ELVIO ROMERO: NOSOTROS NO MENTIREMOS
"He pretendido que mis libros respirasen como los hombres; que contuvieran el aliento de nuestra naturaleza encendida por su vasto espacio verde y por el verano; por eso los poblé de personajes y de árboles que cantan y de gente cuyo oficio era sentarse en mitad de la luz del mediodía o del fulgor de la luna, de guitarreros demorados bajo las ventanas para entonar endechas; quise que esos libros invitasen a los viajeros a detenerse y a contemplar la magia de nuestra región escarlata y los he imaginado saliendo a las calles y andando como esos vecinos en cuyos hombros descansan las golondrinas después de un largo vuelo. Resumiendo: quise que mi obra oliese a huerta con azahares en flor, a valle perdido entre las colinas, a bosque o a persona trashumante, y que sus páginas tuvieran un color de banderas sobre los techos solitarios de los pueblos. Al fin y al cabo, yo había salido del silencio de esos pueblos y no podía vivir sino con la costumbre de llevarlos conmigo.” (“Credo poético”. Elvio Romero, (contratapa de sus Poesías completas I).
El paraguayo Elvio Romero (1926-2004), escribió 12 libros de poesía, un ensayo (El poeta y sus encrucijadas) donde figuran memorias personales de sus relaciones con algunos de las glorias literarias del siglo, como Alberti, Neruda, Hernández, entre otros, y una biografía novelada del poeta español Miguel Hernández (Miguel Hernández, destino y poesía). Uno de sus libros más celebrados se llama "Días Roturados". El y el novelista Augusto Roa Bastos son considerados los más importantes exponentes de la literatura paraguaya del siglo XX. En esta serie de grandes poetas sudamericanos publicamos el poema “Nosotros no mentiremos”.
Nosotros no mentiremos
Nosotros no mentiremos,
no habremos de renunciar al oro falso
como quienes apelan de pronto a una impostura;
no diremos que las lluvias traen paz y las
/inundaciones beneficio,
que pueden las cordilleras bajar a las llanuras,
o que en días aciagos el fervor se mantiene
como un metal de permanente brillo.
No, nosotros no mentiremos;
no elegiremos al hijo un sitio fatuo,
no instaremos a su alma a la mansedumbre
ni al inútil orgullo que desvía la luz de la justicia.
No iremos a compartir la mesa
de los mercaderes, no armaremos las trampas
que ellos preparan a los pájaros desorientados en
/invierno,
no deformaremos tampoco nuestra
historia de amor y de penurias
y la ofrecemos tal cual sea en su copa de fiebre y
/de tormento;
y si tuviésemos que edificar en la ilusión
y en el tul del ensueño, nuestro abrazo perenne
será veraz, desgarrador y puro,
de modo tal que puedan acercarse a este sitio los
/claros y los simples.
No, no diremos siquiera
que no envejeceremos, no subiremos a las nubes
/ni bajaremos de las nubes,
y sólo así, con el cáliz en alto, ayudaremos a vivir
con nuestra sola verdad clara, con el idéntico
gesto con que ayudamos a atravesar la calle a los
/mendigos,
y seremos los primeros y los últimos,
igual a todos los mortales masticando su yerba.
No, nosotros no mentiremos.
De “El viejo fuego” (1977)
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