Sunday, October 24, 2010

CARACOL


UN CUENTO DE JORGE BRAVO DE LA CARRERA
Caracol.

Esa mano la sostuvo con toda la fuerza del mundo y le dijo – esta mano te sostiene con toda la fuerza del mundo, para que confíes en mi, para que sepas que este brazo es capaz de sostener todo el universo. –Ycontinuó -y con esta otra te acaricio muy suavemente, se mueve tan libremente por tu cuerpo que ni siquiera yo puedo controlarla. Derrite, a su paso, cada porción de tu cuerpo, tus piernas se vuelven de papel y de entre ellas surge con fuerza algo que no puedo definir. Precisamente eso es lo que hizo. Su mano izquierda recorrió su piel centímetro a centímetro, pestaña a pestaña descubrió la forma de sus ojos, uña por uña entendió los pliegues de su cuerpo. Y le dijo –te recorro pestaña a pestaña, hasta descubrir la forma de tus ojos, recorro tus uñas hasta entender la forma de tus dedos.

Su cabeza entonces, la de ella, no fue capaz de mantener esa posición de cuello ligeramente extendida hacia atrás, si Turulio hubiese estado frente a ella hubiese podido ver que incluso se le dibujaba un poco una corriente interna de sangre. Pero su cabeza entonces, la de ella, no fue capaz de mantener esa posición y cedió a la tentación del hombro que la llamaba desde hace un rato como una especie de figura antropomórfica mezcla de ángel y bestia… cediendo, simplemente cediendo… poco a poco, sin prejuicios platónicos, sin bien, sin mal.

Tras la caída de la cabeza el cuello quedó completamente al descubierto, ofreciendo generosamente su perfume a sus labios, los de él, lo besó con disimulado entusiasmo, como un niño al que entra en su mundo de lo posible un tibio choclo cocido con sal y mantequilla, que chorrea entre sus labios como el perfume, el de ella_____ no lo dijo, esto no lo dijo, fueron varios los detalles que no quiso confesar, esas omisiones eran el ropaje que vestía su brazo fuerte.

-Ya se donde te conocí, dijo ella repentinamente, ese lugar, la cabaña abandonada, la lámpara de parafina de vidrio rojo… -, su expresión era alegre pero opaca, como la alegría de descubrir un tesoro con un dejo amargo, como algo que no quedó resuelto del todo y ya no es relevante, aunque en este caso para ellos si lo era. –No es preciso que lo digas, interrumpió Turulio, siempre lo supe, a decir verdad. Ella lo miró de golpe, como si estuviese enojada, aunque no lo estaba, esas pequeñas arrugas en su frente le hacía parecer así y en la vida de Turulia muchas veces le jugó malas pasadas. -Siempre lo supe a decir verdad- continuo hablando el individuo -pero no me apetecía recordártelo, me gustaba darte pequeñas pistas cada día, verte conocerme nuevamente, ser otro para ti, por lo demás, ya poco importa esos que fuimos, mi amigo Julio me contó algo que le contó su hermano Roberto, que es biólogo, y se lo contó su profesor, lo que me contó Julio fue que después de siete años todas las células del cuerpo han sido reemplazadas, ¡te imaginas lo que es eso!, significa Turulia que la mujer que yo conocí ya no existe, tu cerebro, tus nervios, tus pulmónes, han sido reemplazados completamente por otros, somos otros, dos extraños completos. Pero lo que me jode realmente. … … … … … … … … … … … … … … …… … … . .es que tus células ……………. ¡se parecen tanto a las antiguas!

Cuando dijo “tanto” alargó sutilmente la “n” y casi se comió la “a”, “Tannnnnnnnto” y saboreó todas las restantes letras.

Turulia le había escuchado con calma, salvo los pequeños gestos que a ratos desconcertaban a Turulio, no dijo nada, tal vez miró hacia fuera cuando se sintió ligeramente ofendida con parte del discurso. Ella no recordaba, pero recordó. Recordó por ejemplo como le gustaba la forma en que brotaban las palabras desde la boca de Turulio, como le daba sentido a cada palabra, cuando él decía “suave” su corazón flotaba, cuando decía “desastre” la tierra temblaba. Como si por su puro sonido pudiese ser comprendido el mensaje por algún extranjero que nunca hubiese escuchado ese idioma. Y se lo dijo –me gusta como saboreas las palabras, cuando dices “libertad” los candados se derriten, cuando dices “río” parte de mi se va cerro abajo. (¡Imitas bien a tu antiguo Turulio, maldito!n pensó, pero no lo dijo). Me gusta como creas universos con las palabras, esa maldita frase de los montañistas de “hacer el cerro no-se-cuanto” cobra sentido con las letras o geisers de letras que asoman o escupe tu boca, la piel, los huesos, solo existen cuando tu los nombras, “mon amour, mon ami”, me estremeces y me irritas, me haces pensar que el costo de mi libertad es que también tu seas libre. Mas, recuerdo también que tus palabras son armas de doble filo, es lo malo de la poesía, solías decir, hombrecito, tarde o temprano lo destruirás todo, bastará con una terrible esdrújula o una desubicada consonante, y todo cambiará. El helado será solo un líquido pegajoso, se acabará la suela de los zapatos y comenzarán a surgir heridas. Debo partir, tú lo sabes, será mejor que lo haga de inmediato.

