Saturday, November 13, 2010

EL DILUVIO

1
La intensa lluvia que cae sobre Santiago esta noche despierta a Fernando, que se queda largo rato escuchándola. A su lado, Chica, su esposa, duerme con una respiración regular y tranquila. Fernando se levanta sin hacer ruido, para no despertarla, pero cuando regresa del baño no puede evitar estornudar, una, dos, tres veces. Chica se despierta y pregunta:
-¿Que? ¿Te has resfriado otra vez?
-No, miente Fernando, es la lluvia la que nos ha despertado.
Solo entonces Chica siente caer la lluvia y en seguida toma una decisión, busca su celular bajo su almohada, en el velador, luego se levanta y va al velador de Fernando, donde está el teléfono fijo, y digita un número.
2
Maruja ocupa el primer asiento, del segundo piso, de un bus que se dirige al sur, por la Carretera Panamericana. Ha descorrido la cortina para ver el camino. Los demás pasajeros duermen. La carretera está muy iluminada, pero Maruja no pueede reconocer la ciudad que el bus cruza ahora. De pronto divisa un animal que ha entrado al camino, es una vaca. El bus no disminuye su velocidad, la va a atropellar, Maruja grita:
-!Cuidado! !Pare! !Para idiota!
En este momento suena su celular, es doña Chica.
-¿Estabas durmiendo, verdad?
-No importa, señora Chica, acaba de salvarle la vida a una vaca.
-Maruja, necesito que veas si el dormitorio de mi mamá se esta llovoendo. Pudo agregar: "esta es la primera lluvia después de que hice cambiar el tejado", pero no es nevesario; Maruja lo sabe. Maruja se levanta y va a la pieza contigua, donde duerme Tita y dice
-No, señora Chica, no hay goteras, todo está normal.
-Gracias, Maruja. Buenas noches.
3
Maruja vuelve a su dormitorio, pero no alcanza a acostarse. Tita la llama.
-Dime Maruja, ¿estás hablando sola?
-No Tita, estaba hablando con la señora Chica, quería saber si su pieza se estaba lloviendo.
-Bah, que raro...
- Ni tanto Tita, esta noche cae un diluvio sobre Santiago.
-¿Un diluvio? !Ave María Purísima!
-Tita ahora tiene que dormirse, son las tres y mediade la mañana. Bienas noches.
4
Pero Tita no quiere dormir, trata de recordar cuando fue el Diluvio, luego,vencida, enciende la lámpara de su velador, se pone sus anteojos y toma su Biblia. No recordaba que fuera tan pesada ni que tuviera tantas páginas. Además, con los años, se le han achicado las letras. Piensa que podría pasar el resto de su vida buscando el Diluvio en la Biblia, sin encontrar la historia de Noé.
5
Nunca sabresmos porqué, pero el teléfono celular de Chica está debajo de la almohada de Fernando. Se entera cuando el aparato comienza a vibrar con un sonido ronco, ahora a parejas con su corazón, que brinca en su pecho. Fernando lo atrapa con un manorazo. EsTita.
-!Hola! ¿Eres tu? Necesito hacerle una pregunta a Chica, pásale el teléfono.
- Pero Tita, Chica está durmiendo, contesta Fernando con un susurro, para no despertar a su esposa, por segunda vez.
-!Que duerna después! !Tiene toda la noche para dormir! Fernando no tiene alternativas:
-Despierta Chica, tu mamá necesita hacerte una pregunta.
6
Chica toma el celular y dice:
-Mamá, son las cuatro de la mañana, ¿qué quieres oreguntarme?
-Dime Chica, ese que me contestó el teléfono, ¿es tu marodo?
-Por su puesto mamá, ¿con quién crees que estoy durmiendo?
-¡Ah. no se! Con esto de las teleseries no confio en las cuarentonas...
-¿Y esta es la pregunta que necesitabas hacerme con tanta urgencia?
No Chica, espera un poco, bueno, era algo importante. pero la he olvidado. Me pones nerviosa con tu mmal genio.
Chica aprovecha el olvido de su madre paraponer término a la conversación.
7
Tita esta enojada, le preocupa su mala memoria. Resignada, apaga la luz y estira sábanas y frazadas. La Biblia cae al suelo y la lluvia arrecia.
8
Esta vez Chica no alcanza a dormirse. Cuando su teléfono vibra, ya sabe que es Tita. La urge:
-¿Cuál es tu pregunta, mamá?
-Dime Chica, ¿te acuerdas cuando fue el Diluvio?
- No mamá, no me acuerdo.
-Estaba segura que te acordarías, tienes mejor memoria que yo. Bueno, buenas noches.
9
Maruja sueña, el bus en que viaja al sur esta detenido, porque unas vacas se han tomado la carretera en protesta por algo que no comprende. . Tita duerme feliz porque pudo recordar algo que había olvidado, aunque esto no es cierto, lo que quiso preguntar a su hija era en que parte de kla Biblia está el pasaje del Diluvio Universal. Fernando duerme plácidamente; Chica lo adivina, sueña consu niñez en Valdivia, con la lluvia y el rio y cuando la vio, porprimera vez, junto al puerto. Solo ella está desvelada, pero mp está molesta, su mamá ha sugerido que podría estar acostada con otro hombre y eso la divierte.
-¿Y si lo despierto y se lo cuentotodo?

Sunday, October 24, 2010

CARACOL


UN CUENTO DE JORGE BRAVO DE LA CARRERA
Caracol.

Esa mano la sostuvo con toda la fuerza del mundo y le dijo – esta mano te sostiene con toda la fuerza del mundo, para que confíes en mi, para que sepas que este brazo es capaz de sostener todo el universo. –Ycontinuó -y con esta otra te acaricio muy suavemente, se mueve tan libremente por tu cuerpo que ni siquiera yo puedo controlarla. Derrite, a su paso, cada porción de tu cuerpo, tus piernas se vuelven de papel y de entre ellas surge con fuerza algo que no puedo definir. Precisamente eso es lo que hizo. Su mano izquierda recorrió su piel centímetro a centímetro, pestaña a pestaña descubrió la forma de sus ojos, uña por uña entendió los pliegues de su cuerpo. Y le dijo –te recorro pestaña a pestaña, hasta descubrir la forma de tus ojos, recorro tus uñas hasta entender la forma de tus dedos.

Su cabeza entonces, la de ella, no fue capaz de mantener esa posición de cuello ligeramente extendida hacia atrás, si Turulio hubiese estado frente a ella hubiese podido ver que incluso se le dibujaba un poco una corriente interna de sangre. Pero su cabeza entonces, la de ella, no fue capaz de mantener esa posición y cedió a la tentación del hombro que la llamaba desde hace un rato como una especie de figura antropomórfica mezcla de ángel y bestia… cediendo, simplemente cediendo… poco a poco, sin prejuicios platónicos, sin bien, sin mal.

Tras la caída de la cabeza el cuello quedó completamente al descubierto, ofreciendo generosamente su perfume a sus labios, los de él, lo besó con disimulado entusiasmo, como un niño al que entra en su mundo de lo posible un tibio choclo cocido con sal y mantequilla, que chorrea entre sus labios como el perfume, el de ella_____ no lo dijo, esto no lo dijo, fueron varios los detalles que no quiso confesar, esas omisiones eran el ropaje que vestía su brazo fuerte.

-Ya se donde te conocí, dijo ella repentinamente, ese lugar, la cabaña abandonada, la lámpara de parafina de vidrio rojo… -, su expresión era alegre pero opaca, como la alegría de descubrir un tesoro con un dejo amargo, como algo que no quedó resuelto del todo y ya no es relevante, aunque en este caso para ellos si lo era. –No es preciso que lo digas, interrumpió Turulio, siempre lo supe, a decir verdad. Ella lo miró de golpe, como si estuviese enojada, aunque no lo estaba, esas pequeñas arrugas en su frente le hacía parecer así y en la vida de Turulia muchas veces le jugó malas pasadas. -Siempre lo supe a decir verdad- continuo hablando el individuo -pero no me apetecía recordártelo, me gustaba darte pequeñas pistas cada día, verte conocerme nuevamente, ser otro para ti, por lo demás, ya poco importa esos que fuimos, mi amigo Julio me contó algo que le contó su hermano Roberto, que es biólogo, y se lo contó su profesor, lo que me contó Julio fue que después de siete años todas las células del cuerpo han sido reemplazadas, ¡te imaginas lo que es eso!, significa Turulia que la mujer que yo conocí ya no existe, tu cerebro, tus nervios, tus pulmónes, han sido reemplazados completamente por otros, somos otros, dos extraños completos. Pero lo que me jode realmente. … … … … … … … … … … … … … … …… … … . .es que tus células ……………. ¡se parecen tanto a las antiguas!

Cuando dijo “tanto” alargó sutilmente la “n” y casi se comió la “a”, “Tannnnnnnnto” y saboreó todas las restantes letras.

Turulia le había escuchado con calma, salvo los pequeños gestos que a ratos desconcertaban a Turulio, no dijo nada, tal vez miró hacia fuera cuando se sintió ligeramente ofendida con parte del discurso. Ella no recordaba, pero recordó. Recordó por ejemplo como le gustaba la forma en que brotaban las palabras desde la boca de Turulio, como le daba sentido a cada palabra, cuando él decía “suave” su corazón flotaba, cuando decía “desastre” la tierra temblaba. Como si por su puro sonido pudiese ser comprendido el mensaje por algún extranjero que nunca hubiese escuchado ese idioma. Y se lo dijo –me gusta como saboreas las palabras, cuando dices “libertad” los candados se derriten, cuando dices “río” parte de mi se va cerro abajo. (¡Imitas bien a tu antiguo Turulio, maldito!n pensó, pero no lo dijo). Me gusta como creas universos con las palabras, esa maldita frase de los montañistas de “hacer el cerro no-se-cuanto” cobra sentido con las letras o geisers de letras que asoman o escupe tu boca, la piel, los huesos, solo existen cuando tu los nombras, “mon amour, mon ami”, me estremeces y me irritas, me haces pensar que el costo de mi libertad es que también tu seas libre. Mas, recuerdo también que tus palabras son armas de doble filo, es lo malo de la poesía, solías decir, hombrecito, tarde o temprano lo destruirás todo, bastará con una terrible esdrújula o una desubicada consonante, y todo cambiará. El helado será solo un líquido pegajoso, se acabará la suela de los zapatos y comenzarán a surgir heridas. Debo partir, tú lo sabes, será mejor que lo haga de inmediato.

