, en 1907.

(1) Alfred Jarry: Ubú Rey, Ediciones Minotauro, Buenos Aires, 1957.
(2) Genevieve Serreau: Historia del “Nouveau Teathre, SigloXXI, México, 1967, pag. 15.

PRESENTACION DE UBU REY



Señoras, Señores:

Sería superfluo -además de lo ridículo que el autor hable de su propia pieza- que viniera aquí a preceder con algunas palabras la realización de Ubú Rey, cuando otros más paladinos ya se han dignado hablar del tema. De entre los cuales doy las gracias, y con ellos a todos los demás, a los señores Silvestre, Mendèz, Scholl. Lorrain y Bauër, si bien creo que su benevolencia ha visto el vientre de Ubú inflado por más símbolos satíricos de los que para esta noche hemos podido insuflarle.

El sweden borgiano doctor Misis ha comparado excelentemente las obras rudimentarias con las más perfectas y los seres embrionarios con los más completos, dado que a los primeros les faltan todo tipo de accidentes, de protuberancias y de cualidades, lo que les deja en forma esférica o casi --caso del óvulo y del señor Ubú-, y a los segundos se les agregan tantos detalles para hacerlos distintos, que alcanzan igualmente forma de esfera, en virtud del axioma según el cual el cuerpo más liso es el que presenta mayor número de rugosidades. Razón por la cual quedan ustedes en libertad de ver en el señor Ubú, bien las múltiples alusiones que les vengan en gana, o bien un simple fantoche, la deformación por un colegial de uno de sus profesores, que representaba para él todo lo grotesco que en el mundo exista.

Estos son aspectos de lo que ofrecerá hoy el Teatro de I” Euvre: para dos veladas, a los actores les ha placido hacerse impersonales y representar cubiertos con máscaras, a fin de dar lo más exactamente posible el hombre interior y el alma de las grandes marionetas que ustedes van a ver. Como la pieza se ha montado apresuradamente y sobre todo con buena voluntad. Ubú no ha tenido tiempo de procurarse su verdadera máscara.. por otra parte muy incómoda de llevar, e igualmente sus comparsas estarán tocados más bien con aproximaciones. Para ser del todo marionetas, era muy importante que dispusiéramos de música de feria, por lo que la orquestación estaba prevista para instrumentos de metal, batintines y trompas marinas, que nos ha faltado tiempo de reunir. Mas no guardemos demasiado rencor al Teatro de I” Euvre: sobre todo se trataba de algunos cortes. Cortes, he aceptado todos los solicitados por los actores -incluso los de varios pasajes indispensables para el sentido de la pieza y, del mismo modo, he respetado a petición suya escenas que hubiera preferido cortar. Pues, por más marionetas que quisiéramos ser, no podíamos suspender cada personaje de un hilo, lo cual, si no absurdo, hubiese resultado muy complicado para nosotros, ello sin contar con que no estábamos muy seguros de poder conservar el control del movimiento de multitudes, siendo así que en un verdadero guiñol, un manojo de cabrestantes y de hilos hubiera bastado para comandar un ejército entero.
Contemos con ver a notables personajes, como el señor Ubú y el Zar, forzados a caracolear el uno frente al otro sobre monturas de cartón -que hemos pasado la noche pintando- para representar lo escrito. De esto, los tres primeros actos por lo menos, y también las últimas escenas, serán encarnados como se concibieron.
Veremos, por lo demás, un decorado perfectamente exacto, pues del mismo modo que hay un procedimiento para situar una pieza en la Eternidad-a saber: hacer disparar, por ejemplo, tiros de revólver en el ario mil y tantos-, verán ustedes abrirse puertas en planicies de nieve bajo un cielo radiante, chimeneas adornadas con péndulos henderse para servir de puertas, y palmeras verdeando al pie de las camas para que puedan ramonearlas los elefantitos colocados en las estanterías.
En cuanto a nuestra orquesta, que falta, sólo se extrañará su intensidad y su timbre, ya que diversos pianos y timbales ejecutarán los temas de Ubú entre bastidores.
Y en cuanto a la acción, que va a comenzar, se desarrolla en Polonia, es decir, en Ninguna Parte".(1).
Alfred Jarry

