Thursday, December 07, 2006

LA VIDA ES SUEÑO DE UNA NOCHE DE VERANO






Hace mucho tiempo, escribí un cuento cuyo argumento era el siguiente: Un hombre joven, profesional, mantiene una relación con una mujer casada, separada, madre de dos niñas, culta, hermosa, inteligente. La relación que mantienen es indefinida, hay respeto y admiración mutua, confianza, atracción, pero no progresa afectivamente. Ambos mantienen reservas que no logran explicar y superar. Se ven con frecuencia, hablan por teléfono casi a diario. La última conversación versó sobre una serie de artículos sobre parapsicología que publicaba entonces el suplemento cultural de un periódico de la ciudad. Era el tipo de conversaciones que tenían y que evitaba abordar temas íntimos. El protagonista vuelve esa noche a su casa y piensa que la próxima vez le hablará de sus sentimientos, le dirá que se ha enamorado de ella. Mientras tanto, esta noche, tratará de comunicarse telepáticamente con ella y se lo dirá. Ha decidido que la llamará la mañana siguiente, a primera hora, y le dirá que necesita comunicarle con urgencia algo importante. Se acuesta, se duerme. Tiene un sueño: Sueña que se ha comunicado por telepatía con su amada y le pide que venga a reunirse con él. De pronto ella se aparece ante el, radiante, más hermosa que nunca. El trata de cogerla de la mano, la toma, la siente, pero se le escabulle, “como el agua entre los dedos”. El sueño termina. A la madrugada, ya despierto, descubre casi sin asombro que la mujer duerme a su lado. Entonces la toca suavemente y le pregunta: “¿Qué te gustaría desayunar?”

Cuando terminé el cuento me sentí decepcionado. Tenía la vaga idea que no era original, que lo había leído en alguna parte, y que carecía de interés literario. Fue así como abandoné el trabajo “a la crítica feroz de los roedores”, como habría dicho Carlos Marx, en mi caso.


Recordé este episodio a propósito de una asociación de ideas a partir del hallazgo del siguiente texto:


“En cierta ocasión soñó Chuang-chu que era una mariposa, una errabunda y trémula mariposa, que se sentía bien y feliz, sin saber nada de Chuang-chu. De pronto, despertó; otra vez tornó a ser real y auténticamente Chuan-chu. Pero ahora ignoraba si Chuang-chu había soñado que era una mariposa o si la mariposa soñaba que era Chuang-chu, si bien entre Chuang-chu y la mariposa existía, desde luego, alguna diferencia. Pues otro tanto ocurre con las transmutaciones de las cosas”.

Esta alegoría se llama “El sueño de de chiang-Hu””, y pertenece a Chuang-Tsi, un discípulo de Lao-Tsé. Este texto es muy conocido, de hecho estoy cierto de haberlo visto más de una vez, en libros diferentes. Lo encontré cuando buscaba antecedentes para completar las notas sobre Li-Po, en el libro de Klabund, que cité anteriormente.

Como tenía la vaga idea que lo había leído en algún libro de Jorge Luis Borges lo busque hasta encontrar la razón de esa impresión. En el año 1967, el escritor argentino hizo una antología de su propia obra que denominó “Nueva Antología Personal”, con lo que creía era lo más importante que había escrito hasta esa fecha y que incluía “poesías”, “prosas” y “ensayos”. En esta antología encontré el texto que buscaba, un breve ensayo titulado “La flor de Coleridge”. El propósito del ensayo era el de seguir “la historia de la evolución de una idea, a través de los textos heterogéneos de tres autores: Coleridge, Wells y Henry James.

Deseo remitirme al primero de ellos, una nota escrita por el poeta inglés Samuel Taylor Coleridge, a fines del siglo XVIII o principios del siglo XIX y con ella termino estas líneas, concluyendo que la originalidad de una obra siempre estará amenazada por precedentes, que, de una forma u otra, han abordado la misma idea, a veces en forma magistral e insuperable. Después de leer “El sueño de Chuang-Chu” o el fragmento que sigue, el tema no es la originalidad sino la genialidad de la obra. ¿Tiene usted una respuesta para el siguiente dilema? :


“Si un hombre atravesara el Paraíso en un sueño, y le dieran una flor como prueba que había estado allí, y si al despertar encontrara esa flor en su mano...¿Entonces qué?”.

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