Thursday, January 25, 2007

ASESINATO EN FAGO



“Hola, soy Angeles. Estuve en el pueblo el día 21 de julio después de 41 años. Sois gentes super amables como me había contado mi padre y sentí una gran emoción pisar el pueblo después de tanto tiempo. Espero poder volver pronto y estar más tiempo entre vosotros. Un fuerte abrazo para todos”.

“Estuve hace unos días en ese maravilloso pueblo, Fago, y me quedé encantada con todo lo que ví y viví allí; sus calles, sus casas, sus paisajes, su ermita, su iglesia, su Bar Casa Marieta... excepto por el Sr. Alcalde.Si señores, en pleno siglo XXI, un señor de unos cuarenta años, es Alcalde de este pueblo; al que pretende aplicar la Ley Marcial. ¿No les parece increíble que en un pueblo de 18 habitantes en invierno, no puedan disponer de mesas en la terraza del bar, porque el Sr. Alcalde les quiere cobrar más de 300€ con un cánon que se sacó el solito de la manga? Y no solo eso, si no que ha preferido cerrar la piscina municipal, de la cual se encargan de limpiar y cuidar los veraneantes cada año, sin que suponga coste alguno para el Ayuntamiento... Triste, muy triste, que la gente que está pensando en comprarse una casa en el pueblo para irse allí a vivir, no les deje empadronarse, para así tener la mayoría de los votos censados, de los cuales la mitad están en el asilo del pueblo de al lado... Señores, yo voto al PP, sí, pero me avergüenza ver que a estas alturas, un Sr. Alcalde de e ste partido, piense que dirigir un pueblo es jugar una partida de ajedrez... Alguien debería hacer algo. Susana (Islas Baleares)”

“A mi me parece que hay que informarse muy bien a la hora de opinar...ya que no hay peor mentira que una media verdad. Soy de Málaga y también me encanto este maravilloso pueblo, si bien discrepo de las opiniones que viertes entorno al alcalde, parece que se trata de una disputa que mantienen unos vecinos muy concretos que parece desean hacer centrar sus intereses mercantiles sobre los generales del pueblo. y esto es una opinión que me expresaron bastantes vecinos del pueblo, y a mi juicio que deben ser mayoría cuando este señor sale elegido alcalde. En lo que concierne a la piscina, hice una excursión cercana a la misma y me interese por su estado, Desde luego no parece una piscina, y efectivamente es que no lo es, se trata de una especie de algibe adscrita al programa de prevención de incendios. En cuanto a lo del canon está aprobado mediante acuerdo de junta en el ayuntamiento (según me dijeron) y el informe económico que lo sustenta fue solicitado por los propios interesados. Recomiendo a todo el mundo que visite este pueblo que es precioso y felicito a sus vecinos puesto que están consiguiendo rehabilitar casas que antes se encontraban muy deterioradas y consiguiendo que Fago no sea otro pueblo fantasma en el Pirineo, sino una bellísima estampa en un lugar privilegiado”.

La polémica que antecede se desarrolló en el sitio webguía Fago. Huesca. Aragón”. Los comentarios fueron publicados en Julio, Agosto y Octubre de 2005 y dan una visión de Fago, de su gente, de sus problemas y de su Alcalde. Estas opiniones tienen un interés actual porque Miguel Grima, alcalde y único funcionario del Ayuntamiento de Fago fue asesinado el viernes 12 de Enero. Los autores del delito lo emboscado en el camino, cuando regresaba a su pueblo, colocando piedras en una curva, obligándolo a detener su automóvil, momento que aprovecharon para acribillarlo. El automóvil fue encontrado al día siguiente desbarrancado.

¿Qué interes tiene este caso policial que justifique su inclusión en este blog? Vean como informó este homicidio el diario “El Mercurio, el viernes 19 de Enero último:

“La historia de “Fuenteovejuna” convertida en realidad”

“Todo un pueblo bajo sospecha por asesinato".

“Los 37 habitantes de la pequeña aldea española de Fago están en la mira de la de la justicia por la muerte del alcalde".

La nota recuerda el drama “Fuenteovejuna”, de Lope de Vega. Podría haber recordado la novela “Crónica de una muerte anunciada”, de Gabriel García Màrquez. No faltan motivos para justificar sus puntos en común.