Turulio esbozó una sonrisa, no emitió ningún ruido al hacerlo, aunque si al tragar un poco de saliva esperó un instante, no porque no supiera que decir, solo esperó, un momento, eterno, enervante, Solo fue un par de segundos en que el la estudió, descubrió nuevamente un rincón de su ojo derecho donde le hubiese gustado dormir una siesta tibia, y luego dijo, volviendo a sonreír sutilmente, - Si te quisiera prisionera ni siquiera cuestionarías huir, - sacó toda la voz, casi gritando:- Te dejo la puerta abierta. – y perversamente agregó –dejo en ti la decisión de estar aquí, te he mostrado lo bello y aunque tus células son otras, saben, quizás de oídas, del resto de mi. Se que tarde o temprano irás por esa puerta y no te detendré, pero esta noche (pausa) te quedas conmigo.


-Tu cuento es sumamente cliché y absurdo, Claudio, -que el nombre de ellos sea Turulio y Turulia torna imposible que no se hubiesen recordado mutuamente en algún momento, aun cuando hayan pasado más de siete años– hizo un gesto de hastío, como esa cara de permanente asco que tienen los cuicos de Santiago- lo que desagradó profundamente a Claudio quien además se sintió ofendido, -eres demasiado cuadrada Claudia, las cosas no siempre son racionales, míranos a nosotros, dos personas que no tienen nada que ver entre si viviendo juntas. cara de chatos tenían los dos, habían vivido en la casa azul durante al menos dos años, no tienen hijos, no están casados, y después de un tiempo ni siquiera se soportan. Claudio dijo –me tenis chato, nada te parece bien, ni lo bueno ni lo malo, ninguna puta cosa que te cuento o hago, tienes la misma sensibilidad que una mesa, eres ignorante y soberbia- cuando dijo estos dos últimos calificativos supo que había metido la pata y en efecto se desataron numerosas acusaciones mutuas y salieron a la luz cosas sin sentido alguno que hicieron parecer en el contexto como ofensas terribles.

Como siempre el asunto se resolvió de la siguiente manera, después de discutir hasta el hastío Claudia dejó de hablar un momento, se fue a otra habitación, movía la pera de un lado a otro, bajó la cabeza inclinando la mirada hacia su pie derecho, tomo aire semiprofundamente y lo soltó de golpe mientras se devolvía a la habitación de ambos. –Ya no discutamos más así, no tiene sentido, solo nos hacemos daño porque si!– ella a pesar de haber dicho algo tan evidente parece una vez más iluminar el rostro de Claudio. – tienes razón Chinita, no debemos hacernos nunca más esto. – volvieron a hacerlo desde luego, una y otra vez. Era de noche, bastante noche ya, y Claudia debía ir temprano a la universidad, se durmieron abrazados, hacía frío, como todas esas últimas noches.

Llegó un poco tarde a clases, entró disimulando y debió tomar los asientos de atrás, esos que le molestaban ya que consideraba mucho más difícil mantener la atención, atrás reinaba el sueño y por supuesto durmió.

Despertó de golpe, despertó disimulando, cogiendo rapidito el lápiz, abriendo el cuaderno no-se-donde, esta clase en particular era bastante facilitadora del sueño, quiso despertar movió su asiento hacia adelante para sentarse más derecha, tomo aire llenando los pulmones, pestañeo algunas veces y miro a su compañera mas yunta a la cual llamaba Fau, diminutivo de su nombre Faustina Andrea. Fau sonrió al verla despertar, le hizo un gesto para indicarle que tenía marcado un lápiz en la cara, Claudia revisó su rostro en el espejo y se rió también.

