Friday, May 04, 2007

LA EXPULSION DE LOS MORISCOS DE ESPAÑA



Oscar Bravo Tesseo
Trás la anexión del Reino de Granada a Castilla en 1492 permaneció en Granada una mayoría morisca, (moros conversos y bautizados) población que se mostró impermeable a todo intento de asimilación cultural o religiosa al cristianismo vencedor de los castellanos.
En el año 1527, el emperador Carlos V renuncia a la política de conversión forzada que se había estado aplicando sin éxito hasta allí y aprobó optar por medidas de asimilación pacífica de los recalcitrantes, incluyendo el envío de predicadores y la enseñanza del catecismo.
En 1565, cuando el pragmático Carlos había cedido el trono a su hijo, se ordenó, visto el fracaso de la política de asimilación pacífica, la aplicación de medidas especiales. Un año después se reinicia la conversión de moros al cristianismo por medios drásticos. Pedro de Daza, funcionario de la corona, es nombrado presidente de la Chancilleria y encargado de hacer ejecutar las medidas e instrucciones dirigidas contra los moriscos. Entre estos había de todo: los de Granada vivían en pueblos, no entendían español, ni tenían contactos con los castellanos. Vivían en paz, pero en el más completo aislamiento. En Valencia en cambio, mantenían mejores relaciones con la nobleza y habían logrado firmar concordias con la Inquisición, pagando para que esta los dejara en paz, por lo que podían sentirse algo más protegidos de futuras persecuciones.
En el campo castellano las opiniones estaban divididas. Entre los impulsores de expulsar a los moriscos de España estaba el Cardenal Espinosa, Presidente del Consejo de Castilla. Diego Hurtado de Mendoza, uno de los grandes innovadores de la poesía castellana, entrega una nota pintoresca, actual y aplicable incluso a la situación de enfrentamiento que se vive en Europa en relación a las minorías de confesión musulmana, sean religiosas o no. La nota expresa el entusiasmo pero también una cierta preocupación de Pedro de Daza en cuanto al ejercicio de sus funciones en su texto citado por Diego Hurtado de Mendoza en el libro "Guerra de Granada" (publicado en Lisboa en 1627) de la cual el autor participó activamente:
"El rey les mandó dejar la habla morisca, y con ello el comercio y la comunicación entre si.... obligándolos a vestir castellano con mucha corte, que las mujeres trajesen los rostros descubiertos, que las casas acostumbradas a estar cerradas estuviesen abiertas... Vedámoles el uso del baño, que eran su limpieza y entretenimiento; primeros les habrán prohibido la música, cantares, fiestas, bodas conforme a su costumbre, y cualquier junta de pasatiempo. Salió todo esto junto, sin guardia, ni provisión de gente, sin reforzar presidios viejos, o afirmar otros nuevos."
Diego Hurtado de Mendoza era además tio del marqués de Mondéjar, al que le tocó la misión de dirigir la guerra contra los moriscos. Otros parientes de estos hombres, entre ellos el Duque de Tendilla, se habían destacado ya antes en la defensa de la población morisca y de los intereses propios, contra los elementos agresivos entre los partidarios de la Inquisición. El propio marqués, que entonces era el Capitan General de Granada, escribió alarmado al rey y se avecinó a la corte en Madrid, apenas se hubo enterado de las instrucciones del rey. Temía que las decisiones adoptadas - cuyas medidas consideraba tan catastróficas como efectivamente resultaron - provocarían una fuerte reacción de parte de los afectados moriscos. El cárdenal Espinosa, entonces el Gran Inquisidor, le ordenó a que "regresara de inmediato a Granada y atendiese lo que le tocaba atender", es decir le recordó, que su deber de militar era cumplir órdenes y hacerle la guerra a los moriscos, no el defenderlos de los abusos de poder, ni de las persecuciones de la Inquisición. Sugiere este enfrentamiento y otros posteriores que la nobleza de Andalusia y Valencia harían cierta resistencia a las ordenes del rey y a las maniobras de la Inquisición.