(1) Alfred Jarry: Presentación de Ubú Rey, leida por su autor en el estreno de la obra, en el Teatro de la Oeuvre, Paris, el 10 de diciembre de 1896. Ubú Rey, Ediciones del Minotauro, Buenos Aires, 1957 y http://www.psikeba/. com. ar

Tuesday, July 08, 2008

RAYMOND CARVER: ESCRIBIR UN CUENTO

Raymond Carver (1938-1958) es uno de los escritores norteamericanos más populares del siglo XX. Incursionó en la poesía y en relato breve, adscrito al realismo sucio y minimalista. Entre sus obras se cuentan “¿Quieres hacer el favor de estarte quieto, por favor?” (1976), “De qué hablamos cuando hablamos de amor” (1981), “Catedral” (1983), “Desde donde llamo” (1988), “Tres rosas amarillas” (1988) y “Si me necesitas, llámame” (2001).

En esta ocasión publicamos “Escribir un cuento”, con el mismo propósito que lo hicimos antes con “Tesis sobre el cuento”, de Ricardo Piglia y “El arte de escribir cuentos”, de Roberto Bolaño, esto es, para sugerir al lector que se anime a escribir sus propios cuentos. Todos tenemos algo que contar.

ESCRIBIR UN CUENTO

Raymons Carver

Allá por la mitad de los sesenta empecé a notar los muchos problemas de concentración que me asaltaban ante las obras narrativas voluminosas. Durante un tiempo experimenté idéntica dificultad para leer tales obras como para escribirlas. Mi atención se despistaba; y decidí que no me hallaba en disposición de acometer la redacción de una novela. De todas formas, se trata de una historia angustiosa y hablar de ello puede resultar muy tedioso. Aunque no sea menos cierto que tuvo mucho que ver, todo esto, con mi dedicación a la poesía y a la narración corta. Verlo y soltarlo, sin pena alguna. Avanzar. Por ello perdí toda ambición, toda gran ambición, cuando andaba por los veintitantos años. Y creo que fue buena cosa que así me ocurriera. La ambición, y la buena suerte son algo magnífico para un escritor que desea hacerse como tal. Porque una ambición desmedida, acompañada del infortunio, puede matarlo. Hay que tener talento.
Son muchos los escritores que poseen un buen montón de talento; no conozco a escritor alguno que no lo tenga. Pero la única manera posible de contemplar las cosas, la única contemplación exacta, la única forma de expresar aquello que se ha visto, requiere algo más. El mundo según Garp es, por supuesto, el resultado de una visión maravillosa en consonancia con John Irving. También hay un mundo en consonancia con Flannery O’Connor, y otro con William Faulkner, y otro con Ernest Hemingway. Hay mundos en consonancia con Cheever, Updike, Singer, Stanley Elkin, Ann Beattie, Cynthia Ozick, Donald Barthelme, Mary Robinson, William Kitredge, Barry Hannah, Ursula K. LeGuin... Cualquier gran escritor, o simplemente buen escritor, elabora un mundo en consonancia con su propia especificidad.
Tal cosa es consustancial al estilo propio, aunque no se trate, únicamente, del estilo. Se trata, en suma, de la firma inimitable que pone en todas sus cosas el escritor. Este es su mundo y no otro. Esto es lo que diferencia a un escritor de otro. No se trata de talento. Hay mucho talento a nuestro alrededor. Pero un escritor que posea esa forma especial de contemplar las cosas, y que sepa dar una expresión artística a sus contemplaciones, tarda en encontrarse. Decía Isak Dinesen que ella escribía un poco todos los días, sin esperanza y sin desesperación. Algún día escribiré ese lema en una ficha de tres por cinco, que pegaré en la pared, detrás de mi escritorio... Entonces tendré al menos es ficha escrita. “El esmero es la UNICA convicción moral del escritor”. Lo dijo Ezra Pound. No lo es todo aunque signifique cualquier cosa; pero si para el escritor tiene importancia esa “única convicción moral”, deberá rastrearla sin desmayo.
Tengo clavada en mi pared una ficha de tres por cinco, en la que escribí un lema tomado de un relato de Chejov:... Y súbitamente todo empezó a aclarársele. Sentí que esas palabras contenían la maravilla de lo posible. Amo su claridad, su sencillez; amo la muy alta revelación que hay en ellas. Palabras que también tienen su misterio. Porque, ¿qué era lo que antes permanecía en la oscuridad? ¿Qué es lo que comienza a aclararse? ¿Qué está pasando? Bien podría ser la consecuencia de un súbito despertar,. Siento una gran sensación de alivio por haberme anticipado a ello.
Una vez escuché al escritor Geoffrey Wolff decir a un grupo de estudiantes: No a los juegos triviales. También eso pasó a una ficha de tres por cinco. Solo que con una leve corrección: No jugar. Odio los juegos. Al primer signo de juego o de truco en una narración, sea trivial o elaborado, cierro el libro. Los juegos literarios se han convertido últimamente en una pesada carga, que yo, sin embargo, puedo estibar fácilmente sólo con no prestarles la atención que reclaman. Pero también una escritura minuciosa, puntillosa, o plúmbea, pueden echarme a dormir. El escritor no necesita de juegos ni de trucos para hacer sentir cosas a sus lectores. Aún a riesgo de parecer trivial, el escritor debe evitar el bostezo, el espanto de sus lectores.