El profesor Fernández al ver algo de alboroto al final de la sala pregunta algo a Claudia y esta avergonzada debió reconocer que no prestaba atención. Es un buen tipo y sabe mucho del comportamiento del hombre, pero sus clases son muy fomes últimamente, pensó, por suerte el correr de la clase se tornó más dinámica en la segunda parte donde debieron debatir en grupos pequeños lo presentado en la primera etapa de la clase.

Mientras los alumnos desarrollaban el debate vio asomado en la mochila entreabierta su notebook lo tomó, al abrirlo se encendió automáticamente y automáticamente también se dirigió al sitio de gmail y pensó distraído más o menos en lo siguiente:

No se bien que esperaba pero volví a abrir el mail que me envió, leía cada línea, como tratando de descubrir si había algo escondido, algún mensaje en clave que solo yo pudiese entender, puesto ahí como una pequeña trampa, como el juego de encantar al otro escondiendo pequeñas cosas y mostrando otras.

De pronto la calle se me acercó, no pude evitarlo, la ciudad en llamas de luz en cada poste se dibujaba en mi mente como líneas, como cuando fotografías con lenta exposición. Recordaba cada palabra, no es que fuese un correo tan largo solo un par de líneas, unía mis zapatos al suelo una y otra vez mientras meditaba el sentido de sus palabras, imaginándola riendo dulcemente, como tramando algo, sabiendo que siempre existía la posibilidad de que nada ocurriese, que fuese simplemente una respuesta rápida, mail de respuesta por compromiso, un par de líneas simples que no impliquen nada más y listo, pero no quería aceptar esta posibilidad como alternativa.

- A qué te dedicas? - Preguntó la primera vez. Sin embargo su tono fue distinto, no como alguien comenta del clima, del precio de las cosas o de lo tarde que oscurece por estos días. Aquí está quizás la trampa de su ser, desde la vez primera, desde el suave preguntar algo cotidiano, demasiado común para alguien interesante, transformando la varita de madera en delicioso chocolate.

Es por esto quizás que un simple correo con un par de leseras despierte tanto interés, extrañaba sus ojos llenos de preguntas, y deseaba que la varita se transformara nuevamente.

- Soy mago, le dije, pero por favor no lo comentes por el mundo, - Si eres mago por favor haz que este maldito teléfono vuelva a funcionar! - su teléfono había dejado de encender hace un par de días. Lo tomé, le hice unos chamullos, y el aparato prendió al instante. Era la primera vez que hacía una magia. Pero por orgullo no celebré como un loco ni canté vivas y urras. Simplemente se lo di en silencio y cambié el tema de la conversación antes de que me pidiera hacer aparecer un elefante blanco o quizás que locura.

Mujer con labios de agua o manteca quizás, solo recordaba algo semejante a sus labios cuando vi la nieve por primera vez, era un niño, en aquel entonces la ciudad de Santiago no solía arrastrarse bajo mis pies como ahora, era un mundo pequeño, recuerdo esa vez en que llovía torrencialmente, casi tan fuerte como el día en que nació mi hija, esa lluvia se transformó en piedras y las piedras en plumas. La manilla de la puerta estaba tibia, bronce más grande que mi mano calentado con parafina durante toda una tarde, nuestra casa tenía una reja muy pequeña, no más de un metro y veinte de altura, como si en esa casa no quisiéramos que entraran animales pequeños, niños o enanos, ya que a cualquier otro ser le bastaba con levantar un pié y estar adentro. Sin embargo no era un tema relevante. En casa solíamos entrar por la ventana y raramente había que tomar la manilla de bronce, nos transformarnos en fantasmas arrastrando la cortina blanca unos cuantos metros cada vez que llegábamos a casa.

Esa tarde la manilla de bronce estaba tibia, como mencioné la estufa de cáscaras de naranja estuvo encendida toda la tarde y la lluvia de clavos se transformó en una lluvia de labios en cámara lenta. Los copos caían m u y l e n t a m e n t e los cogías con la mano y suavemente se derretían entre tus dedos y volvían a la tierra, el ciclo se completaba una vez más. Algo tan ordinario tan cotidiana agua, tan común evaporación, la típica condensación, y finalmente la esperable precipitación, un ciclo repetido por millones de años, desde mucho antes que nacieran los alerces o dios, esa vez en la infancia me enamoré de ella. De la mujer que conocería veinte años después. Alguien que era capaz de transformar una piedra en un misterio. Tal como lo hacía la nieve en mi mano.

De eso ya había pasado mucho, de la casa que impedía la entrada a los enanos, de la nieve en mi mano, de la ciudad de Santiago arrastrándose debajo de mis pies, del leer una vez más ese correo, un poco más resignado enfrentando que el niño asombrado se marchó y que el joven mago guardó su magia en el mismo bolsillo donde guarda ahora la billetera.

