"2666", DE ROBERTO BOLAÑO
Oscar Bravo Tesseo
Un joven aprendiz de poeta se integra en Ciudad de México a una pandilla de poetas rebeldes (los autodenominados infrarealistas) encabezados por Arturo Belano y Ulises Lima. Pronto se hace evidente al lector que esta pareja de poetas rastrean las huellas de una corriente literaria de los años treinta y en particular de una de sus figuras principales, la poetisa Cesárea Tinajero, de cuya obra prácticamente nada se sabe, pues tanto poeta y obra están desaparecidas.
Este es uno de los recursos literarios que Roberto Bolaño suele usar en sus novelas: construirlas alrededor de búsquedas imposibles, algo que recuerda a Juan Carlos Onetti -a quién Bolaño parece haber admirado sin reservas - y sus novelas de ambiente urbano construidas alrededor de proyectos destinados al fracaso. Bolaño deja en claro que "Los detectives salvajes" son el producto de recuerdos, experiencias y encuentros ocurridos en Ciudad de México DF, protagonizados por un grupo de jóvenes mexicanos perdidos en México, lo que se puede entender no sólo como una referencia a la primera parte de "Los detectives salvajes" sino también como una referencia a la pandilla de rebeldes que deciden tomar por asalto al mundo literario oficial, meta que, obviamente, no alcanzarán como grupo, sino individualmente, lo que ocurre paradojalmente con la obra del propio Bolaño a partir de 1996, con la publicación fluída de novelas y cuentos hasta 2003, año de su fallecimiento, y en los años que siguen a éste. Traducida hoy al inglés, "2666" de Roberto Bolaño, es una de las diez novelas de la lista del New York Times para el presente año.
Tras el extraordinario éxito de "Los detectives salvajes", una nueva obra maestra de Bolaño, "2666", supera ligeramente las 1100 páginas. Los poetas mexicanos desaparecidos se transforman ahora, en el gran telón de fondo del desierto de Sonora, en centenares de mujeres desaparecidas, raptadas, violadas, torturadas y asesinadas por hechores que la policía inmersa en ese ambiente de corrupción, maldicencia y compadrazgo que parece caracterizarnos a los de América Latina jamás logra encontrar, a pesar del empeño de unos pocos que se van perfilando en la búsqueda de los asesinos, mientras el número de mujeres asesinadas va en aumento.
Como en otras novelas de Bolaño, hay en "2666" numerosas narraciones insertas en el cause principal, todas ellas escritas con la gracia, alegría e inteligencia que lo transformaron en uno de los grandes narradores de nuestra época y, por supuesto, hay también un escritor desaparecido de la luz pública (se trata del alemán Benno von Archimboldi) al que buscan incansablemente un grupo de entre sus más fervientes partidarios -Pelletier, Espinosa, Morini y Norton- acomodados expertos de la literatura europea, los que, dicho sea de paso, han hecho brillantes carreras académicas dedicándose al estudio crítico de la obra del escritor. Estamos en la primera parte de la novela y la búsqueda del legendario Archimboldi los lleva casualmente a Santa Teresa, ciudad del Estado de Sonora, al norte de México, en la frontera con Estados Unidos, justamente la ciudad en la que centenares de mujeres son asesinadas, entre 1993 y 1997, en el tiempo de la novela. Quienes han leído alguna vez en la prensa sobre los asesinatos de alrededor de 400 mujeres en México no ignoraran que Bolaño está hablando de ciudad Juárez.
A Santa Teresa confluye también, en la segunda parte de la novela, un profesor de filosofía, Amalfitano, quien alguna vez tuvo que emigrar de Chile a España. El chileno, que está en vías de volverse loco y vive atemorizado de lo que le pueda ocurrir a su hija, sirve de enlace con la primera parte, mientras que su hija, una bella jovencita de madre española, sirve de referencia a la tercera parte, la de Oscar Fate, un periodista americano negro que escribe para una revista afro-americana de Nueva York, magistralmente dibujado por Bolaño, que ha sido enviado a Santa Teresa para cubrir un combate de boxeo entre un negro y un campeón local. Pronto, el periodista negro se da cuenta de que el gran reportaje a realizar en Santa Teresa es el bárbaro asesinato de mujeres y no un match de boxeo sin trascendencia alguna, que incluso termina a pocos segundos del segundo round. Sin embargo, su jefe en la revista, tras preguntar irónicamente cuántos negros han sido asesinados en Santa Teresa, le ordena que abandone inmediatamente la ciudad.
