Saturday, September 02, 2006

EL HOMBRE INVISIBLE DIFAMADO


“Las facultades mentales definidas como analíticas son, en si mismas, muy difíciles de analizar. Las captamos, únicamente, por sus efectos. De ellas conocemos, entre otras cosas, que siempre son para el que las posee, --en grado extraordinario-- una fuente de vivísimo deleite. (De: “Doble crimen en la calle Morgue”, Edgar Allan Poe.

Les conté la historia de mis lentes de contacto. Luego de ese episodio comencé una nueva vida. Mis primeros días fueron felices, me di muchas vueltas de carnero, di saltos mortales, me duché, pero para ser sincero pronto anduve entre el “de alguna manera tendré que olvidarte”, de Auté, y el “no hago otra cosa que pensar en ti”, de Serrat, y, al poco tiempo, comencé a tener ganas de ver a mi novia, a la que había evitado, desde entonces.
Una tarde salí a trotar, pero en vez de ir al parque dejé que mis zapatillas decidieran la ruta. Yo no me explico como las zapatillas, que nunca fueron a la casa de mi novia, me transportaron hasta la esquina de su casa. Estaba allí, parado, sin saber que hacer, cuando sonó mi celular. Para mi sorpresa era ella. -“¡Hola flaco! ¿cómo estás? Que gusto de verte!, ven, estoy sola”; --“¡Qué pena!, pero no puedo; estoy lejos, en una reunión, tengo para rato...”. --“Flaco, no seas payaso, te estoy mirando; estoy en el balcón. Bajo a abrirte. Cuando abrió, ya estaba parado, pensando que había cometido un error (por culpa de estas zapatillas entrometidas). Tenía un problema filosófico, transgredí la línea trazada, que había jurado, es decir, prometido (soy agnóstico) respetar. Mi novia, que recién había leído un spot de “Línea de Flotación” me miró y copiando a Klaus Kinski, me dijo: “No te quedes allí parado como un estúpido” y, luego, literalmente me “remolcó” al interior. Mi novia estaba hermosa y desnuda bajo su bata. --“Me pillaste pilucha. Ven, acompáñame, me voy a vestir”. Subimos al segundo piso y entramos a su dormitorio, pero mi novia en vez de vestirse se sacó la bata y me la tiro por la cabeza. Yo, ingenuo, creí que lo hizo para evitar que la viera desnuda y, respetuoso, como soy, no me la saqué esperando que me avisara que ya podía mirar. En vez de eso recibí un zapatazo y liego otro. Me quedé aguardando el tercero, pero me acordé que mi novia tiene solo dos piernas y me quité la bata de encima.
Mi novia estaba desnuda, colocando un disco en su equipo de música. Empezó a sonar eso de “you can leave your hat on”, y comprendí el mensaje, decidí vivir el momento y dejar la filosofía para el bajativo. --“¡Baila flaco, baila!”, gritaba ella, entre aplausos, sentada en la cama. Me quité la casaca del buzo, la blandí por sobre mi cabeza al ritmo de la música y la lancé al aire, de modo que cayera sobre mi novia. La casaca tomó altura, pero en vez de caer quedó suspendida en el aire, contradiciendo la ley de gravedad, ante nuestro asombro. De pronto, mi casaca se agitó por su cuenta y reanudo su viaje, solo que en vez de dirigirse a la cabeza de mi novia, salió disparada a la calle, por la ventana.
A veces pienso que mi novia no tiene cerebro. En vez de preocuparse del fenómeno paranormal que había ocurrido ante nuestros ojos, se precipito a la ventana para ver donde había caído mi casaca. En esos momentos escuché desde el exterior el pregón del señor de las verduras “¡Va a querer plátanos, manzanas, verduras la caserita!”. Luego la voz de mi novia: “¡Caserito!, ¿podría tirarme para arriba esa casaca que se me cayó”? --“¡Yo a Ud. le tiro todo lo que quiera, caserita!” Alguien grito ¡Mejor baja a buscarla!“; y otro preguntó ¿”Y también se cayó la otra ropita?" Oí exclamaciones, carcajadas, alboroto. Según supe después --en entre tanto se juntó gente bajo la ventana--, vista desde abajo mi novia, generosa, exhibía al populacho sus bellos senos, sus brazos colgantes (en ademán de pedir algo) y su cabello sobre su rostro. Desde mi sitial, mi novia inclinada en el balcón hacia el exterior, doblada en dos, a la altura del abdomen, exhibía, para mi exclusivo deleite, el más hermoso trasero que había visto. Si digo que en esos momentos decidí acercarme a la ventana, todos ustedes, canallas libidinosos, pensaran que lo hice con torcidas y perversas intenciones, pero no, yo sólo quería entrar a mi novia, que estaba parcialmente afuera, cerrar la ventana y tratar de entender lo sucedido. Me importaba un bledo mi casaca. En el momento que llegué junto a ella, se dio vuelta y me pegó una bofetada en la cara. --“Que te pasa Cloti, ¿te volviste loca?”, le pregunté, dolorido. --“¡Así no, flaco, yo no soy una cualquiera!”, me gritó iracunda. “Lo que pasa es que no tienes cerebro”, le retruque, y me fui, indignado.