Hacía fines de 1568, justamente el 24 de diciembre de ese año, un grupo de moriscos reunidos en Alpujarras (Béznar) iniciaron un levantamiento general, proclamando rey a un tal Aben Humeya, del que se dice sería descendiente de la dinastía de los reyes Omeyas. La revuelta se generalizó a toda la región, que comprende parte de Granada y también de Almería. A esta revuelta se sucedieron hechos atroces, como el asesinato de un centener de nobles y comerciantes musulmanes emprisionados en la Chancillería de Granada y el exterminio de numerosos miembros de la nobleza musulmana, la cual era esencialmente urbana y acaudalada.
La guerra contra los moriscos parece haber sembrado una división entre los cristianos. La nobleza requería de la mano de obra morisca. Los castellanos estaban mal organizados para combatir una revuelta. Los inquisidores y la nobleza, los partidarios tanto del bando del cardenal Espinosa como los del marqués de Mondéjar, se disputaban cargos y clientelas, obteniendo granjerías del alzamiento de los moriscos lo que explicaría que éste haya perdurado hasta 1560. Incluso más, para aplastarla se tuvo que traer tropas de Italia, del famoso viejo tercio (infantería española) a cuyo mando se puso a don Juan de Austria, hermano del rey. Finalmente, la flota de los castellanos logró establecer un bloqueo a las costas y los rebeldes fueron perdiendo contacto y apoyo del exterior. El imperio otomano, no asistío nunca con la ayuda, que se dice habría ofrecido a los alzados.
Después de la derrota vinieron las represalias. Los moriscos fueron obligados a abandonar Granada para ser repartidos a través de toda Castilla. Este éxodo, aunque cifras fidedignas no parecen haber, causó la muerte de buena parte de los que fueron deportados. Alguna reacción tardía vino con el tiempo: Pedro de Daza fué señalado como único responsable y relegado sino de Castilla por lo menos de la vida política de ella. La violencia con que se había pretendido imponer la reforma había fracasado y sus principales impulsores debieron dejaron la escena.
Pero no terminó ahí la historia de la expulsión de los moros de España. Hacia fines del siglo, en 1599, poco después de la muerte de Felipe II, se daba cuenta de la pertinacia de los infieles (de los moriscos nacidos y residentes desde muchos siglos en España). Esta vez el arzobispo Ribera reclamaba, como otrora el cardenal Espinosa, la adopción de medidas argumentando "que existía una opinión adversa a la minoría musulmana". Este argumento es muy parecido al que hacen algunos políticos europeos de hoy, pero Felipe III que había sido educado en un ambiente confesional, estaba realmente preparado para actuar contra los moriscos desde el punto de vista de las convicciones religiosas y morales. Para facilitar su aislamiento social se les acusó de cometer sacrilegios, de ejecutar crímenes horrendos, de profanaciones, se les acusó de secuestro de niños. Estas acusaciones son similares a las que la propaganda nazi ocupaba para culpabilizar a los judios europeos y aislarles del resto de la población. Se llegó por parte de algunos religiosos a hablar de la necesidad del "exterminio" como solución al problema de los moriscos, uso que discutían incluso aquellos que se ponían a una medida tan extrema.
Los moriscos de las grandes ciudades que contaban con
medios de fortuna e influencias, y que podían tomarle el pulso al curso de los acontecimientos huyeron a Amsterdam, a Provenza y a Túnez entre 1606 a 1608, siguiendo el camino que habían emprendido los judios en 1492. Este éxodo de moriscos ricos era estimulado por los castellanos, aunque ni la corte de Castilla ni la de Aragón solicitaron medidas de expulsión, en tanto que el Reino de Valencia la desaconsejó abiertamente, dado que la nobleza de Aragón y Valencia era recalcitrante a esta medida, lo que indicaría que la expulsión a los moriscos no tendría un apoyo mayoritario.