Hace unos meses, en el New York Times Books Review John Barth decía que, hace diez años, la gran mayoría de los estudiantes que participaban en sus seminarios de literatura estaban altamente interesados en la “innovación formal”, y eso, hasta no hace mucho, era objeto de atención. Se lamentaba Barth, en su artículo, porque en los ochenta han sido muchos los escritores entregados a la creación de novelas ligeras y hasta “pop”. Argüía que el experimentalismo debe hacerse siempre en los márgenes, en paralelo con las concepciones más libres. Por mi parte, debo confesar que me ataca un poco los nervios oír hablar de “innovaciones formales” en la narración. Muy a menudo, la “experimentación” no es más que un pretexto para la falta de imaginación, para la vacuidad absoluta. Muy a menudo no es más que una licencia que se toma el autor para alienar —y maltratar, incluso— a sus lectores. Esa escritura, con harta frecuencia, nos despoja de cualquier noticia acerca del mundo; se limita a describir una desierta tierra de nadie, en la que pululan lagartos sobre algunas dunas, pero en la que no hay gente; una tierra sin habitar por algún ser humano reconocible; un lugar que quizá solo resulte interesante par un puñado de especializadísimos científicos.
Sí puede haber, no obstante, una experimentación literaria original que llene de regocijo a los lectores. Pero esa manera de ver las cosas —Barthelme, por ejemplo— no puede ser imitada luego por otro escritor. Eso no sería trabajar. Sólo hay un Barthelme, y un escritor cualquiera que tratase de apropiarse de su peculiar sensibilidad, de su mise en scene, bajo el pretexto de la innovación, no llegará sino al caos, a la dispersión y, lo que es peor, a la decepción de sí mismo. La experimentación de veras será algo nuevo, como pedía Pound, y deberá dar con sus propios hallazgos. Aunque si el escritor se desprende de su sensibilidad no hará otra cosa que transmitirnos noticias de su mundo.
Tanto en la poesía como en la narración breve, es posible hablar de lugares comunes y de cosas usadas comúnmente con un lenguaje claro, y dotar a esos objetos —una silla, la cortina de una ventana, un tenedor, una piedra, un pendiente de mujer— con los atributos de lo inmenso, con un poder renovado. Es posible escribir un diálogo aparentemente inocuo que, sin embargo, provoque un escalofrío en la espina dorsal del lector, como bien lo demuestran las delicias debidas a Navokov. Esa es de entre los escritores, la clase que más me interesa. Odio, por el contrario, la escritura sucia o coyuntural que se disfraza con los hábitos de la experimentación o con la supuesta zafiedad que se atribuye a un supuesto realismo. En el maravilloso cuento de Isaak Babel, Guy de Maupassant, el narrador dice acerca de la escritura: Ningún hierro puede despedazar tan fuertemente el corazón como un punto puesto en el lugar que le corresponde. Eso también merece figurar en una ficha de tres por cinco.
En una ocasión decía Evan Connell que supo de la conclusión de uno de sus cuentos cuando se descubrió quitando las comas mientras leía lo escrito, y volviéndolas a poner después, en una nueva lectura, allá donde antes estuvieran. Me gusta ese procedimiento de trabajo, me merece un gran respeto tanto cuidado. Porque eso es lo que hacemos, a fin de cuentas. Hacemos palabra y deben ser palabras escogidas, puntuadas en donde corresponda, para que puedan significar lo que en verdad pretenden. Si las palabras están en fuerte maridaje con las emociones del escritor, o si son imprecisas e inútiles para la expresión de cualquier razonamiento —si las palabras resultan oscuras, enrevesadas— los ojos del lector deberán volver sobre ellas y nada habremos ganado. El propio sentido de lo artístico que tenga el autor no debe ser comprometido por nosotros. Henry James llamó “especificación endeble” a este tipo de desafortunada escritura. Tengo amigos que me cuentan que debe acelerar la conclusión de uno de sus libros porque necesitan el dinero o porque sus editores, o sus esposas, les apremian a ello. “Lo haría mejor si tuviera más tiempo”, dicen. No sé qué decir cuando un amigo novelista me suelta algo parecido. Ese no es mi problema. Pero si el escritor no elabora su obra de acuerdo con sus posibilidades y deseos, ¿por qué ocurre tal cosa? Pues en definitiva sólo podemos llevarnos a la tumba la satisfacción de haber hecho lo mejor, de haber elaborado una obra que nos deje contentos. Me gustaría decir a mis amigos escritores cuál es la mejor manera de llegar a la cumbre. No debería ser tan difícil, y debe ser tanto o más honesto que encontrar un lugar querido para vivir. Un punto desde el que desarrollar tus habilidades, tus talentos, sin justificaciones ni excusas. Sin lamentaciones, sin necesidad de explicarse.
En un ensayo titulado Writing Short Stories, Flannery O’Connor habla de la escritura como de un acto de descubrimiento. Dice O’Connor que ella, muy a menudo, no sabe a dónde va cuando se sienta a escribir una historia, un cuento... Dice que se ve asaltada por la duda de que los escritores sepan realmente a dónde van cuando inician la redacción de un texto. Habla ella de la “piadosa gente del pueblo”, para poner un ejemplo de cómo jamás sabe cuál será la conclusión de un cuento hasta que está próxima al final: cuando comencé a escribir el cuento no sabía que Ph.D. acabaría con una pierna de madera. Una buena mañana me descubrí a mí misma haciendo la descripción de dos mujeres de las que sabía algo, y cuando acabé vi que le había dado a una de ellas una hija con una pierna de madera. Recordé al marino bíblico, pero no sabía qué hacer con él. No sabía que robaba una pierna de madera diez o doce líneas antes de que lo hiciera, pero en cuanto me topé con eso supe que era lo que tenía que pasar, que era inevitable.