Salí de la casa, recuperé la chaqueta y le exigí a mis zapatillas que me llevaran a mi casa. En vez de obedecerme, cruzaron la plaza y entraron a una cervecería, a dos cuadras de la casa de mi novia. Me sentí sediento, pedí un schop y me senté a meditar. En eso suena el teléfono y tengo a mi novia vociferando al otro extremo: “¿Donde estás miserable? ¡Vuelve de inmediato!, no te distes cuenta que hoy paso algo extraordinario en mi pieza?. ¡Tenemos que encontrarle una explicación!”. Recordé que mi novia tenía la manía de empilucharse y ya tenía bastante por hoy. Le dije “mira Cloti, si quieres conversar conmigo, vente aquí, al lado de la plaza, donde trabaja el Augusto Dupin”. Cuando mi novia se sentó a mi lado, nos quedamos largo rato en silencio, nos mirábamos fijamente. ¿Tuvimos, acaso, un malentendido?. “Estás muy linda”, pensé o tal vez le dije, en voz baja. Traté ver en sus ojos, reflejado, el tipo que ella ve cuando me mira, pero no vi nada, pero no porque yo sea un cegatón, como piensan algunos cretinos, sino porque mi novia tenía sus ojos cerrados. De pronto se paro con un vaso en la mano, yo me abalancé sobre ella para evitar que se lo lanzara a alguien, como hizo Monserrat en esa historia que leí en el blog, pero solo quería un poco de agua.
Hizo un gesto como de empezar a hablar pero yo me anticipé y le espeté la siguiente pregunta, modulando las palabras cuidadosamente, para evitar confusiones, ya que mi novia dice que yo hablo como Werner Herzig, atolondradamente, como escupiendo las palabras: “Primero me explicas porque me pegaste” dije, con vehemencia. Respuesta de mi novia, (pongan mucha atención porque estamos llegando al corazón de este relato): "¿Cómo tienes cara para preguntármelo, miserable, porque iba a ser, simplemente (me estaba remedando) porque no acepto que un desconocido me agarre el poto cuando se le frunza”. La respuesta de mi novia me dejó patitieso. Yo sé que a ella le carga que le toquen el trasero. Me lo contó ella mismo, no una, cien veces, a veces pienso que le encanta contarlo. Viaja todas las mañanas en micro, a eso de las siete de la mañana. A esa hora la micro se llena de obreros que se apretujan unos a otros y si hay una otra los unos a la otra. A mi novia le carga que la CUT se entretenga con su trasero. Tiene toda la razón, pero yo no soy un desconocido. Bueno, dice que me comporté como si lo fuera. Cuando le conté mi versión, no quería creerme. Cuando finalmente aceptó mis explicaciones, dijo que “entonces tenemos dos misterios y no uno”.
Mis zapatillas son muy astutas, lo reconozco, porque este misterio era como para planteárselo al Augusto Dupin. Mi amigo es detective privado, pero en la temporada baja, le administra la cervecería al Paco Tilla, un policía que luego de su retiro instaló este negocio. El Paco le enseñó al Augusto todo lo que sabe, es su maestro. En el barrio no lo quieren; el Poncho dice que el Augusto es un barsa. El otro día nos topamos en el metro y le conté que había visto al Augusto en la cervecería de la plaza. El Poncho me dijo: “Mira flaco, para comprobar que es un fantoche basta escucharlo quince minutos. Mira, según Paz Ciudadana en Chile se cometen al año cientos, miles, de delitos con armas blancas y de fuego, pero en el año 2005 no se cometió ninguno con arsénico. Sin embargo, en todas las historias del Augusto la víctima es ¡envenenada!”. Así será, pero a mi me cae bien, es buena onda y me entretengo con sus aventuras. En todo caso ya es tarde, mandé a buscarlo.
Augusto llegó con tres schops, para darse el gusto de compartirlos (gentileza de la casa) con nosotros. Cuando le contamos todo lo que Uds. ya saben, se quedó pensativo, luego sonrió y nos agradeció la oportunidad que le dábamos al entregarle la solución de un caso que lo haría célebre. Nos dijo que lo primero era su constitución en el lugar de los hechos y una reconstitución de escena. Quedamos de acuerdo en reunirnos, al día siguiente, en la casa de mi novia.