Turulio esbozó una sonrisa, no emitió ningún ruido al hacerlo, aunque si al tragar un poco de saliva esperó un instante, no porque no supiera que decir, solo esperó, un momento, eterno, enervante, Solo fue un par de segundos en que el la estudió, descubrió nuevamente un rincón de su ojo derecho donde le hubiese gustado dormir una siesta tibia, y luego dijo, volviendo a sonreír sutilmente, - Si te quisiera prisionera ni siquiera cuestionarías huir, - sacó toda la voz, casi gritando:- Te dejo la puerta abierta. – y perversamente agregó –dejo en ti la decisión de estar aquí, te he mostrado lo bello y aunque tus células son otras, saben, quizás de oídas, del resto de mi. Se que tarde o temprano irás por esa puerta y no te detendré, pero esta noche (pausa) te quedas conmigo.


-Tu cuento es sumamente cliché y absurdo, Claudio, -que el nombre de ellos sea Turulio y Turulia torna imposible que no se hubiesen recordado mutuamente en algún momento, aun cuando hayan pasado más de siete años– hizo un gesto de hastío, como esa cara de permanente asco que tienen los cuicos de Santiago- lo que desagradó profundamente a Claudio quien además se sintió ofendido, -eres demasiado cuadrada Claudia, las cosas no siempre son racionales, míranos a nosotros, dos personas que no tienen nada que ver entre si viviendo juntas. cara de chatos tenían los dos, habían vivido en la casa azul durante al menos dos años, no tienen hijos, no están casados, y después de un tiempo ni siquiera se soportan. Claudio dijo –me tenis chato, nada te parece bien, ni lo bueno ni lo malo, ninguna puta cosa que te cuento o hago, tienes la misma sensibilidad que una mesa, eres ignorante y soberbia- cuando dijo estos dos últimos calificativos supo que había metido la pata y en efecto se desataron numerosas acusaciones mutuas y salieron a la luz cosas sin sentido alguno que hicieron parecer en el contexto como ofensas terribles.

Como siempre el asunto se resolvió de la siguiente manera, después de discutir hasta el hastío Claudia dejó de hablar un momento, se fue a otra habitación, movía la pera de un lado a otro, bajó la cabeza inclinando la mirada hacia su pie derecho, tomo aire semiprofundamente y lo soltó de golpe mientras se devolvía a la habitación de ambos. –Ya no discutamos más así, no tiene sentido, solo nos hacemos daño porque si!– ella a pesar de haber dicho algo tan evidente parece una vez más iluminar el rostro de Claudio. – tienes razón Chinita, no debemos hacernos nunca más esto. – volvieron a hacerlo desde luego, una y otra vez. Era de noche, bastante noche ya, y Claudia debía ir temprano a la universidad, se durmieron abrazados, hacía frío, como todas esas últimas noches.

Llegó un poco tarde a clases, entró disimulando y debió tomar los asientos de atrás, esos que le molestaban ya que consideraba mucho más difícil mantener la atención, atrás reinaba el sueño y por supuesto durmió.

Despertó de golpe, despertó disimulando, cogiendo rapidito el lápiz, abriendo el cuaderno no-se-donde, esta clase en particular era bastante facilitadora del sueño, quiso despertar movió su asiento hacia adelante para sentarse más derecha, tomo aire llenando los pulmones, pestañeo algunas veces y miro a su compañera mas yunta a la cual llamaba Fau, diminutivo de su nombre Faustina Andrea. Fau sonrió al verla despertar, le hizo un gesto para indicarle que tenía marcado un lápiz en la cara, Claudia revisó su rostro en el espejo y se rió también.

El profesor Fernández al ver algo de alboroto al final de la sala pregunta algo a Claudia y esta avergonzada debió reconocer que no prestaba atención. Es un buen tipo y sabe mucho del comportamiento del hombre, pero sus clases son muy fomes últimamente, pensó, por suerte el correr de la clase se tornó más dinámica en la segunda parte donde debieron debatir en grupos pequeños lo presentado en la primera etapa de la clase.

Mientras los alumnos desarrollaban el debate vio asomado en la mochila entreabierta su notebook lo tomó, al abrirlo se encendió automáticamente y automáticamente también se dirigió al sitio de gmail y pensó distraído más o menos en lo siguiente:

No se bien que esperaba pero volví a abrir el mail que me envió, leía cada línea, como tratando de descubrir si había algo escondido, algún mensaje en clave que solo yo pudiese entender, puesto ahí como una pequeña trampa, como el juego de encantar al otro escondiendo pequeñas cosas y mostrando otras.

De pronto la calle se me acercó, no pude evitarlo, la ciudad en llamas de luz en cada poste se dibujaba en mi mente como líneas, como cuando fotografías con lenta exposición. Recordaba cada palabra, no es que fuese un correo tan largo solo un par de líneas, unía mis zapatos al suelo una y otra vez mientras meditaba el sentido de sus palabras, imaginándola riendo dulcemente, como tramando algo, sabiendo que siempre existía la posibilidad de que nada ocurriese, que fuese simplemente una respuesta rápida, mail de respuesta por compromiso, un par de líneas simples que no impliquen nada más y listo, pero no quería aceptar esta posibilidad como alternativa.

- A qué te dedicas? - Preguntó la primera vez. Sin embargo su tono fue distinto, no como alguien comenta del clima, del precio de las cosas o de lo tarde que oscurece por estos días. Aquí está quizás la trampa de su ser, desde la vez primera, desde el suave preguntar algo cotidiano, demasiado común para alguien interesante, transformando la varita de madera en delicioso chocolate.

Es por esto quizás que un simple correo con un par de leseras despierte tanto interés, extrañaba sus ojos llenos de preguntas, y deseaba que la varita se transformara nuevamente.

- Soy mago, le dije, pero por favor no lo comentes por el mundo, - Si eres mago por favor haz que este maldito teléfono vuelva a funcionar! - su teléfono había dejado de encender hace un par de días. Lo tomé, le hice unos chamullos, y el aparato prendió al instante. Era la primera vez que hacía una magia. Pero por orgullo no celebré como un loco ni canté vivas y urras. Simplemente se lo di en silencio y cambié el tema de la conversación antes de que me pidiera hacer aparecer un elefante blanco o quizás que locura.

Mujer con labios de agua o manteca quizás, solo recordaba algo semejante a sus labios cuando vi la nieve por primera vez, era un niño, en aquel entonces la ciudad de Santiago no solía arrastrarse bajo mis pies como ahora, era un mundo pequeño, recuerdo esa vez en que llovía torrencialmente, casi tan fuerte como el día en que nació mi hija, esa lluvia se transformó en piedras y las piedras en plumas. La manilla de la puerta estaba tibia, bronce más grande que mi mano calentado con parafina durante toda una tarde, nuestra casa tenía una reja muy pequeña, no más de un metro y veinte de altura, como si en esa casa no quisiéramos que entraran animales pequeños, niños o enanos, ya que a cualquier otro ser le bastaba con levantar un pié y estar adentro. Sin embargo no era un tema relevante. En casa solíamos entrar por la ventana y raramente había que tomar la manilla de bronce, nos transformarnos en fantasmas arrastrando la cortina blanca unos cuantos metros cada vez que llegábamos a casa.

Esa tarde la manilla de bronce estaba tibia, como mencioné la estufa de cáscaras de naranja estuvo encendida toda la tarde y la lluvia de clavos se transformó en una lluvia de labios en cámara lenta. Los copos caían m u y l e n t a m e n t e los cogías con la mano y suavemente se derretían entre tus dedos y volvían a la tierra, el ciclo se completaba una vez más. Algo tan ordinario tan cotidiana agua, tan común evaporación, la típica condensación, y finalmente la esperable precipitación, un ciclo repetido por millones de años, desde mucho antes que nacieran los alerces o dios, esa vez en la infancia me enamoré de ella. De la mujer que conocería veinte años después. Alguien que era capaz de transformar una piedra en un misterio. Tal como lo hacía la nieve en mi mano.

De eso ya había pasado mucho, de la casa que impedía la entrada a los enanos, de la nieve en mi mano, de la ciudad de Santiago arrastrándose debajo de mis pies, del leer una vez más ese correo, un poco más resignado enfrentando que el niño asombrado se marchó y que el joven mago guardó su magia en el mismo bolsillo donde guarda ahora la billetera.

Sin embargo vuelvo a repetir, leía el correo por vez quinienta, y descubrí una sombra entre unas letras y otras, “despuecito te llamo” había escrito ella y hasta ahora, meses después el teléfono estaba en silencio como amenazado de muerte por un dedo terrible.