Cuando leí esto hace unos cuantos años, me chocó el que alguien pudiera escribir de esa manera. Me pereció descorazonador, acaso un secreto, y creí que jamás sería capaz de hacer algo semejante. Aunque algo me decía que aquel era el camino ineludible para llegar al cuento. Me recuerdo leyendo una y otra vez el ejemplo de O’Connor. Al fin tomé asiento y me puse a escribir una historia muy bonita, de la que su primera frase me dio la pauta a seguir. Durante días y más días, sin embargo, pensé mucho en esa frase: Él pasaba la aspiradora cuando sonó el teléfono. Sabía que la historia se encontraba allí, que de esas palabras brotaba su esencia. Sentí hasta los huesos que a partir de ese comienzo podría crecer, hacerse el cuento, si le dedicaba el tiempo necesario. Y encontré ese tiempo un buen día, a razón de doce o quince horas de trabajo. Después de la primera frase, de esa primera frase escrita una buena mañana, brotaron otras frases complementarias para complementarla. Puedo decir que escribí el relato como si escribiera un poema: una línea; y otra debajo; y otra más. Maravillosamente pronto vi la historia y supe que era mía, la única por la que había esperado ponerme a escribir. Me gusta hacerlo así cuando siento que una nueva historia me amenaza. Y siento que de esa propia amenaza puede surgir el texto. En ella se contiene la tensión, el sentimiento de que algo va a ocurrir, la certeza de que las cosas están como dormidas y prestas a despertar; e incluso la sensación de que no puede surgir de ello una historia. Pues esa tensión es parte fundamental de la historia, en tanto que las palabras convenientemente unidas pueden irla desvelando, cobrando forma ene l cuento. Y también son importantes las cosas que dejamos fuera, pues aún desechándolas siguen implícitas en la narración, en ese espacio bruñido (y a veces fragmentario e inestable) que es sustrato de todas las cosas. La definición que da V.S. Pritcher del cuento como “algo vislumbrado con el rabillo del ojo”, otorga a la mirada furtiva categoría de integrante del cuento. Primero es la mirada. Luego esa mirada ilumina un instante susceptible de ser narrado. Y de ahí se derivan las consecuencias y significados. Por ello deberá el cuentista sopesar detenidamente cada una de sus miradas y valores en su propio poder descriptivo. Así podrá aplicar su inteligencia, y su lenguaje literario (su talento), al propio sentido de la proporción, de la medida de las cosas: cómo son y cómo las ve el escritor; de qué manera diferente a las de los más las contempla. Ello precisa de un lenguaje claro y concreto; de un lenguaje para la descripción viva y en detalle que arroje la luz más necesaria al cuento que ofrecemos al lector. Esos detalles requieren, para concretarse y alcanzar un significado, un lenguaje preciso, el más preciso que pueda hallarse. Las palabras serán todo lo precisas que necesite un tono más llano, pues así podrán contener algo. Lo cual significa que, usadas correctamente, pueden hacer sonar todas las notas, manifestar todos los registros.