Augusto es un buen dibujante, en un dos por tres seis, dibujó la habitación, los muebles, los sofás, la cama, las ventanas, nuestras respectivas posiciones y se cuidó de dibujar a mi novia, desnuda, sentada en la cama. Tomó luego las medidas, el ancho, el largo y el alto de la habitación, hizo las parábolas de los proyectiles (mi casaca, que pesó cuidadosamente), reviso el closet y verificó los accesos, midió la luz y dijo varias veces “hum...humm...” Concluida esta primera etapa, nos interrogó por separado y conjuntamente, evitando lo de la bofetada.
La reconstitución de escena fue muy sencilla, aunque, con los nervios, tuve que repetirla tres veces. Luego, Augusto preguntó a mi novia si había “reconocido” mi mano. La Cloti me miró con ternura, se le llenaron los ojitos de lagrimitas, miró al maestro y dijo “no fue el flaco, la otra mano era más grande, los dedos más fuertes, más insolentes, sin cariño”. Augusto gritó “¡viva!” y se puso a dar grandes zancadas por la habitación aplaudiéndose a si mismo, eufórico. “Me voy, dijo, mañana haremos la prueba final. Necesitaremos una botella de buen vino y dos vasos”.
Al día siguiente nos reunimos a la hora señalada en el dormitorio de mi novia, mi amigo sirvió dos vasos de vino, se empinó uno al seco, hizo comentarios elogiosos y muy exagerados de la calidad del vino, no me dejó tomar el mio y nos hizo salir de la habitación. Nos quedamos en silencio al lado afuera del dormitorio y, cuando habían transcurrido quince minutos, nos hizo entrar. Miramos a la mesa y vimos asombrados los dos vasos vacíos. “Cloti, no te asustes, te voy a decir algo. Dicen que Santo Tomás de Aquino afirmó que hay que ver para creer, pero si esto fuere verdadero no podríamos creer en el hombre invisible, precisamente porque no lo podemos ver. Sin embargo, el hombre invisible nos ha jugado una broma”. Mi problema es que no lo puedo capturar, pero el caso está cerrado”. No admitió reparos. Te sugiero flaco que te lleves a la Cloti a tu casa, mientras veo que hago ahora.
En el momento que salimos de la casa de mi novia supe que ella nunca más tendría problemas con el hombre invisible. Para salir de la casa, desde el interior del dormitorio de Cloti. teníamos que abrir tres puertas; la del dormitorio, la de la mampara y la de la calle. Mi novia estaba tan impactada por lo ocurrido que, virtualmente, el Augusto, que además de astuto, es muy comedido, la saco en vilo de la casa, luego, supuso que, en cada oportunidad, yo abrí las puertas, pero se fueron abriendo solas, como en un mall. Fue pura intuición, me tincó que el hombre invisible, tal vez impactado por el talento de mi amigo ¡se fue con él!.
El tiempo me dio la razón. Augusto le contó a medio mundo su proeza. Al comienzo fue blanco de la burla de sus amigos, hasta que estos comenzaron a percibir que en la casa del sabueso ocurrían hechos extraordinarios. Se dijo que la casa estaba embrujada, que habían fantasmas, entierros, que esto, que lo otro. La tesis de la presencia del hombre invisible comenzó a ganar terreno. Lo concreto fue que Augusto organizó una fiesta de cumpleaños, anunciando que su huésped estaba invitado en forma especial. Existía una gran expectación, la que se justificó plenamente. Los invitados vieron, sin poder creerlo, como una bandeja se paseó toda la noche sirviendo manjares y licores a los amigos de Augusto, aunque, poco a poco, se fueron acostumbrando a la situación. . Bueno, ahora todos saben que el hombre invisible existe, pero ya nadie visita la casa de Augusto. Por su parte nuestro amigo está prácticamente recluido en su casa, sale lo estrictamente necesario, puertas y ventanas están permanentemente cerradas. La conducta de Augusto comenzó a despertar sospecha. Su novia le exigió que se deshiciera del hombre invisible. Algunos creen que no pudo hacerlo y otros que no quiso. Se veía venir, y todo por culpa del hombre invisible.
Lo único que faltaba, ahora andan diciendo que el Augusto es FLETO.

1 Comments:

Blogger esteban lob said...

Muy interesante, particularmente porque ahora aseguran que el mundo está próximo a vivir la verdadera invisibilidad de los hombres. Científicos se preparan para el gran logro, que será sumamente conveniente cuando nos queramos esconder de nuestros acreedores.

Saludos.

9:57 AM  

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