LA CAMPAÑA DE 1970
En el año 1964 intenté integrarme a la campaña presidencial sin éxito. En esa época era miembro del “Movimiento de Izquierda Nacional”, escindido del Grupo Universitario Radical, en repudio al ingreso del Partido Radical al gobierno de Alessandri y a la candidatura presidencial de Julio Durán, con apoyo de la derecha. Formaban parte de ese grupo, entre otros, Eduardo Trabucco, Edmundo Villarroel, Armando Arancibia, Roberto Cuellar y yo. Alrededor de un año antes la Juventud Radical y el grupo universitario sufrieron, por idénticas razones, un quiebre a nivel nacional. Producto de esa escisión nació el “Movimiento Social Progresista”, que, aunque tuvo una existencia efímera, fue tan poderoso, que ganó las elecciones de la Fech. A ese movimiento pertenecieron Julio Stuardo, Ricardo Lagos, Jorge Arrate, Juan Facuse, Arturo Barrios, Patricio Arias y otros. En su libro “Chile entre dos Alessandri”, Arturo Olavaria Bravo, no somos parientes, da cuenta de la importancia del movimiento estudiantil en la política de la época, da nombres y nos menciona expresamente, aunque, en mi caso, erróneamente. Desafortunadamente el tomo respectivo de la obra desapareció de mi biblioteca y eso me impide citarlo textualmente. Las escisiones de la Juventud Radical y de su grupo universitario fueron comentados profusamente en la prensa y por cronistas como Luis Hernández Parker y René Olivares. Durante la campaña del 64, el “Movimiento de Izquierda Nacional”, participó en una “convención” de independientes de izquierda que apoyaban la candidatura de Salvador Allende, que salvo sus efectos publicitarios, careció de toda importancia. El comando de Allende nos designó a Pablo Laso y a mí como apoderados generales -en un local de votación de mujeres de La Florida. Fue una experiencia atroz. Pablo, yo y los militares que lo resguardaban, éramos los únicos hombres en el local. Las mesas estaban instaladas en los pasillos de los cuatro pisos del colegio, las escaleras estaban abarrotadas de mujeres, no pudimos contactar a nuestras apoderadas, nunca vi tantas monjitas, cruz rojas y mujeres embarazadas juntas, como aquel 4 de Septiembre de 1964. Nos barrieron. No recuerdo haberme quedado para el recuento de votos, simplemente, desertamos.
La campaña presidencial de 1970 fue muy breve. Salvador Allende fue designado candidato de la UP el 22 de Enero de 1970. Radomiro Tomic (PDC) y Jorge Alessandri (derecha) habían sido proclamados candidatos a la presidencia de la República, en Agosto y en Noviembre de 1969, respectivamente. En Febrero de 1970, una encuesta de opinión pública daba a Jorge Alessandri, como ganador, con el 43%, sobre Radomiro Tomic, el 24% y Salvador Allende, el 15%.
Para evitar que me sucediera lo mismo en la campaña de 1970, tan pronto como la Unidad Popular designó a Salvador Allende como su candidato, siguiendo instrucciones públicas del Comando, un grupo de amigos vecinos de La Reina, constituimos, por nuestra cuenta, sin intervención de partidos, nuestro propio comando. Desde entonces, la comuna de La Reina cambió mucho. Desde Vicente Pérez Rosales al oriente sólo habían parcelas, todos los caminos conducían a la Villa Paidahue, la última residencia del Presidente Juan Antonio Rios, en Alvaro Casanova, y, con el tiempo, ya en esos años, a “Las Brujas”, al final de Príncipe de Gales.