Sin embargo vuelvo a repetir, leía el correo por vez quinienta, y descubrí una sombra entre unas letras y otras, “despuecito te llamo” había escrito ella y hasta ahora, meses después el teléfono estaba en silencio como amenazado de muerte por un dedo terrible.

Después de la clase, Fernandez bajó a la plaza, mientras revolvía el café silbó una melodía por costumbre, la taza aun estaba muy caliente y prefería silbar o dibujar en las servilletas mientras se enfriaba un poco, tomó el teléfono y devolvió un par de llamadas sin mayor importancia, miró la hora en su teléfono, pero la olvidó al instante en que quitó la vista de él, olfateó la taza de café y fue interrumpido en este placer por Laura. Laura lo vio al pasar y al igual que en las típicas películas le hizo un gesto por la ventana, entró al café y se sentó en su mesa. El antes de saludar siquiera le dijo – He perdido la pasión por las clases, siento que ya no me interesa transmitir esta información a los alumnos – Laura sonrió al mesero y le pidió un cortado, luego se volvió a su amigo y le dijo: - Turulio Fernndez, (exagerando la pronunciación del nombre, como cuando las madres quieren expresar seriedad a los hijos) al menos debes tener la delicadeza de saludar primero, sobre todo cuando una colorina tan sexy se siente a tu mesa -, ella tenía razón, pensó Fernandez, Laura es una mujer muy guapa la verdad de las cosas, somos amigos hace tantos años que ya prácticamente no lo noto sin embargo es común que cuando estamos juntos los demás hombres y algunas mujeres no dejan de mirarnos, Laura es de esas personas a las cuales es imposible mentir u ocultar cosas, ante ella soy de papel vegetal o alguna otra transparencia, y si bien alguna vez olorosamos nuestros cuellos, nos ganó la amistad que se entrometió entre los deseos y ya no pudimos erradicarla.

Pero estamos aquí, Laura en mi mesa, un café en camino y yo que he estado tan metido en mis pensamientos que ya nada me importa y se lo dije: - disculpa, preciosa, es que últimamente he estado demasiado metido en mi mente, ya nada me es relevante desde… - no empieces otra vez con esa historia Turulio – interrumpió ella. Como mencionaba no era necesario decirlo siquiera. Sin embargo le dije: hay algo que sin embargo no te he contado. Pasó hace muchos años, era una noche fría de otoño – Es importante que fuese fría? – interrumpió la mujer colorina – No, no es relevante, comienzo nuevamente: era una noche mmm mmm mm mm de otoño – dije burlándome y sacando en ella una sonrisa, por suerte ella estaba acostumbrada a mi humor estúpido por lo que podía reír con cosas así. - noche perfecta, agradable, de un bar pasamos a otro, y luego nos reunimos con unos individuos en cierta plaza, no recuerdo porque pero varios de los concurrentes tenían disfraces, alguno de los presentes invitó a continuar con la fiesta en el patio de su casa, Carlos, para ser más precisos.

Carlos era un cabro curioso, de familia muy adinerada nunca me habló de dinero o de mujeres, las conversaciones con él solían ser muy intensas o muy simples, pero nunca burdas y banales, practicaba la meditación regularmente y le gustaba escuchar atento a los otros mostrando sincero interés en las demás personas.

Su casa era realmente hermosa, estaba oscuro, en un barrio alto de la ciudad, a los pies de la casa había un pequeño bosque y a los pies de este pasaba un riachuelo, a un costado del terreno había una cabaña pequeña pero de muy buen gusto que recibía a los invitados, el resto de la noche se organizó en torno a la fogata, como varios de los árboles eran palmas chilenas sus grandes hojas secas proporcionaban un fuego de gran altura y mucho calor.

Aparecieron como brotando de los árboles varias botellas de licores, y hasta mi mano llegó una copa, grande pero no bonita, de un vidrio muy grueso que se oponía a la clásica idea de una copa delicada y frágil. La copa contenía vino de mala clase, en esas noches nuestro presupuesto era administrado inteligentemente para alcanzar el mayor rendimiento temporal, era a fin de cuentas lo menos relevante. La copa contenía mal vino y además bastante frío, por lo que fue necesario con su llegada acercarse un poco más al fuego, caminar por el lugar era un tanto difícil en la oscuridad, había numerosas ramas que luchaban por abrazar tus piernas. Pero sin embargo pude llegar hasta las llamas sin mayores problemas.

