OTRAS VARIACIONES SOBRE EL TEMA DEL FUEGO
IV
JAMES BALDWIN: LA PROXIMA VEZ EL FUEGO”
En los Estados Unidos de Norteamérica la esclavitud cedió el paso a la discriminación y a la segregación racial, y, poco a poco, gracias a la lucha intransigente de muchos negros y blancos, movimientos políticos y religiosos, radicales y pacifistas, a un proceso de integración, que, afortunadamente para la humanidad, es cada vez más un conflicto social que racial. “Movimiento por las libertades ciudadanas”, los Panteras Negras, Malcom X, Martin Luther King, el movimiento negro musulmán. En este contexto de luchas reivindicativas, emergió potente la voz de un escritor negro, James Baldwin, novelista y ensayista, nacido y criado en el Harlem, Nueva York, en el año 1934, quién puso en el debate su ensayo “La próxima vez el fuego”, que fue editado en español, en el año 1964, por la Editorial Sudamericana, que fue un suceso literario en Norteamérica. Cuando leí los dos ensayos que comprende el volumen quedé impactado por las condiciones de vida del hombre de color en los Estados Unidos de los años 60. Baldwin usa de la modalidad epistolar: bajo el nombre de “Se conmovió mi celda”, escribe a su sobrino James, y con el título de “Al pié de la cruz”, escribe “desde una región de (su) mente”. Esta modalidad le permite ser sencillo, claro, coloquial, extremadamente racional e inteligente. Para Baldwin el problema de negros y blancos era la necesidad de aceptarse mutuamente. Comparte el diagnóstico de los radicales negros, pero estima que el hombre de color no debe comportarse como ellos. No es posible oponer a la discriminación una discriminación de signo opuesto. La tarea de blancos y negros es poner fin a la pesadilla racial y transformar a los Estados Unidos y al mundo. Pero no hay tiempo que perder. ”Si hoy no hacemos frente a todo, recaerá sobre nosotros la profecía bíblica recreada por un esclavo negro en la canción: “Dios dio a Noé la señal del arco iris !No más agua, la próxima vez el fuego! ´
V
RODRIGO FRESAN: “LA FORMA DEL FUEGO”
En los últimos días los chilenos nos enteramos de dos noticias estremecedoras: El diario “La Tercera”, en su suplemento cultural, del día sábado 18 de Noviembre último, informó que el 11 de Septiembre de 1973 fue quemada en la editorial Quimantú, una edición del libro de Pablo Neruda “Canción de Gesta”, del que se habría salvado sólo una copia, actualmente en poder de una biblioteca israelí. En el reportaje se informa que otros cinco millones de libros depositados en las bodegas de la misma editorial fueron quemados, después del golpe militar. El martes pasado, manifestantes encapuchados, supuestamente defensores de la causa mapuche, asaltaron la biblioteca de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile y robaron 1200 libros para utilizarlos en fogatas, a modo de barricadas, causando consternación e indignación en todos los ámbitos ligados a la cultura. Los hechos mencionados, le dan a la obra de Fresan que me proponía comentar, una insólita e inesperada actualidad. Lo mismo ocurre con otro artículo que había seleccionado para esta edición. Se trata de una crónica del escritor Luis Fuenzalida, amigo de Pablo Neruda y de Nicanor Parra, que narra un paseo por las calles de La Reina, publicado originalmente en la Revista de la Facultad asaltada. Cerremos este paréntesis, para volver al texto original de esta serie:
El escritor argentino Rodrigo Fresan escribió un relato de carácter borgesiano, que narra, en la voz de Forma, la relación entre el fuego y los libros, que, de acuerdo con el registro histórico, se inauguró con el incendio de la Biblioteca de Alejandría, al que referí anteriormente en el spot “Carta a Mr. Dan Brown”, que no tuvo en este espacio ninguna repercusión.
El relato de Forma recuerda que dicha biblioteca, considerada una de las siete maravillas del mundo antiguo, volvió a arder, ante el ataque del Califa Omar, en el año 641.
“No conforme con haber descubierto el fuego –narra Forma—el hombre insistido hasta descubrir que el fuego era especialmente útil cuando se trataba de quemar libros…”. Así ha sido desde entonces, en la realidad y en la ficción, primero, por motivaciones religiosas, luego políticas.
“El torrencial dominico Girólamo Savonarola recuerda Forma ordenó a miles de niños florentinos que secuestraran volúmenes teóricamente impíos y que los apilaran para su purificación en la Piazza Della Signoria. La pirámide de letras e historias pronto alcanzó los cincuenta metros de altura ¡y cómo olvidar a ese viento caliente que corrió por las calles de Florencia? ¿Cómo no llorar por tanta ciencia y tanta ficción consumiéndose en el oxígeno de esa noche maldita?
Las mujeres florentinas perseguían papeles en llamas que se colaban por sus ventanas amenazando el sedoso sueño de las cortinas y así fue como una de esas chispas se demoró un año en alcanzar los hábitos del mismo Savonarola, que ardió como un libro por orden del papa Alejandro VI delante de todos aquellos que habían padecido su sonrisa satisfecha ante el fuego de las palabras.”
Forma nos cuenta de Hitler, de un director de escuela de Drake, Dakota, que ordenó quemar una novela del escritor Kart Vonnegut, en el año 1973, sosteniendo “que los libros y los escritores son irreales”.
Entiendo que el ánimo de Fresán y de Forma no era hacer un listado exhaustivo de la incineración de libros, recordaré aquí que, después del golpe militar, en Chile se quemaron bibliotecas completas. Recuerdo lo sucedido en la Remodelación San Borja, barrio céntrico de Santiago. Algo de eso conté en el spot “La campaña de 1970”.
Finalmente, como Forma nos recuerda escenas de Fahrenheit 451, de Ray Bradbury, recordaré la quema de los libros de caballería de don Quijote de la Mancha, capítulo VI, por el Cura, el barbero y el ama de llaves, aunque, en este caso, por razones de sanidad mental de su propietario.
1 Comments:
Los quemadores de libros, Jorge, deberán ahora aprender a generar virus, a medida que la Internet gane terreno. Pero no les resultará tan fácil.
¡Fueron y son vándalos,en todos los tiempos y bajo cualquier circunstancia!
Afectuosos saludos.
Esteban Lob
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