En la calle Príncipe de Gales, entre Monseñor Edwars y Ramón Laval, frente a lo que es hoy el Tavellí, vivía la familia Quiroz, un matrimonio y dos hijos, Amaro y su hermana Lupe: ella y su esposo, Lucho Norambuena tenían un negocio de abarrotes en Príncipe de Gales con Nocedal; por lo que eran muy conocidos en el barrio. Al frente de esta familia, en la acera sur de Príncipe de Gales, entre las mismas calles, vivían otras familias partidarias de Allende, la de don Manuel Contreras Moroso, un viejo abogado, que fue unos de los fundadores del Partido Socialista, la de Máximo Lillo, consuegro de don Manuel, militante socialista, Laura Edwards, Aída di Biaggio y Erica Alvarez. Al lado de los Quiroz vivían Eduardo Zbindes y su familia. Nos agrupamos por manzanas, en dos grupos, al norte y al sur de Príncipe de Gales. En nuestra primera reunión acordamos constituir un tercer comité en la manzana de Monseñor Edwards, La Calada, Ramón Laval y Reina Victoria. Confeccionamos volantes invitando a una reunión constitutiva y los dejamos en las casas. La reunión fue un éxito, a la hora fijado llegaron unos diez vecinos, todos se conocían entre sí, al menos de vista. Estaban felices de haber sido invitados, se vivieron momentos emotivos, muchos saludos y abrazos. Entre los asistentes, estaban Hugo del Rio, un funcionario del Juzgado de Policía Local de Las Condes, y Carmen, su esposa, el abogado Miguel Villarroel y Gloria Aguirre, su esposa, Nicolás Alejandropoulos y Chichi, su esposa. Antes de un mes teníamos tres comités y seguimos constituyendo otros en la zona norponiente de la comuna.
Un día le conté a Oscar Waiss, lo que estábamos haciendo en La Reina y, al poco tiempo, los dirigentes del comando comunal Daniel Vergara (PC) y Belarmino Elgueta (PS), me invitaron a integrarme al comando como independiente. Para el comando era una noticia positiva que en esta zona de la comuna se hubieren constituidos comités de base, ya que los partidos privilegiaban el trabajo en sectores populares, como Villa La Reina, densamente poblados, donde la Unidad Popular podía competir con ventajas.
El comando comunal de La Reina funcionaba en una casa de la calle Valladolid, que había pertenecido a Pablo de Rokha.
La campaña transcurrió sin tropiezos. Hubo solo un incidente lamentable. El comando central invitó a Santiago a jóvenes de distintas comunas del país que no conocían la capital. La idea era que tomaran contacto con jóvenes santiaguinos y que participaran en actividades propagandísticas. A la comuna de La Reina fueron asignados unos 50 muchachos. Para nosotros era un cacho, porque no teníamos actividades que pudiéramos compartir con ellos. Se suponía que por su edad, la mayor fortaleza de esos jóvenes era la pintura mural. Nosotros, en cambio, solo permitíamos la pintura mural en lugares expresa autorizados por los vecinos. Teníamos nuestra propia brigada de muralistas, a cargo de Aída di Biaggio y Máximo Lillo Jr, que estaba al nivel de la Ramona Parra o la Elmo Catalán, por lo que no necesitábamos ayuda externa. Daniel Vergara me pidió que me hiciera cargo del grupo y que los entretuviera al menos durante una jornada. No nos quedó otra alternativa que organizar una salida para pintar los pocos muros que teníamos, sabiendo que no podíamos satisfacer las expectativas de los inoportunos brigadistas. Antes de iniciar la actividad les advertí que no se podían tocar los muros de los vecinos, ni vulnerar la propaganda domiciliaria. Les dije que, a la primera infracción a estas instrucciones la actividad se cancelaba de inmediato, puesto que ellos iban a regresar a sus regiones y nosotros nos quedábamos hasta el final. En un momento determinado un grupo se detuvo frente a una casa que tenía un gran letrero de Alessandri. Entre la reja de fierro exterior y la casa habría unos tres metros, y es posible que el dueño de casa se haya sentido lo suficientemente amedrentado, como para buscar un arma y salir a la calle dispuesto a disparar. Lo concreto es que ni la casa ni la propaganda de dicho vecino había sido dañada y que el grupo ya había reiniciado su marcha cuando hizo el disparo. Un muchacho cayó herido a unos 20 metros de la casa. El vecino se refugió de inmediato en su casa y los muchachos se abalanzaron contra la reja exterior y comenzaron a empujarla, en medio de gritos e improperios. Mientras duró esta actividad, el Papo Quiroz y yo nos mantuvimos desplazándonos en un automóvil, atento a los desplazamientos de los muchachos, de modo que nos dimos cuenta de inmediato de lo ocurrido. Amaro se llevó al muchacho a una posta, afortunadamente se trataba de una herida leve en la pìerna, y, yo me interpuse enérgicamente entre la casa y el grupo. Les informé que el joven herido iba en camino a una posta, que al día siguiente íbamos a interponer una querella criminal y les ordené que se dirigieran de inmediato al comando comunal, donde nos reuniríamos en seguida. Luego llamé a Daniel Vergara para informarle lo ocurrido. Yo conocía a la hija del vecino que hizo el disparo, era la secretaria de Marina de Navasal, la que, años antes, por su intermedio, me había dado una entrevista para la revista “Ideario”, una publicación del Centro de Alumnos de la Escuela de Derechos, de la cuál era, entonces, uno de sus redactores, por lo que lamenté lo ocurrido.