En la quinta parte de la novela, después de la búsqueda inútil de Archimboldi en México por los profesores europeos y después del relato policíaco-documental sobre los asesinatos de las mujeres, los podría haber escrito Oscar Fate o cualquiera de los periodistas mexicanos que de una u otra manera aparecen involucrados en el caso de las mujeres, la novela regresa a Europa y relata, por fin, la historia del escritor alemán, su participación como soldado en la segunda guerra mundial en el frente oriental, la derrota y el desbande del ejército derrotado, la detención de sus sobrevivientes en un campo de prisioneros de guerra, los durísimos tiempos de los comienzos de la postguerra y ¿por qué no?, del hambre, de la miseria, del sexo, de la literatura, en un Berlín en ruinas. Entonces, en las páginas finales, Benno von Archimboldi anciano, dirige sus pasos a México y Santa Teresa, cerrando así un movimiento aparentemente casual y al mismo tiempo universal y definido por las leyes de la globalización, la gran salvación con que el capitalismo percibió su propia marcha hacia un futuro promisorio: es que Santa Teresa es el símbolo de lo que ocurre en el planeta hoy día y es sobretodo el gran basurero al cual convergen la miseria, la desvastación del ambiente, la explotación globalizada, la industria de armaduría en busca de mano de obra barata lejos de la ingerencia de leyes laborales, la dureza de la naturaleza desértica y su infinidad de matices y colores y, finalmente, la criminalidad, el tráfico de drogas, el tráfico pollero que pasa infelices en procura de una vida algo mejor en los Estados Unidos, éso que es tan particular y específico de América Latina y que está tan lejos del realismo fantástico que heredamos de los escritores de la generación anterior.
Y Bolaño no hace ningún secreto de que intenta escribir una obra mayor, acaso superior a sus fuerzas, si se piensa que murió antes de haberla revisado y terminado por completo, lo cual de ninguna manera significa que "2666" sea una obra no terminada. En uno de los pasajes al final de la segunda parte, después que el joven Marco Antonio Guerra le cuenta sus preferencias literarias mencionando la poesía de George Trakl, Amalfitano recuerda a otro joven, un dependiente de farmacia al que conoció en Barcelona, lector fervoroso de novelas menores:
" Qué triste paradoja, pensó Amalfitano. Ya ni los farmaceúticos ilustrados se atreven con las grandes obras, imperfectas, torrenciales, las que abren camino en lo desconocido. Escogen los ejercicios perfectos de los grandes maestros. O lo que es lo mismo: quieren ver a los grandes maestros en sesiones de esgrima de entrenamiento, pero no quieren saber nada de los combates de verdad, en donde los grandes maestros luchan contra aquello, ese aquello que nos atemoriza a todos, ese aquello que acoquina y encacha, y hay sangre y heridas mortales y fetidez."
Como en todas las novelas y cuentos escritos por Roberto Bolaño el detective y el poeta son dos categorias que cumplen funciones similares. Ambos tipos de personajes están siempre a la búsqueda de otros poetas o de asesinos y, a veces también, de poetas asesinos, como en la novela "La Estrella Distante" publicada en 1996. Para ambas categorias, si no han de sucumbir en la búsqueda, rige la regla número uno olvidada por el americano Henry Magaña, que al igual que tantos otros detectives de Bolaño recorre ciudades, villas, bares, burdeles y casas humildes haciendo preguntas que quizás puedan conducir a entender lo que está pasando en Santa Teresa:
"Siempre hay que hacer preguntas, y siempre hay que preguntarse el porqué de nuestras propias preguntas. ¿Y sabe por qué? Porque nuestras preguntas, al primer descuido, nos dirigen hacia lugares adonde no queremos ir" le dice en algún momento Ramírez la noche anterior a la última de Magaña que está buscando el paradero de un tipo que huye y al que nunca logra alcanzar. Esos detectives de Bolaño -a diferencia de los detectives del género policial tecnocrático de moda hoy- son vagabundos testarudos, en camino de volverse locos, que a menudo dan la sensación de estar ellos mismos en fuga. Por las noches carecen de sitios donde echarse a dormir. Al igual que los perseguidos, no tienen adonde ir. Al final, no les queda otro camino que continuar en la búsqueda por que sí, como los coyotes y lobos del desierto en Sonora o esos personajes turbios de algunas de las mejores películas del Oeste que el cine norteamericano produjo alguna vez.