Fago, un antiguo pueblo de casas de peidras y calles empedradas, cuya historia se remonta al siglo XIII, tiene solo 37 habitantes. Para ellos y para las autoridades administrativas de la provincia de Huesca, el homicidio no constituyó una sorpresa, ya que la víctima había sido amenazada de muerte. El alcalde mantenía, a su fallecimiento, alrededor de 40 juicios contra los vecinos, por las más diversas infracciones que tenían que ver con reglamentos de caza, impuestos, negativas a reconocer la calidad de habitantes, para impedir nuevas incorporaciones a los registros electorales. Hace unos dos años, el automóvil del alcalde sufrió varios atentados, como una misteriosa pérdida de líquido de frenos y sus neumáticos fueron rajados varias veces. También fue atacado el hotel rural que poseía en Fago. Recientemente había recibido correos electrónicos amenazantes, como uno del 12 de marzo de 2006: "Mi inestimable capullo, tengo previsto debido a mi diagnóstico médico de depresión neurótica, instalarme en Fago... Tan filofascista que pareces, espero que tengas buenas razones para decirme que no me dejas instalarme como nuevo vecino... Llega la mayor de las pesadillas que pudieras tener... LA LIBERTAD... Tendrás noticias mías, más aún, pronto nos veremos...". El alcalde exigía, para admitir el empadronamiento en el pueblo una residencia superior a seis meses y un día al año, lo que dejaba fuera a quienes visitan el pueblo solamente los fines de semanas o en el verano. ¿Se trató pues de una muerte anunciada, como la de la novela de Gabriel García Márquez?

Lo más probable es que tras el crimen haya intereses muchos menos relevantes que los de toda una comunidad, sin perjuicio de rechazar en términos absoluto el concepto de justicia popular. Por otra parte, es posible que la inminencia del crimen no sea más que un espejismo y que, en la práctica, no existan las coincidencias que supone la prensa, empeñada en mantener el interés público en la noticia. Sin embargo, los cineastas y escritores que suelen camuflarse entre los lectores de periódicos, tienen en esta historia un buen tema. Recuérdese que una de las novelas más importantes de Albert Camus, “El malentendido”, se basó en una noticia que el escritor francés leyó en un periódico.

Entretanto, en estos días, los aldeanos bajo sospecha prefieren refugiarse en la tranquilidad de sus hogares, para eludir el asedio de un enjambre de periodistas y policías que se han tomado la Plaza Mayor y, lo que es más grave el Bar Marieta, mientras esperan el desarrollo de la investigación.

