AGNUS DEI
En los últimos años, como consecuencia de la participación de las fuerzas armadas de Chile en la misión de pacificación de las Naciones Unidad en Haití, los chilenos hemos tenido la posibilidad de conocer, a través los reportajes periodísticos, las penosas condiciones de vida de sus habitantes.
En los años 60 leí una novela, “El reino de este mundo”, de Alejo Carpentier, publicada en el año 1949, que me impresionó desde varios puntos de vista. Se trata, desde luego, de literatura al más alto nivel, una trama singular que nos introduce en la descripción de una tradición cultural que llegó a la isla con los primeros esclavos negros procedentes de Africa.
El otro aspecto que me interesa recordar es que Carpentier escribió un prólogo para esta novela que se convirtió en un hito teórico de la literatura latinoamericana del siglo XX y, desde un punto desde ese punto de vista, preparó el camino para la irrupción del “Boom” de la literatura de nuestro continente. En efecto, en este prólogo Carpentier usó, por primera vez, la expresión “lo real maravilloso”, para describir el trasfondo de la vida cotidiana de los haitianos. Esta expresión daría paso, al “realismo mágico”, de Gabriel García Márquez y demás escritores del “Boom”.
El tercer aspecto que me interesa destacar, tiene que ver con una valoración de la vida del hombre y de su misión en este Reino, aspecto que me interesa profundizar en este post.
El tercer aspecto que me interesa destacar, tiene que ver con una valoración de la vida del hombre y de su misión en este Reino, aspecto que me interesa profundizar en este post.
Para quienes no han leído esta novela, pero que les interesa el tema de la condición humana, intentaré hacer una breve reseña de la obra.
Ti Noel, un esclavo negro, que vive en la misma hacienda que Mackandal, llamado "mandinga", "el chamán" de la tribu. A partir de un accidente, tras el que pierde un brazo, Mackandal sufre un proceso de metamorfosis, tornándose en el símbolo de una cultura, que se manifiesta en sus relatos y sus poderes, entre los que está el de transformarse en animal de pezuña, en ave, pez o insecto. Expulsado de la hacienda por su amo, Mackandal la visita continuamente, disfrazado de animal, una realidad que solo es comprensible para los esclavos, que esperan siempre su retorno. La importancia de Mackandal se explica por su condición de aglutinador de las comunidades africanas de Haití. Cuando al final es llevado al fuego y del fuego sale liberado, Mackandal se torna en símbolo: "transformado en mosquito zumbón, iría a posarse en el mismo tricomio del jefe de las tropas, para gozar del desconcierto de los blancos. Eso era lo que ignoraban los amos” (p. 40). (...) Aquella tarde los esclavos regresaron a sus haciendas riendo por todo el camino. Mackandal había cumplido su promesa, permaneciendo en el reino de este mundo. Una vez más eran burlados los blancos por los Altos Poderes de la Otra Orilla" (p. 41). La magia, en tanto saber secreto, era, pués, la única arma contra los franceses.