La gente estaba muy alegre, no era de esa alegría en que la gente quiebra las copas y botellas o se lanza sillas, sino más bien una alegría serena, el fuego mueve y tranquiliza a la vez, como el mar, - comenté a Fabiola que por casualidad estaba a mi lado. Fabiola gustaba de vestir con chalecos con mangas muy largas a fuerza de estirarlas hasta abrirles un pequeño agujero donde pasaba su dedo gordo, haciendo a la vez de chaleco y guante. Esa noche ahumaba su chaleco y aceptó mi copa de vino, miró a través de la copa, jugó con los colores y las formas que vio y deseó tener una cámara de fotos capaz de fotografiar ese pequeño universo y se lo comentó a Roberto, quien entonces estudiaba filosofía el le habló algo que no alcancé a escuchar sobre lo efímero, entre ellos dos había más que miradas pese a haberse conocido esa misma noche, Roberto hizo alarde de sus conocimientos mezclados con una cosecha personal, hablaba que no importaba que tuviésemos cámaras de foto o video era según el, imposible registrar ese momento citando a varios autores desconocidos para mi y que hasta el día de hoy me cuestiono si eran reales o fueron inventados por él.

Roberto bebió de la copa y luego miró entre su esqueleto, casi sin sangre, la copa amenazaba con perecer. En eso aparece Flavio quebrando la tranquilidad del minuto, llega casi gritando, con una botella de vino en la mano, con carcajadas contagiosas, llega sin frío pese a que estaba casi en polera, “tengo un chaleco de vino” contesta a Fabiola quien como madre intenta que se arrope, tengo que contarles una historia comentó Flavio una vez que se hubo tranquilizado un poco y caía también en el hipnotismo del fuego:

Carlos, que es uno de mis mejores amigos y dueño de esta casa, como ustedes sabrán – dijo a los cabros de la fogata en tono de ceremonia - me comentó una historia de esa cabaña – hizo un gesto muy marcado señalando la casa para invitados, parecía como si de su dedo fuese a salir un rayo o una de esas líneas supersónicas que salen de los dedos de algunos dibujos animados – cuenta la leyenda (exageró) mucho antes de que Carlos y su familia llegaran a ocupar esta casa, en una noche de verano en este mismo lugar, en una fiesta similar a esta dos personas se conocieron a través del fuego, digamos que una se llamaba – alargó la letra “a” de esta palabra dijo “llamabaaaaaa” como inventando una mentira – Turulio, digamos que se llamaba Turulio.

Turulio llegó a la fogata por casualidad, el conocía solo a unos cuantos, cuando llego a la fogata alguien le pasó un vaso de plástico con vino un poco más rico que el que tomamos esta noche – acompaño esta frase torciendo la boca en señal de beber algo poco agradable, lo que causó risas de Fabiola y Turulio además de una sonrisa en Roberto, que escuchaban hasta entonces la historia de Flavio con algo de desconfianza, pensando que este individuo algo ebrio les daría una lata de grandes proporciones. Continuó con el relato: - Turulio tomo su vaso y miró a través del vino, detrás del vino el fuego y detrás del fuego (“fueeeeegoooo?”) Turulia, digamos que se llamaba Turulia.

Turulia detrás del vino y detrás del fuego sonreía de una manera que encantó instantáneamente a Turulio. Ella tenía la nariz pequeña y cejas como líneas muy rectas donde se estrellaban unos grandes ojos. Dentro de los ojos brillaba el fuego y el vino pero él no alcanzó a verse dentro de ellos, por lo que decidió acercarse un poco más. Cuando llegó a su lado no se presentó, ni preguntó su nombre ni oficio, cuando llegó a su lado comentó mirando a la luna de manera un tanto cursi, una poesía que había robado a un escritor uruguayo y cuando terminó bajó la mirada hasta sus ojos, esta vez no vio el fuego ni el vino pero si se encontró algo difuso en una esquinita. Para su sorpresa ella no le preguntó su nombre, ni su oficio ni porqué le decía eso. Ella en cambio le siguió el juego, miró también la bola brillante y narró una poesía que inventó en ese momento. No era una obra maestra, pero era suya. – a esta altura del relato Flavio tenía la total atención de los chicos, manejaba muy bien los ritmos de la historia, jugaba con los tonos de su voz, trataba de utilizar palabras que normalmente no usaba, prosiguió…

No es difícil adivinar que les sucedió – relajó la voz al decir esto, como diciendo algo muy evidente -, como en un balancín jugaban a causarse cosquillas en la guata mutuamente, cada cosa que él le decía era respondida con fuerza por ella. Repitieron el juego una y otra vez, se pasearon por diversos temas, hablaron de cosas muy sencillas con sumo respeto y de cosas muy complejas que iban tejiendo como un caracol, o un espiral, mezclando un tema con otro, avanzando un paso a cada palabra, hasta llegar a teorías muy complicadas que solo ellos eran capaces de entender

