Monday, May 21, 2007

LINNEA Y EL NORIA EN EL XOKO


En esos días mis amigos me llamaban el "Noria". Recuerdo que el apodo tuvo su origen en una afirmación mía de que el cuerpo humano consiste hasta dos terceras partes de agua. Alguno, pienso que fue Pepe, largó el chiste de que en mi caso era aguas estancadas. De ahí pasamos a lo de aguas hervidas, agua de resumidero, agua bendita y agua de noria. Dije que para apodo prefería éste último. Con el tiempo, por simplificar, quedé en el "Noria".

Presento un amigo - me mostró un Pepe exagerado e introductorio, con gesto generoso.
Linnea - dijo ella, sonrió, era bellísima, mostró un poco un diente un algo negro. Alargó una mano.

Noria, para servirle -respondí de inmediato, casi sin pensarlo- Me dicen el Agua de Noria, pero para ti, Norita, nada más.

Escogimos, escogieron ellos, muy a mi pesar, el café Xoko, que es el más caro de Birkastan. Linnea pidió café latte y un helado, Pepe un té con media luna, yo un espreso doble y un vaso de agua de la llave. Adivinaba que Pepe se marcharía dentro de un rato, sin acabar su té, y sin pagar. Me dejaba con Linnea que bebía su latte con mucha paciencia. Se manchaba de espuma de leche en el bigote. Es decir no, no había bigote, por cierto. Ahí dónde habría estado el bigote si lo hubiera usado.

Mientras conversaba ella, trataba yo de leer el vale codificado que nos habían dejado arriba de la mesa que ocupábamos y contaba las monedas de 10 coronas en el bolsillo de la chaqueta. Linnea me contó el noticiero de las 18.00. Esta tarde una muchedumbre de jóvenes rusos, algo de treinta en total, habían atacado el auto del embajador sueco en Moscú. Parece que lo habían confundido, o sea que los huliganes tomaron la bandera sueca por una de Estonia y la quemaron. Supongo que para manifestar necesitaban meterle fuego a una bandera, aunque fuera chica, y no encontraron otra mejor. Al huir de allí, el auto le pasó una rueda por encima del bototo a uno de esos guardias de asalto que hay en Rusia que usan unos uniformes horribles de feos y le jodió el pie.

En suma -declaró enfática Linnea - que terminó el asunto en un empate...

Yo seguía enamorado de ella. Controlé la hora en el celular. Para ser exactos hacía 23 minutos que la adoraba perdidamente. La escuchaba embobado hablar de embajadores, huliganes y banderines estropeados. Contaba, mientras tanto, las monedas de 5 coronas. Ella debe haber pensado que me estaba rascando quién sabe que partes. Se calló un instante. Se sentía un ruido metálico, de monedas, llegando de abajo de la mesa...Para disimular me puse a mirar y tentar con la mano de bajo de la mesa como buscando.

Yo tenía ganas de besarla y chuparle lo blanco del bigote. Lo hizo, sin embargo, ella misma. Se relamía como un gato. Por decir algo pregunté quién había hecho el gol de los suecos.

Linnea lanzó una carcajada terrible. Todo el Xoko se paralizó unos instantes. Se volvían a mirarnos.

Bueno - repuso ella después - el gol de los suecos lo habrá hecho el embajador. ¿Siempre haces así cómo qué escuchas y después no agarras una?

Si - reconocí de inmediato - es que me embelecé con tu ... y le mostré con la mano el labio superior. Ella se ruborizó y se limpió con mi servilleta. Permiso, dijo, la mía se cayó al piso hará cinco minutos.

Me apresuré a recoger su servilleta de papel. De paso eché una ojeada a sus tobillos y sus pies. Los tenía bellísimos, igual que el resto de todo ella. No se si sabría describirla. Era ella como una ...rubia, ojos claros, bien erguida, labios bien rojos, ese diente medio ennegrecido que tenía... Para dejar de pensar en ella imaginé el auto del embajador tratando de alejarse de la muchedumbre rusa.

¿Qué es lo que suena tanto cómo a metálico ? - preguntó Linnea, un poco irritada - y el diente le brilló a la luz. Saqué la mano del bolsillo y observé que llevaba 37 minutos de estar profundamente enamorado. Guardé respetuoso silencio cómo si estuviera en un funeral. Me dediqué a mirar la linea en que su hermosa cabeza terminaba y continuaba el café Xoko… el más caro de … Quería averiguar si mi amor por ella era perfecto, de arriba abajo.

Ignorando mi admiración ella seguía conversando sin respiro. Los estonianos acababan de retirar un monumento de bronce ruso de su lugar de honor en el centro de Tallin, subido a un camión y lo habían ido a tirar a un cementerio. Yo sabía que si llegábamos al límite mágico de 60 minutos exactos yo tendría que declararle mi amor. Pase lo que pase lo haré - pensé - aunque me suelte una patada por debajo de la mesa del Café Xoko, el más caro de Birka y me rompa una canilla.

Pepe y los peores envidiosos entre mis amigos dirían después que Linnea se acuesta con todos. Yo sabía que era una falsedad. Es verdad que fuimos hasta su departamento de un ambiente y nos pusimos en la cama, desnudos. Es verdad que nos besamos. Pero más que besarnos, de pasar a algo más, nada. La besaba, como si fuera día domingo, de norte a sur y de sur a norte. Después intenté pasar de este a oeste, pero ello no quiso.

Por el oeste no, Norita - me dijo - francamente, el oeste es una parte de mi geografía que no se la procuro a nadie, aunque me rueguen. De hecho, la reservo para períodos de escasez.

A la hora y cuarto de estar sentada en el café le llegó su minuto. Se pasó la mano por el cabello rubio, sacó un billete de cincuenta coronas bien arrugado de una chauchera de cuerina e insistió en pagar su café latte y el helado que había pedido. Cogió las seis coronas en sencillo que le pasaron de vuelta y me dijo:

¿Te sirve el molidillo? - y lo puso en la mesa, cerca de mi mano.

Rojo de vergüenza junté mis monedas de diez, de cinco y de una corona con las seis de Linnea calculando que ahora hasta sobraba. La cajera del Xoko puso mala cara, tiró el montón de monedas a la caja sin contarlas y en voz alta, para que toda la cuadra se enterara: "Siempre nos falta moneda chica. ¿No lleva de a cincuenta centavos?

Salí del café Xoko, el más caro de Birka, arrastrando la cola. Afuera, Linnea estaba enciendo un cigarrillo, más hermosa que nunca. Me dio la impresión que lo mordía con el diente oscuro. Me echó un montón de humo por las narices, yo creo que me lo tragué todo. Entre toses y carrasperas escuché que me invitaba a que la fuera a dejar. Tosiendo y temblando de felicidad, me fui con ella. Por el camino contó que los rusos habían liberado a los estonianos de los alemanes y que después no había quién los liberara de los rusos.

Oscar Bravo Tesseo, Mayo del 2007


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