Sunday, February 07, 2010

LA CASA DE ASTERION

Pablo Picasso: Minotauro

PRESENTACION:

“La casa de Asterión”, del escritor Jorge Luis Borges es uno de los mejores cuentos que he leído. Antes de incluirlo en esta serie lo pensé dos veces. La idea de esta sección es la novedad de los textos y este cuento es muy conocido. Me decidí a publicarlo, porque quise ilustrarlo con uno de los “Minotauro” de Pablo Picasso. En el post “Teseo y yo”, mayo 2006, hice un recuento de los autores que se ocuparon de la leyenda del Minotauro, desde Plutarco a Nikos Kazantzakis, Mary Renault y, por supuesto, a este magnífico cuento de Jorge Luis Borges.

JORGE LUIS BORGES:
LA CASA DE ASTERION



Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropia, y tal vez de locura. Tales acusaciones (que yo castigaré a su debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito) están abiertas día y noche a los hombres, también a los animales. Que entre el que quiera. No hallará pompas mujeriles aquí ni el bizarro aparato de los palacios, pero sí la quietud y la soledad. Asimismo hallará una casa como no hay otra en la fáz de la Tierra. (Mienten los que declaran que en Egipto hay una parecida.) Hasta mis detractores admiten que no hay un solo mueble en la casa. Otra especie ridícula es que yo, Asterión, soy un prisionero. ¿Repetiré que no hay una puerta cerrada, añadiré que no hay una cerradura? Por lo demás, algún atardecer he pisado la calle; si antes de la noche volví, lo hice por el temor que me infundieron las caras de la plebe, caras descoloridas y aplanadas, como la mano abierta. Ya se había puesto el Sol, pero el desvalido llanto de un niño y las toscas plegarias de la grey dijeron que me habían reconocido. La gente ora­ba, huía, se prosternaba; unos se encaramaban al estilóbato del templo de las Hachas, otros juntaban piedras. Alguno, creo, se ocultó bajo el mar. No en vano fue una reina mi madre; no puedo confundirme con el vulgo, aunque mi mo­destia lo quiera.

El hecho es que soy único. No me interesa lo que un hombre pueda trasmitir a otros hombres; como el filósofo, pienso que nada es comunicable por el arte de la escritura. Las enojosas y triviales minucias no tienen cabida en mi es­píritu, que está capacitado para lo grande; jamás he reteni­do la diferencia entre una letra y otra. Cierta impaciencia generosa no ha consentido que yo aprendiera a leer. A veces lo deploro, porque las noches y los días son largos.
Claro que no me faltan distracciones. Semejante al car­nero que va a embestir, corro por las galerías de piedra has­ta rodar al suelo, mareado. Me agazapo a la sombra de un aljibe o a la vuelta de un corredor y juego a que me buscan. Hay azoteas desde las que me dejo caer, hasta ensangrentarme. A cualquier hora puedo jugar a estar dormido, con los ojos cerrados y la respiración poderosa. (A veces me duermo realmente, a veces ha cambiado el color del día cuando he abierto los ojos.) Pero de tantos juegos el que prefiero es el de otro Asterión. Finjo que viene a visitarme y que yo le muestro la casa. Con grandes reverencias le digo: “Ahora volvemos a la encrucijada anterior” o “Ahora desem­bocamos en otro patio” o “Bien decía yo que te gustaba la ca­naleta” o “Ahora verás una cisterna que se llenó de arena” o “Ya verás como el sótano se bifurca. A veces me equivoco y nos reímos buenamente los dos.

No sólo he imaginado esos juegos; también he meditado sobre la casa. Todas las partes de la casa están muchas veces, cualquier lugar es otro lugar. No hay un aljibe, un patio, un abrevadero, son catorce (son infinitos) los pesebres, abrevaderos, patios, aljibes. La casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo. Sin embargo, a fuerza de fatigar patios con un aljibe y polvorientas galerías de piedra gris he alcanzado la calle y he visto el templo de las Hachas y el mar. Eso no lo entendí hasta que una visión de la noche me reveló que también son catorce (son infinitos) los mares y los templos. Todo está muchas veces, catorce veces, pero dos cosas hay en el mundo que parecen estar una sola vez: arriba, el intrincado Sol; abajo, Asterión. Quizá yo he creado las estrellas y el Sol y la enorme casa, pero ya no me acuerdo.

Cada nueve años entran en la casa nueve hombres para que yo los libere de todo mal. Oigo sus pasos o su voz en el fondo de las galerias de piedra y corro alegremente a buscarlos. La ceremonia dura pocos minutos. Unos tras otros caen sin que yo ensangriente las manos. Donde cayeron, quedan, y los cadáveres ayudan a distinguir una galería de las otras. Ignoro quiénes son, pero sé que uno de ellos profetizó, en la hora de su muerte, que alguna vez llegaría mi redentor. Desde entonces no me duele la soledad, porque sé que vive mi redentor y al fin se levantará sobre el polvo. Si mi oido alcanzara todos los rumores del mundo, yo percibiría sus pasos. Ojalá me lleve a un lugar con menos galerías y menos puertas. ¿Cómo será mi redentor?, me pregunto. ¿Será un toro o un hombre?¿Será tal vez un toro con cara de hombre? ¿O será como yo?.

El Sol de la mañana reverberó en la espada de bronce. Ya no quedaba ni un vestigio de sangre.

¿Lo creerás Ariadna? –dijo Teseo- El minotauro apenas se defendió.

2 Comments:

Blogger esteban lob said...

"Cómo será mi redentor...será un toro o un hombre?".

Creo que un hombre, llamado Jorge, que ha resucitado en su blog los escritos del controvertido pero genial argentino.

Saludos.

8:04 AM  
Anonymous Oscar B. said...

Uno de los cuentos más hermosos que dejó Borges. Cierto, es muy conocido pero no faltarán ávidos lectores que quieran leerlo otra vez.

Saludos

Oscar

9:36 AM  

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