Después de la clase, Fernandez bajó a la plaza, mientras revolvía el café silbó una melodía por costumbre, la taza aun estaba muy caliente y prefería silbar o dibujar en las servilletas mientras se enfriaba un poco, tomó el teléfono y devolvió un par de llamadas sin mayor importancia, miró la hora en su teléfono, pero la olvidó al instante en que quitó la vista de él, olfateó la taza de café y fue interrumpido en este placer por Laura. Laura lo vio al pasar y al igual que en las típicas películas le hizo un gesto por la ventana, entró al café y se sentó en su mesa. El antes de saludar siquiera le dijo – He perdido la pasión por las clases, siento que ya no me interesa transmitir esta información a los alumnos – Laura sonrió al mesero y le pidió un cortado, luego se volvió a su amigo y le dijo: - Turulio Fernndez, (exagerando la pronunciación del nombre, como cuando las madres quieren expresar seriedad a los hijos) al menos debes tener la delicadeza de saludar primero, sobre todo cuando una colorina tan sexy se siente a tu mesa -, ella tenía razón, pensó Fernandez, Laura es una mujer muy guapa la verdad de las cosas, somos amigos hace tantos años que ya prácticamente no lo noto sin embargo es común que cuando estamos juntos los demás hombres y algunas mujeres no dejan de mirarnos, Laura es de esas personas a las cuales es imposible mentir u ocultar cosas, ante ella soy de papel vegetal o alguna otra transparencia, y si bien alguna vez olorosamos nuestros cuellos, nos ganó la amistad que se entrometió entre los deseos y ya no pudimos erradicarla.

Pero estamos aquí, Laura en mi mesa, un café en camino y yo que he estado tan metido en mis pensamientos que ya nada me importa y se lo dije: - disculpa, preciosa, es que últimamente he estado demasiado metido en mi mente, ya nada me es relevante desde… - no empieces otra vez con esa historia Turulio – interrumpió ella. Como mencionaba no era necesario decirlo siquiera. Sin embargo le dije: hay algo que sin embargo no te he contado. Pasó hace muchos años, era una noche fría de otoño – Es importante que fuese fría? – interrumpió la mujer colorina – No, no es relevante, comienzo nuevamente: era una noche mmm mmm mm mm de otoño – dije burlándome y sacando en ella una sonrisa, por suerte ella estaba acostumbrada a mi humor estúpido por lo que podía reír con cosas así. - noche perfecta, agradable, de un bar pasamos a otro, y luego nos reunimos con unos individuos en cierta plaza, no recuerdo porque pero varios de los concurrentes tenían disfraces, alguno de los presentes invitó a continuar con la fiesta en el patio de su casa, Carlos, para ser más precisos.

Carlos era un cabro curioso, de familia muy adinerada nunca me habló de dinero o de mujeres, las conversaciones con él solían ser muy intensas o muy simples, pero nunca burdas y banales, practicaba la meditación regularmente y le gustaba escuchar atento a los otros mostrando sincero interés en las demás personas.

Su casa era realmente hermosa, estaba oscuro, en un barrio alto de la ciudad, a los pies de la casa había un pequeño bosque y a los pies de este pasaba un riachuelo, a un costado del terreno había una cabaña pequeña pero de muy buen gusto que recibía a los invitados, el resto de la noche se organizó en torno a la fogata, como varios de los árboles eran palmas chilenas sus grandes hojas secas proporcionaban un fuego de gran altura y mucho calor.

Aparecieron como brotando de los árboles varias botellas de licores, y hasta mi mano llegó una copa, grande pero no bonita, de un vidrio muy grueso que se oponía a la clásica idea de una copa delicada y frágil. La copa contenía vino de mala clase, en esas noches nuestro presupuesto era administrado inteligentemente para alcanzar el mayor rendimiento temporal, era a fin de cuentas lo menos relevante. La copa contenía mal vino y además bastante frío, por lo que fue necesario con su llegada acercarse un poco más al fuego, caminar por el lugar era un tanto difícil en la oscuridad, había numerosas ramas que luchaban por abrazar tus piernas. Pero sin embargo pude llegar hasta las llamas sin mayores problemas.

La gente estaba muy alegre, no era de esa alegría en que la gente quiebra las copas y botellas o se lanza sillas, sino más bien una alegría serena, el fuego mueve y tranquiliza a la vez, como el mar, - comenté a Fabiola que por casualidad estaba a mi lado. Fabiola gustaba de vestir con chalecos con mangas muy largas a fuerza de estirarlas hasta abrirles un pequeño agujero donde pasaba su dedo gordo, haciendo a la vez de chaleco y guante. Esa noche ahumaba su chaleco y aceptó mi copa de vino, miró a través de la copa, jugó con los colores y las formas que vio y deseó tener una cámara de fotos capaz de fotografiar ese pequeño universo y se lo comentó a Roberto, quien entonces estudiaba filosofía el le habló algo que no alcancé a escuchar sobre lo efímero, entre ellos dos había más que miradas pese a haberse conocido esa misma noche, Roberto hizo alarde de sus conocimientos mezclados con una cosecha personal, hablaba que no importaba que tuviésemos cámaras de foto o video era según el, imposible registrar ese momento citando a varios autores desconocidos para mi y que hasta el día de hoy me cuestiono si eran reales o fueron inventados por él.

Roberto bebió de la copa y luego miró entre su esqueleto, casi sin sangre, la copa amenazaba con perecer. En eso aparece Flavio quebrando la tranquilidad del minuto, llega casi gritando, con una botella de vino en la mano, con carcajadas contagiosas, llega sin frío pese a que estaba casi en polera, “tengo un chaleco de vino” contesta a Fabiola quien como madre intenta que se arrope, tengo que contarles una historia comentó Flavio una vez que se hubo tranquilizado un poco y caía también en el hipnotismo del fuego:

Carlos, que es uno de mis mejores amigos y dueño de esta casa, como ustedes sabrán – dijo a los cabros de la fogata en tono de ceremonia - me comentó una historia de esa cabaña – hizo un gesto muy marcado señalando la casa para invitados, parecía como si de su dedo fuese a salir un rayo o una de esas líneas supersónicas que salen de los dedos de algunos dibujos animados – cuenta la leyenda (exageró) mucho antes de que Carlos y su familia llegaran a ocupar esta casa, en una noche de verano en este mismo lugar, en una fiesta similar a esta dos personas se conocieron a través del fuego, digamos que una se llamaba – alargó la letra “a” de esta palabra dijo “llamabaaaaaa” como inventando una mentira – Turulio, digamos que se llamaba Turulio.

Turulio llegó a la fogata por casualidad, el conocía solo a unos cuantos, cuando llego a la fogata alguien le pasó un vaso de plástico con vino un poco más rico que el que tomamos esta noche – acompaño esta frase torciendo la boca en señal de beber algo poco agradable, lo que causó risas de Fabiola y Turulio además de una sonrisa en Roberto, que escuchaban hasta entonces la historia de Flavio con algo de desconfianza, pensando que este individuo algo ebrio les daría una lata de grandes proporciones. Continuó con el relato: - Turulio tomo su vaso y miró a través del vino, detrás del vino el fuego y detrás del fuego (“fueeeeegoooo?”) Turulia, digamos que se llamaba Turulia.

Turulia detrás del vino y detrás del fuego sonreía de una manera que encantó instantáneamente a Turulio. Ella tenía la nariz pequeña y cejas como líneas muy rectas donde se estrellaban unos grandes ojos. Dentro de los ojos brillaba el fuego y el vino pero él no alcanzó a verse dentro de ellos, por lo que decidió acercarse un poco más. Cuando llegó a su lado no se presentó, ni preguntó su nombre ni oficio, cuando llegó a su lado comentó mirando a la luna de manera un tanto cursi, una poesía que había robado a un escritor uruguayo y cuando terminó bajó la mirada hasta sus ojos, esta vez no vio el fuego ni el vino pero si se encontró algo difuso en una esquinita. Para su sorpresa ella no le preguntó su nombre, ni su oficio ni porqué le decía eso. Ella en cambio le siguió el juego, miró también la bola brillante y narró una poesía que inventó en ese momento. No era una obra maestra, pero era suya. – a esta altura del relato Flavio tenía la total atención de los chicos, manejaba muy bien los ritmos de la historia, jugaba con los tonos de su voz, trataba de utilizar palabras que normalmente no usaba, prosiguió…

No es difícil adivinar que les sucedió – relajó la voz al decir esto, como diciendo algo muy evidente -, como en un balancín jugaban a causarse cosquillas en la guata mutuamente, cada cosa que él le decía era respondida con fuerza por ella. Repitieron el juego una y otra vez, se pasearon por diversos temas, hablaron de cosas muy sencillas con sumo respeto y de cosas muy complejas que iban tejiendo como un caracol, o un espiral, mezclando un tema con otro, avanzando un paso a cada palabra, hasta llegar a teorías muy complicadas que solo ellos eran capaces de entender

Fue entonces que se vació el vaso de plástico, y fue entonces que un camino común y corriente, a sus ojos nocturnos les pareció lleno de misterios bastó que lo comentaran y se miraran cuando ya estaban en marcha – en esa época, agregó Flavio, existía vegetación algo más espesa en este lugar por lo que la cabaña para ellos fue una sorpresa. – tras unos matorrales encontraron la cabaña, desde bajo cerro se veía imponente y singular, no tenía cortinas y estaba más bien en mal estado, evidentemente deshabitada, por lo que no dudaron en subir la escalerilla de madera. La cabaña tenía una pequeña terraza antes de la puerta principal y un ventanal, apoyados en la terraza les pareció curioso que no hubiesen visto la cabaña desde la fogata, entraron por una ventana mal cerrada, sobre una mesa había una capa de polvo sobre la capa de polvo y sobre las anteriores capas de polvo, un tarro vacío de algo sobre ella, un par de sillas antiguas desordenadas por ahí. Si bien el lugar estaba abandonado no estaba en un estado tan catastrófico y se notaba que en un pasado no muy remoto había sido ocupada. En la esquina junto a la cocina había una estufa de gas que Turulio encendió y cerró la ventana para evitar que se escapara el calor.

La cabaña era muy pequeña solo una habitación, la terraza exterior, un rinconcito como cocina una puerta cerrada que seguramente era el baño, una alfombra y una cama, por primera vez la mano de Turulio se posó en el hombro de ella, quien coqueteando se libera de su tercera mano bajando el hombro en un movimiento que a él le pareció entre divertido y hermoso, acompañado por una sonrisa nerviosa y para distraer la atención dijo “mira que bacán”.

