Saturday, September 02, 2006

EL HOMBRE IMAGINARIO




















El poema “El hombre imaginario”, de Nicanor Parra, el más viejo de los poetas jóvenes, fue incluido en “Hojas de Parra”, Ediciones Ganymenes, Stgo, 1985. El 5 de Septiembre cumplirá 92 años, y se encuentra de plena actualidad, con motivo de la exposición que se efectúa en el Centro Cultural del Palacio de La Moneda, llamada “Obras públicas”. El artículo que presentamos a continuación pertenece al crítico literario Ignacio Valente, publicado en “El Mercurio”, el 7 de Julio de 1991, que conservo en mi archivo personal y que no está publicado en Internet.



EL HOMBRE IMAGINARIO


Ignacio Valente



Con ocasión del justísimo Pre­mio Juan Rulfo, más que un ar­tículo panorámico de la poesía de Parra —¡he escrito tantos!— quiero ofrecer a! lector el comentario analítico de un solo poema suyo, “El hombre ima­ginario”. Se trata de un gran poema, "de antología”, excepcional en sí mismo por su calidad, excepcional también por su estilo dentro de la obra de Pa­rra puesto que no contiene acento al­guno de ironía ni critica de la vida, ni idioma coloquial, ni los demás ingre­diente que han dado en llamarse "antipoesía” Más bien es un lenguaje casi intemporal sin referencias concretas, el que expresa, revela un sentimiento no menos intemporal, una pena de amor Transcribo su texto:

El hombre imaginario
vive en una mansión imaginaria
rodeada de arbole imaginarios
a la orilla de un río imaginario
De los muros que son imaginarios
penden antiguos cuadros imaginarios
irreparables grietas imaginarias
que representan hechos ima­ginarios
ocurridos en mundos imagi­narios
en lugares y tiempos imagina­rios.
Toda las tardes imagi­narias
sube las escaleras imaginarias
se asoma al balcón imaginario
a mirar el paisaje imaginario
que con­siste en un valle imaginario
circun­dado de cerros imaginarios
Sombras imaginarias
vienen por el camino imaginario
entonando canciones imaginarias
a la muerte del sol imaginario
Y en las noches de luna Imaginaria
sueña con la mujer imaginaria
que le brindó su amor imaginario
vuelve a sentir el mismo dolor
ese mismo placer imaginario
y vuelve a palpitar
el corazón del hombre ima­ginario
Los cuatro primeros versos –la obertura temática del poema— hacen pensar en un simple juego de palabras, y por hábil que éste sea, uno se pregun­ta cómo se las arreglará el poeta para prolongar el mismo recurso del adjetivo “imaginario" sin llegar al tedio o a la insignificancia. Pero la presión de un sentimiento realísimo, de una atmósfera palpable, y de un lenguaje sin concesiones a la retórica ni al juego, empuja al poema —a la manera de un verdadero torrente y como por necesidad interna— a acumular una sucesiva y creciente carga de realidad a medida que se repite el adjetivo. a medida que salta de una repetición a otra sin conservar jamás et mismo significado; al
contrario, potenciando una repetición acumulativa de más y más realidad, tanto más tangible cuanto más “imaginaria”.

Sigamos su proceso verbal y mental. La segunda estrofa no dice “muros imaginarios”, como sería previsible, “muros que son imaginarios. El “que son” no sólo introduce variedad formal sino también –a través de la secuencia muros/ cuadros/ grietas/ he­chos/ mundos/ lugares/ tiempos— de­sencadena la multiplicación interna de universos imaginarios, cada uno distin­to e interior al otro, a la manera de ca­jas chinas. Ya el "irreparables grietas imaginarias” produce entre los dos adjetivos del nombre una relación extra­ñísima, la sensación de lo irreversible: ni siquiera la imaginación puede reparar lo que ella misma ha producido, hasta llegar a esos "lugares" y "tiempos”pos" ya inimaginables.

En la cumbre de esta proyección fantástica la tercera estrofa desciende bruscamente a tierra. El protagonista en su tarde imaginaria, retorna a la si­tuación lírica, existencial y desnuda. El sentimiento conductor del poema, a través de su adjetivo conductor, nos si­túa en la experiencia concreta del per­sonaje, que —paradojalmente— no tie­ne ya nada de imaginario: está en si­tuación. Y en cuanto ha alcanzado ya su momento existencial, las "sombras ima­ginarías" de la cuarta estrofa —en su secuencia caminos / canciones / muer­te / sol— vuelven a remontar el vuelo, tocando una nota que parece de ultra­tumba. No, no es ultratumba la palabra exacta, pero ya no se sabe de qué mundos provienen esas sombras crepusculares que atraviesan la estrofa. En todo caso, es un mundo donde imaginación y realidad han dejado de ser opuestas, e incluso han dejado de ser distintas: for­man la síntesis de una ultrarrealidad que, dicho sea de paso, nada tiene de surrealista, porque su proceso —el cre­cimiento sostenido e indefinido del ad­jetivo "imaginario"-- es muchísimo más simple que cualquier retruécano de metáforas improbables.La simplicidad extrema es un atributo esencial de este extraño texto, que se lo juega todo a una sola carta, un solo recurso, una sola palabra, y en vez de producir un anodino juego verbal, o siquiera un ingenioso desplazamiento"de sentidos, lo que produce es una sucesión de horizontes en movimientouniformemente acelerado: un verdadero ensanchamiento del mundo y de la experiencia, a través del más elemental de todos los procedimientos del lenguaje: la repetición.


Pero, por cierto, no hay tal repetición. Así como el adjetivo significa algo siempre distinto al ser refractado de verso en verso, también las estrofas tienen su propia identidad y progresión. La primera plantea el "estado de la cuestión", por decirlo con términos de la lógica escolástica; la segunda rompe la previsible rutina verbal del adjetivo, haciendo de el la llave de mundos concéntricos cuyos perímetros son cada vez mas remotos; la tercera nos pone de nuevo en la situación espacio-temporal originaria del
Personaje ya investido de universos en expansión; la cuarta recoge una resonancia del otro mundo, abriendo camino a la síntesis final.

Pues la quinta estrofa, sobre la cuál ha caído ya la noche, es de nuevo el hombre en situación, es el retorno último y definitivo a la realidad, y por ella, a la naturaleza íntima del poema: un poema de amor engendrado en el dolor, sentimiento que vierte su luz retrospectiva sobre todo el texto. El único sustantivo no adjetivado por lo imaginario es “dolor”, “ese mismo dolor” frente al cuál incluso el “placer” del amor pasado es imaginario. El dolor de amor es lo absoluto de este mundo de “imaginarios” relativos . El poema se cierra con ese palpitar final que es la negación misma de lo imaginario; es la persistente vida elemental del corazón, y con ella, la realidad pura, cuanto más pura cuanto más juegos de espejos y laberintos de la imaginación ha debido atravesar para encontrarse consigo mima.

2 Comments:

Anonymous Anonymous said...

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1:45 AM  
Anonymous Anonymous said...

Muy buen relato de este poema lo agradezco muchisimo :)

10:37 AM  

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