El balance de la campaña fue muy positivo y ejemplar en muchos aspectos. Nuestra relación con los partidos fue de independencia, nunca se nos intentó manipular o copar. Las relaciones entre los integrantes del comando fueron excelentes, hicimos muchos amigos. Durante la campaña mantuvimos estupendas relaciones con los vecinos que adherían a los otros candidatos, nunca tuvimos conflictos de ningún tipo. Por esas cosas de la vida, el jefe de campaña de Alessandri en la comuna era don Hugo della Maggiore, el papá de mis amigas Patty y María Eugenia, que vivían en Reina Victoria con Ramón Laval. Los visitaba con frecuencia en plena campaña. Don Hugo me acogía con mucha gentileza, a pesar de conocer mis actividades. La gente de mi comando sabía de esta amistad y nadie se le paso por la cabeza censurarme. Más aún, en nuestras actividades sociales, hicimos muchas fiestas en ese periodo, invitábamos a nuestros amigos personales aunque no fueran partidarios de Allende. Mis amigos María Isabel O`Ryan, María Eugenia della Maggiora, Ricardo Mesa y Luis Klimpel, ninguno allendista, son testigos de lo que digo. Lo que me interesa resaltar es que en nuestra comuna no hubo un clima de odiosidades, de enfrentamientos, de ruptura, por el contrario, actuamos siempre con un espíritu de competencia, buscando el mejor resultado, conscientes que en esta comuna no podíamos ganar. La idea era dar la lucha y quitarles a nuestros adversarios la mayor cantidad de votos y lo conseguimos.
Por eso, el triunfo del 4 de Septiembre de 1970, fue nuestro triunfo y lo celebramos con la misma alegría con que habíamos afrontado la campaña.
Desafortunadamente, la campaña del año 1970 no fue para nada idílica. Solo para que nadie piense que este es un relato ingenuo, diré que se que no fue una contienda cívica entre ciudadanos que tenían distintas opciones. En la contienda intervinieron, aunque sin derecho a voto, los eternos poderes fácticos, en particular, la poderosa maquinaria del gobierno de Nixon, que invirtió en Chile sumas cuantiosas para evitar que hubiera elecciones, para impedir el triunfo de Allende, para impedir que fuera ratificado por el Congreso pleno, para impedir que asumiera el cargo, para impedir que cumpliera su mandato.
Por supuesto que no creo que la única causa del fracaso del gobierno de Allende haya sido la intervención exterior. En los orígenes de dicho fracaso está el sistema constitucional que no consultaba la segunda vuelta entre las dos primeras mayorías y sin duda el carácter de Salvador Allende, que siempre confió en su capacidad de maniobrar y su extrema lealtad hacia sus partidarios, lo que le impidió en enfrentarse a sectores que desbordaron su programa de gobierno.
El 11 de Septiembre de 1973, Daniel Vergara, junto a Fernando Flores, y Osvaldo Puccio padre e hijo, fueron detenido en el Ministerio de Defensa, a donde habían concurrido a parlamentar con los golpistas. Posteriormente fue enviado a la Isla Dawson y cuando se cerró esa prisión, fue expulsado del país, radicándose en la República Democrática Alemana, donde falleció. Belarmino se exilio en México. Su familia fue afectada brutalmente por el régimen de Pinochet. Su hijo Martín se encuentra entre los detenidos desaparecidos, Raimundo fue torturado durante varios meses en el centro de detención de la calle Londres. Su esposa, Yolanda Pinto fue una de las fundadoras de la Asociación de familiares detenidos desaparecidos.