Tomó la lámpara, levantó su vidrio rojo y comprobó que aun tenía parafina al prenderla con su encendedor. Una suave luz terminó de dibujar la habitación y proyectó pequeños fantasmas tiritones sobre las murallas. Él volvió a encantarse una vez más al aparecer nuevamente en ella esa misma sonrisa que había descubierto a través del vaso y a través del fuego y sintió que su pecho se le saldría, respiraba agitadamente, y no se contuvo más, mientras ella miraba unos adornitos que había descubierto en una repisa el se acercó lentamente, la abraza con firmeza desde detrás, ella trata de oponer leve resistencia, pero se detiene al escuchar que el dice: “esta mano te sostiene con toda la fuerza del mundo, para que confíes en mi, para que sepas que este brazo es capaz de sostener todo el universo” – y continuó - y con esta otra te acaricio muy suavemente, se mueve tan libremente por tu cuerpo que ni siquiera yo puedo controlarla. Derrite, a su paso, cada porción de tu cuerpo, tus piernas se vuelven de papel y de entre ellas surge con fuerza algo que no puedo definir.-

Y así… – Flavio se percató que su público ni siquiera pestañaba y que el fuego parecía haberse detenido con su historia - Así se amaron esa noche, pasaron mucho rato sin dejar de sonreír, hasta que ella torció un poco los labios inclinó el arco de sus cejas, y preguntó seriamente: ¿Así como el humano no tiene memoria de feto, las mariposas se acordaran de su época de gusanos? ¿pensará el caracol que es posible una vida sin su concha de espiral?.

Fue lo último que se cuestionaron. Al rato después se habían dormido completamente, y cuando digo completamente – dijo Flavio con voz de misterio y ligero terror – quiero decir eso c o m p l e t a m e n t e. Ambos murieron esa noche, las llamitas de la estufa y la lámpara habían consumido completamente el oxígeno de la habitación y fueron encontrados al amanecer del día siguiente, los cuerpos desnudos y su mano, la de él enredada en su pelo, largo y rojizo, el de ella.

Sunday, October 17, 2010

CHILE: UN AÑO EXTRAORDINARIO

Los chilenos hemos vivido un año extraordinario: elegimos (y asumió) un nuevo Presidente de la República, tuvimos un terremoto cuya magnitud es la quinta mayor en la historia y un sunami, que nos dañó moral y materialmente, afrontamos la llegada del invierno, el frio y las lluvias, como una carrera contra el tiempo, para evitar màs penurias a los damnificados por los cataclismos de febrero; soñamos con la gloria deportiva, en Sudáfrica, con la selección nacional de fútbol. Y cuando nos disponíamos, finalmente, a prepararnos a celebrar el Bicentenario, se nos vino el derrumbe de la mina San José, que aprisionó a 33 mineros, a 700 metros bajo tierra y la huelga de hambre de los comuneros mapuches encarcelados por actos supuestamente terroristas. Celebramos con entusiasmo las Fiestas Patrias, pero sabíamos que teníamos la tarea pendiente de rescatar a los mineros y salvar la vida de los huelguistas.

En el tema de los mineros, el comportamiento del Gobierno, de los medios y de la opinión pública ha sido excepcional. El Presidente Piñera se comprometió desde el primer minuto del derrumbe a encontrar a los mineros y luego, a rescatarlo con vida y puso todas sus energías, los recursos humanos técnicos y financieros del Estado, en esta misión, en la que dio cabida a la experiencia y a los recursos de los privados. Los medios mantuvieron informados permanentemente a la opinión pública nacional e internacional y compitieron para hacerlo mejor que los otros. Los chilenos solidarizaron, como siempre, con nuestros compatriotas en apuros y con sus familias. Tuvimos una sóla actitud, una sola voz.


Desafortunadamente para todos, en el caso de los comuneros mapuches la actitud de los mismos actores fue completamente diferente. Los acuerdos entre el Gobierno y los representantes de los huelguistas pudo concretarse en los mismos términos, treinta días antes. El Gobierno y los medios sólo se ocuparon del conflicto, cuando se hizo evidente que la muerte de uno de los comuneros podría empañar la celebración del Bicentenario o algunas de las giras al exterior del Presidente Piñera. Aquí el Gobierno no fue oportuno ni eficiente, estiró la cuerda innecesariamente y terminó
reconociendo que la aplicación de la Ley Antiterrorista en estos casos, la dualidad de juicios ante la justicia ordinaria y militar, simultáneamente, por los mismos delitos, y la eventual aplicación de penas desmesuradas, era una discriminación contra los activistas de los derechos del pueblo mapuche y les ofreció impulsar iniciativas legales para pagar la deuda histórica que como sociedad tenemos con este pueblo. Lo relevante, sin embargo, es que hubo una solución.

El comportamiento de los medios, salvo notables excepciones, fue en este caso, lisa y llanamente, un escándalo. La libertad de expresión, como la trama, tiene un revés, un correlato. Los medios no pueden demandarla para si y, a la vez, negarse a informar sobre sobre temas que no les gustan. Tenemos el derecho a ser informados sobre lo que acontece en el país y en el mundo, no pueden ignorar o negar la información. Esta conducta es asombrosa en el caso de TVN, que mandó equipos periodísticos especiales a Cuba, para cubrir la huelga de hambre de presos políticos que, como recordarán, culmino exitosamente, como la de los comuneros mapuches.

Los mineros nos asombraron con su entereza, creatividad y disciplina, pero, siguen siendo hombres de carne y hueso, que no nacieron el 5 de agosto, que tienen historias, caracteres e ersonalidaded propias, solo que antes del derrumbe eran conocidos en ámbitos más estrechos. Como los mapuches, que deberán afrontar a la justicia, que decidirá sobre su culpabilidad o inocencia, en procesos justos, con respeto a sus derechos.

Escuchamos por doquier que hemos emergido de estas catáastrofes mejores personas y que tenemos un mejor país. ¿Serà cierto?

Friday, October 01, 2010

LA RUTINA NO ES SIEMPRE MALA

j
josé María votó muy temprano en el Instituto Nacional, asumiendo el riesgo de tener que integrar su mesa receptora de sufragios; luego caminó hasta la iglesia de San Francisco, donde permaneció unos veinte minutos y regresó a su casa con su pulgar derecho entintado, satisfecho por haber cumplido con su deber y feliz de contribuir al triunfo de “don Jorge”. En el camino se detuvo un par de veces, para comprar pan, cigarrillos y El Mercurio.

José María Vivía con Emilia, su ama de llaves, en un antiguo caserón, en pleno centro de Santiago, que había heredado, tras una amarga disputa que lo alejó de sua hermanos. Emilia se ocupaba de los quehaceres domésticos, rol que también tuvo en vida de los padres de su patrón. Era viuda, tenía hijos y nietos, que solían visitarla en la casa.

José María se instaló en la cocina. desplegó el diario sobre la mesa, prendió el televisor, lo golpeó y manipuló su antena para ajustar la imagen y lo sintonizó en el Canal 13. Entonces se preparó un café y se dispuso a ver la transmisión de la elección presidencial.

Mientras bebía su café, sus ojos recorrieron el recinto y descubrió que la pintura del techo estaba descascarada y las paredes sucias. Uno de los vidrios de la ventana estaba trizado. Se sorprendió de su inexcusable indolencia. Trató de recordar cuando fue la última vez que pintó la cocina, sin éxuto. Decidió pintarla y cambiar el vidrio, a la brevedad. En ese momento el conductor del Canal anunció que su candidato estaba próximo a sufragar, pero no supo donde. El televisor perdió la imagen y el audio durante algunos segundos. Entonces se prometió además, comprar uno nuevo.

A las tres de la tarde decidido dormir una siesta. A eso de las cinco el Canal comenzó a mostrar escrutinios en directo desde locales de votación ubicados en el barrio alto y en Santiago, que favorecían a Alessandri. A las diez de la noche, su estado de ánimo había cambiado y ya no estaba seguro del triunfote don Jorge. Cuando se hizo evidente el triunfo en las urnas de Salvador Allende su consternación fue total. No era la suerte de la democracia o de la Patria lo que lo afligía, aunque ello tambien contara, sino la de su amada rutina.

José María era, ante todo, un funcionario público, en el mejor sentido de la palabra. Había ingresado a la administración del Estado durante el gobierno de Jorge Alessandri, como abogao jefe del departamento jurídico de un Servicio dependiente del menor de los Ministerios. El gobierno de Eduardo Frei lo confirmó en el catgo porque, por esas cosas de la vida, la universidad y la política, su hermano era amigo personal del nuevo mandatario. Todo indicaba que en un segundo gobierno de don Jorge, José María sería designado Subsecretario, o, al menos, Director del Servicio. Ahora, estaba con un pie en la calle.

El nuevo Ministro designó Director del Servicio a un joven abogado socialista, funcionario del departamento jurídico. Cuando éste lo citó a su despacho, José María pensó, con razón, que había llegado la hora fatal de la verdad. Los hombres se saludaron con sincero afecto. Hubo felicitaciones, bromas, recuerdos.

-José María- dijo el Director, entrando en materia, tengo que duplicar las aprobaciones de solicitudes de regularización, en el plazo de un año. A su juicio, ¿qué que debemos hacer para lograrlo?
-Usted sabe que eso no es posble actualmente. El departamento necesitaría contar al menos con otros cuatro abogados, aquí en Santiago, y ootros dos en provincias…
-Si claro, espero tendrá que conformarse con tres aquí y los dos de provincia. Voy a confirmar el traslado de Claudio a Samtiago, lo ha peido reiteradamente y ahora podremos hacerlo y espero emtregarle los otros dos a la brevedad…
-Perdón, dijo Josse María, no entiendo, ¿quién es el nuevo abogado jefe? ¿Lo conozco?
-No hay nuevo jefe José María, salvo que usted dispoinga otra cosa. Por mi parte, no tengo a nadie mejor qie usted para ese cargo.

