Saturday, April 04, 2009

EL TRABAJO DEL DIABLO

Albert Einstein junto a Julius Robert Oppenheimer

El 6 de agosto de 1945, a las 8: 15 hrs., tres bombarderos B-29, de la Fuerza Aérea Norteamericana, se aproximaron a Hiroshima volando a gran altura, para luego ejecutar un descenso cerrado, en distintas direcciones, sobre la ciudad. Uno de los aviones dejó caer tres paracaídas, con equipos para registrar la explosión. Un segundo avión dejó caer una bomba, que detonó a 560 m, de altura. Los efectos devastadores de la explosión son conocidos por la humanidad: 78.000 muertos, miles de heridos, destrucción total. Dos días después, conociendo a cabalidad los efectos producidos por el primero, la autoridad militar norteamericana ordenó un segundo ataque, esta vez, sobre Nagasaki, con las mismas consecuencias.

Resulta imposible justificar la decisión del Presidente Truman, quién había ocupado el cargo al fallecimiento de Franklin Délano Roosevelt, el 12 de abril de 1945. La Alemania nazi se encontraba virtualmente vencida. Los norteamericanos deseaban obtener una rápida rendición nipona. Esta necesidad no autorizaba de modo alguno un ataque bestial a la población civil indefensa de ambas ciudades.

El 11 de septiembre de 2001 los norteamericanos y el mundo quedaron asombrados ante el ataque a las Torres Gemelas, de Nueva York, que causo muerte y desolación. La indignación mundial y la solidaridad con el pueblo norteamericano están absolutamente justificadas. Sin embargo, si comparo ambos hechos, me queda de manifiesto que no es lo mismo un ataque terrorista, organizado y financiado por un grupo de delincuentes fanáticos, que otro organizado por el gobierno del Estado, el mayor de Occidente, que se atribuye, históricamente, ser la cuna de la democracia y de la libertad.

Julius Robert Oppenheimer estuvo a cargo del equipo de científicos que desarrolló y fabricó, en el más estricto secreto y en un brevísimo lapso, entre el 6 de diciembre de 1941, un día antes del ataque japonés a Peral Harbor, y el 16 de julio de 1945, cuando fue detonada en forma experimental, la primera bomba de plutonio, en la Base Aérea de Alamogordo. En el equipo mencionado había físicos extranjeros, como Enrico Fermi o Leo Sziland, y norteamericanos. Por esas cosas de la vida, en este exclusivo grupo había varios científicos que tenían ideas de izquierda. El hermano, primera novia y la esposa de Oppenheimer eran simpatizantes o miembros del Partido Comunista. El mismo había sido simpatizante de dicho Partido, del cuál empezó a separarse a raíz de las pugnas de Stalin. Lo concreto es que, en esta época, la Unión Soviética era una aliada de los Estados Unidos. Unos y otros trabajaban juntos, en la misma causa, contra el nazismo. La opinión pública norteamericana miraba con simpatía al régimen de Stalin. Las ideas políticas de Oppebheimer eran conocidas del gobierno norteamericano y este hecho no constituyó obstáculo para su designación.

Sin embargo, en la medida que el triunfo sobre el eje alemán-italo-japonés se fue acercando, entre soviéticos, de una parte, y norteamericanos e ingleses por la otra, comenzó a emerger una rivalidad, a propósito de la forma como dichos estados iban a repartirse la influencia mundial. A esa altura, los estrategas norteamericanos sabían que el régimen de Hitler, aun cuando tuvo la oportunidad de hacerlo, no pudo o no alcanzó a desarrollar armas atómicas, de modo que la urgencias de poseerla era una forma de tomar posiciones en el conflicto que se avecinaba. De hecho hay quienes sostienen que las detonaciones nucleares en Japón no fueron los últimos actos bélicos de la Segunda Guerra Mundial, sino el primero de la Guerra Fría.

Como era previsible, la Unión Soviética desarrolló su propia bomba atómica y Estados Unidos perdió muy rápidamente su monopolio militar en este campo. No obstante que Norteamérica emergió de la guerra como la gran potencia mundial, con un vigoroso desarrollo económico, producto de una rápida reconvención de la industria armamentista, sectores militaristas iniciaron campañas ideológicas para posesionar en la opinión pública el combate contra el bloque soviético, que se había afianzado territorialmente con la derrota nazi. Estas tendencias tomaron una súbita preponderancia cuando el Senador por el Estado de Wisconsin, Joseph MacCarthy denunció el 9 de febrero de 1950, que en el Departamento de Estado había 205 funcionarios comunistas. La denuncia causó gran interés en la opinión pública norteamericana y suscitó un gran apoyo para el Senador, que a partir de su éxito, continuó denunciando o inventando comunistas, produciendo un estado de excitación nacional, que llegó al paroxismo, con la denuncia al General Marshall, que gozaba de un inmenso prestigio. Este hecho, produjo una severa reacción del Ejército y del Gobierno de Eisenhower. Rápidamente se formularon denuncias de corrupción en contra de MacCarthy y el Senado lo censuró, perdiendo, de la noche a la mañana, toda influencia en la política norteamericana, donde empezaron a surgir evidencias de sus excesos.

McCarthy, en su esplendor, acusó a Oppenheimer de haber demorado deliberadamente la investigación nuclear a causa de sus ideas comunistas, para permitir que la Unión Soviética pudiera alcanzar a los Estados Unidos en la carrera nuclear desatada.

Una obra de teatro; “El caso Oppeheimer”, de Heinar Kipphardt, publicada en español en 1966, narró ese episodio de la historia norteamericana, sobre la base de las actas de la investigación de la Comisión de Energía Nuclear de los Estados Unidos efectuada durante el año 1954. En el proceso, que consta de tres mil páginas mecanografiadas, el científico manifestó su pesar por haber contribuido al desarrollo nuclear norteamericano. Hacia el final de la obra, Oppenheimer declara ante sus jueces:

”Hace más de un mes, al sentarme en este sofá por vez primera, tenía decidida intención de defenderme, porque sabía que no había cometido ningún delito y me sentía víctima de unas lamentables circunstancias políticas. Obligado a la desagradable empresa de reseñar con detalle toda mi vida, las causas de mis actos, mis angustias e incluso otros problemas que no habían existido, mi actitud comenzó a cambiar. Reflexioné acerca de mis vicisitudes, vicisitudes propias de un científico de los tiempos actuales, empecé a preguntarme si por ventura no había cometido realmente ese delito que el abogado Robbs ha recomendado incluir en los Códigos, si de verdad realmente no había cometido una traición por pensamiento. Cuando pienso que para nosotros ha llegado a ser un hecho manifiesto y habitual que los descubrimientos fundamentales de la física nuclear sean protegidos por el más riguroso secreto, que nuestros laboratorios corran a cargo de la autoridad militar y sean vigilados como objetivos bélicos, cuando pienso que habría sido de las ideas de Copérnico o de los descubrimientos de Newton en esas condiciones, no puedo menos de preguntarme si al ceder los frutos de nuestras investigaciones a los militares, sin pensar en las consecuencias que ello acarrea no habremos por ventura traicionado el verdadero espíritu de la ciencia”.

Más adelante declara: “Hemos hecho el trabajo del diablo”.

1 Comments:

Blogger esteban lob said...

...y...la verdad...el diablo no lo podría haber hecho mejor.

Como diría un amigo chino, "telible,telible"

Saludos.

2:15 PM  

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