Fue entonces que se vació el vaso de plástico, y fue entonces que un camino común y corriente, a sus ojos nocturnos les pareció lleno de misterios bastó que lo comentaran y se miraran cuando ya estaban en marcha – en esa época, agregó Flavio, existía vegetación algo más espesa en este lugar por lo que la cabaña para ellos fue una sorpresa. – tras unos matorrales encontraron la cabaña, desde bajo cerro se veía imponente y singular, no tenía cortinas y estaba más bien en mal estado, evidentemente deshabitada, por lo que no dudaron en subir la escalerilla de madera. La cabaña tenía una pequeña terraza antes de la puerta principal y un ventanal, apoyados en la terraza les pareció curioso que no hubiesen visto la cabaña desde la fogata, entraron por una ventana mal cerrada, sobre una mesa había una capa de polvo sobre la capa de polvo y sobre las anteriores capas de polvo, un tarro vacío de algo sobre ella, un par de sillas antiguas desordenadas por ahí. Si bien el lugar estaba abandonado no estaba en un estado tan catastrófico y se notaba que en un pasado no muy remoto había sido ocupada. En la esquina junto a la cocina había una estufa de gas que Turulio encendió y cerró la ventana para evitar que se escapara el calor.

La cabaña era muy pequeña solo una habitación, la terraza exterior, un rinconcito como cocina una puerta cerrada que seguramente era el baño, una alfombra y una cama, por primera vez la mano de Turulio se posó en el hombro de ella, quien coqueteando se libera de su tercera mano bajando el hombro en un movimiento que a él le pareció entre divertido y hermoso, acompañado por una sonrisa nerviosa y para distraer la atención dijo “mira que bacán”.

Tomó la lámpara, levantó su vidrio rojo y comprobó que aun tenía parafina al prenderla con su encendedor. Una suave luz terminó de dibujar la habitación y proyectó pequeños fantasmas tiritones sobre las murallas. Él volvió a encantarse una vez más al aparecer nuevamente en ella esa misma sonrisa que había descubierto a través del vaso y a través del fuego y sintió que su pecho se le saldría, respiraba agitadamente, y no se contuvo más, mientras ella miraba unos adornitos que había descubierto en una repisa el se acercó lentamente, la abraza con firmeza desde detrás, ella trata de oponer leve resistencia, pero se detiene al escuchar que el dice: “esta mano te sostiene con toda la fuerza del mundo, para que confíes en mi, para que sepas que este brazo es capaz de sostener todo el universo” – y continuó - y con esta otra te acaricio muy suavemente, se mueve tan libremente por tu cuerpo que ni siquiera yo puedo controlarla. Derrite, a su paso, cada porción de tu cuerpo, tus piernas se vuelven de papel y de entre ellas surge con fuerza algo que no puedo definir.-

Y así… – Flavio se percató que su público ni siquiera pestañaba y que el fuego parecía haberse detenido con su historia - Así se amaron esa noche, pasaron mucho rato sin dejar de sonreír, hasta que ella torció un poco los labios inclinó el arco de sus cejas, y preguntó seriamente: ¿Así como el humano no tiene memoria de feto, las mariposas se acordaran de su época de gusanos? ¿pensará el caracol que es posible una vida sin su concha de espiral?.

Fue lo último que se cuestionaron. Al rato después se habían dormido completamente, y cuando digo completamente – dijo Flavio con voz de misterio y ligero terror – quiero decir eso c o m p l e t a m e n t e. Ambos murieron esa noche, las llamitas de la estufa y la lámpara habían consumido completamente el oxígeno de la habitación y fueron encontrados al amanecer del día siguiente, los cuerpos desnudos y su mano, la de él enredada en su pelo, largo y rojizo, el de ella.

Sunday, October 17, 2010

CHILE: UN AÑO EXTRAORDINARIO

Los chilenos hemos vivido un año extraordinario: elegimos (y asumió) un nuevo Presidente de la República, tuvimos un terremoto cuya magnitud es la quinta mayor en la historia y un sunami, que nos dañó moral y materialmente, afrontamos la llegada del invierno, el frio y las lluvias, como una carrera contra el tiempo, para evitar màs penurias a los damnificados por los cataclismos de febrero; soñamos con la gloria deportiva, en Sudáfrica, con la selección nacional de fútbol. Y cuando nos disponíamos, finalmente, a prepararnos a celebrar el Bicentenario, se nos vino el derrumbe de la mina San José, que aprisionó a 33 mineros, a 700 metros bajo tierra y la huelga de hambre de los comuneros mapuches encarcelados por actos supuestamente terroristas. Celebramos con entusiasmo las Fiestas Patrias, pero sabíamos que teníamos la tarea pendiente de rescatar a los mineros y salvar la vida de los huelguistas.