José María estaba mudo, no conseguía articular palabras, ordenar sus ideas. Poco a poco se fue dibujando en su rostro una sonrisa y no pudo evitar que sus ojos se llenaran de lágrimas. El Director le conocía bién, sabía lo que estaba ocurriendo en su cabeza y le dio todo el tiempo que necesitaba para dominar sus emociones. Joa´w María estaba feliz, su rutina estaba preservada. Mañana se levantaría a la misma hora, volvería a recorrer cuatro veces al día, a grandes zancadas, como siempre.las diez cuadras entre su casa y el Ministerio, a saludar a sus secretarias y sus funcionarios, revisar sus expedientes.

Cuando la Junta de Gobierno levantó el roque de queda impuesto tras el golpe de Estado, del 11 de septiembre de 1973, José María se dispuso a reasumir sus funciones. El Ministerio estaba resguardado por una patrulla militar, pero no tuvo problemas para ingresar, pero encontró su oficina tomada por funcionarios de la Asociación de Empleados, la que había dado un golpe de Ministerio propio y preparaba, por su cuenta, la nómina de los funcionarios que esperaba, serían exonerados. José María encabezaba la de su departamento, acusado de traición.

Las autoridades militares no lo despidieron de inmediato. Su caso debió ser considerado especialmente; era imposible atribuirle simpatías por el régimen depuesto. Tras un par de meses sin oficina y un lugar propio donde leer los diarios, fue despedido. Durante ese tiempo vagó por el Ministerio como alma en pena, soportando con estoicismo, toda clase de humillaciones y agradeciendo los gestos amistosos de los otros funcionarios.

La rutina no es siempre mala. José María defendió la suya mientras pudo.

Saturday, September 11, 2010

CIEN CUENTOS: INFORME UNO




Dedico parte de mi tiempo libre a preparar una lista con los títulos de cien cuentos, entre los que están publicados en español, en Internet. No se trata de registrar los mejores, porque no poseo la calificación necesaria, ni siquiera sostendré que son los mejores de cada autor. Lo entretenido de este trabajo es que, cuando lo concluya, seguirá siendo provisional. Por el momento tengo una treintena de títulos, más o menos definidos. Les anricupo diez.

Creo que cualquiera sea el que haga un intento similar, partiría con dos pilares del cuento moderno, Edgard Allan Poe (1809-1849), en la foto, y Antón Chejov ((1860-1904). Conozco al primero desde el Liceo, ya que era el escritor favorito de mi profesor de inglés, que me insentivó la lectura de sus cuentos. A Chejon lo conocía desde los 60, como un magnífico dramaturgo, muy representado en Chile, en esa época, pèro no había dado importancia a su narrativa. Solo conocía un cuento cuyo título no recuerdo, el de los ataúdes, que leí en una antología de escritores rusos. Para avanzar, diré que he seleccionado Los crímenes de la calle Morgue, de 1841,el más popular del primero, y La dama del perrito, de 1899, del segundo. Reitero que se trata de dos de los mejores cuentos escritos hasta ahora, ni que son los mejores que escribieron dichos autores, aunque estoy cierto que habrían escritores, editores, críticos y lectores dispuestos a hacerlo.

Los escritores sudamericanos harán suculentos aportes a esta lista. Por de pronto, Julio Cortázar (1914-1984), podría aportar una decena de títulos a cualquier lista semejante. Por el momento he seleccionado a La autopista del Sur, uno de los relatos de Todos los fuegos el fuego, de 1966, para representarlo. Lo mismo ocurre con Jorge Luis Borges (1899-1986), pero me quedo con La casa de Asterión, publicado en El Aleph, en 1949. Daré una opinión, aunque no venga al caso: en los 60 mi preferido era Cortázar. En los 90 en adelante, comencé a admirar a Borges. Con motivo de este proyecto, que me obliga a comparar lo mejor de uno y otro, he vuelto a preferir a Cortázar.

Tengo en la lista otros tres cuentos de escritores sudamericanos, pero estoy menos seguro de mantenerlos en definitiva. Acabo de sacar de la lista el cuento de Gabriel García Márquez (1927). El rastro de tu sangre en la nieve y lo he reemplazado por otro igualmente notable, La Santa, uno de los Doce cuentos peregrinos, de 1992, pero estoy buscando el cuento en que el barbero se ve obligado a afeitar al alcalde, a quién odia. Cuando lo vuelva a leer, tal vez haga otro cambio. De Augusto Roa Bastos (1917-2005, he incluido El trueno entre las hojas, de 1953, tal vez porque lo asocio a una película, en que actuaba una hermosa actriz, pero que parece era harto mala. Siempre he preferido al poeta Mario Benedetti (1920-2009), que al narrador, salvo por La tregua o Gracias por el fuego. Por el momento, de su cuantiosa producción, he incluido en la lista Acaso irreparable, del volumen La muerte y otras sorpresas, de 1968, que es peculiar en la obra del escritor uruguayo, en tanto incursiona en el género de la literatura fantástica, en la que campea otro charrúa, Felisberto Hernández (1902-1964), que aporta a mi lista el simpático El cocodrilo, publicado en 1962.

De la literatura norteamericana tengo que mencionar a El ladrón de Shady Hill, del magnífico John Cheever (1912-1982), publicado por The New Yorker, el 14 de abril de 1956, que desplazó a El nadador y a Los asesinos de Ernest Hemingway (1898-1961), de Hombres sin mjeres, de 1956, que por el momento prefiero al más ambicioso Las nieves del Kilimanjaro.

Nadie puede hablar todavía, de omisiones, por ejemplo de escritores chilenos, y en septiembre, puesto que hay otros 90 cupos, pero si de inclusiones discutibles, aunque, no veo por donde. En todo caso, insisto, por las dudas, todos están en Internet,

Monday, August 30, 2010

ÌNAMIBLE


Baldomero Lillo ha sido recordado a propósito del derrumbe de la mina San José, en Copiapó, que mantiene a 33 mineros prisioneros, a 700 metros bajo tierra. Esperando la feliz noticia de su rescate, me parece interesante recordar que, ademas de los célebres cuentos de ·Subterra, escribió otros, como el que les transcribo a continuación. La palabra iInamible no existe en español, pero debido a su incorrecto uso en un parte policial, se genera una curiosa situación, que recuerda a “La perla”, de Yukio Mishima. Aquí, Martím, el carretelero, un simpático mocetón, es víctima del embrollo, pero será justamente recompensado. Se trata de otra faceta del gran escritor chileno.
I
NAMIBLE
Baldomero Lillo


Ruperto Tapia, alias "El Guarén", guardián tercero de la policía comunal, de servicio esa mañana en la población, iba y venía por el centro de la bocacalle con el cuerpo erguido y el ademán grave y solemne del funcionario que está penetrado de la importancia del cargo que desempeña.
De treinta y cinco años, regular estatura, grueso, fornido, el guardián Tapia goza de gran prestigio entre sus camaradas. Se le considera un pozo de ciencia, pues tiene en la punta de la lengua todas las ordenanzas y reglamentos policiales, y aun los artículos pertinentes del Código Penal le son familiares. Contribuye a robustecer esta fama de sabiduría su voz grave y campanuda, la entonación dogmática y sentenciosa de sus discursos y la estudiada circunspección y seriedad de todos sus actos. Pero de todas sus cualidades, la más original y característica es el desparpajo pasmoso con que inventa un término cuando el verdadero no acude con la debida oportunidad a sus labios, Y tan eufónicos y pintorescos le resultan estos vocablos, con que enriquece el idioma, que no es fácil arrancarles de la memoria cuando se les ha oído siquiera una vez camina y resonar sus zapatos claveteados sobre las piedras de la en el moreno y curtido rostro de El Guarén" se ve una sombra de descontento. Le ha tocado un sector en que el tránsito de vehículos y peatones es casi nulo. Las calles plantadas de árboles, al pie de los cuales se desliza el agua de las acequias, estaban solitarias y va a ser dificilísimo sorprender una infracción, por pequeña que sea. Esto le desazona, pues está empeñado en ponerse en evidencia delante de los jefes como un funcionario celoso en el cumplimiento de sus deberes para lograr esas jinetas de cabo que hace tiempo ambiciona. De pronto, agudos chillidos y risas que estallan resonantes a su espalda lo hacen volverse con presteza. A media cuadra escasa una muchacha de 16 a 17 años corre por la acera perseguida de cerca por un mocetón que lleva en la diestra algo semejante a un latiguillo. "El Guarén" conoce a la pareja. Ella es sirvienta en la casa de la esquina y él es Martín, el carretelero, que regresa de las afueras de la población, donde fue en la mañana a llevar sus caballos para darles un poco de descanso en el potrero. La muchacha, dando gritos y risotadas, llega a la casa donde vive y se entra en ella corriendo. Su perseguidor se detiene un momento delante de la puerta y luego avanza hacia el guardián y le dice sonriente:

—¡Cómo gritaba la picarona, y eso que no alcancé a pasarle por el cogote el bichito ese!

