TEMEROSA SOMBRA
Mi sombra teme a la oscuridad. Lo descubrí durante el invierno, cuando al atardecer, viajaba diariamente, entre las estaciones del Metro de “Los leones” y “Los héroes”. Al descebder del tren, caminaba por el andén en dirección poniente para salir a la calle a la altura de Cienfuegos. En la esquina de la Alameda hay un quiosco que en el invierno expende sopaipillas y en el verano, mote con huesillos. Allí la calle es estrecha y la flanquea todo tipo de obstáculos, colocolinos, perros, postes, canastos con frutas y verduras, basureros. Pegados a la vereda siempre encontrarás, a esa hora, enorme camiones que proveen de productos a los negocios del sector, de modo que avanzas como en un desfiladero. Tomo todo con calma, camino con las debidas precauciones, lentamente, como si se tratara de un paseo cotidiano. Los postes del alumbrado eléctrico están colocados a unos cincuenta metros de distancia entre sí, de modo que en mi caminata hay zonas alumbradas y oscuras. Fue en este trayecto donde advertí por primera vez el comportamiento desconcertante de mi sombra. Mientras avanzaba por la zona oscura de Cienfuegos, mi sombra iba siempre a mi retaguardia, esperando que le abriera el paso, pero tan pronto me acercaba a uno de los postes de luz, mi sombra me daba alcance y luego, se abalanzaba hacia la luz. A medida que avanzábamos a la oscuridad, mi sombra vacilaba y luego, se precipitaba a retomar su posesión en la retaguardia y así, cada cincuenta metros iba y venía, según el caso, cambiando de lugar en la marcha. Al principio no me daba cuenta, pero pronto empecé a sentir el embate de sus movimientos bajo mis pies y a experimentar la extraña sensación de levitar, durante la fracciones de segundos que duraban esos embates. Desafortunadamente para ella, no existe posibilidad que podamos dar un paseo caminando juntos, como dos amantes, lo he pensado muchas veces, simplemente, no se puede.
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