Roberto Bolaño ha expresado con cierta claridad su concepción estética literaria en sus cuentos (ver por ejemplo "El Dentista" en "Putas asesinas" publicado por Anagrama, 2001). La expone, justamente un personaje de esa profesión, amigo del narrador, durante una conversación entre borrachos, mientras el primero descuera a un pintor mexicano con el cual ha tenido recientemente un terrible encontrón:
"El arte, dijo, es parte de la historia particular mucho antes que de la historia del arte propiamente dicha. El arte, dijo, es la historia particular. Es la única historia particular posible. Es la historia particular y al mismo tiempo la matriz de la historia particular. ¿Y qué es la matriz de la historia particular?, dije. Acto seguido pensé que me respondería: el arte. Y también pensé, y ése fue un pensamiento afable, que ya estábamos borrachos y que era hora de volver a casa. Pero mi amigo dijo: la matriz de la historia particular es la historia secreta."
"Durante unos instantes me miró con unos ojos brillantes [...] Y tú te preguntarás qué es la historia secreta?, dijo mi amigo. Pues la historia secreta es aquella que jamás conoceremos, la que vivimos día a día, pensando que vivimos, que lo tenemos todo controlado, pensando que lo que se nos pasó por alto no tiene importancia. Pero todo tiene importancia, buey! Lo que pasa es que no nos damos cuenta. Creemos que el arte discurre por esta acera, y que la vida, nuestra vida, discurre por esta otra, y no nos damos cuenta de que es mentira."
Llegamos finalmente en este comentario a la parte cuarta de la novela: página por página, desde la 443 hasta la 791, siguiendo esta concepción rigurosa de lo que entre otras cosas puede y debe ser la literatura, Bolaño va describiendo -como lo haría una crónica policial en las páginas rojas de un vespertino que no está sujeto a censura- los casos de las mujeres asesinadas a partir de 1993. De estas crónicas van surgiendo lentamente ciertos rasgos comunes. También, ciertos padrones se van recortando contra las sombras, entregando alguna luminosidad al lector. Nos vamos enterando que a menudo las mujeres asesinadas son trabajadoras de las maquiladoras que se amontonan en la zona fronteriza con los Estados Unidos a cuyo mercado sirven, que muchas otras víctimas son prostitutas, camareras de bares o simples emigrantes que están en camino esperando la oportunidad para cruzar la frontera. Nos damos cuenta de detalles que deberían apuntar adonde buscar también a los presuntos asesinos. A veces, entre gente humilde que trabaja en las maquiladoras; otras, en los bares y burdeles de la ciudad. Pero también detrás de los vidrios oscurecidos de coches de modelo Peregrino de lujo, de color negro, conducido por jóvenes adinerados que aparecen inexorablemente cuando las víctimas son adolescentes, o en las camionetas modernas de los traficantes de drogas. Surgen asimismo aquí y allá los nombre de una docena de detectives que investigan los diversos casos, sus métodos y sus fracasos, su percepción, a veces humana y hasta decente, sus reflexiones sobre el oficio propio, sobre la suerte de las víctimas. A lo largo de las trescientas y más páginas se repiten también los nombres de los lugares donde van a dar los cuerpos de las víctimas, los nombres de los numerosos basurales, legales o no, los nombres de sitios perdidos en el desierto, de potreros eriazos en poblaciones que se hacen casi familiares a medida que avanza la lectura. Todos juntos, los nombres de las mujeres, los nombres de los sitios que hacen las veces de sus tumbas provisorias, los de los policias encargados de buscar vanamente, los nombres de las carreteras, los bares, los prostíbulos, los moteles, los restaurantes, los cafés y las calles de la ciudad parecen fluir como si fueran los detalles que forman esa historia secreta de la que habla Bolaño, de esa historia que nunca podemos retener en la memoria, con todos sus vericuetos, esquinas, pliegues, dobleces y camadas que imperceptiblemente forman parte de lo que creemos tener controlado y que nos pasa sin embargo por alto en cada lectura, ya que nunca terminamos por enteramos de que es lo que hay entre las dos aceras, entre el arte y la vida, la investigación que ocupó, incansablemente, a Roberto Bolaño.
A Santa Teresa confluye también, en la segunda parte de la novela, un profesor de filosofía, Amalfitano, quien alguna vez tuvo que emigrar de Chile a España. El chileno, que está en vías de volverse loco y vive atemorizado de lo que le pueda ocurrir a su hija, sirve de enlace con la primera parte, mientras que su hija, una bella jovencita de madre española, sirve de referencia a la tercera parte, la de Oscar Fate, un periodista americano negro que escribe para una revista afro-americana de Nueva York, magistralmente dibujado por Bolaño, que ha sido enviado a Santa Teresa para cubrir un combate de boxeo entre un negro y un campeón local. Pronto, el periodista negro se da cuenta de que el gran reportaje a realizar en Santa Teresa es el bárbaro asesinato de mujeres y no un match de boxeo sin trascendencia alguna, que incluso termina a pocos segundos del segundo round. Sin embargo, su jefe en la revista, tras preguntar irónicamente cuántos negros han sido asesinados en Santa Teresa, le ordena que abandone inmediatamente la ciudad.
