SER O SER
Cuando terminé mi relato, Augusto Dupín permaneció largo rato en silencio, bebió un poco de vino y dijo: “Mira flaco, tu tienes dos problemas pero no veo el vínculo que le atribuyes. No puedes culpar a la Cloty por tu separación, aunque haya actuado en la forma más abyecta. Facilitar los medios para que la Flor pudiera regresar a Perú, no prueba sino que ustedes tenían una relación muy débil. Flaco, la Flor no va a regresar, olvídala. Lo de Camilo es más complejo. Es obvio que la Cloty “sabe” que tu eres el padre de su hijo y, conociéndote, se limitó a sugerírtelo, con ingenio mediante la simple comparación de fotografías. La Cloty no tiene necesidad de insistir en el tema, puede esperar tranquilamente el resultado de tu evolución emocional. Estas al borde del colapso sólo porque en dos meses no ha vuelto a sugerirte lo de tu paternidad y, por ende, no has podido endilgarle el discurso que tienes preparado. Me parece patético que evites al niño, como si se tratara de la peste y, lo más insólito y contradictorio, que no te pierdas capítulos de ¡“Los Pulentos”!
Augusto tiene razón, el único culpable de lo que pasó con la Flor soy yo (y mis circunstancias). Si nos hubiéramos conocido en otro momento, en otro lugar, lejos de la Cloty, las cosas pudieron ser mejores. En cuanto a Camilo cambiaré de plan. Le pediré a la Cloty que me deje salir con el, lo llevaré a la plaza o al teatro, lo observaré, escudriñaré su perfil y sus supuestos parecidos físicos conmigo, veré si es cierto que se pasea con mis gestos, como dice Serrat y dejaré hablar a mi cerebro y mi corazón. Estoy aterrado, si llego a descubrir que Camilo es mi hijo, no se como podré liberarme de su madre. Augusto dice que bastará un paseo para que yo sepa quién es quién. ¿Será cierto?
Como siempre ocurre, también esta vez la Cloty se anticipó a mis planes, pero al mismo tiempo me facilitó las cosas. Me llamó anoche para preguntarme si podía quedarme el sábado con Camilo, mientras ella hacía no se que cosa. A la mañana siguiente pasó a dejar el niño a mi departamento. Cuando la vi me sorprendió si hermosura, cambio de peinado o se cortó el pelo, se había pintado los ojos y los labios, traía una blusa escotada, minifalda… ¡Humm! Estuve a punto de preguntarle donde iba en esa facha tan provocativa, pero logré contenerme. Tan pronto como quedamos solos con Camilo le leí la cartilla: “camilo, yo no soy tu papá, nosotros somos amigos. Tu eres Camilo y yo el flaco”. Le advertí que si insistía en llamarme papá yo lo iba a tratar de “tata”.
El día está hermoso, el parque está lleno de niños que juegan a la pelota, andan en bicicletas, se balancean en los columpios o se deslizan por los resbalines. Mientras paseamos tomados de la mano, observo a los padres, miro alternativamente a unos y a otros, procuro descubrir parecidos físicos. Al cabo de media hora podría entregar a cada padre su hijo, sin equivocarme.
Solo hay un asiento a la sombra que compartiré con una señora de unos cincuenta años, elegante, con moño y todo, que mira como, a la distancia, un niño gordo juega con un auto de madera. La señora de las cinco décadas nos mira intrigada, me pregunta: ¿”su hijo no juega”? No alcanzo a protestar y ya está invitando a Camilo que vaya a jugar con su nieto. De pronto Camilo ve el automóvil de madera y corre, desaforadamente, a trastabillones, al encuentro del niño. El niño esta en cuclillas sobre el auto, Camilo llega junto a él y, para mi estupor, le da un par de golpes en la espalda y le arrebata el juguete y reinicia su camino, a trastabillones, esta vez de regreso, sin perder el equilibrio. Mi vecina lo observa condescendiente, sin protesta alguna, lo que contrasta con mi irritación, Cuando llega junto a mi, alegremente, me pasa el auto y yo lo devuelvo a la señora, con una disculpa. “!Es harto encachado su hijo!”, exclama sonriendo. ¡Este delincuente infantil no es hijo mío, señora! ¡Que agradezca que no hay un policía porque lo mando preso, de inmediato!”
Del paseo no pude sacar conclusiones, Camilo lo disfrutó. Cuando nos vio regresar tomados de la mano, la Cloty no pudo disimular su emoción. Por fortuna, esto no depende de lo diga la Cloty, tengo una forma de averiguar si Camilo es mi hijo.
“!Cloty, escúchame, tenemos que conversar!”
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