Tuesday, January 16, 2007

TURISTA EN SANTIAGO

Oscar Bravo Tesseo

Estando de turista en Santiago corre el riesgo, tarde o temprano, de sentirse sumamente sediento a medida que el día avanza. En parte debido al calor excesivo; más que nada por las nubes de smog que flotando en el aire se dedican a asaltar tanto a turistas como a nacionales, sin enterarse si usted es hombre o mujer, si es rico o pobre, si blanco o azúl.
Si le ocurre un ataque de tos, siente como se hubiera tragado una roca en la garganta y tiene ganas de llorar, es que llegó la hora de entrar y tomar asiento en algún local, restaurante, salón de té, café o lo que sea – cualquier cosa que no esté a la intemperie pues esto no le ayudaría, al contrario: sentarse en una mesa en la vereda es algo que uno hace en Estocolmo, lugar en dónde los desórdenes ambientales existen, más que nada, en el mundo importante asi como poco concreto de las teorías. Santiago equilibra algo la desventaja ambiental de Estocolmo con calles limpísimas si se las compara en lo que se refiere a basuras, tarros, botellas, deshechos de plástico, pitillos, colillas, condones usados, meados, vómitos y restos de comidas que nadie ingerió todavía. Hablo naturalmente del centro de Estocolmo y del de Santiago, lugar éste último que yo he amado infatigable desde los tiempos del Liceo Número 8 de Hombres, que cuando yo asistía allí ni siquiera tenía nombre: hablo de un Santiago concreto, esto es, de una superficie que va más o menos entre la Alameda, el Cerro Santa Lucia, la Plaza de Armas y el Palacio de La Moneda. La veracidad de lo que es el Centro de Santiago si se ha de aparejar con mi propia delimitación es cuando menos discutible. Entre otras cosas por cuanto tendré que nombrar, e incluso recomendar, varios lugares que definitivamente caen afuera de mi demarcación.
Santiago está por lo tanto lleno de lugares a los cuales uno entra sin más ni más - como en Estocolmo se entra a los servicios de peluquería que no exigen tomar cita previa - entrar, tomar asiento y pedir. Siempre pasan una carta en castellano, asi que es cosa de apuntar con el dedo en alguna linea, leer acortando las vocales lo más que pueda y rogar para que la suerte le venga al encuentro. De lo contrario tiene uno que ser bastante versado en castellano y, sobretodo en la versión local de este idioma, o peor aún, hay que ser muy competente para entender lo que está escrito en el menú.
La norma es que uno llega y entra a todas partes. De acuerdo con una investigación reciente hecha por mi hay un lugar en todo Santiago el que requiere un santo y seña para que lo dejen entrar. Pero éste lo voy a revcelar aquí, sin demora, de modo que no hay para que preocuparse. El restaurante en cuestión se llama “Los Canallas”, queda en San Diego 379 B y sirve de la cocina chilena - en este punto, un inglés leyendo este artículo exclamaría con toda inocencia “No me había enterado que había una cocina chilena!” - pero asi es. Ahí la sirven. Para entrar y comprobarlo hay que dar unos sonoros golpes a la puerta y lanzar un claro, distintivo y hasta generoso: ”Chile Libre!” con sentimiento y ojalá, si la causa apura, con buena pronunciación. Agregados estertóreos o espontáneos, a los cuales los nacionales son bien propensos – no son permitidos. Alaridos guturales a lo vikingo borracho tampoco serán de gran utilidad. Gritar, por ejemplo, “¡Cuba Libre!” no tengo la menor idea como sería interpretado por los Canallas, los cuales se supone tienen oído aguzado y son rudos de trato. Por lo demás, toda la calle San Diego arranca desde la vereda Sur de la Alameda y queda abolutamente fuera de mi carta de lo que sería Santiago Centro.
Además de éste, de acuerdo con lo que llevo entendido, no hay que yo sepa ningún otro local en Santiago que ponga restricciones a sus huéspedes para su ingreso, excepto la norma de ir más o menos decentemente vestido, a la moda que se le de la gana a uno. Es bueno esperar un momento depués de entrar, cuando se trata de restaurantes, a que aparezca alguíen, por lo general un mozo, a proponerle una mesa adecuada al grupo, al número, género y sus edades.
En Santiago no existe el oficio de “empuja a los turistas para adentro” ni mucho menos el de “tira a los turistas a la calle”. Se considera que poner un tremendo orangután a la puerta del local, con cara de pocos amigos y pinta de estar drogado, no beneficia las deseables buenas relaciones entre local y cliente. (Cómo esto no se observa en Suecia es para mi uno de los misterios más profundos de este pais: baste aquí recordar que hasta la secretaria general de la juventud socialdemocrata estuvo recientemente implicada en una pelea – a combo limpio – con varios personajes del oficio mencionado de lanzador).
