ALGO DE MI DOLCE VITA
…en esa época mi más ferviente deseo era ser padre, proyecto postergado a causa de mi virginidad… Cuando vi “La dolce vita”, de Fellini, quedé tan extasiado que todos mis planes cambiaron; ahora tendría que ser cineasta… Entretanto, decidí que debía contarle la película a alguien. Entré a la primera cabina telefónica que encontré y llamé a mi padre. --¡Hola papá, tienes 175 minutos, quiero contarte una película…, si, ¡“La dolce vita!”. ¡Caramba!, mi padre dice que la vio la semana pasada. Lo lamenté, perdí la oportunidad de ejercitar mi memoria y, de paso, la de comunicarme con mi padre. Con el tiempo supe que me había mentido. Mi mamá intentó justificarlo: lo había hecho para protegerme, que si me hubiera dicho la verdad, que le daba lata oír mi relato, –lisa y llanamente-, podría haberme causado un trauma. Puede ser, un trauma más –o menos- da lo mismo. (“Unas grandes oficinas con amplias cristaleras. El rumor del helicóptero atrae la atención de los empleados, que sacan la cabeza hacia el exterior. . Después se levantan y se unen a los que ya estaban asomados a la ventana. .- Entre los empleados hay varias chicas bonitas a las que los jovenzuelos se acercan más de lo necesario para ver el helicóptero. Fuera de las ventanas, a pocos metros, pasa oscilando la estatua. Todos vocean, asomándose mucho y agitando los brazos. En seguida pasa el helicóptero que, inesperadamente, se detiene en el aire, delante de las ventanas donde están las chicas. Dentro del aparato y junto al piloto se ven dos jóvenes que hacen señales de saludos a las muchachas. Son Marcello y Paparazzo. El viento del helicóptero da de lleno a las chicas que, excitadas y divertidas, ríen e intercambian los saludos, se mueven en un coro de exclamaciones. Desde el interior del helicóptero, los dos jóvenes gritan algo que no se oye evidentemente, bromas y piropos a las chicas Paparazzo que lleva una máquina de retratar con flash saca algunas fotos. Las muchachas ríen y aunque es absolutamente imposible hacerse oír alguna grita, indicando la estatua, que ya está lejos.
Chica: ¿Qué es?
Desde el interior del helicóptero, Marcello y Paparazzo intentan con gestos hacerse entender. … Después, habiendo comprendido el gesto de la muchacha, Marcello grita en el vacío:
Marcello: ¡El Cristo Obrero!...!Al Papa!...!Se lo llevamos al Papa!”)
Mi madrina vivía cerca del cine y no nos veíamos desde hace diez años. Decidí darle una sorpresa y, de paso, contarle la película. Subí al tercer piso del edificio y toqué el timbre de su departamento. Me abrió enseguida. Cuando nos vimos, cara a cara, como en la tele, ambos quedamos sorprendidos. Mi madrina estaba rejuvenecida, la recordaba más vieja y gorda, pero estaba equivocado. Vestía provocativamente, como si hubiera escapado de alguna escena de la película que quería contarle. Me hizo pasar y tomar asiento en el living, y me preguntó como se me había ocurrido visitarla “en este momento”. No alcancé a contestarle porque atendió una llamada telefónica. Cuando colgó, cambio completamente de actitud. Mientras hablaba por teléfono me había percatado que la mesa estaba servida, había pastelillos, sandwichs, jugos, café, leche, en fin. Era evidente que me esperaba. Me hizo pasar al comedor, mientras le explicaba que venía del cine y que quería contarle la película. Me dijo, “primero tomamos onces y luego me cuentas lo que quieras”.
