UNA CELEBRACION FALAZ
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Mi padre falleció cuando yo tenía 22 años, ahora tengo 68. Mientras vivió, siempre, cada día, sentí hacia él gratitud, respeto, cariño y amistad. Solo celebrábamos, en forma especial, su onomástico y cumpleaños. Era suficiente. La relación entre un padre y un hijo se construye en el quehacer y comunicación diaria. En este proceso se consolidan los lazos que resultan, positivos o negativos. Si mi padre no hubiese sido el padre que fue o yo no hubiese sido el hijo que fui, nada ni nadie habría podido suplir carencias afectivas. Tengo cuatro hijos y he procurado ser responsable, respetar y apoyar sus individualidades, amarlos y profesarles mi amistad. He sentido, cada día, sus afectos, cariño y amistad. No necesito, no necesitamos más. ¿Porqué mis hijos deberían correr a las llamadas tiendas de ventas de artículos por departamentos o a supermercados y farmacias a comprarme un regalo, sólo porque esas empresas gastaron sumas cuantiosas de dinero en campañas televisivas, radiales y de prensa, tratando convertir “hijos” en “consumidores”, manipulando sus conciencias y sentimientos, haciéndoles creer que si no adhieren a sus falaces campañas son malos hijos.
Una celebración “comercial” como la mencionada, tiene el nefasto efecto de desvalorizar un vínculo muy importante, íntimo y personal de un ser humano, al intentar trocar sentimientos por mercancías.
Mañana, cuando las tiendan comparen gastos con ingresos, no sentirán el mínimo respeto por sus desconocidos/clientes/hijos/consumidores; estarán ocupadas sólo en decidir como invertir las utilidades de su campaña eufemísticamente denominada “Día del Padre” y se dirán “vamos bien”. Pero, en realidad, vamos mal. En el planeta hay cada vez menos seres humanos, personas y cada vez más consumidores, que enajenan su libertad, en el más amplio sentido, para someterse, plácidamente, a los dictámenes de la publicidad de estas empresas.
Mi padre falleció cuando yo tenía 22 años, ahora tengo 68. Mientras vivió, siempre, cada día, sentí hacia él gratitud, respeto, cariño y amistad. Solo celebrábamos, en forma especial, su onomástico y cumpleaños. Era suficiente. La relación entre un padre y un hijo se construye en el quehacer y comunicación diaria. En este proceso se consolidan los lazos que resultan, positivos o negativos. Si mi padre no hubiese sido el padre que fue o yo no hubiese sido el hijo que fui, nada ni nadie habría podido suplir carencias afectivas. Tengo cuatro hijos y he procurado ser responsable, respetar y apoyar sus individualidades, amarlos y profesarles mi amistad. He sentido, cada día, sus afectos, cariño y amistad. No necesito, no necesitamos más. ¿Porqué mis hijos deberían correr a las llamadas tiendas de ventas de artículos por departamentos o a supermercados y farmacias a comprarme un regalo, sólo porque esas empresas gastaron sumas cuantiosas de dinero en campañas televisivas, radiales y de prensa, tratando convertir “hijos” en “consumidores”, manipulando sus conciencias y sentimientos, haciéndoles creer que si no adhieren a sus falaces campañas son malos hijos.
Una celebración “comercial” como la mencionada, tiene el nefasto efecto de desvalorizar un vínculo muy importante, íntimo y personal de un ser humano, al intentar trocar sentimientos por mercancías.
Mañana, cuando las tiendan comparen gastos con ingresos, no sentirán el mínimo respeto por sus desconocidos/clientes/hijos/consumidores; estarán ocupadas sólo en decidir como invertir las utilidades de su campaña eufemísticamente denominada “Día del Padre” y se dirán “vamos bien”. Pero, en realidad, vamos mal. En el planeta hay cada vez menos seres humanos, personas y cada vez más consumidores, que enajenan su libertad, en el más amplio sentido, para someterse, plácidamente, a los dictámenes de la publicidad de estas empresas.
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