En el tema de los mineros, el comportamiento del Gobierno, de los medios y de la opinión pública ha sido excepcional. El Presidente Piñera se comprometió desde el primer minuto del derrumbe a encontrar a los mineros y luego, a rescatarlo con vida y puso todas sus energías, los recursos humanos técnicos y financieros del Estado, en esta misión, en la que dio cabida a la experiencia y a los recursos de los privados. Los medios mantuvieron informados permanentemente a la opinión pública nacional e internacional y compitieron para hacerlo mejor que los otros. Los chilenos solidarizaron, como siempre, con nuestros compatriotas en apuros y con sus familias. Tuvimos una sóla actitud, una sola voz.


Desafortunadamente para todos, en el caso de los comuneros mapuches la actitud de los mismos actores fue completamente diferente. Los acuerdos entre el Gobierno y los representantes de los huelguistas pudo concretarse en los mismos términos, treinta días antes. El Gobierno y los medios sólo se ocuparon del conflicto, cuando se hizo evidente que la muerte de uno de los comuneros podría empañar la celebración del Bicentenario o algunas de las giras al exterior del Presidente Piñera. Aquí el Gobierno no fue oportuno ni eficiente, estiró la cuerda innecesariamente y terminó
reconociendo que la aplicación de la Ley Antiterrorista en estos casos, la dualidad de juicios ante la justicia ordinaria y militar, simultáneamente, por los mismos delitos, y la eventual aplicación de penas desmesuradas, era una discriminación contra los activistas de los derechos del pueblo mapuche y les ofreció impulsar iniciativas legales para pagar la deuda histórica que como sociedad tenemos con este pueblo. Lo relevante, sin embargo, es que hubo una solución.

El comportamiento de los medios, salvo notables excepciones, fue en este caso, lisa y llanamente, un escándalo. La libertad de expresión, como la trama, tiene un revés, un correlato. Los medios no pueden demandarla para si y, a la vez, negarse a informar sobre sobre temas que no les gustan. Tenemos el derecho a ser informados sobre lo que acontece en el país y en el mundo, no pueden ignorar o negar la información. Esta conducta es asombrosa en el caso de TVN, que mandó equipos periodísticos especiales a Cuba, para cubrir la huelga de hambre de presos políticos que, como recordarán, culmino exitosamente, como la de los comuneros mapuches.

Los mineros nos asombraron con su entereza, creatividad y disciplina, pero, siguen siendo hombres de carne y hueso, que no nacieron el 5 de agosto, que tienen historias, caracteres e ersonalidaded propias, solo que antes del derrumbe eran conocidos en ámbitos más estrechos. Como los mapuches, que deberán afrontar a la justicia, que decidirá sobre su culpabilidad o inocencia, en procesos justos, con respeto a sus derechos.

Escuchamos por doquier que hemos emergido de estas catáastrofes mejores personas y que tenemos un mejor país. ¿Serà cierto?

Friday, October 01, 2010

LA RUTINA NO ES SIEMPRE MALA

j
josé María votó muy temprano en el Instituto Nacional, asumiendo el riesgo de tener que integrar su mesa receptora de sufragios; luego caminó hasta la iglesia de San Francisco, donde permaneció unos veinte minutos y regresó a su casa con su pulgar derecho entintado, satisfecho por haber cumplido con su deber y feliz de contribuir al triunfo de “don Jorge”. En el camino se detuvo un par de veces, para comprar pan, cigarrillos y El Mercurio.

José María Vivía con Emilia, su ama de llaves, en un antiguo caserón, en pleno centro de Santiago, que había heredado, tras una amarga disputa que lo alejó de sua hermanos. Emilia se ocupaba de los quehaceres domésticos, rol que también tuvo en vida de los padres de su patrón. Era viuda, tenía hijos y nietos, que solían visitarla en la casa.

José María se instaló en la cocina. desplegó el diario sobre la mesa, prendió el televisor, lo golpeó y manipuló su antena para ajustar la imagen y lo sintonizó en el Canal 13. Entonces se preparó un café y se dispuso a ver la transmisión de la elección presidencial.