Si uno está suficientemente ebrio y trata a toda costa de entrar en un local va a aparecer un servidor común y corriente, o dos o tres, o todos los que sean necesarios, y verán de convencerlo discretamente y con el mínimo de esfuerzo para todos los implicados, de que no entre. Los que atienden en locales de este tipo en Santiago, en realidad toda la manada desde la A hasta la Z, saben que para sobrevivir en esta rama uno no puede estar hablando por el celular, olvidarse de limpiar la mesa, arreglárselas con manteles llenos de manchas y, en general, sentarse en el cliente, como ocurre a menudo aquí en Suecia, en el nombre de un sentimiento igualitarista que odia dar servicio al prójimo.
Si siente ganas de tomarse una buena taza de café hay unas dos o tres anotaciones que recordar. El nivel de los cafés de Santiago mantiene un estándar muy alto, siendo el de una calidad especial el llamado “cortado”, que es un café espreso con un poco de leche calentada al vapor en la máquina de los espresos. Esta descripción se parece mucho al del cappuccino, sin embargo un cortado es algo distinto. Preferible tomar un cortado grande y no uno chico. Tanto cortado como espreso se sirve acompañado de una vaso de soda, lo cual es bueno si se recuerda que el motivo para entrar ahí era que uno se sentía ahogado y con la garganta atorada por el mal aire céntrico. Otra observación es echar una ojeada al local antes de optar por ingresar. La razón para esta precaución es evitarse caer en un café el que, por supuesto, sirve cortado de buena calidad, pero que en vez de los mozos corrientes de pantalón negro y vestón blanco se las maneja con un lote de chicas jóvenes que muestran un buen trozo de muslo y todo lo que quede de la pierna hasta llegar al piso. En estos “cafés con piernas” se ve uno obligado a estar de pie, acodado a la barra y rodeado de espejos, cuya función es resaltar la impresión inicial que pudieran haber dejado las chicas o las partes más visibles de ellas. Si uno se siente bastante cansado, acalorado y de mal humor, es mejor irse a otro lado, dónde haya asientos. En todo caso, una u otra visita a los “cafés con piernas” es un absoluto, los cafés que sirven no son peores que en otros lados y los locales son bastante inocentes. En el Paseo calle Ahumada hay dos cafés tradicionales, “con piernas” de todos modos, en pleno corazón de Santiago: el Haití y el Do Brazil; ambos son grandes, cómodos y entretenidos, sin olvidar que uno se sirve el café de pie. Tanto mujeres como hombres acostumbran a ir allí a tomar su café y pasar unos minutos o media hora al lado del mesón, conversando y fumando. Mi experiencia es que pocos se ocupan de las damas de las faldas cortas. Otra cosa: si usted coloca el más mínimo valor en esto de tomar café, no vaya a cometer el abuso de pedir un Nescafé por allí.
Restaurantes céntricos: El “Mermoz”, sirve comidas italianas y queda en Huérfanos 1046, calle que también es un paseo. Los paseos son de preferir, ya que el medio ambiente es mucho mejor en ellos. El “Nuria”, sirve cocina chilena e internacional, queda en Mac Iver esquina de Agustinas, Santiago Centro. En este restaurant comí yo una langosta inmensa regada con una botella de vino blanco de gran calidad, Tarapacá exZabala, en enero de 1964. Por entonces estaba yo cursando ingeniería en la Universidad Técnica del Estado, y haciendo en verano una práctica en Endesa, empresa que tenía sus oficinas en las cercanías. Para poder pagar el crustáceo descomunal, que cada uno se sirvió, tuvimos mi amigo Patricio Salas y yo que gastarnos todos los vales de almuerzo que nos daba el empleador para el mes. Instigador de esta jornada inolvidable fue – hay que reconocerlo – un ex capitán de ejército, el cual, puedo asegurarlo, era bastante simpático, entretenido y nada de golpista. Recuerdo que nos servían una manada de mozos, uno servía el vino, otro dirigía, un tercero traía y y otro retiraba los platos. Tenía yo entonces 20 abriles y ahora no estoy en condiciones de aventurar un juicio cierto acerca de si el Nuria mantiene la calidad o la ha empeorado en lo que va corrido de esto últimos 43 años.
El que quiera tratar de entender a los santiaguinos tiene que dar una visita al bar “El Rápido”, un local que desde los tiempos en que las memorias comienzan a perderse se ha especializado en servir empanadas chilenas fritas en aceite y a las cuales se les llama empanadas fritas, en contraposición con las llamadas empanadas de horno. Hay de queso y de carne. Este bar estaba allí mucho antes que Patricio y yo devoráramos nuestras langostas y me atrevo a afirmar haber comido empanadas fritas allí a finales de los cincuenta o comienzos de los sesentas. No se si don Alonso, autor de “La Araucana”, menciona las empanadas del Rápido en su poéma, pero yo lo haría en el caso me viniese a la cabeza escribir algunas loas al espíritu indomable chileno de comer cosas picantes que por lo general, caen mal al estómago. Rápido significa lo que significa, y vale tanto para el que atiende como para el cliente. Se nota no bien entrado allí: el cliente habitual no espera acercarse al mesón y no bien habiendo abierto la puerta larga un “ ¡tres y tres, maestro!” lo cual es interpretado correctamente como un pedido de tres empanadas de cada suerte. Es en absoluto aceptable, si uno se considera como un presunto candidato al premio Cervantes de literatura, decir: “póngame, pues, sin que medie juicio propio o ajeno alguno que pudiera desdecir este pedido, tres empanadas fritas de queso y en la misma cantidad otras, pero que sean de pino, sin dilación, por favor” pero esto se sentiría al oído de los habitués, e incluso al de los turistas más corridos, cómo algo extra pretensioso, aburrido y decidor de que uno no es un “santiaguino”.