Paralelamente, Ti Noel es testigo de la otra realidad, de veinte años de la historia de Haití, un trasfondo social, el de la lucha de los negros por su libertad. Aparece Bouckman, el jamaicano, quien informa a Ti Noel que algo había ocurrido en Francia, "y que unos señores muy influyentes habían declarado que debía darse la libertad a los negros, pero que los ricos propietarios del Cabo (...) se negaban a obedecer"."Rompan la imagen del Dios de los blancos, que tiene sed de nuestras lágrimas; ¡escuchemos en nosotros mismos la llamada de la libertad!" (p. 54). Será necesario redactar una proclama y nadie sabe escribir; entonces se piensa en el abate de la Haye, "párroco del Dondón, sacerdote volteriano que daba muestras de inequívocas simpatías por los negros desde que había tomado conocimiento de la declaración de Derechos del hombre" (pp. 55-56).Los monárquicos franceses no podrán evadir los efectos de la caida de la monarquí en Francia y Ti Noel podrá regresar a Haití, desde Cuba, donde se había visto forzado a acompañar a su amo, tras su segunda viudez. Haití tiene ahora un Rey negro, Henri Christophe, que habita el palacio de Sens-Soucci. Christophe mantuvo siempre al margen, la mística africanista y trató de dar a su corte un tono europeo: "Christophe, el reformador, había querido ignorar el vodú, formando a fustazos, una casta de señores católicos" (p. 118). Christophe eligió su propia muerte convirtiendo la Ciudadela en el Mausoleo del primer rey de Haití. Ti Noel fue uno de los que comenzó el saqueo del Palacio de Sens-Souci, recordando todo lo relatado por Mackandal y vislumbra que él tiene una gran misión que cumplir, pues son tantos los años que lleva en este mundo que es digno de vivir grandes momentos. Una mañana aparecieron los Agrimensores, "seres con oficio de insectos" que "habían descendido de la Llanura venidos del remoto Port-au-Prince. Cuando Ti Noel los vio les habló enérgicamente, pero ellos no le hicieron caso. Ti Noel, ya anciano, vio con furor que hablaban el "idioma de los franceses, aquella lengua olvidada por él desde los tiempos en que M. Lenormand de Mezy lo había jugado a las cartas en Cuba" (p. 143). Pero Ti Noel "supo,..., que las tareas agrícolas se habían vuelto obligatorias y que el látigo estaba ahora en mano de Mulatos Republicanos, nuevos amos de la Llanura del Norte. Mackandal no había previsto esto del trabajo obligatorio" (p. 144). Ti Noel miró a la Ciudadela de la Ferriére pero ya no veía nada: "El verbo de H. Christophe se había hecho piedra y ya no habitaba entre nosotros" (p. 144).
El último capítulo del libro, “Agnus Dei”, es, a mi juicio, una de las páginas más notables que he leído. En breves párrafos, el autor presenta una revelación, que es propia de la condición humana, que opone al otro Reino, el de este mundo:
Ti Noel quería ayudar a sus súbditos y comenzó a desesperarse por la proliferación de miserias, "que los más resignados acababan por aceptar como prueba de la inutilidad de toda rebeldía" (p. 145). Siempre, el recuerdo de Mackandal se imponía a su memoria. "Ya que la vestidura de hombre solía traer tantas calamidades, más valía despojarse de ella por un tiempo... Ti Noel se sorprendió de lo fácil que es transformarse en animal cuando se tienen poderes para ello. Como prueba se trepó a un árbol, quiso ser ave, y al punto fue ave" (p. 145). Luego fue ganañón, avispa, hormiga. Luego, se transformó en ganso para convivir con las aves que se habían instalado en sus dominios. Si embargo Ti Noel fue repudiado por los gansos, que no lo reconocían como uno de los suyos.
"Ti Noel comprendió oscuramente que aquel repudio de los gansos era un castigo a su cobardía. Mackandal se había disfrazado de animal, durante años, para servir a los hombres, no para desertar del terreno de los hombres....volvió a ver a los héroes que le habían revelado la fuerza y la abundancia de sus lejanos antepasados del África, haciéndole creer en las posibles germinaciones del porvenir... Ti Noel había gastado su herencia y, a pesar de haber llegado a la última miseria, dejaba la misma herencia recibida. Y comprendía, ahora, que el hombre nunca sabe para quién padece y espera. Padece y espera y trabaja para gentes que nunca conocerá, y que a su vez padecerán y esperarán y trabajarán para otros que tampoco serán felices, pues el hombre ansía siempre una felicidad situada más allá de la porción que le es otorgada. Pero la grandeza del hombre está precisamente en querer mejorar lo que es. En imponerse tareas. En el Reino de Los Cielos no hay grandeza que conquistar, puesto que allá todo es jerarquía establecida, incógnita despejada, existir sin término, imposibilidad de sacrificio, reposo y deleite. Por ello, agobiado de penas y de Tareas, hermoso dentro de su miseria, capaz de amar en medio de las plagas, el hombre sólo puede hallar su grandeza, su máxima medida en El Reino de este Mundo" (pp. 149-150).
"Ti Noel lanzó su declaración de guerra a los nuevos amos, dando orden a sus súbditos de partir al asalto de las obras insolentes de los mulatos investidos" (p. 150).
Desde ese momento nadie supo más de Ti Noel.
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