Mientras bebía su café, sus ojos recorrieron el recinto y descubrió que la pintura del techo estaba descascarada y las paredes sucias. Uno de los vidrios de la ventana estaba trizado. Se sorprendió de su inexcusable indolencia. Trató de recordar cuando fue la última vez que pintó la cocina, sin éxuto. Decidió pintarla y cambiar el vidrio, a la brevedad. En ese momento el conductor del Canal anunció que su candidato estaba próximo a sufragar, pero no supo donde. El televisor perdió la imagen y el audio durante algunos segundos. Entonces se prometió además, comprar uno nuevo.

A las tres de la tarde decidido dormir una siesta. A eso de las cinco el Canal comenzó a mostrar escrutinios en directo desde locales de votación ubicados en el barrio alto y en Santiago, que favorecían a Alessandri. A las diez de la noche, su estado de ánimo había cambiado y ya no estaba seguro del triunfote don Jorge. Cuando se hizo evidente el triunfo en las urnas de Salvador Allende su consternación fue total. No era la suerte de la democracia o de la Patria lo que lo afligía, aunque ello tambien contara, sino la de su amada rutina.

José María era, ante todo, un funcionario público, en el mejor sentido de la palabra. Había ingresado a la administración del Estado durante el gobierno de Jorge Alessandri, como abogao jefe del departamento jurídico de un Servicio dependiente del menor de los Ministerios. El gobierno de Eduardo Frei lo confirmó en el catgo porque, por esas cosas de la vida, la universidad y la política, su hermano era amigo personal del nuevo mandatario. Todo indicaba que en un segundo gobierno de don Jorge, José María sería designado Subsecretario, o, al menos, Director del Servicio. Ahora, estaba con un pie en la calle.

El nuevo Ministro designó Director del Servicio a un joven abogado socialista, funcionario del departamento jurídico. Cuando éste lo citó a su despacho, José María pensó, con razón, que había llegado la hora fatal de la verdad. Los hombres se saludaron con sincero afecto. Hubo felicitaciones, bromas, recuerdos.

-José María- dijo el Director, entrando en materia, tengo que duplicar las aprobaciones de solicitudes de regularización, en el plazo de un año. A su juicio, ¿qué que debemos hacer para lograrlo?
-Usted sabe que eso no es posble actualmente. El departamento necesitaría contar al menos con otros cuatro abogados, aquí en Santiago, y ootros dos en provincias…
-Si claro, espero tendrá que conformarse con tres aquí y los dos de provincia. Voy a confirmar el traslado de Claudio a Samtiago, lo ha peido reiteradamente y ahora podremos hacerlo y espero emtregarle los otros dos a la brevedad…
-Perdón, dijo Josse María, no entiendo, ¿quién es el nuevo abogado jefe? ¿Lo conozco?
-No hay nuevo jefe José María, salvo que usted dispoinga otra cosa. Por mi parte, no tengo a nadie mejor qie usted para ese cargo.

José María estaba mudo, no conseguía articular palabras, ordenar sus ideas. Poco a poco se fue dibujando en su rostro una sonrisa y no pudo evitar que sus ojos se llenaran de lágrimas. El Director le conocía bién, sabía lo que estaba ocurriendo en su cabeza y le dio todo el tiempo que necesitaba para dominar sus emociones. Joa´w María estaba feliz, su rutina estaba preservada. Mañana se levantaría a la misma hora, volvería a recorrer cuatro veces al día, a grandes zancadas, como siempre.las diez cuadras entre su casa y el Ministerio, a saludar a sus secretarias y sus funcionarios, revisar sus expedientes.

Cuando la Junta de Gobierno levantó el roque de queda impuesto tras el golpe de Estado, del 11 de septiembre de 1973, José María se dispuso a reasumir sus funciones. El Ministerio estaba resguardado por una patrulla militar, pero no tuvo problemas para ingresar, pero encontró su oficina tomada por funcionarios de la Asociación de Empleados, la que había dado un golpe de Ministerio propio y preparaba, por su cuenta, la nómina de los funcionarios que esperaba, serían exonerados. José María encabezaba la de su departamento, acusado de traición.

Las autoridades militares no lo despidieron de inmediato. Su caso debió ser considerado especialmente; era imposible atribuirle simpatías por el régimen depuesto. Tras un par de meses sin oficina y un lugar propio donde leer los diarios, fue despedido. Durante ese tiempo vagó por el Ministerio como alma en pena, soportando con estoicismo, toda clase de humillaciones y agradeciendo los gestos amistosos de los otros funcionarios.

La rutina no es siempre mala. José María defendió la suya mientras pudo.
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