Thursday, July 03, 2008

SACAR A 100 TODO EN 1000


El altavoz informó que permaneceremos detenidos, brevemente, a la entrada de la estación. Entonces comenzaron a sonar los celulares. Los pasajeros no pudimos apagarlos y escaparon de nuestras manos como torpes pájaros para estrellarse contra paredes, ventanas y techo, mientras seguían sonando, ahora, en infernal coro metálico. El tren reanudó la marcha y abrió sus puertas en la estación. Los pasajeros bajamos despavoridos, mientras nuestros celulares nos golpeaban espaldas y nucas o impedían el ingreso de incautos con golpes en frentes o pechos. Un niño continuó el viaje. Capturó, feliz, uno a uno los rebeldes. Se entregaron, resignados, sin luchar.

Solo faltaba despedirnos. “¿Puedo preguntarte si eres el esposo de Regina Mujíca?” La pregunta me tomó por sorpresa, pero, “sí, así es”, admití. Aliviada, temía estar confundida, insistió “y, ¿cómo está?” Incómodo, respondí “no lo se, hace un año se fue con otro hombre”. Su sonrisa desapareció, su semblante se ensombreció. En un segundo lo adiviné, también ella abandonará a su marido, por eso me arrendó el departamento. (“Ahora todo ha concluido. Ahí dejo las llaves. (…) Mañana, después de mi marcha, vendrá Cristina a guardar en un baúl cuanto traje al venir aquí, pues deseo que se me envíe)”.

Solo faltaba despedirnos pero abrimos un paréntesis que tuvimos que cerrar conversando, y nos fuimos al bar. (“Desde que te perdí/ la vida me sonríe sin cesar,/tengo trabajo y mucha estabilidad/ hasta he trepado en la escala social”) “La conocí en el colegio. Era alegre y divertida. Recuerdo el primer día de clases; la profesora pasó lista ¡Mujíca Mujíca Regina! Ella contestó ¡Regina Mujica Mujica presente! El curso estalló en carcajadas. Nos hizo reír cuatro años”. Al oírla hablar de Regina no siento nada, sólo indeferencia. “A mi me hizo reír dos años, ahora es otro el que ríe”.

Era su turno. Mientras la escuchaba imaginaba formas de prolongar este instante. Cuando concluyó su relato, ya estaba de su lado, incondicionalmente. ¿Te has preguntado alguna vez cómo el destino intervino tu vida? Un grupo de mujeres ingresó ruidosamente al recinto: Alguien tropezó con la silla de Carla, que cayó literalmente en mis brazos. Una risa dominaba el ambiente y la reconocimos en seguida. Entonces nos vio. Hicimos lo correcto, la ignoramos. Al salir escuchamos su risa pero ya no éramos los mismos. (“Como fue,/ no se decirte como fue,/ no se explicarme que paso/ ero de ti me enamore”).

