Monday, June 12, 2006

MI PRIMERA FINAL


A Esteban Lob
Se juega en estos días, en Alemania, una nueva versión de la copa mundial de fútbol. A propósito quiero hacer algunos recuerdos y, de paso, rendir un homenaje al periodista y escritor argentino, ya desaparecido, Osvaldo Soriano.
Mi relación con este deporte ha sido compleja: De niño no podía jugar con mis compañeros porque ya a los seis años usaba lentes ópticos, sin los cuales no veía nada. Fui muy pocas veces al estadio y nunca logré meterme en el espectáculo, puesto que me enteraba de los goles cuando la muchedumbre los gritaba y se ponía a saltar a mi alrededor. No me quedó m otra alternativa que seguir los partidos importantes por televisión, lo que hice hasta que comenzó a perdérseme la pelota. En la universidad me hice hincha de la “U”, pero, con el tiempo, me daba vergüenza reconocerlo, ya que me resultó imposible soportar la calaña de sus dirigentes y su barra brava, compuesta por imbéciles y delincuentes. Tampoco congenio con la prensa deportiva, me molesta su mal manejo del idioma, su falta de objetividad y tendencia a pontificar. Finalmente, el fútbol profesional chileno es un muy mal producto.
Por supuesto que hay excepciones. Hay buenos dirigentes, buenos jugadores, entrenadores exitosos, notables periodistas deportivos. No pretendo meter a todo el mundo en un mismo saco. Más aún, quiero probar que el periodismo deportivo puede ser de gran calidad, como algún reportaje de Eduardo Galeano sobre Pelé o como el que escribió Osvaldo Soriano (1943-1997) para recordar la final del campeonato mundial de fútbol de Brasil, de 1950, que fue el primero que yo recuerdo, mi primera final:
“El 16 de julio de 1950, en el estadio Maracaná de Rio de Janeiro, nació una de las últimas leyendas del fútbol rioplatense; ese día, el imponente centromedio uruguayo Obdulio Varela silenció a 150 mil fanáticos que festejaban el gol brasileño en la final de la Copa del Mundo, convertido por el puntero Friaca. A los seis minutos del segundo tiempo, Brasil abrió el marcador alentado por las repletas tribunas del Maracaná, inaugurado especialmente para ese torneo. Entonces, todo Río de Janeiro fue una explosión de júbilo; los petardos y las luces de colores se encendieron de una sola vez. Obdulio, un morocho tallado sobre piedra, fue hacia su arco vencido, levantó la pelota en silencio y la guardó entre el brazo derecho y el cuerpo. Los brasileños ardían de júbilo y pedían más goles. Ese modesto equipo uruguayo, aunque temible, era una buena presa para festejar un título mundial. Tal vez el único que supo comprender el dramatismo de ese instante, de computarlo fríamente, fue el gran Obdulio, capitán--y mucho más--de ese equipo joven que empezaba a desesperarse. Y clavó sus ojos pardos, negros, blancos, brillantes, contra tanta luz, e irguió su torso cuadrado, y caminó apenas moviendo los pies, desafiante, sin una palabra para nadie y el mundo tuvo que esperarlo tres minutos para que llegara al medio de la cancha y espetara al juez diez palabras en incomprensible castellano. No tuvo oído para los brasileños que lo insultaban porque comprendían su maniobra genial: Obdulio enfriaba los ánimos, ponía distancia entre el gol y la reanudación para que, desde entonces, el partido--y el rival--, fueran otros. Hubo un intérprete, una estirada charla--algo tediosa-- entre el juez y el morocho. El estadio estaba en silencio. Brasil ganaba uno a cero, pero por primera vez los jóvenes uruguayos comprendieron que el adversario era vulnerable. Cuando movieron la pelota, los orientales sabían que el gigante tenía miedo. Fue un aluvión. Los uruguayos atropellaban sin respetar a un rival superior pero desconcertado. Obdulio empujaba desde el medio de la cancha a los gritos, ordenando a sus compañeros. Parecía que la pelota era de él, y cuando no la tenía, era porque la había prestado por un rato a sus compañeros para que se entretuvieran. Llegó el empate. Los brasileños sintieron que estaban perdidos. El griterío de la tribuna no bastaba para dar agilidad a sus músculos, claridad a sus ideas. Las casacas celestes estaban en todas partes y les importaba un bledo del gigante. Faltaban nueve minutos para terminar cuando Uruguay marcó el tanto de la victoria. El mundo no podía creer que el coloso muriera en su propia casa, despojado de gloria”.
Yo estaba por cumplir 11 años y recuerdo como nos llegó el relato radial del partido. La crónica de Soriano refleja con precisión el grado de frustración de la “torcida” brasileña, el carnaval que no fue.
El reportaje de Soriano está en Internet y su título es “Obdulio Varela: El reposo del centrojás”, y está tomado del libro "Artistas, locos y criminales", Ed. Bruguera, 1983.

2 Comments:

Blogger eduardobravo said...

Bueno concuerdo con la opinión que tiene mi padre sobre el fútbol. Yo también me desencanté de él cuando observé lo mediocre que son sus jugadores, sus directores e hinchada en general.

Pero pensándolo bien y si hay que hacer una relación del fútbol con la literatura, lejos lo más interesante que puede tener el fútbol es precisamente que es un deporte que en Chile se juega entre mediocres y eso lo hace mucho más valioso a que sea perfecto.

Son mucho más literarios los mediocres que los perfectos, los perdedores que los ganadores. Así que en ese punto, creo encontrarle un lado muy atractivo. Es cosa de analizar por ejemplo los personajes de "Historias de fútbol" o de alguna película de Kusturica (que en todas sus films mete una escena futbolera) para darse cuenta de lo que estoy diciendo. Pero bueno. Cambio y fuera.

1:11 PM  
Anonymous Anonymous said...

Lo interesante es la formación de la leyenda. En el artículo de Soriano era 150 mil los espectadores, tres los minutos que demoró Obdulio. Según otras fuentes, el silencio lo fabricaron 200 mil aficionados y el capitán uruguayo ya se detuvo a reclamar al guardialinea, antes de ponerse en marcha hacia el centro de la cancha. Fútbol e historia: de dónde viene este Obdulio al que llamaban el Negro Jefe? Sugiere su nombre otro árabe, Abdul. Recogido quizás alguna vez en la península y castellanizado después? En cualquier caso, un capitán digno de miles de otros capitanes orientales.

7:00 AM  

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