Y levantando la mano en alto mostró una pequeña culebra que tenía asida por la cola, y agregó: —Está muerta, la pillé al pie del cerro cuando fui a dejar los caballos. Si quieres te la dejo para que te diviertas asustando a las prójimas que pasean por aquí. Pero "El Guarén", en vez de coger el reptil que su interlocutor le alargaba, dejó caer su manaza sobre el hombro del carretelero y le intimó. —Vais a acompañarme al cuartel.
¡Yo al cuartel! ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Me lleváis preso, entonces? —profirió rojo de indignación y sorpresa el alegre bromista de un minuto antes. Y al aprehensor, con el tono y ademán solemnes que adoptaba en las grandes circunstancias, le dijo, señalándole el cadáver de la culebra que él conservaba en la diestra:
—Te llevo porque andas con animales—aquí se detuvo, hesitó un instante y luego con gran énfasis prosiguió—: Porque andas con animales inamibles en la vía pública.
Y a pesar de las protestas y súplicas del mozo, quien se había librado del cuerpo del delito, tirándolo al agua de la acequia, el representante de la autoridad se mantuvo inflexible en su determinación.
A la llegada al cuartel, el oficial de guardia, que dormitaba delante de la mesa, los recibió de malísimo humor. En la noche había asistido a una comida dada por un amigo para celebrar el bautizo de una criatura, y la falta de sueño y el efecto que aún persistía del alcohol ingerido durante el curso de la fiesta mantenían embotado su cerebro y embrolladas todas sus ideas. Su cabeza, según el concepto vulgar, era una olla de grillos. Después de bostezar y revolverse en el asiento, enderezó el busto y lanzando furiosas miradas a los inoportunos cogió la pluma y se dispuso a redactar la anotación correspondiente en el libro de novedades. Luego de estampar los datos concernientes al estado, edad y profesión del detenido, se detuvo e interrogó:
—¿Por qué le arrestó, guardián?
Y el interpelado, con la precisión y prontitud del que está seguro de lo que dice, contestó:
—Por andar con animales inamibles en la vía pública, mi inspector.
Se inclinó sobre el libro, pero volvió a alzar la pluma para preguntar a Tapia lo que aquella palabra, que oía por primera vez, significaba, cuando una reflexión lo detuvo: si el vocablo estaba bien empleado, su ignorancia iba a restarle prestigio ante un subalterno, a quien ya una vez había corregido un error de lenguaje, teniendo más tarde la desagradable sorpresa al comprobar que el equivocado era él. No, a toda costa había que evitar la repetición de un hecho vergonzoso, pues el principio básico de la disciplina se derrumbaría si el inferior tuviese razón contra el superior.
Además, como se trataba de un carretelero, la palabra aquella se refería, sin duda, a los caballos del vehículo que su conductor tal vez hacía trabajar en malas condiciones, quién sabe si enfermos o lastimados. Esta interpretación del asunto le pareció satisfactoria y, tranquilizado ya, se dirigió al reo:
—¿Es efectivo eso? ¿Qué dices tú?
—Sí, señor; pero yo no sabía que estaba prohibido.
Esta respuesta, que parecía confirmar la idea de que la palabra estaba bien empleada, terminó con la vacilación del oficial que, concluyendo de escribir, ordenó en seguida al guardián: —Páselo al calabozo.
Momentos más tarde, reo, aprehensor y oficial se hallaban delante del prefecto de policía. Este funcionario, que acababa de recibir una llamada por teléfono de la gobernación, estaba impaciente por marcharse.
—¿Está hecho el parte? —preguntó. —Sí, señor—dijo el oficial, y alargó a su superior jerárquico la hoja de papel que tenía en la diestra. El jefe la leyó en voz alta, y al tropezar con un término desconocido se detuvo para interrogar: ¿Qué significa esto? —Pero no formuló la pregunta. El temor de aparecer delante de sus subalternos ignorando le selló los labios. Ante todo había que mirar por el prestigio de la jerarquía. Luego la reflexión de que el parte estaba escrito de puño y letra del oficial de guardia, que no era un novato, sino un hombre entendido en el oficio, lo tranquilizó. Bien seguro estaría de la propiedad del empleo de la palabreja, cuando la estampó ahí con tanta seguridad. Este último argumento le pareció concluyente, y dejando para más tarde la consulta del Diccionario para aclarar el asunto, se encaró con el reo y lo interrogó:
—Y tú, ¿qué dices? ¿Es verdad lo que te imputan?
—Sí, señor prefecto, es cierto, no lo niego. Pero yo no sabía que estaba prohibido.
E1 jefe se encogió de hombros, y poniendo su firma en el parte, lo entregó al oficial, ordenando:
—Que lo conduzcan al juzgado.
En la sala del juzgado, el juez, un jovencillo imberbe que, por enfermedad del titular, ejercía el cargo en calidad de suplente, después de leer el parte en voz alta, tras un breve instante de meditación, interrogó al reo:
—¿Es verdad lo que aquí se dice? ¿Qué tienes que alegar en tu defensa? La respuesta del detenido fue igual a las anteriores:
—Sí, usía; es la verdad, pero yo ignoraba que estaba prohibido. El magistrado hizo un gesto que parecía significar: "Sí, conozco la cantinela; todos dicen lo mismo". Y, tomando la pluma, escribió dos renglones al pie del parte policial, que en seguida devolvió al guardián, mientras decía, fijando en el reo una severa mirada:
—Veinte días de prisión, conmutables en veinte pesos de multa. En el cuartel el oficial de guardia hacía anotaciones en una libreta, cuando "El Guarén" entró en la sala y, acercándose a la mesa, dijo:

—El reo pasó a la cárcel, mi inspector.
—¿Lo condenó el juez?
—Sí; a veinte días de prisión, conmutables en veinte pesos de multa; pero como a la carretela se le quebró un resorte y hace varios días que no puede trabajar en ella, no le va a ser posible pagar la multa. Esta mañana fue a dejar los caballos al potrero.
El estupor y la sorpresa se pintaron en el rostro del oficial. —Pero si no andaba con la carretela, ¿cómo pudo, entonces, infringir el reglamento del tránsito?
—El tránsito no ha tenido nada que ver con el asunto, mi inspector. —No es posible, guardián; usted habló de animales...
—Sí, pero de animales inamibles, mi inspector, y usted sabe que los animales inamibles son sólo tres: el sapo, la culebra y la lagartija. Martín trajo del cerro una culebra y con ella andaba asustando a la gente en la vía pública. Mi deber era arrestarlo, y lo arresté.
Eran tales la estupefacción y el aturdimiento del oficial que, sin darse cuenta de lo que decía, balbuceó:
—Inamibles, ¿por qué son inamibles?
El rostro astuto y socarrón de "El Guarén" expresó la mayor extrañeza. Cada vez que inventaba un vocablo, no se consideraba su creador, sino que estimaba de buena fe que esa palabra había existido siempre en el idioma; y si los demás la desconocían, era por pura ignorancia. De aquí la orgullosa suficiencia y el aire de superioridad con que respondió:
—El sapo, la culebra y la lagartija asustan, dejan sin ánimo a las personas cuando se las ve de repente. Por eso se llaman inamibles, mi inspector. Cuando el oficial quedó solo, se desplomó sobre el asiento y alzó las manos con desesperación. Estaba aterrado. Buena la había hecho, aceptando sin examen aquel maldito vocablo, y su consternación subía de punto al evidenciar el fatal encadenamiento que su error había traído consigo. Bien advirtió que su jefe, el prefecto, estuvo a punto de interrogarlo sobre aquel término; pero no lo hizo, confiando, seguramente, en la competencia del redactor del parte. ¡Dios misericordioso! ¡Qué catástrofe cuando se descubriera el pastel! Y tal vez ya estaría descubierto. Porque en el juzgado, al juez y al secretario debía haberles llamado la atención aquel vocablo que ningún Diccionario ostentaba en sus páginas. Pero esto no era nada en comparación de lo que sucedería si el editor del periódico local, "El Dardo", que siempre estaba atacando a las autoridades, se enterase del hecho. ¡Qué escándalo! ¡Ya le parecía oír el burlesco comentario que haría caer sobre la autoridad policial una montaña de ridículo! Se había alzado del asiento y se paseaba nervioso por la sala, tratando de encontrar un medio de borrar la torpeza cometida, de la cual se consideraba el único culpable. De pronto se acercó a la mesa, entintó la pluma y en la página abierta del libro de novedades, en la última anotación y encima de la palabra que tan trastornado lo traía, dejó caer una gran mancha de tinta. La extendió con cuidado, y luego contempló su obra con aire satisfecho. Bajo el enorme borrón era imposible ahora descubrir el maldito término, pero esto no era bastante; había que hacer lo mismo con el parte policial. Felizmente, la suerte érale favorable, pues el escribiente de la Alcaldía era primo suyo, y como el alcaide estaba enfermo, se hallaba a la sazón solo en la oficina. Sin perder un momento, se trasladó a la cárcel, que estaba a un paso del cuartel, y lo primero que vio encima de la mesa, en sujetapapeles, fue el malhadado parte. Aprovechando la momentánea ausencia de su pariente, que había salido para dar algunas órdenes al personal de guardia, hizo desaparecer bajo una mancha de tinta el término que tan despreocupadamente había puesto en circulación. Un suspiro de alivio salió de su pecho. Estaba conjurado el peligro, el documento era en adelante inofensivo y ninguna mala consecuencia podía derivarse de él.
Mientras iba de vuelta al cuartel, el recuerdo del carretelero lo asaltó y una sombra de disgusto veló su rostro. De pronto se detuvo y murmuró entre dientes:
—Eso es lo que hay que hacer, y todo queda así arreglado.
Entre tanto, el prefecto no había olvidado la extraña palabra estampada en un documento que llevaba su firma y que había aceptado, porque las graves preocupaciones que en ese momento lo embargaban relegaron a segundo término un asunto que consideró en sí mínimo e insignificante. Pero más tarde, un vago temor se apoderó de su ánimo, temor que aumentó considerablemente al ver que el Diccionario no registraba la palabra sospechosa.
Sin perder tiempo, se dirigió donde el oficial de guardia, resuelto a poner en claro aquel asunto. Pero al llegar a la puerta por el pasadizo interior de comunicación, vio entrar en la sala a "El Guarén", que venía de la cárcel a dar cuenta de la comisión que se le había encomendado. Sin perder una sílaba, oyó la conversación del guardián y del oficial, y el asombro y la cólera lo dejaron mudo e inmóvil, clavado en el pavimento.
Cuando el oficial hubo salido, entró y se dirigió a la mesa para examinar el Libro de Novedades. La mancha de tinta que había hecho desaparecer el odioso vocablo tuvo la rara virtud de calmar la excitación que lo poseía. Comprendió en el acto que su subordinado debía estar en ese momento en la cáreel, repitiendo la misma operación en el maldito papel que en mala hora había firmado. Y como la cuestión era gravísima y exigía una solución inmediata, se propuso comprobar personalmente si el borrón salvador había ya apartado de su cabeza aquella espada de Damocles que la amenazaba. Al salir de la oficina del alcaide el rostro del prefecto estaba tranquilo y sonriente. Ya no había nada que temer; la mala racha había pasado. Al cruzar el vestíbulo divisó tras la verja de hierro un grupo de penados. Su semblante cambió de expresión y se tornó grave y meditabundo. Todavía queda algo que arreglar en ese desagradable negocio, pensó. Y tal vez el remedio no estaba distante, porque murmuró a media voz:
"Eso es lo que hay que hacer; así queda todo solucionado."