Entre las razones que tuve para crear este blog estaba la de dar testimonio de mis experiencias personales. Durante la campaña que he comentado conocí a mucha gente y guardo de muchas personas los mejores recuerdos, Después que fue designado Subsecretario del Interior, Daniel Vergara fue a mi casa a visitarme, para poner su cargo a mi disposición y para agradecerme mi trabajo en la campaña. Este gesto tenía que ver con su forma de actuar donde primaba una sencillez y su humanidad. Daniel fue uno de los personajes más odiados por la oposición política, tal vez porque personas como él representaban un poco la filosofía del allendismo, la que permitía que personas de origen humilde accedieran al poder, reservados para exclusivas elites sociales. Cuando terminó la campaña, Belarmino Elgueta me pidió que ingresara al Partido Socialista y, contra toda norma, insistió que se me eligiera para formar parte de la dirección seccional de la comuna de La Reina. Me sentía incómodo con esas distinciones, puesto que para ser militante era previo tener la calidad de simpatizante por un año. Belarmino estimaba que con el trabajo realizado debía darse por cumplida esa exigencia y me dijo que era bueno que yo estuviera en la dirección por mis méritos mostrados durante la campaña. Mi ingreso por la venta produjo, pienso, cierto malestar entre algunos militantes, pero conté con el apoyo de la Juventud, entre los cuales están Raimundo Elgueta y Carlos Ominami. En mi biblioteca tengo algunos libros que pertenecieron a los Elgueta Pinto, que en un momento doloroso para su familia, me regaló Yolanda Pinto, que conservo hasta ahora, como un tesoro.
La campaña presidencial de 1970 fue muy breve. Salvador Allende fue designado candidato de la UP el 22 de Enero de 1970. Radomiro Tomic (PDC) y Jorge Alessandri (derecha) habían sido proclamados candidatos a la presidencia de la República, en Agosto y en Noviembre de 1969, respectivamente. En Febrero de 1970, una encuesta de opinión pública daba a Jorge Alessandri, como ganador, con el 43%, sobre Radomiro Tomic, el 24% y Salvador Allende, el 15%.
Para evitar que me sucediera lo mismo en la campaña de 1970, tan pronto como la Unidad Popular designó a Salvador Allende como su candidato, siguiendo instrucciones públicas del Comando, un grupo de amigos vecinos de La Reina, constituimos, por nuestra cuenta, sin intervención de partidos, nuestro propio comando. Desde entonces, la comuna de La Reina cambió mucho. Desde Vicente Pérez Rosales al oriente sólo habían parcelas, todos los caminos conducían a la Villa Paidahue, la última residencia del Presidente Juan Antonio Rios, en Alvaro Casanova, y, con el tiempo, ya en esos años, a “Las Brujas”, al final de Príncipe de Gales.
En la calle Príncipe de Gales, entre Monseñor Edwars y Ramón Laval, frente a lo que es hoy el Tavellí, vivía la familia Quiroz, un matrimonio y dos hijos, Amaro y su hermana Lupe: ella y su esposo, Lucho Norambuena tenían un negocio de abarrotes en Príncipe de Gales con Nocedal; por lo que eran muy conocidos en el barrio. Al frente de esta familia, en la acera sur de Príncipe de Gales, entre las mismas calles, vivían otras familias partidarias de Allende, la de don Manuel Contreras Moroso, un viejo abogado, que fue unos de los fundadores del Partido Socialista, la de Máximo Lillo, consuegro de don Manuel, militante socialista, Laura Edwards, Aída di Biaggio y Erica Alvarez. Al lado de los Quiroz vivían Eduardo Zbindes y su familia. Nos agrupamos por manzanas, en dos grupos, al norte y al sur de Príncipe de Gales. En nuestra primera reunión acordamos constituir un tercer comité en la manzana de Monseñor Edwards, La Calada, Ramón Laval y Reina Victoria. Confeccionamos volantes invitando a una reunión constitutiva y los dejamos en las casas. La reunión fue un éxito, a la hora fijado llegaron unos diez vecinos, todos se conocían entre sí, al menos de vista. Estaban felices de haber sido invitados, se vivieron momentos emotivos, muchos saludos y abrazos. Entre los asistentes, estaban Hugo del Rio, un funcionario del Juzgado de Policía Local de Las Condes, y Carmen, su esposa, el abogado Miguel Villarroel y Gloria Aguirre, su esposa, Nicolás Alejandropoulos y Chichi, su esposa. Antes de un mes teníamos tres comités y seguimos constituyendo otros en la zona norponiente de la comuna.
