UN VISTAZO A LA MUERTE
Mi suegra se jacta que comienza cada jornada leyendo el obituario del diario “El Mercurio”. Si hubiese hecho lo mismo me habría enterado, oportunamente, del deceso más de algún amigo. En todo caso, querámoslo o no, la muerte es parte del panorama noticioso. El fallecimiento de personalidades como Julio Martínez o Volodia Teitelboim, de las víctimas de crímenes o de accidentes atroces o de las confrontaciones étnicas, políticas o religiosas, son d e ordinaria ocurrencia. Al parecer, nunca el mundo estuvo tan familiarizado con la muerte.
La meditación sobre la muerte proviene de fuentes diversas, con intereses distintos. Está la visión poética o literaria, la científica, la religiosa y la filosófica. En muchas oportunidades estas dos última se presentan conformando una sola visión.
San Alberto Hurtado sostiene en un breve artículo, “La muerte”, incluido en el volumen “El fuego que enciende otros fuegos”, que hay dos concepto sobre la muerte, uno “puramente humano” y otro “cristiano”. “El concepto humano considera la muerte como el gran derrumbe, el fin de todo. Es un concepto impregnado de tristeza (los filósofos estoicos se suicidaban para ser plenamente dueños de su fin como querían serlo de su vida). Desde los primeros tiempos el hombre ha sentido pavor ante la muerte. Nadie la conoce por experiencia propia y de los que han pasado por ella ni uno ha vuelto a decirnos lo que es: ha entrado en un eterno silencio. En cambio, “La muerte para el cristiano es el momento de hallar a Dios…” Aquí, “La muerte no es muerte”.
Como no soy cristiano, mi idea de la muerte es “propiamente humana”, pero estoy lejos de sentir “tristeza” o “pavor” por este motivo, ni creo que constituya “un derrumbe”, aunque sea el fin para quién muere. Este punto, en todo caso, no me preocupa, porque las obras de los hombres permanecen en el tiempo, como la del propio padre Hurtado, lo cuál no me impide concluir que la vida productiva de Pablo Neruda, para cambiar de ejemplo, concluyó con su muerte (la de los santos podría continuar vía milagros).
Para Platón o Cicerón, la filosofía es, en primer lugar, una meditación sobre la muerte. Santayana, filósofo español, afirmó, veinte siglos después, que «una buena manera de probar el calibre de una filosofía es preguntar lo que piensa acerca de la muerte». Todo parece indicar que la filosofía es, ante todo, una reflexión acerca de la muerte y, específicamente, sobre su sentido. Al hablar del sentido de la muerte, estamos restringiendo la discusión a la muerte humana, para diferenciarla de la designación de todo fenómeno en el que se produce una cesación.
“Una historia de las ideas acerca de la muerte supone, en nuestra opinión, -afirma José Ferrater Mora, en su “Diccionario de Filosofía”, un detallado análisis de las diversas concepciones del mundo —y no sólo de las filosofías— habidas en el curso del pensamiento humano. Además, supone un análisis de los problemas relativos al sentido de la vida y a la concepción de la inmortalidad, ya sea bajo la forma de su afirmación, o bien bajo el aspecto de su negación. En todos los casos, en efecto, resulta de ello una determinada idea de la muerte”.
. El mismo filósofo, en “El ser y la muerte” (1962) formuló proposiciones relativas a la propiedad “ser mortal”, donde esta expresión `resume cualquier modo de dejar de ser: 1) Ser real es ser mortal; 2) Hay diversos grados de mortalidad, desde la mortalidad mínima a la máxima; 3) La mortalidad mínima es la de la naturaleza inorgánica; 4) La mortalidad máxima es la del ser humano; 5) Cada uno de los tipos, de ser incluidos en `la realidad', es comprensible y analizable en virtud de su situación ontológica dentro de un conjunto determinado por dos tendencias contrapuestas: una que va de lo menos mortal a lo más mortal y otra que recorre la dirección inversa”. La muerte es concebida como una “propiedad” de la Naturaleza.
En definitiva, no me parece verdadero ningún concepto de la vida y de la muerte en que se ignoren las raíces naturales del hombre. Así ocurre con el texto del padre Hurtado, antes citado. Para los cristianos “la muerte no es muerte”, sólo que la vida tampoco es vida, sólo un tránsito a un estado diferente. Lo que está claro hoy día es que el hombre es producto de una evolución, en la que hay estadios conocidos. Toumai es el homínido más antiguo de que se tenga noticias, 6.000.000 de años, en el transcurso de los cuales los hombres y sus antepasados inmediatos murieron ignorando que entraban al reino de los cielos, que hizo su aparición sólo 4.000 años atrás. Llegar a esta conclusión no me produce “alegría” ni “tristeza”. Se trata de una mera constatación.
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