Wednesday, May 24, 2006

BOLIVIA Y LA CRUZ




El acontecimiento más antiguo que recuerdo fue el asesinato del Presidente de Bolivia, Mayor Gualberto Villarroel, el 21 de Julio de 1946. Mis padres escuchaban noticias por la radio y por esa vía, completamente casual, me enteré del trágico acontecimiento, que, no obstante mi edad, quedó registrado en mi memoria: Una turba había ingresado al Palacio de Gobierno. Había hecho prisionero al Presidente y lo había lanzado desde el balcón y luego, malherido, lo habían colgado de un farol. La noticia me impactó de tal modo que nunca olvidé el episodio. Entonces, no había cumplido siete años.
En los años 60, la Editorial del Pacífico publicó en Chile una serie de libros sobre la historia política reciente de América Latina. En uno de ellos, “Un Pueblo en la Cruz”, de Alberto Ostria Gutiérrez, encontré la corroboración de mis recuerdos. Mi memoria había registrado correctamente el episodio, sólo que recordaba al Presidente mártir como Guadalberto.. Alberto Ostria, político boliviano, fue Ministro de Relaciones Exteriores y Embajador en Chile y, como muchos otros políticos americanos, vivió el exilio en nuestro país.

Buscando antecedentes que registren éste capítulo de la historia boliviana consulté los contenidos de “internet”, sin encontrar nada que me sirviera; me enteré solamente que hay una refinería de petróleo y una calle en la ciudad de La Paz, que recuerdan su nombre. De este modo, no me queda sino volver al libro mencionado, para contar el episodio.

El mayor Villarroel presidía un gobierno de facto en el que se sostenía en una coalición de militares y el Movimiento Nacional Revolucionario, el MNR, cuya ideología estaba influida por el nacional socialismo alemán Su presidente era un caudillo que gravitó durante mucho tiempo en la política boliviana; Víctor Paz Estenssoro. Esta coalición se había hecho del poder mediante una revolución incruento, poco tiempo antes, el 21 de Diciembre de 1943. Como sucedió antes y sucedería después, el nuevo régimen mantuvo una férrea dictadura, conculcó todos los derechos de los ciudadanos. Todas las esperanzas del pueblo fueron una vez más reprimidas mediante la violencia. Se cometieron crímenes que remecieron la conciencia popular. Las organizaciones sindicales y estudiantiles comenzaron a protestar en las calles y siempre fueron reprimidas con brutalidad. La Federación Obrera Boliviana (FOB) declaró la huelga general para el día 17 de Julio de 1946, que fue reprimida por la policía. Ese día ocurrió un hecho dramático que acentuó la efervescencia popular. Un grupo de estudiantes se apoderó de la radio “Córdova” y comenzó a transmitir proclamas contra el gobierno. La fuerza pública atacó la radio hasta silenciarla completamente. Los estudiantes transmitieron hasta el último momento, relatando al aire lo que sucedía. Ninguno de los manifestantes sobrevivió al ataque policial. Dos días después, se produjo otra matanza en las calles de la ciudad de La Paz. La fuerza pública disparó contra un grupo de mujeres que encabezaban una marcha, enarbolando una bandera boliviana. Cuenta Ostria: “La policía apuntó directamente contra las abanderadas que cayeron heridas o muertas, en medio del dolor, la confusión, estupor e indignación de los manifestantes.”
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Ante la extensión de la sublevación popular, en horas de la noche, el Coronel Villarroel solicitó la renuncia de los ministros de su gabinete que pertenecían MNR, reemplazándolos por militares, algunos de ellos conocidos por pertenecer a los sectores más duros de las fuerzas armadas.

Al día siguiente, 20 de Julio, se reunieron los mandos militares con el Presidente y se discutió la conveniencia de su renuncia. Paralelamente, en el edificio Consistorial, los dirigentes del MNR debatían sobre la situación política producida con su alejamiento del gobierno. Ambas reuniones se desarrollaron hasta la madrugada del fatídico 21. Los dirigentes del MNR abandonaron el municipio y dejaron deliberadamente las puertas abiertas. A la mañana siguiente, la muchedumbre, como en los días anteriores, comenzó a ocupar las calles en toda la ciudad. En la puerta del Municipio había una pizarra que invitaba a los manifestantes a entrar. Se comenzó a reunir gente frente al edificio, que se encontraba sin protección policial. Algunos manifestantes, los más audaces, entraron al edificio y al constatar que tampoco al interior habían guardias comenzaron a registrar el edificio, encontrándose con una sorpresa descomunal: Una de las salas del Palacio Consistorial estaba repleta de armas y municiones. La muchedumbre retornó a las calles, esta vez, armada. Comenzaron los ataques a las dependencias públicas, que empiezan a caer una a una en poder de los rebeldes. La resistencia es cada vez más débil, y los efectivos de las fuerzas policiales entregan sus armas a los manifestantes o se unen a ellos. De allí, el ataque al Palacio es inevitable. Este es defendido por fuerzas y bien equipadas. Los revolucionarios logran, derribar las puertas del palacio, a pesar de sufrir muchas víctimas. Una vez dentro del Palacio los insurgentes se desplazan por todo el edificio a la búsqueda del Presidente, que, a esta hora, está prácticamente sólo en el edificio, que se negó a abandonar, pese a las exigencias de sus colaboradores. Cuando los rebeldes lo descubrieron en una de las oficinas del edificio, le dispararon y. lo arrastraron hasta un balcón y lo lanzaron n a la calle. La muchedumbre lo tomó y, ya semidesnudo, colgaron de un farol, junto a otros dos funcionarios que corrieron la misma desdichada suerte. Gualberto Villarroel había dimitido a su cargo poco antes, y nadie comprende porque, habiendo tenido varias oportunidades para huir, prefirió morir en manos de sus detractores. De hecho el edificio de gobierno tenía una salida secreta que le habría permitido huir sin correr mayores riesgos, como lo hicieron los demás personeros y funcionarios del gobierno que si optaron por salvar sus vidas.

Bolivia vive hoy otras convulsiones. La esperanza de cambios profundos está instalada nuevamente en la conciencia del pueblo. La encarna un político de nuevo cuño, que no proviene de las castas militares o de las elites políticas o financieras del país y que cuenta con un apoyo ciudadano nunca antes visto en la política boliviana. Para no defraudarla, sin perjuicio de su propia responsabilidad, Evo Morales necesita la comprensión y el apoyo de la comunidad internacional.

En lo que a mi concierne, Bolivia y Evo Morales cuentan con todas mis simpatías.

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