Saturday, March 29, 2008

LA VORAGINE

EL DESTINO IMPLACABLE


“La Vorágine”, del escritor colombiano José Eustasio Rivera, fue la primera “gran” novela que leí en la primera etapa de mi adolescencia. Constituyó para mi un salto cualitativo pasar de los clásicos juveniles, hablo de Dickens, Stevenson, London, etc., a una literatura superior. Este libro está asociado, en mis recueros, a mi padre y a mi primo Sergio, por los motivos que contaré.

Mi padre fue un hombre de rutinas felices, que, desafortunadamente, murió muy joven, a los 55 años, víctima de de una atención médica desafortunada. Entre sus rutinas acostumbraba reunirse con sus hermanos Federico, Roberto y Carlos, con sus amigos y con los de sus hermanos, todos los días viernes. A la salida de su oficina, se dirigía a la calle San Diego, a esperar a Roberto y Carlos, que trabajaban en el diario “El Imparcial”, punto de reunión. Luego se trasladaban hasta algún bar o restaurante donde se encontraban con el resto del grupo.

Era una época de bohemia, que alcancé a conocer, en su última etapa. Con alguna frecuencia, con compañeros de la Universidad, ligados a actividades políticas o culturales, solíamos rematar la jornada en lugares como “Il Bosco” o “La Piojera”.

Un filme chileno, “Tres Tristes Tigres”, del cineasta radicado en Francia, Raúl Ruiz, revive esa época en forma notable. No obstante el tiempo transcurrido, recuerdo el impacto que me causó tanto la primera secuencia de la película, el grupo de amigos ingresando a un bar atestado de gente, como la banda sonora, una canción cebollienta, un bolero. Interpretado por Ramón Aguilera, a todo volumen.


A lugares como estos llegaban todo tipo de vendedores, entre ellos, los de libros, que solían encontrar buenos clientes y un público predispuesto por las discusiones sobre todos los temas imaginables, que surgían, espontáneos, al calor de las copas. Mi padre llegó a casa una noche, trayéndome de regalo seis libros, editados por “Zig-Zag”, que aún conservo, que había comprado en esta forma. Así llegó a mis manos “La Vorágine”.

Nunca vi a mis padres leer un libro. Mi madre compraba semanalmente la revista “Don Fausto” y mi padre “Selecciones del Readers Digest”. Sin embargo, desde niño `me estimularon la lectura, comprándome cuanta revista o libro les parecían apropiados para mi edad. -

Otras de las rutinas de mi padre consistía en almorzar los días sábados en la casa de mi tia Evangelina, que vivía con mi abuela Olaya. Mi madre, en esa época, estaba disgustada con mi abuela, que no le perdonaba que se hubiera casado con su hijo, motivo por el cuál, habitualmente, lo acompañábamos mi hermano Oscar y yo.

Mi primo Sergio, el mayor de los tres hijos de mi tía, menor que yo y mayor que mi hermano, era el más feliz con estos encuentros familiares sabatinos. Nos recibía con una alegría desbordante y, normalmente, la jornada terminaba con un ataque de llanto cuando nos íbamos. Eso era, claro está, al principio.

Con el tiempo fuimos creciendo y Sergio se fue convirtiendo en un líder para nosotros y los demás primos. En el Instituto Nacional era el mejor alumno de su curso, era, lejos, el que mejor bailaba Rock and Roll, cantaba como Frank Sinatra, vestía casacas rojas como James Dean, Fue el mejor futbolista y ciclista del barrio y quién contaba los mejores chistes y con más gracia. Su éxito llegaría a la cima cuando conquistó a la niña más hermosa de la Población Juan Antonio Rios Nro. 2. Solo que, sin concretar ningunos de sus sueños, prematuramente, se casó con ella...

Fue en esa época. la primera de nuestra adolescencia, cuando le conté el entusiasmo que me había producido la lectura de “La Vorágine”. De inmediato quiso leerla, de modo que le presté el libro.

A la semana siguiente, cuando nos juntamos de nuevo, estaba radiante Para mi sorpresa se había identificado en tal forma con el destino del protagonista, Arturo Cova, que parecía presentir su propio fracaso y la idea, romántica, parecía agradarle. De partida, la primera frase del libro “Antes que me hubiera apasionado por mujer alguna, jugué mi corazón al azar y me lo ganó la violencia”, lo había deslumbrado. Después de todo, no sabía que el “azar” no era cosa de niños.

Pensé que, a lo mejor, cuando el tiempo hiciera su tarea, a la hora del balance, mi primo repetiría de memoria, con Arturo Cova “...Los que un tiempo creyeron que mi inteligencia irradiaría extraordinariamente, cuál una aureola de mi juventud, los que se olvidaron de mi apenas mi planta descendió al infortunio, los que al recordarme alguna vez piensen en mi fracaso y se pregunten por qué no fui lo que pude haber sido, sepan que el destino implacable me desarraigó de la prosperidad incipiente y me lanzó a las pampas para que ambulara, vagabundo, como los vientos, y me extinguiera como ellos, sin dejar más que ruido y desolación”

Pasaron los años, Sergio falleció prematuramente, y nunca conversamos sobre este tema. Es posible que no lo hubiera recordado, que todo haya sido producto de mi imaginación. Podría ser...

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