Cuando llegó el momento que había esperado toda la tarde me propuso que pasáramos a su dormitorio, “tiene vista al cerro Santa Lucía y, a esta hora, es muy agradable, más fresquito”. Me senté en la cama, no había otro lugar, y mi madrina, primero se sentó, del otro lado y, luego, relajada, se acostó, a mi lado. Comencé, pues, mi relato, cuidando no olvidar detalles. Mi madrina, que se había ido acercando cada vez más a mi, comenzó, distraídamente, a desabrocharme la camisa e introdujo su suave mano bajo ella… (“Marcello sale de una pequeña lechería, llevando en la mano un vaso de leche y un plato; anda rápido pero con pasos breves, teniendo cuidado de no derramar la leche. A unos veinte metros encuentra la placita en la que hemos dejado a Sylvia. Y, atraído maquinalmente por el sonido del agua, mira hacia la fuente. Sylvia está allí sentada al borde de la fuente. Ha dejado el gatito en el suelo y se está quitando las sandalias, después, volviéndose hacia dentro, siempre sentada en el borde, mete los pies en el agua. Se queda un segundo inmóvil, echándose el cabello hacia atrás, y luego, con gran naturalidad, se pone de pie, recogiendo su falda y descubriendo sus piernas, se pone a caminar por dentro de la fuente. El agua le llega a la rodilla. La visión de aquella mujer andando dentro de la fuente entre estatuas y chorros de agua, tiene algo de mágico. Marcello se queda embelesado mirándola; lentamente se acerca a la fuente y se inclina para darle la leche al gatito y, agachado como está, la mira otra vez, sonriendo maravillado. Sylvia, que casi se encuentra bajo el chorro de la cascada, se vuelve hacia Marcello con un gesto suave y amplio de los brazos, como una sacerdotisa que va a iniciar un misterioso rito pagano. Una repentina emoción atenaza la garganta de Marcello, y una serena alegría le hace ver de repente lo mediocre de su vida cotidiana, su trabajo, sus amores, sus esperanzas, sus ambiciones. Todo. Un deseo irrefrenable de libertad, de alegre entrega a sus instintos, de vida profunda, casi lo embriaga.“) Era mi primera vez y estaba feliz, aunque un poco hipnotizado por mi madrina, que no cesaba de adularme, entre besos. ¿Quién inventó el teléfono? Mi madrina interrumpe las caricias para atender una llamada, se vuelve hacia mi y dice, “rápido, vístete rápido, ¡había olvidado mi clase de piano, un alumno viene en media hora!”. Cuando salía del departamento me hizo una última advertencia: “No le cuentes a nadie que me viste, ¿De acuerdo?” En el hall del edificio, un muchacho de mi edad, se paseaba nervioso con un ramo de flores, sin despegar los ojos de su reloj. Estuve a punto de decirle que mejor hubiera sido traer un piano, puesto que en el departamento de mi madrina no hay ninguno.
No estaba seguro de querer contarle “La dolce vita”, a mi novia, pero era temprano para ir a mi casa y estaba pleno de vitalidad. Decidí, pues, visitarla, aunque era martes. Me abrió la puerta de la casa y me arrastró, literalmente, hasta el escritorio, frente a la entrada. “Te tengo una noticia que te mueres de impresión…. ¡Vas a ser padre! –“¿Qué?, Me quedé helado, completamente perturbado, mi mente era un caos:: “¿Tan luego? ¿Te llamó mi madrina?, ¿que te dijo? ¿Está embarazada?” Mi reacción sorprendió a mi novia, que atribuyó mi incoherencia a mi sorpresa. Mi novia tomó rápidamente el control de la situación, solo quería explicarme, que ambos, ella y yo, íbamos a ser padres de una guagua que ella iba a tener… De pronto sonó el timbre y, sin pensarlo, me abalancé sobre la puerta de calle. Era mi suegro, es decir, el papá de mi novia. Le debió parecer extraño mi aspecto “¡y a ti, que te pasa!”, entonces, le conté que iba a ser abuelo de mi hijo. Lanzó un alarido, se puso rojo, y, lleno de una furia incontenible, me agarró del cuello, me zamarreó y me lanzó al antejardín. No se cuanto tiempo permanecí en el suelo, sin poder levantarme; de pronto se abrió la puerta y mi novia se me tiró encima y comenzó a golpearme con inesperada violencia mientras me gritaba: “Eres un estúpido, como vamos a tener un hijo si somos vírgenes. ¿Como no te diste cuenta que era una broma? Has dicho tantas veces que quieres tener un hijo, que quise hacerte una broma, eso era todo.
Si hubiera tenido la fuerza necesaria le habría replicado que, por el momento, y sólo por el momento, ella era virgen y, que, en todo caso, ya no quiero ser padre, quiero ser director de cine.
“(FIN)”
Chica: ¿Qué es?
Desde el interior del helicóptero, Marcello y Paparazzo intentan con gestos hacerse entender. … Después, habiendo comprendido el gesto de la muchacha, Marcello grita en el vacío:
Marcello: ¡El Cristo Obrero!...!Al Papa!...!Se lo llevamos al Papa!”)
Mi madrina vivía cerca del cine y no nos veíamos desde hace diez años. Decidí darle una sorpresa y, de paso, contarle la película. Subí al tercer piso del edificio y toqué el timbre de su departamento. Me abrió enseguida. Cuando nos vimos, cara a cara, como en la tele, ambos quedamos sorprendidos. Mi madrina estaba rejuvenecida, la recordaba más vieja y gorda, pero estaba equivocado. Vestía provocativamente, como si hubiera escapado de alguna escena de la película que quería contarle. Me hizo pasar y tomar asiento en el living, y me preguntó como se me había ocurrido visitarla “en este momento”. No alcancé a contestarle porque atendió una llamada telefónica. Cuando colgó, cambio completamente de actitud. Mientras hablaba por teléfono me había percatado que la mesa estaba servida, había pastelillos, sandwichs, jugos, café, leche, en fin. Era evidente que me esperaba. Me hizo pasar al comedor, mientras le explicaba que venía del cine y que quería contarle la película. Me dijo, “primero tomamos onces y luego me cuentas lo que quieras”.
