LA CULPA ES DE BIELSA
I
En medio de la noche esperamos un taxi. Ha caído una densa neblina, la visibilidad es mínima. Mi esposa atraviesa la calle y se pone bajo un farol. De la nada emergen dos sujetos que, al verla, se abalanzan sobre ella para agredirla. Advierto la maniobra, le grito y corro a su lado para defenderla. Cuando están a punto de alcanzarla, mi esposa desaparece. Quedamos perplejos. Los individuos se vuelven en mi contra. Hago un esfuerzo supremo y desaparezco a mi vez. A mi lado, mi esposa ha vuelto a dormirse. Sonrío aliviado y pienso que esto debe ser contado.
II
Mi esposa se despierta agitada, mira la hora y me acusa de llegar a las tres de la madrugada riéndome a carcajadas. La miro estupefacto. Primero, no acabo de llegar, comimos y vimos noticias juntos y después me quede viendo el partido con Paraguay. Tampoco es efectivo que se haya despertado con mi risa, no tengo motivos para reírme a carcajadas “ésta” noche, más bien, querría olvidarla. “¿De que hablas? ¿Estás soñando?” Entonces enciende su lámpara de velador, me mira y me pide le explique porque estoy vestido, con corbata. No entiendo nada. No me queda sino volverme a acostar.
III
Fuertes golpes en la puerta de la casa nos despiertan de nuevo. Mi esposa se levanta sobresaltada y va hacia la ventana. “Abajo hay dos policías y dos tipos”. Les pregunta que quieren. “Dicen que un hombre les quitó sus billeteras y entró aquí”. “Están locos, digo, bajaré a verlos”. Enciendo la luz del dormitorio. Mi esposa me detiene asustada: “En tu velador hay dos billeteras. No son tuyas”. “No se como llegaron ahí. ¿Y ahora que hacemos?” “Tíraselas por la ventana”. Obedece y se vuelve sorprendida. “No hay nadie abajo. ¿Estaremos locos?
“No, digo, la culpa es de Bielsa”.
En medio de la noche esperamos un taxi. Ha caído una densa neblina, la visibilidad es mínima. Mi esposa atraviesa la calle y se pone bajo un farol. De la nada emergen dos sujetos que, al verla, se abalanzan sobre ella para agredirla. Advierto la maniobra, le grito y corro a su lado para defenderla. Cuando están a punto de alcanzarla, mi esposa desaparece. Quedamos perplejos. Los individuos se vuelven en mi contra. Hago un esfuerzo supremo y desaparezco a mi vez. A mi lado, mi esposa ha vuelto a dormirse. Sonrío aliviado y pienso que esto debe ser contado.
II
Mi esposa se despierta agitada, mira la hora y me acusa de llegar a las tres de la madrugada riéndome a carcajadas. La miro estupefacto. Primero, no acabo de llegar, comimos y vimos noticias juntos y después me quede viendo el partido con Paraguay. Tampoco es efectivo que se haya despertado con mi risa, no tengo motivos para reírme a carcajadas “ésta” noche, más bien, querría olvidarla. “¿De que hablas? ¿Estás soñando?” Entonces enciende su lámpara de velador, me mira y me pide le explique porque estoy vestido, con corbata. No entiendo nada. No me queda sino volverme a acostar.
III
Fuertes golpes en la puerta de la casa nos despiertan de nuevo. Mi esposa se levanta sobresaltada y va hacia la ventana. “Abajo hay dos policías y dos tipos”. Les pregunta que quieren. “Dicen que un hombre les quitó sus billeteras y entró aquí”. “Están locos, digo, bajaré a verlos”. Enciendo la luz del dormitorio. Mi esposa me detiene asustada: “En tu velador hay dos billeteras. No son tuyas”. “No se como llegaron ahí. ¿Y ahora que hacemos?” “Tíraselas por la ventana”. Obedece y se vuelve sorprendida. “No hay nadie abajo. ¿Estaremos locos?
“No, digo, la culpa es de Bielsa”.
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