En la quinta parte de la novela, después de la búsqueda inútil de Archimboldi en México por los profesores europeos y después del relato policíaco-documental sobre los asesinatos de las mujeres, los podría haber escrito Oscar Fate o cualquiera de los periodistas mexicanos que de una u otra manera aparecen involucrados en el caso de las mujeres, la novela regresa a Europa y relata, por fin, la historia del escritor alemán, su participación como soldado en la segunda guerra mundial en el frente oriental, la derrota y el desbande del ejército derrotado, la detención de sus sobrevivientes en un campo de prisioneros de guerra, los durísimos tiempos de los comienzos de la postguerra y ¿por qué no?, del hambre, de la miseria, del sexo, de la literatura, en un Berlín en ruinas. Entonces, en las páginas finales, Benno von Archimboldi anciano, dirige sus pasos a México y Santa Teresa, cerrando así un movimiento aparentemente casual y al mismo tiempo universal y definido por las leyes de la globalización, la gran salvación con que el capitalismo percibió su propia marcha hacia un futuro promisorio: es que Santa Teresa es el símbolo de lo que ocurre en el planeta hoy día y es sobretodo el gran basurero al cual convergen la miseria, la desvastación del ambiente, la explotación globalizada, la industria de armaduría en busca de mano de obra barata lejos de la ingerencia de leyes laborales, la dureza de la naturaleza desértica y su infinidad de matices y colores y, finalmente, la criminalidad, el tráfico de drogas, el tráfico pollero que pasa infelices en procura de una vida algo mejor en los Estados Unidos, éso que es tan particular y específico de América Latina y que está tan lejos del realismo fantástico que heredamos de los escritores de la generación anterior.
Y Bolaño no hace ningún secreto de que intenta escribir una obra mayor, acaso superior a sus fuerzas, si se piensa que murió antes de haberla revisado y terminado por completo, lo cual de ninguna manera significa que "2666" sea una obra no terminada. En uno de los pasajes al final de la segunda parte, después que el joven Marco Antonio Guerra le cuenta sus preferencias literarias mencionando la poesía de George Trakl, Amalfitano recuerda a otro joven, un dependiente de farmacia al que conoció en Barcelona, lector fervoroso de novelas menores:
" Qué triste paradoja, pensó Amalfitano. Ya ni los farmaceúticos ilustrados se atreven con las grandes obras, imperfectas, torrenciales, las que abren camino en lo desconocido. Escogen los ejercicios perfectos de los grandes maestros. O lo que es lo mismo: quieren ver a los grandes maestros en sesiones de esgrima de entrenamiento, pero no quieren saber nada de los combates de verdad, en donde los grandes maestros luchan contra aquello, ese aquello que nos atemoriza a todos, ese aquello que acoquina y encacha, y hay sangre y heridas mortales y fetidez."
Como en todas las novelas y cuentos escritos por Roberto Bolaño el detective y el poeta son dos categorias que cumplen funciones similares. Ambos tipos de personajes están siempre a la búsqueda de otros poetas o de asesinos y, a veces también, de poetas asesinos, como en la novela "La Estrella Distante" publicada en 1996. Para ambas categorias, si no han de sucumbir en la búsqueda, rige la regla número uno olvidada por el americano Henry Magaña, que al igual que tantos otros detectives de Bolaño recorre ciudades, villas, bares, burdeles y casas humildes haciendo preguntas que quizás puedan conducir a entender lo que está pasando en Santa Teresa:
"Siempre hay que hacer preguntas, y siempre hay que preguntarse el porqué de nuestras propias preguntas. ¿Y sabe por qué? Porque nuestras preguntas, al primer descuido, nos dirigen hacia lugares adonde no queremos ir" le dice en algún momento Ramírez la noche anterior a la última de Magaña que está buscando el paradero de un tipo que huye y al que nunca logra alcanzar. Esos detectives de Bolaño -a diferencia de los detectives del género policial tecnocrático de moda hoy- son vagabundos testarudos, en camino de volverse locos, que a menudo dan la sensación de estar ellos mismos en fuga. Por las noches carecen de sitios donde echarse a dormir. Al igual que los perseguidos, no tienen adonde ir. Al final, no les queda otro camino que continuar en la búsqueda por que sí, como los coyotes y lobos del desierto en Sonora o esos personajes turbios de algunas de las mejores películas del Oeste que el cine norteamericano produjo alguna vez.