Al llegar a la casa, el juez, que había abandonado el juzgado ese día un poco más temprano que de costumbre, encontró a "El Guarén" delante de la puerta, cuadrado militarmente. Habíanlo designado para el primer turno de punto fijo en la casa del magistrado. Este, al verle, recordó el extraño vocablo del parte policial, cuyo significado era para él un enigma indescifrable. En el Diccionario no existía y por más que registraba su memoria no hallaba en ella rastro de un término semejante.
Como la curiosidad lo consumía, decidió interrogar diplomáticamente al guardián para inquirir de un modo indirecto algún indicio sobre el asunto. Contestó el saludo del guardián, y le dijo afable y sonriente:
—Lo felicito por su celo en perseguir a los que maltratan a los animales. Hay gentes muy salvajes. Me refiero al carretelero que arrestó usted esta mañana, por andar, sin duda, con los caballos heridos o extenuados.
A medida que el magistrado pronunciaba estas palabras, el rostro de "El Guarén" iba cambiando de expresión. La sonrisa servil y gesto respetuoso desaparecieron y fueron reemplazados por un airecillo impertinente y despectivo. Luego, con un tono irónico bien marcado, hizo una relación exacta de los hechos, repitiendo lo que ya había dicho, en el cuartel, al oficial de guardia.
E1 juez oyó todo aquello manteniendo a duras penas su seriedad, y al entrar en la casa iba a dar rienda suelta a la risa que le retozaba en el cuerpo, cuando el recuerdo del carretelero, a quien había enviado a la cárcel por un delito imaginario, calmó súbitamente su alegría. Sentado en su escritorio, meditó largo rato profundamente, y de pronto, como si hubiese hallado la solución de un arduo problema, profirió con voz queda:
—Sí, no hay duda, es lo mejor, lo más práctico que se puede hacer en este caso.
En la mañana del día siguiente de su arresto, el carretelero fue conducido a presencia del alcaide de la cárcel, y este funcionario le mostró tres cartas, en cuyos sobres, escritos a máquina, se leía:
Señor alcaide de la Cárcel de. . .—Para entregar a Martín Escobar. (Este era el nombre del detenido.)
Rotos los sobres, encontró que cada uno contenía un billete de veinte pesos. Ningún escrito acompañaba el misterioso envío. El alcaide señaló al detenido el dinero, y le dijo sonriente:

—Tome, amigo, esto es suyo, le pertenece. El reo cogió dos billetes y dejó el tercero sobre la mesa, profiriendo: —Ese es para pagar la multa, señor alcaide.
Un instante después, Martín el carretelero se encontraba en la calle, y decía, mientras contemplaba amorosamente los dos billetes:
—Cuando se me acaben, voy al cerro, pillo un animal inamible, me tropiezo con "El Guarén" y ¡zas! al otro día en el bolsillo tres papelitos iguales a éstos.

Thursday, August 12, 2010

¿DONDE ESTAN LAS JOYAS? II

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A la señora Kuchkin le robaron un broche que vale dos mil rublos y no lo recuperará, a pesar de su empeño. Sospecha de su servidumbre -su ama de llaves, el portero, criados, doncellas, incluso, de la institutriz. Los revisó personalmente, No se trata de los dos mil rublos, es el hecho lo que la subleva. Todo trabajador es, potencialmente, un ladrón: ¡No puedo tolerar ladrones en mi casa! ¡No soy avara; pero no puedo permitir que me roben! ¡Qué ingratitud! ¡Así pagan mi bondad!. No pone las manos en el fuego por nadie, menos por las institutrices: le inspiran poca confianza. Esta desagradable señora es la protagonista de Un escándalo, de Anton Chejov. No es un cuento policial, pero sabemos quién y porqué robo el broche.