Para bajar las empanadas, se recomienda pedir una garza, que es cerveza de barril, bien helada, tipo “lager”. Si lleva paquetes – cosa natural en un turista – el mesonero que le atiende va a insistir en colocarlos debajo del mesón, aliviándolo de esta manera de la carga. Aunque usted sea un nórdico que está convencido que más tarde o más temprano los chilenos lo van a dejar en cueros, tenga paciencia y entregue el paquete o el bolso o la mochila (siempre que no ande trayendo esquies adentro) que en este lugar nadie pretende robarle sus compras, sino más bien salvarlas de las manchas de aceite y del jugo de las empanadas y de pebre, una salsa de súbido tono hecha de ajies rojos, salsa de tomates, perejil picado fino, aceite y sal. Así que deje sus paquetes en la confianza de que va a salir de allí con ellos como corresponde. En este negocio se paga al salir, en los cafés con pierna, al entrar. En ambos casos le dan un vale que es conveniente entregar al mesonero antes de dejar el local o bien para que le le den su café. Dejar una moneda de 50 o 100 pesos es bien apreciado por gente que realmente trata de atenderlo de lo mejor que ellos saben. Esto es, uno paga, toma su vale timbrado, lo pasa junto con una propina al mozo, saluda, da las gracias y se va. Si ha logrado hacer todo esto sin que nadie note vacilación alguna para pronunciar “dos y dos”, “garza”, “el vale, por favor” y “adios, gracias” puede usted empezar a considerarse como un verdadero santiaguino, puesto que ser santiaguino es una manera de comportarse y no tiene nada que ver con pasaportes o nacionalidades. Y, por favor, no ande repartiendo “amigo” para acá y “amigo” para allá, si no quiere que lo confundan con un norteamericano de película que por equivocación se pasó de largo y metió a Méjico. Algo más, “El Rápido” queda en calle Bandera 347. Se puede llegar allí de alguna de las varias galerias que forman el Centro de Santiago y que los personajes locales usan para evitarse el calor de la calle.
En Bandera 317 está el “Bar Nacional” que tiene comedor en el piso superior, pasando desde el bar. Allí puede comer comida chilena o internacional. Se puede servir empanadas también, esta vez sentado, sin tener que pedirlas desde la puerta, como en el bar anterior.
Si uno quiere tomase un té o un café acompañado de dulces o tortas tiene que ir al “Café Colonia”, Köln, hubicado en Mac Iver 161, Santiago Centro y que es bien bueno – recordando que estamos en Santiago, no en Viena – en cuanto a tortas y pasteles. Este debe ser el único local en Santiago Centro que tiene el menú en alemán y en castellano y algún personal que entiende alemán. Acostumbro a ir allí, y soñar con la Europa germana (que muchas cosas buenas ha producido aparte de Adolfo H.) y pedir torta y una tetera de té.
La costumbre viene de cuando tenía 6 o 7 años y mi padre, después del trabajo, nos invitaba a mi madre, a mi hermano mayor y a mi, al Centro de Santiago a unas onces completas, una merienda que uno tomaba a eso de las cinco de la tarde, en la que confluían te, café, pan blanco, pan negro o integral, mantequilla, jamón cortado en trozo chicos, torta, a veces, helados, queques, galletas además de un vaso grande de jugo de melón, durazno o de otra fruta de estación. Mi padre quizá lo intuía, pero yo amaba intensamente los días de mitad de semana en que estas onces completas solían cobrar lugar y, probablemente pues mi memoria se ha encargado de borrar las ausencias y el tiempo sus fallas, no logro recordar siquiera una sola ocasión en que esta ceremonia haya faltado. Estoy convencido que estas actividades mundanas y anticuadas ya, quizás hasta para esa época, mantuvieron “las estructuras patriarcales” de las que hablan las feministas, en excelente estado de salud, en lo que hace a nuestra familia. Entonces había un buén número de Salones de Te en Santiago ( y los había también en Viña del Mar adonde íbamos a pasar una vacaciones sencillas cada verano, cuando mi padre tomaba vacaciones) si, esas fuentes de soda de invierno en que mi padre nos llevaba a todos a comer sopaipillas o al Circo de las Agulas Humanas, ese mundo hermoso de los carros con rieles de fines de 1940 y comienzos de los cincuenta.
De seguro que los niños de hoy – en Santiago y en Estocolmo, dos ciudades cuyos centros amo – sobre todo los que están llevando una infancia normal y feliz, van a recordar algún día, por allá por 2050, con alegría, calor y añoranza, las veces que sus padres los llevaron con sus hermanos a comer hamburguesas o pizzas y Coca-cola. ¡Qúe digo! Eso es lo que se hace felices a los niños de hoy, hamburguesas, ketchup y Coca-cola, en unos inmesos vasos de plástico.
Oscar Bravo Tesseo
Estocolmo, Enero del 2007