Tratándose de sucesos ocurridos a principios del 1600, es imposible no encontrar opiniones vertidas por Cervantes. He aquí una cita tomada de el "Coloquio de los perros" en el que Cervantes ironiza sobre los moriscos y su carácter:
"No los consume la guerra, ni ejercicio que demasiadamente los trabaje... Róbannos a pie quedo, y con los frutos de nuestras propias heredades, que nos revenden, se hacen ricos, dejándonos a nosotros pobres... No tienen criados, porque todos lo son de si mismos; no gastan con sus hijos en los estudios, porque su ciencia no es otra que la de robarnos, y ésta fácilmente la aprenden... Entre ellos no hay castidad, ni entran en religión ni ellos ni ellas, todos se casan y multiplican, porque el vivir sobrio aumenta las causas de la generación".
El 4 de abril de 1609 el rey no admitió más dilaciones. El 22 de septiembre se expulsó a los moriscos de Valencia. El 29 de mayo de 1610 se expulso a los de Murcia. El 10 de julio se procede a expulsar a los de Castilla. Para estos fines se trajo a 4000 soldados de los tercios de Italia. Se demarcó caminos y pasillos para encaminar a los expulsados hasta los puentes de embarques previamente preparados, donde operaban hasta cincuenta galeras. A los expulsados se les obligó a pagar los fletes y transportes. Los más ricos debieron pagar por los pobres. A pesar de las enormes precauciones militares, en muelles y marinas, como en Alicante, hubo alzamientos. Miles fueron degollados por la tropa profesional. El 18 de septiembre de 1610 se procedió al embarco de los últimos moriscos catalanes y aragoneses por el puerto de Alfaque. Se calcula que de Andalusia se expulsó a lo menos 60 000 moriscos y 300 000 de toda España. Como toda historia encierra su propia y original paradoja buena parte de los 10 000 expulsados murcianos - los del Valle de Ricote - eran verdaderos cristianos.
El resto de la historía se parece a la de otras expulsiones. Muchos salen por Irún, se cristianizan y se establecen en Francia. Los que van a Africa son mal recibidos e incluso perseguidos en Berbería. En muchos partes no son mirados como musulmanes ni tampoco como cristianos, buena parte de ellos fueron maltratados otros vendidos como esclavos, muchos perecieron en el mar, o en los caminos, agobiados por el sacrifio de la marcha.
La expulsión de 300 mil moriscos no pasó desapercibida para la economía de las regiones en que la mano de obra morisca era abundante. Valencia llegó a perder una cuarta parte de su población. La producción triguera y de caña de azúcar disminuye brutalmente, mientras los grandes señores aún perdiendo la mano obra, pudieron compensarse con la apropiación de las tierras confiscadas a los moriscos. En las zonas más afectadas la burguesía se arruina, algunos bancos hacen quiebra en 1613, arrastrando consigo a comerciantes y financistas. Hasta la propia Inquisición se ve afectada al dejar de cobrar la enorme cantidad de censos que pagaban los moriscos.
¿Para que se hizo esto? Según Marcelino Menéndez y Pelayo se hizo en nombre de un alto ideal, la unidad de la fé, la raza, la cultura y las costumbres.
Al lector recomiendo dos lecturas generales de la época: "La España de Don Quijote" de Manuel Rivero Rodriguez y "La
España Imperial de 1469 -1716" del historiador J.H.Elliot.
Estocolmo, Mayo del 2007

1 Comments:

Anonymous Anonymous said...

muy intereante tu articulo pues esta parte de la historia de españa por alguna razon me facina , en el 2009 se cumpliran 400 años de este suseso , creo que españa debe recordar y, reconocer este gran error, pues mas que moriscos se expulsaron españoles , y creo que merecen tanto reconocimiento como lo han hecho con los sefardi

3:50 PM  

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