UN ESCANDALO


Macha Pavletskaya, una muchachita que acababa de terminar sus estudios en el Instituto y ejercía el cargo de institutriz en casa del señor Kuchkin, se dijo, al volver del paseo con los niños: «¿Qué habrá pasado aquí?» El criado que le abrió la puerta estaba colorado como un cangrejo y visiblemente alterado. Se oía en las habitaciones interiores un trajín insólito. «Acaso la señora -siguió pensando la muchacha- esté con uno de sus ataques o le haya armado un escándalo a su marido.»En el pasillo se cruzó con dos doncellas, una de las cuales iba llorando. Ya cerca de su habitación vio salir de ella, presuroso, al señor Kuchkin, un hombrecillo calvo y marchito, aunque no muy viejo.-¡Es terrible! ¡Qué falta de tacto! ¡Esto es estúpido, abominable, salvaje! -iba diciendo, con el rostro bermejo y los brazos en alto.Y pasó, sin verla, por delante de Macha, que entró en su habitación.Por primera vez en su vida la joven sintió ese bochorno que tanto conocen las gentes dedicadas a servir a los ricos. Se estaba efectuando un registro en su cuarto. El ama de la casa, Teodosia Vasilievna, una señora gruesa, de hombros anchos, cejas negras y espesas, manos rojas y boca un tanto bigotuda -una señora, en fin, con aspecto de cocinera-, colocaba apresuradamente dentro del cajón de la mesa carretes, retales, papeles...
Sorprendida por la aparición inesperada de la institutriz, se turbó, y balbuceó:
-Perdón..., he tropezado..., se ha caído todo esto... y estaba poniéndolo en su sitio.Al ver la cara pálida, asombrada, de la muchacha, balbuceó algunas excusas más y se alejó, con un sonoro frufrú de sayas ricas.
Macha contemplaba el aposento, presa el alma de un terror vago y de una angustia dolorosa. ¿Qué buscaba el ama en su cajón? ¿Por qué el señor Kuchkin salía de allí tan alterado? ¿Por qué su mesa, sus libros, sus papeles, sus ropas, estaban en desorden?... Allí acababa, a todas luces, de efectuarse un registro en regla. Pero ¿con qué motivo?, ¿en busca de qué?...
La visible turbación del criado, el trajín que reinaba en la casa, el llanto de la doncella, se relacionaban, sin duda, con el registro. ¿Se le suponía, quizás, autora de algún delito?Macha se puso aún más pálida de lo que estaba, las piernas le flaquearon y se sentó en un cesto de ropa blanca.Entró una doncella.-Lisa, ¿podría usted decirme por qué se ha hecho en mi habitación... un registro? -preguntó la institutriz.-Se ha perdido un broche de la señora..., un broche que vale dos mil rublos...-Bien; pero ¿por qué se ha registrado mi habitación?-¡Se ha registrado todo, señorita! A mí me han registrado de pies a cabeza, aunque, se lo juro a usted, no he tocado en mi vida ese maldito broche. Incluso he procurado siempre acercarme lo menos posible al tocador de la señora.-Sí, sí, bien...; pero no comprendo...-Ya le digo a usted que han robado el broche. La señora nos ha registrado, con sus propias manos, a todos, hasta a Mijailc, el portero... ¡Es terrible! El señor parece muy disgustado; pero la deja hacer mangas y capirotes... Usted, señorita, no debe ponerse así. Como no han encontrado nada en su habitación, no tiene nada que temer. Usted no ha cogido la alhaja, ¿verdad?, pues no sea tonta y no se apure...-Pero ¡es que clama al cielo -dijo Macha, ahogándose de cólera- lo humillante, lo ofensivo, lo bajo, lo vil del proceder de la señora! ¿Que derecho tiene ella a sospechar de mí y a registrar mi cuarto?-Usted, señorita -suspiró Lisa-, depende de ella... Aunque es usted la institutriz, la considera al fin y al cabo -perdóneme usted- una criada... Usted come su pan, y ella se cree con derecho a todo y no se para en barras.Macha se dejó caer en la cama y rompió a llorar amargamente. Nunca había sido humillada, insultada, ultrajada de tal manera. ¡Ella, una muchacha bien educada, sentimental, hija de un profesor, considerada autora posible de un robo y registrada como una vagabunda!Al pensar en el sesgo que podía tomar el asunto, la institutriz se horrorizó. Si se le había podido suponer autora del robo, ¿quién le garantizaba que no se podía incluso detenerla?... Quizás la desnudaran, delante de todos, para ver si ocultaba la alhaja, y la llevaran a la cárcel, a través de las calles llenas de gente. ¿Quién iba a defenderla? Nadie. Sus padres vivían en un apartado rincón de provincias y su situación económica no les permitía emprender un viaje a la capital, donde ella no tenía parientes ni amigos y estaba como en un desierto. Podían, por lo tanto, hacer de ella lo que quisieran.«Iré a ver a los jueces, a los abogados -se dijo, llorando- y lo explicaré todo; les juraré que soy inocente. Acabarán por convencerse de que no soy una ladrona.»De pronto recordó que guardaba en el cesto de la ropa blanca algunas golosinas: fiel a sus costumbres de colegiala, solía meterse en el bolsillo, cuando estaba comiendo, algún pastelillo, algún melocotón, y llevárselos a su cuarto.La idea de que el ama lo habría descubierto la hizo ponerse colorada y sentir como una ola cálida por todo el cuerpo. ¡Qué vergüenza! ¡Qué horror!El corazón empezó a latirle con violencia y las fuerzas la abandonaron.-¡La comida está servida! -le anunció la doncella-. La esperan a usted.¿Debía ir a comer?... Se alisó el pelo, se pasó por la cara una toalla mojada y se dirigió al comedor.Habían ya empezado a comer. A un extremo de la mesa se sentaba la señora Kuchkin, grave y reservada; al otro extremo su marido; a ambos lados los niños y algunos convidados. Servían dos criados, de frac y guante blanco. Reinaba el silencio. La desgracia de la señora ataba todas las lenguas. Sólo se oía el ruido de los platos.
El silencio fue interrumpido por el ama de la casa.-¿Qué hay de tercer plato? -le preguntó con voz de mártir a un criado.
-Esturión a la rusa -contestó el sirviente.-Lo he pedido yo, querida -se apresuró a decir el señor Kuchkin-. Hace mucho tiempo que no hemos comido pescado. Pero si no te gusta, diré que no lo sirvan... Yo creía...A la señora no le gustaban los platos que no había ella pedido, y se sintió tan ofendida, que sus ojos se llenaron de lágrimas.-¡Vamos, querida señora, cálmese! -le dijo el doctor Mamikov, que se sentaba junto a ella.Su voz era suave, acariciadora, y su sonrisa, al dar su mano unos golpecitos sedativos en la de la dama, era no menos dulce.-¡Vamos, querida señora! Tiene usted que cuidar esos nervios. ¡Olvide ese maldito broche! La salud vale más de dos mil rublos...-No se trata de los dos mil rublos -dijo la dama con voz casi moribunda, secándose una lágrima-. Es el hecho lo que me subleva. ¡No puedo tolerar ladrones en mi casa! ¡No soy avara; pero no puedo permitir que me roben! ¡Qué ingratitud! ¡Así pagan mi bondad!Todos los comensales tenían la cabeza baja y miraban al plato; pero a Macha le pareció que habían levantado la cabeza y la miraban a ella. Se le hizo un nudo en la garganta. Apresurándose a cubrirse la faz con el pañuelo, balbuceó:-¡Perdón! No puedo más... Tengo una jaqueca horrorosa...Se levantó con tanta precipitación que por poco tira la silla, y, en extremo confusa, salió del comedor.-¡Qué enojoso es todo esto, Dios mío! -murmuró el señor Kuchkir-. No se ha debido registrar su cuarto... Ha sido un abuso...-Yo no afirmo -replicó la señora- que sea ella quien ha robado el broche; pero ¿pondrías tú la mano en el fuego?... Yo confieso que estas... institutrices... me inspiran muy poca confianza.-Sí, pero -contestó el amo de la casa con cierta timidez- ese registro..., ese registro..., perdóname, querida..., no creo que tuvieras, con arreglo a la ley, derecho a efectuarlo.-Yo no sé de leyes. Lo que sé es que me han robado el broche, ¡y lo he de encontrar!La dama dio un enérgico cuchillazo en el plato, y sus ojos lanzaron temerosos rayos de cólera.-¡Y le ruego a usted -añadió dirigiéndose a su marido- que no se mezcle en mis asuntos!El señor Kuchkin bajó los ojos y exhaló un suspiro.Macha, cuando llegó a su cuarto, se dejó caer de nuevo en la cama. No sentía ya temor ni vergüenza; lo único que sentía era un deseo violento de volver al comedor y darle un par de bofetadas a aquella señora grosera, malévola, altiva, pagada de sí. ¡Oh, si ella pudiera comprar un broche costosísimo y tirárselo a la cara a la innoble mujer! ¡Oh, si la señora Kuchkin se arruinase y llegara a conocer todas las miserias y todas las humillaciones y se viera un día forzada a pedirle limosna! ¡Con qué placer se la daría ella, Macha Pavletskaya! ¡Oh, si ella heredase una gran fortuna! ¡Qué delicia pasar en un hermoso coche, con insolente estrépito, por delante de las ventanas de la señora Kuchkin!Pero todo aquello era pura fantasía, sueños. Había que pensar en las cosas reales. Ella no podía continuar allí ni una hora. Era triste, en verdad, el perder la colocación y tener que volver a la casa paterna, tan pobre; pero era preciso. No podía ver a la señora, y el cuarto se le caía encima. Se ahogaba entre aquellas paredes. La señora Kuchkin, con sus enfermedades imaginarias y sus pujos de dama prócer, le inspiraba profunda repulsión. Sólo el oír su voz le crispaba los nervios. ¡Sí, había que marcharse en seguida de aquella casa!Macha saltó del lecho y se puso a hacer el equipaje.-¿Se puede? -preguntó detrás de la puerta la voz del señor Kuchkir.-¡Adelante!
El amo entró y se detuvo a pocos pasos del umbral. Su mirada era turbia y brillaba su nariz roja. Se tambaleaban un poco. Tenía la costumbre de beber cerveza en abundancia después de comer.-¿Qué hace usted? -preguntó, mirando las maletas abiertas.-El equipaje para irme. No puedo continuar aquí. Ese registro ha sido para mí un insulto intolerable.
-Comprendo su indignación de usted...; pero hace usted mal en tomarlo tan por la tremenda. La cosa, al cabo, no es tan grave...
La muchacha no contestó y siguió entregada a sus preparativos.
El señor Kuchkin se retorció el bigote, la miró en silencio unos instantes y añadió:-Comprendo su indignación, señorita; pero... hay que ser indulgente. Ya sabe usted que mi mujer es muy nerviosa y está un poco tocada... No se le debe juzgar demasiado severamente.Macha siguió callada.-Si usted se considera ofendida hasta tal punto, yo estoy dispuesto a pedirle perdón. ¡Perdón, señorita!
La institutriz no despegó los labios. Sabía que aquel hombre, casi siempre borracho, sin voluntad, sin energía, era un cero a la izquierda en la casa. Hasta la servidumbre lo trataba con muy poco respeto. Sus excusas no tenían valor alguno.-¿No contesta usted? ¿No le basta que yo le pida perdón? Se lo pediré entonces en nombre de mi mujer... Como caballero, debo reconocer su falta de tacto...El señor Kuchkin dio algunos pasos por el cuarto, suspiró y prosiguió:-¿Quiere usted, pues, que la conciencia me remuerda toda la vida, señorita? ¿Quiere usted que yo sea el más desgraciado de los hombres?...-Ya sé yo, Nicolás Sergueyevich -le contestó Macha, volviendo hacia él sus grandes ojos arrasados en lágrimas-, ya sé yo que no tiene usted la culpa. Puede usted tener la conciencia tranquila.-Sí, pero... ¡Se lo ruego, no se vaya usted!Macha movió negativamente la cabeza.Nicolás Sergueyevich se detuvo junto a la ventana y se puso a tamborilear con los dedos en los cristales.-¡Si supiera usted -dijo- lo bochornoso que es todo esto para mí! ¿Qué quiere usted? ¿Que le pida perdón de rodillas? Usted ha sido herida en su orgullo, en su amor propio; pero yo también tengo amor propio, y usted lo pisotea... ¿Me obligará usted a decirle una cosa que ni al confesor se la diría a la hora de mi muerte?Macha no contestó.-Bueno; ya que se empeña usted, se lo diré todo. ¡Soy yo quien ha robado el broche de mi mujer!... ¿Está usted contenta?... Yo he sido, yo... Naturalmente, cuento con su discreción de usted, y espero que no se lo dirá a nadie... Ni una palabra, ni la menor alusión, ¿eh?Macha, estupefacta, aterrada, seguía haciendo el equipaje. Con mano nerviosa echaba a la maleta su ropa blanca, sus vestidos. La pasmosa confesión del señor Kuchkin aumentaba su prisa de irse. ¿Cómo había podido vivir tanto tiempo entre aquella gente?-¿Está usted asombrada? -preguntó, tras un corto silencio, Nicolás Sergueyevich. ¡Es una historia muy sencilla, una historia vulgar! Yo necesito dinero y mi mujer no me lo da. Esta casa y cuanto hay en ella eran de mi padre. Todo esto es mío. Mío es también el broche. Lo heredé de mi madre. Y, sin embargo, ya ve usted, mi mujer lo ha acaparado todo, se ha apoderado de todo... Comprenderá usted que no voy a llevar el asunto a los tribunales... Le ruego, señorita, que no me juzgue con demasiada severidad. Perdóneme y quédese. Comprender es perdonar... ¿Se queda usted?-¡No! -contestó con voz firme y resuelta la muchacha, llena de indignación-. ¡Le ruego que me deje en paz!-¡Qué vamos a hacerle! -suspiró el borrachín, sentándose junto a la maleta-. Me place que haya aún quien se indigne, quien se ofenda, quien defienda su honor... No me cansaría nunca de admirar ese gesto de indignación... ¿No quiere usted, pues, seguir aquí?... Lo comprendo... ¡Quién estuviera en su lugar!... Usted se irá, y yo..., ¡yo no podré nunca dejar esta casa! Hubiera podido retirarme al campo, a alguna de las fincas que heredé de mi padre; pero mi mujer ha colocado en ellas de administradores, de agrónomos y de capataces a una taifa de bribones, ¡el diablo se los lleve!, que me hubieran hecho la vida imposible...-¡Nicolás Sergueyevich! -gritó por el pasillo la señora Kuchkin-. ¿Dónde se ha metido?-¿Conque no quiere usted quedarse? -preguntó el amo, levantándose y dirigiéndose a la puerta-. Lo mejor sería que se quedase... Yo vendría todas las noches a charlar un rato con usted... Si se va usted seré aún más desgraciado. Usted es en la casa la única persona que tiene cara humana. ¡Es terrible!Y miraba a la institutriz con ojos suplicantes; pero ella movió negativamente la cabeza. El señor Kuchkin salió del aposento, pintada en el rostro la desesperación.Media hora después Macha Pavletskaya se disponía a tomar el tren.



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