Un día le conté a Oscar Waiss, lo que estábamos haciendo en La Reina y, al poco tiempo, los dirigentes del comando comunal Daniel Vergara (PC) y Belarmino Elgueta (PS), me invitaron a integrarme al comando como independiente. Para el comando era una noticia positiva que en esta zona de la comuna se hubieren constituidos comités de base, ya que los partidos privilegiaban el trabajo en sectores populares, como Villa La Reina, densamente poblados, donde la Unidad Popular podía competir con ventajas.
El comando comunal de La Reina funcionaba en una casa de la calle Valladolid, que había pertenecido a Pablo de Rokha.
La campaña transcurrió sin tropiezos. Hubo solo un incidente lamentable. El comando central invitó a Santiago a jóvenes de distintas comunas del país que no conocían la capital. La idea era que tomaran contacto con jóvenes santiaguinos y que participaran en actividades propagandísticas. A la comuna de La Reina fueron asignados unos 50 muchachos. Para nosotros era un cacho, porque no teníamos actividades que pudiéramos compartir con ellos. Se suponía que por su edad, la mayor fortaleza de esos jóvenes era la pintura mural. Nosotros, en cambio, solo permitíamos la pintura mural en lugares expresa autorizados por los vecinos. Teníamos nuestra propia brigada de muralistas, a cargo de Aída di Biaggio y Máximo Lillo Jr, que estaba al nivel de la Ramona Parra o la Elmo Catalán, por lo que no necesitábamos ayuda externa. Daniel Vergara me pidió que me hiciera cargo del grupo y que los entretuviera al menos durante una jornada. No nos quedó otra alternativa que organizar una salida para pintar los pocos muros que teníamos, sabiendo que no podíamos satisfacer las expectativas de los inoportunos brigadistas. Antes de iniciar la actividad les advertí que no se podían tocar los muros de los vecinos, ni vulnerar la propaganda domiciliaria. Les dije que, a la primera infracción a estas instrucciones la actividad se cancelaba de inmediato, puesto que ellos iban a regresar a sus regiones y nosotros nos quedábamos hasta el final. En un momento determinado un grupo se detuvo frente a una casa que tenía un gran letrero de Alessandri. Entre la reja de fierro exterior y la casa habría unos tres metros, y es posible que el dueño de casa se haya sentido lo suficientemente amedrentado, como para buscar un arma y salir a la calle dispuesto a disparar. Lo concreto es que ni la casa ni la propaganda de dicho vecino había sido dañada y que el grupo ya había reiniciado su marcha cuando hizo el disparo. Un muchacho cayó herido a unos 20 metros de la casa. El vecino se refugió de inmediato en su casa y los muchachos se abalanzaron contra la reja exterior y comenzaron a empujarla, en medio de gritos e improperios. Mientras duró esta actividad, el Papo Quiroz y yo nos mantuvimos desplazándonos en un automóvil, atento a los desplazamientos de los muchachos, de modo que nos dimos cuenta de inmediato de lo ocurrido. Amaro se llevó al muchacho a una posta, afortunadamente se trataba de una herida leve en la pìerna, y, yo me interpuse enérgicamente entre la casa y el grupo. Les informé que el joven herido iba en camino a una posta, que al día siguiente íbamos a interponer una querella criminal y les ordené que se dirigieran de inmediato al comando comunal, donde nos reuniríamos en seguida. Luego llamé a Daniel Vergara para informarle lo ocurrido. Yo conocía a la hija del vecino que hizo el disparo, era la secretaria de Marina de Navasal, la que, años antes, por su intermedio, me había dado una entrevista para la revista “Ideario”, una publicación del Centro de Alumnos de la Escuela de Derechos, de la cuál era, entonces, uno de sus redactores, por lo que lamenté lo ocurrido.
El balance de la campaña fue muy positivo y ejemplar en muchos aspectos. Nuestra relación con los partidos fue de independencia, nunca se nos intentó manipular o copar. Las relaciones entre los integrantes del comando fueron excelentes, hicimos muchos amigos. Durante la campaña mantuvimos estupendas relaciones con los vecinos que adherían a los otros candidatos, nunca tuvimos conflictos de ningún tipo. Por esas cosas de la vida, el jefe de campaña de Alessandri en la comuna era don Hugo della Maggiore, el papá de mis amigas Patty y María Eugenia, que vivían en Reina Victoria con Ramón Laval. Los visitaba con frecuencia en plena campaña. Don Hugo me acogía con mucha gentileza, a pesar de conocer mis actividades. La gente de mi comando sabía de esta amistad y nadie se le paso por la cabeza censurarme. Más aún, en nuestras actividades sociales, hicimos muchas fiestas en ese periodo, invitábamos a nuestros amigos personales aunque no fueran partidarios de Allende. Mis amigos María Isabel O`Ryan, María Eugenia della Maggiora, Ricardo Mesa y Luis Klimpel, ninguno allendista, son testigos de lo que digo. Lo que me interesa resaltar es que en nuestra comuna no hubo un clima de odiosidades, de enfrentamientos, de ruptura, por el contrario, actuamos siempre con un espíritu de competencia, buscando el mejor resultado, conscientes que en esta comuna no podíamos ganar. La idea era dar la lucha y quitarles a nuestros adversarios la mayor cantidad de votos y lo conseguimos.