En medio de la noche esperamos un taxi. Ha caído una densa neblina, la visibilidad es mínima. Mi esposa atraviesa la calle y se pone bajo un farol. De la nada emergen dos sujetos que, al verla, se abalanzan sobre ella para agredirla. Advierto la maniobra, le grito y corro a su lado para defenderla. Cuando están a punto de alcanzarla, mi esposa desaparece. Quedamos perplejos. Los individuos se vuelven en mi contra. Hago un esfuerzo supremo y desaparezco a mi vez. A mi lado, mi esposa ha vuelto a dormirse. Sonrío aliviado y pienso que esto debe ser contado.

Mi esposa se despierta agitada, mira la hora y me acusa de llegar a las tres de la madrugada riéndome a carcajadas. La miro estupefacto. Primero, no acabo de llegar, comimos y vimos noticias juntos y después me quede viendo el partido con Paraguay. Tampoco es efectivo que se haya despertado con mi risa, no tengo motivos para reírme a carcajadas “ésta” noche, más bien, querría olvidarla. “¿De que hablas? ¿Estás soñando?” Entonces enciende su lámpara de velador, me mira y me pide le explique porque estoy vestido, con corbata. No entiendo nada. No me queda sino volverme a acostar.

Fuertes golpes en la puerta de la casa nos despiertan de nuevo. Mi esposa se levanta sobresaltada y va hacia la ventana. “Abajo hay dos policías y dos tipos”. Les pregunta que quieren. “Dicen que un hombre les quitó sus billeteras y entró aquí”. “Están locos, digo, bajaré a verlos”. Enciendo la luz del dormitorio. Mi esposa me detiene asustada: “En tu velador hay dos billeteras. No son tuyas”. “No se como llegaron ahí. ¿Y ahora que hacemos?” “Tíraselas por la ventana”. Obedece y se vuelve sorprendida. “No hay nadie abajo. ¿Estaremos locos? “No, digo, la culpa es de Bielsa.”

“Estamos sentados, a la mesa de un bar de plaza Italia, a la salida del Metro. Nos miremos fijamente, permanecemos en silencio. Hemos tenido, diría, un malentendido. “Estás linda”, pienso o quizás digo en voz baja. Entonces, en los ojos de Montserrat, reflejado, veo al hombre que ve cuando me mira. “Me voy”, dice, presa de una ira que no comprendo. Se levanta, sale, siento un estallido, desaparecen Montse, el bar, la plaza Italia, la ciudad. Solo resta esta silla que sujeta mi esqueleto, esta mesa, en la que apoyo mis codos y este vaso de licor, su sabor amargo”

Hoy sucedió algo raro en el Bier. Llegaron dos clientes habituales. (Otro, desconocido, estaba junto a ventana). El pidió un trago, ella una bebida. Estaban tensos. De pronto ella se levantó, le arrojó el vaso al tipo de la ventana y salió. Don Ramiro estaba ido. El desconocido se limpió la cara y rehusó mi ayuda. Confundido, le expliqué a don Ramiro lo sucedido. Quiso pedir disculpas al desconocido, pero éste, se levantó como pudo, extendió sus brazos, para evitar que se acercara y le dijo: “No hay problemas abuelo”. Entonces don Ramiro lo sentó de un puñetazo. ¿Raro, no?

Vaya tarde de mierda. Yo estaba en el Bier-Hall, sentado al lado de la ventana que mira a la Plaza. Sabía que Montserrat se iba a juntar allí con su amante, porque ella misma me lo contó. Había jurado que le iba a dar calabazas. Ella dijo en la oficina que hace tiempo quiere terminar con él, pero que no puede, porque la cohíbe. Le dije, entonces, que hoy la iba estar esperando en el Bar, para darle ánimo. ¿Y qué gané con eso?, un vaso por la cabeza y un combo en la guata. ¡Carlos, no te rías, estúpido!

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