Roberto Bolaño ha expresado con cierta claridad su concepción estética literaria en sus cuentos (ver por ejemplo "El Dentista" en "Putas asesinas" publicado por Anagrama, 2001). La expone, justamente un personaje de esa profesión, amigo del narrador, durante una conversación entre borrachos, mientras el primero descuera a un pintor mexicano con el cual ha tenido recientemente un terrible encontrón:
"El arte, dijo, es parte de la historia particular mucho antes que de la historia del arte propiamente dicha. El arte, dijo, es la historia particular. Es la única historia particular posible. Es la historia particular y al mismo tiempo la matriz de la historia particular. ¿Y qué es la matriz de la historia particular?, dije. Acto seguido pensé que me respondería: el arte. Y también pensé, y ése fue un pensamiento afable, que ya estábamos borrachos y que era hora de volver a casa. Pero mi amigo dijo: la matriz de la historia particular es la historia secreta."
"Durante unos instantes me miró con unos ojos brillantes [...] Y tú te preguntarás qué es la historia secreta?, dijo mi amigo. Pues la historia secreta es aquella que jamás conoceremos, la que vivimos día a día, pensando que vivimos, que lo tenemos todo controlado, pensando que lo que se nos pasó por alto no tiene importancia. Pero todo tiene importancia, buey! Lo que pasa es que no nos damos cuenta. Creemos que el arte discurre por esta acera, y que la vida, nuestra vida, discurre por esta otra, y no nos damos cuenta de que es mentira."
Llegamos finalmente en este comentario a la parte cuarta de la novela: página por página, desde la 443 hasta la 791, siguiendo esta concepción rigurosa de lo que entre otras cosas puede y debe ser la literatura, Bolaño va describiendo -como lo haría una crónica policial en las páginas rojas de un vespertino que no está sujeto a censura- los casos de las mujeres asesinadas a partir de 1993. De estas crónicas van surgiendo lentamente ciertos rasgos comunes. También, ciertos padrones se van recortando contra las sombras, entregando alguna luminosidad al lector. Nos vamos enterando que a menudo las mujeres asesinadas son trabajadoras de las maquiladoras que se amontonan en la zona fronteriza con los Estados Unidos a cuyo mercado sirven, que muchas otras víctimas son prostitutas, camareras de bares o simples emigrantes que están en camino esperando la oportunidad para cruzar la frontera. Nos damos cuenta de detalles que deberían apuntar adonde buscar también a los presuntos asesinos. A veces, entre gente humilde que trabaja en las maquiladoras; otras, en los bares y burdeles de la ciudad. Pero también detrás de los vidrios oscurecidos de coches de modelo Peregrino de lujo, de color negro, conducido por jóvenes adinerados que aparecen inexorablemente cuando las víctimas son adolescentes, o en las camionetas modernas de los traficantes de drogas. Surgen asimismo aquí y allá los nombre de una docena de detectives que investigan los diversos casos, sus métodos y sus fracasos, su percepción, a veces humana y hasta decente, sus reflexiones sobre el oficio propio, sobre la suerte de las víctimas. A lo largo de las trescientas y más páginas se repiten también los nombres de los lugares donde van a dar los cuerpos de las víctimas, los nombres de los numerosos basurales, legales o no, los nombres de sitios perdidos en el desierto, de potreros eriazos en poblaciones que se hacen casi familiares a medida que avanza la lectura. Todos juntos, los nombres de las mujeres, los nombres de los sitios que hacen las veces de sus tumbas provisorias, los de los policias encargados de buscar vanamente, los nombres de las carreteras, los bares, los prostíbulos, los moteles, los restaurantes, los cafés y las calles de la ciudad parecen fluir como si fueran los detalles que forman esa historia secreta de la que habla Bolaño, de esa historia que nunca podemos retener en la memoria, con todos sus vericuetos, esquinas, pliegues, dobleces y camadas que imperceptiblemente forman parte de lo que creemos tener controlado y que nos pasa sin embargo por alto en cada lectura, ya que nunca terminamos por enteramos de que es lo que hay entre las dos aceras, entre el arte y la vida, la investigación que ocupó, incansablemente, a Roberto Bolaño.
1 Comments:
Excelente e ilustrativa reseña, Jorge.
En verdad, pareciera que perdimos a un escritor al que le quedaban potencialmente decenios y decenios de reflexiones, transcripciones notables de la vida misma y miles de frases admirables por derramar.
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