CRISIS: OPTIMISMO O PESIMISMO
Las profesías de “1984”, de George Orwell, concitaron en su tiempo la atención del público que quería saber como sería el mundo en ese, aún lejano, mítico año. La editorial Siglo XXI, quiso cotejar el pesimismo del novelista con los pronósticos de alrededor de 500 especialistas en las más diversas disciplinas humanistas, científicas y tecnológicas, que se publicaron, con el mismo título. Nada resultó ser tan terrible como auguraba la novela. El bien y el mal se distribuyeron equitativamente la realidad, de modo que, aún en las peores circunstancias, siempre hubo una luz titilando esperanzadoramente y, en las mejores, nos asechan las malas noticias. En jerga popular “todo podría ser peor”; “no hay mal que dure cien años”; “nadie clavó la rueda de la fortuna”.
Enfrentamos el mundo que nos rodea y sus crisis con optimismo o pesimismo, somos realistas o soñadores, precavidos o desaprensivos; y estos rasgos, a su vez, se mezclan, y se puede ser, a la vez, optimista, realista y precavido, en cuyo caso, el realismo y la prudencia juega como controles positivos. Aún si se es optimista, pero soñador, puede esgrimirse aquello de “seamos realistas, pidamos lo imposible”.
El pesimismo es, en cambio, un rasgo desdeñable, puesto que atiende solo los aspectos sombríos de la realidad; no considera sus variantes; el pesimista se paralogiza, se convierte en un individuo pasivo, que deja de ser un protagonista. Así lo retrata Quino en el dibujo que ilustra este post.
En estos tiempos de crisis, el pesimista suele transformarse en un activista del pesimismo, para anunciarnos, con bombos y platillos, que todo está perdido.
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