ABRIL REVISITADO



Este blog se publica desde Abril de 2006. Comenzó, tímidamente, con tres spots: “Nota farandulera”, “Entre el cero y el infinito” y “Uno nunca sabe”. Pienso que es buena idea volver a publicar, una vez al mes, algunos de ellos como una invitación a nuestros nuevos amigos a revisar los artículos que salieron de la pantalla, material que por su naturaleza no perdió actualidad. Con este propósito publicamos “Uno nunca sabe”, explicando, de paso, que se trata de un juego que consiste en ver hasta donde se puede llevar una idea, cuando el autor limita su libertad narrativa, usando solamente palabras que no tienen más de cinco letras. Es posible, además, que haya un efecto óptico:

“UNO NUNCA SABE....


“Uno nunca sabe como son las cosas”, dice Jean Paul, y mira al mar. A su lado, Rosa bebe un trago y calla. El día es frío y negro como la noche, pero son solo las seis de la tarde. “Esta bien Rosa, me da mucha pena, pero creo que hago bien, al fin y al cabo es tu mejor amiga. Te diré todo lo que se de tu amiga Ana. A mi me lo contó mi amigo Joel Vera, el “Paco Tilla”, como lo apoda Leo. El vive en Lebu desde hace cinco años. En enero vino a Viña y nos vimos. Dice que allá todo el mundo sabe que Ana Díaz mató al Juez Silva luego del caso por el hurto del libro de su clase, pero pocos saben que éste era su padre”. Rosa no puede creer que Ana haya hecho algo así.”Ana era la más bella de su curso, de hecho fue la Reina del Liceo ese mismo año. Era muy buena onda, nunca tuvo líos con nadie. Era, como dices, mi mejor amiga, por años”. Rosa se frota los ojos como si todo fuera sólo un mal sueño. “¿Te dijo tu amigo como supo Ana que ese tipo era su padre?. “Si, claro... Lo raro fue que se lo dijo su mismo “tio”, don Juan Silva, un viejo amigo de su mamá, luego que ella le contó que el Juez Silva le puso una multa por lo del lío del libro y no quiso creer, según ella, que todo era solo una broma de un grupo de niñas del curso. La pena fue que el Paco halló el libro en su casa. Fue ahí que don Juan Silva no pudo callar mas y dijo algo que nunca debió decir: “Pero cómo, si el Juez Silva es tu padre”. “Eso es lo que se llama un error fatal... El Paco dice que Ana gritó ¿Qué?, pero que el “tio” Juan se quedó mudo, no pudo decir nada más y se fue. Según se supo, Ana se fue a su casa, tomó un arma, la puso en su bolso, sacó el auto y se fue a ver a su madre. Le dijo: ¿Es cierto que el Juez Silva es mi padre? Su madre se quedó tiesa, de una pieza, luego se puso roja, verde y azul, no supo que decir. “Y él... ¿Lo sabe?”, dijo Ana, en voz muy baja, pués la frase brota desde su alma, “Si, lo sabe -dice ella- pero, es obvio que en este caso el Juez tuvo que hacer su pega...” No sabía como salir del paso, dijo el Paco. Rosa sabía que Ana era de Lebu y que su madre se fue luego de vivir en Viña por diez años. Ana sólo hizo el sexto año allá, en Lebu. ¿Que razón tuvo doña Sofía para irse con su hija a Lebu, si era feliz en Viña?. Aquí tiene su casa, nunca le faltó pega, no tenía a nadie en Lebu, no tenía nada que hacer allá”. “Eso es lo raro, salvo que su idea haya sido esa, que Ana sepa quién es su padre y se le armó el lío con lo del libro. El Paco dice que, con todo, en un año, doña Sofía nunca vio ni habló con el Juez. Lo cierto es que nadie sabía en Lebu que, años atrás, doña Sofía fue la novia o algo así de don Pedro Silva...” “Bueno, el Paco me dijo que luego de todo esto, Ana salió sin prisa del local. Al rato suena el fono y una voz ronca, la de Joel Vera, le dice a doña Sofía que “su hija Ana mató al Juez de dos tiros y que ahora está presa, aquí”. “Es cierto Jean Paul -acota Rosa, con un hilo de voz- el azar es eso, no saber nunca cuan cerca gira de uno y cuál es su plan”. Jean Paul llama al mozo, le pide el vale, paga. “Vamos”, dice Rosa. Está tensa y tiene frío. Jean Paul la toma de la mano, la besa y salen del Bar.