Cuando llegó el momento que había esperado toda la tarde me propuso que pasáramos a su dormitorio, “tiene vista al cerro Santa Lucía y, a esta hora, es muy agradable, más fresquito”. Me senté en la cama, no había otro lugar, y mi madrina, primero se sentó, del otro lado y, luego, relajada, se acostó, a mi lado. Comencé, pues, mi relato, cuidando no olvidar detalles. Mi madrina, que se había ido acercando cada vez más a mi, comenzó, distraídamente, a desabrocharme la camisa e introdujo su suave mano bajo ella… (“Marcello sale de una pequeña lechería, llevando en la mano un vaso de leche y un plato; anda rápido pero con pasos breves, teniendo cuidado de no derramar la leche. A unos veinte metros encuentra la placita en la que hemos dejado a Sylvia. Y, atraído maquinalmente por el sonido del agua, mira hacia la fuente. Sylvia está allí sentada al borde de la fuente. Ha dejado el gatito en el suelo y se está quitando las sandalias, después, volviéndose hacia dentro, siempre sentada en el borde, mete los pies en el agua. Se queda un segundo inmóvil, echándose el cabello hacia atrás, y luego, con gran naturalidad, se pone de pie, recogiendo su falda y descubriendo sus piernas, se pone a caminar por dentro de la fuente. El agua le llega a la rodilla. La visión de aquella mujer andando dentro de la fuente entre estatuas y chorros de agua, tiene algo de mágico. Marcello se queda embelesado mirándola; lentamente se acerca a la fuente y se inclina para darle la leche al gatito y, agachado como está, la mira otra vez, sonriendo maravillado. Sylvia, que casi se encuentra bajo el chorro de la cascada, se vuelve hacia Marcello con un gesto suave y amplio de los brazos, como una sacerdotisa que va a iniciar un misterioso rito pagano. Una repentina emoción atenaza la garganta de Marcello, y una serena alegría le hace ver de repente lo mediocre de su vida cotidiana, su trabajo, sus amores, sus esperanzas, sus ambiciones. Todo. Un deseo irrefrenable de libertad, de alegre entrega a sus instintos, de vida profunda, casi lo embriaga.“) Era mi primera vez y estaba feliz, aunque un poco hipnotizado por mi madrina, que no cesaba de adularme, entre besos. ¿Quién inventó el teléfono? Mi madrina interrumpe las caricias para atender una llamada, se vuelve hacia mi y dice, “rápido, vístete rápido, ¡había olvidado mi clase de piano, un alumno viene en media hora!”. Cuando salía del departamento me hizo una última advertencia: “No le cuentes a nadie que me viste, ¿De acuerdo?” En el hall del edificio, un muchacho de mi edad, se paseaba nervioso con un ramo de flores, sin despegar los ojos de su reloj. Estuve a punto de decirle que mejor hubiera sido traer un piano, puesto que en el departamento de mi madrina no hay ninguno.
No estaba seguro de querer contarle “La dolce vita”, a mi novia, pero era temprano para ir a mi casa y estaba pleno de vitalidad. Decidí, pues, visitarla, aunque era martes. Me abrió la puerta de la casa y me arrastró, literalmente, hasta el escritorio, frente a la entrada. “Te tengo una noticia que te mueres de impresión…. ¡Vas a ser padre! –“¿Qué?, Me quedé helado, completamente perturbado, mi mente era un caos:: “¿Tan luego? ¿Te llamó mi madrina?, ¿que te dijo? ¿Está embarazada?” Mi reacción sorprendió a mi novia, que atribuyó mi incoherencia a mi sorpresa. Mi novia tomó rápidamente el control de la situación, solo quería explicarme, que ambos, ella y yo, íbamos a ser padres de una guagua que ella iba a tener… De pronto sonó el timbre y, sin pensarlo, me abalancé sobre la puerta de calle. Era mi suegro, es decir, el papá de mi novia. Le debió parecer extraño mi aspecto “¡y a ti, que te pasa!”, entonces, le conté que iba a ser abuelo de mi hijo. Lanzó un alarido, se puso rojo, y, lleno de una furia incontenible, me agarró del cuello, me zamarreó y me lanzó al antejardín. No se cuanto tiempo permanecí en el suelo, sin poder levantarme; de pronto se abrió la puerta y mi novia se me tiró encima y comenzó a golpearme con inesperada violencia mientras me gritaba: “Eres un estúpido, como vamos a tener un hijo si somos vírgenes. ¿Como no te diste cuenta que era una broma? Has dicho tantas veces que quieres tener un hijo, que quise hacerte una broma, eso era todo.
Si hubiera tenido la fuerza necesaria le habría replicado que, por el momento, y sólo por el momento, ella era virgen y, que, en todo caso, ya no quiero ser padre, quiero ser director de cine.
“(FIN)”
1 Comments:
En verdad, Jorge, es una historia muy buena, con interesantes matices y notablemente atractiva.
Te ofrezco mis respetos por tu ágil pluma y te invito a que perseveres en tan noble afición.
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