Friday, October 03, 2008

HISTORIAS DE UN DIA HISTORICO


El día 5 de Octubre de 1988 me levanté más temprano que lo habitual, para dirigirme al Instituto Nacional y asumir mis funciones como apoderado general de la opción No, en representación del PPD. El comando decidió llevar un doble control de la votación, de modo que en cada mesa hubo un apoderado de este partido y otro de la Democracia Cristiana y en cada local, dos apoderados generales. Desde que pisé el Instituto sentí que las cosas iban bien, presagiando una jornada victoriosa.´

Cuando concurrí a la oficina de la Delegada Electoral, para registrar mi mandato, tuve una primera grata sorpresa. La abogada Elia Osorio, entonces Secretaria del Segundo Juzgado Civil de Santiago, cargo que desempeñó, por su propia decisión, durante décadas, me recibió con muestras de alegría. Estimó que podía ayudarla a terminar exitosamente su labor, puesto que también ella había perdido la costumbre de participar en este tipo de eventos. Era furibunda partidaria de Pinochet, pero soy testigo de su independencia al momento de ejercer sus prerrogativas. En una oportunidad, me tocó intervenir como abogado, rechazó las presiones del Ministro del Interior de la época, creo que era el General Benavides. La anécdota es la siguiente. Una amiga de mi esposa que estaba casada con un oficial de ejército que llegó a ocupar un alto cargo en el régimen militar, me solicitó que le tramitara su nulidad de matrimonio, que era la vía chilena al divorcio en esa época. Cuando la causa cayó en el Segundo Juzgado informe a nuestra amiga que tendríamos que presentar la demanda de nuevo, puesto que ese Juzgado siempre rechazaba las nulidades. El oficial me informó que ese era su problema y que me preocupara de la tramitación de la causa hasta la citación para oir sentencia y que dejara el resto en sus manos. Tocó la coincidencia que cuando la causa quedó para fallo, doña Elia Osorio estaba subrogando al Juez Titular. Ella misma me dijo, jactanxiosamente, que el Ministro del Interior la había llamado para que acogiera la demanda, lo que, por su puesto, no hizo “porque no aceptaba presiones ni del Papa”. Doña Elia me preguntó cuál era mi pronostico y le respondí que iba a ganar el No pero que todo indicaba que en el Instituto Nacional iba a ganar el SI, porque sólo habían 40 mesas de varones, que correspondían a las primeras inscripciones, practicadas durante el largo periodo en que la oposición al régímen debatía sobre su partición en unos comicios tan extraño a la tradición democrática chilena.

Mi segunda grata sorpresa de la mañana fue conocer personalmente al ex senador demócrata cristiano Alberto Jerez, designado apoderado general en el Instituto Nacional por el PDC. Cuando nos presentamos y le explique como los apoderados de mesa de ambos conglomerados estaban previamente coordinados, se mostró muy conforme y tranquilo, porque no tenía dispuesto estar todo el día en el recinto, como era mi compromiso. Recuerdo que la señora Elia quiso tomarse una fotografía con nosotros para recordar el acontecimiento. Lamento no haberle pedido la copia ofrecida, que habría servido ahora para ilustrar este post.

Tuve una tercera sorpresa. La Radio Cooperativa destinó a Manola Robles, una de sus más destacadas periodistas, para cubrir el Instituto Nacional, donde sufragó el General Pinochet, que votaba, como ustedes adivinaron , en la mesa 1. Con Manola éramos amigos desde nuestra época universitaria. Fue una agradable compañía durante toda la jornada, ya que sólo salimos del local para comprar algo de comida.


Debo agregar una cuarta razón para recordar con agrado ese día. Cuando visitamos la mesa 1, su presidente se levantó para saludarme en privado. Se presentó, creo recordar que su apellido era Zúñiga, como militante radical. Era muy extrovertido y rebozaba de optimismo. Según me contó, se inscribió tan pronto se abrieron los registros, antes que su partido lo autorizara, porque estaba seguro que esta decisión era el comienzo del fin de la dictadura. Como este día había llegado, él estaba de fiesta. Se hizo elegir presidente de la mesa, valiéndose de su personalidad avasalladora. Parado sobre su silla dirigió la votación de Pinochet, que llegó al local en medio de un enjambre de partidarios, de personal de seguridad, curiosos, periodistas de radio y televisión. Vi desde lejos al presidente de la mesa gesticulando y gritando para imponer orden, siempre a una mayor altura que el sufragante. mirándolo hacia abajo. Todo un símbolo.

La jornada fue tranquila. La gran mayoría de los ciudadanos votaron durante la mañana. No hubo incidentes de ninguna naturaleza, salvo el desmayo de un soldado que estaba de guardia en el recinto.

Cuando concluyó la votación y tuvimos las 40 actas en nuestras manos, el encargado de los apoderados de mesa y yo salimos del recinto para dirigirnos al Liceo de Niñas Nro. 1, en la calle Compañía, donde debía reunirme con los apoderados generales de los otros recintos de la comuna. Lo primero que nos llamó la atención fue que el centro se encontraba cerrado, las calles estaban vacías, circulaban muy pocos vehículos y, lo más notable, los Carabineros habían desaparecido. Cruzamos la Alameda y entramos por Morandé hasta Moneda y allí cruzamos la Plaza de la Constitución en diagonal. En la plaza había un destacamento militar en tenida de combate y armada. Cuando nos vieron venir, se interpusieron en nuestro camino y tuvimos que pasar entre los soldados, con el alma en un hilo.

Estábamos en el momento culminante de un proceso. Mucha gente estaba segura que Pinochet no aceptaría una derrota en las urnas. La presencia militar en las calles era una pésima señal. Cuando llegamos al Liceo 1 entregamos las actas, que alguien, junto a las de los otros recintos de la comuna de Santiago, traslado al comando. Regresamos a nuestras con la preocupación, sin saber lo que estaba ocurriendo en el país a esa hora. Oscar Peluchonneau, que vivía en el mismo barrio, nos llevó en su auto, a Gustavo Horvitz, Carlos Zenteno y a mí. Ya en casa, pude sumarme a los millones de chilenos que esa noche siguieron las alternativas del plebiscito, hasta el momento en que el General Pinochet aceptó finalmente su derrota.

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