Por eso, el triunfo del 4 de Septiembre de 1970, fue nuestro triunfo y lo celebramos con la misma alegría con que habíamos afrontado la campaña.
Desafortunadamente, la campaña del año 1970 no fue para nada idílica. Solo para que nadie piense que este es un relato ingenuo, diré que se que no fue una contienda cívica entre ciudadanos que tenían distintas opciones. En la contienda intervinieron, aunque sin derecho a voto, los eternos poderes fácticos, en particular, la poderosa maquinaria del gobierno de Nixon, que invirtió en Chile sumas cuantiosas para evitar que hubiera elecciones, para impedir el triunfo de Allende, para impedir que fuera ratificado por el Congreso pleno, para impedir que asumiera el cargo, para impedir que cumpliera su mandato.
Por supuesto que no creo que la única causa del fracaso del gobierno de Allende haya sido la intervención exterior. En los orígenes de dicho fracaso está el sistema constitucional que no consultaba la segunda vuelta entre las dos primeras mayorías y sin duda el carácter de Salvador Allende, que siempre confió en su capacidad de maniobrar y su extrema lealtad hacia sus partidarios, lo que le impidió en enfrentarse a sectores que desbordaron su programa de gobierno.
El 11 de Septiembre de 1973, Daniel Vergara, junto a Fernando Flores, y Osvaldo Puccio padre e hijo, fueron detenido en el Ministerio de Defensa, a donde habían concurrido a parlamentar con los golpistas. Posteriormente fue enviado a la Isla Dawson y cuando se cerró esa prisión, fue expulsado del país, radicándose en la República Democrática Alemana, donde falleció. Belarmino se exilio en México. Su familia fue afectada brutalmente por el régimen de Pinochet. Su hijo Martín se encuentra entre los detenidos desaparecidos, Raimundo fue torturado durante varios meses en el centro de detención de la calle Londres. Su esposa, Yolanda Pinto fue una de las fundadoras de la Asociación de familiares detenidos desaparecidos.
Entre las razones que tuve para crear este blog estaba la de dar testimonio de mis experiencias personales. Durante la campaña que he comentado conocí a mucha gente y guardo de muchas personas los mejores recuerdos, Después que fue designado Subsecretario del Interior, Daniel Vergara fue a mi casa a visitarme, para poner su cargo a mi disposición y para agradecerme mi trabajo en la campaña. Este gesto tenía que ver con su forma de actuar donde primaba una sencillez y su humanidad. Daniel fue uno de los personajes más odiados por la oposición política, tal vez porque personas como él representaban un poco la filosofía del allendismo, la que permitía que personas de origen humilde accedieran al poder, reservados para exclusivas elites sociales. Cuando terminó la campaña, Belarmino Elgueta me pidió que ingresara al Partido Socialista y, contra toda norma, insistió que se me eligiera para formar parte de la dirección seccional de la comuna de La Reina. Me sentía incómodo con esas distinciones, puesto que para ser militante era previo tener la calidad de simpatizante por un año. Belarmino estimaba que con el trabajo realizado debía darse por cumplida esa exigencia y me dijo que era bueno que yo estuviera en la dirección por mis méritos mostrados durante la campaña. Mi ingreso por la venta produjo, pienso, cierto malestar entre algunos militantes, pero conté con el apoyo de la Juventud, entre los cuales están Raimundo Elgueta y Carlos Ominami. En mi biblioteca tengo algunos libros que pertenecieron a los Elgueta Pinto, que en un momento doloroso para su familia, me regaló Yolanda Pinto, que conservo hasta ahora, como un tesoro.
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