Thursday, January 11, 2007

ORHAN PAMUK: NOBEL DE LITERATURA 2006



Oscar Bravo Tesseo


El escritor turco Orhan Pamuk ha obtenido el premio Nobel de Literatura 2006. A mi modo de entender no se podía haber escogido mejor. Cierto es que hay numerosos escritores que hace tiempo están esperando su turno, menciono entre ellos a Vargas Llosa y a Antonio Lobo Antunez, ambos extraordinarios, por cierto. Pero Pamuk es distinto a todos.

Pamuk es como Estambúl, la ciudad donde Pamuk vive desde toda la vida, en una casona del barrio Nisantasi. Este lugar lo describe Pamuk, una y otra vez, en pasajes de sus novelas, por ejemplo en éste, recogido de "Kara Kitap", título del original, en turco, de "El Libro Negro". La traducción del texto que sigue es mia - me disculpe Orhan Pamuk - partiendo de la versión sueca de la novela:

"Era una Sábado por la tarde un año y medio después que Ruya y su familia se habían mudado al piso superior, esto es mientras ambos asistían al tercero de preparatorias en la escuela. Mientras las bocinas de los automóviles y los tranvías circulando por Nisantasi llenaban el departamento en el atardecer de aquella noche de invierno, habían comenzado un juego nuevo, una especie de escondite, inventado por ellos, cuyas reglas las habían decidido combinando las de otros juegos. Uno de ellos tenía que entrar en el departamento de sus tíos o el de los abuelos y esconderse allí, desaparecer, en tanto que el otro tenía que buscar, hasta encontrarle. Como este simple juego no permitía encender la luz en habitaciones a oscuras y tampoco tenía límite de tiempo, exigia de los participantes un buena dosis de paciencia y fantasia. Cuando le tocó el turno de esconderse, Galip se metió encima de un ropero, en la pieza de la abuela paterna, al cual había trepado pisando primero en el brazo y después en el respaldo de un sillón que había descubierto un par de días antes y que le había dado la idea ingeniosa de esconderse allí. Convencido de que Ruya jamás lo encontraría, estaba ahí en la oscuridad imaginándose cosas. En su fantasía, se imaginaba ocupar el lugar de Ruya buscándole a él, para así entender mejor el dolor que ella sentiría mientras iba por allí, echándolo de menos. Ruya estaría a punto de echarse a llorar. Ruya estaría completamente fuera de si en su soledad, en el piso de abajo, con lágrimas en los ojos, rogando a Galip que saliera del escondrijo oscuro donde ella creía que él se había escondido. Mucho más tarde, después de una espera que duró lo que dura la eternidad de la infancia, bajó Galip impaciente del ropero, sin darse cuenta de que era a él a quien la impaciencia lo había apresado entre sus garras. Cuando sus ojos se fueron acostumbrando a la luz opaca de la lámpara, comenzó a buscar a Ruya por toda la casa. Una vez que hubo recorrido de arriba a abajo cada uno de los pisos del edificio, preguntó a la abuela por Ruya, pero había en él un extraño sentimiento fantasmal, una especie de reconocimiento de haber perdido: "Pero si estás lleno de motas de polvo!" dijo la abuela, sentada en su sillón. "Dónde te habías metido? Preguntaban por ti!" Y después añadió: "Vino Celal. El y Ruya se fueron al almacén de Aladino!" Galip corrió de inmediato a la ventana, fría, de un frío azul y oscuro. Nevaba, de esa nieva pesada y dolorida, llamándolo a que saliera a la calle. Desde el interior de la tienda de Aladino, desde los juguetes, las revistas ilustradas, desde las pelotas, los yoyos, los tanques de juguete y las botellas coloridas emanaba una luz de color idéntico al de la piel de Ruya, arrojando un reflejo difuso en la nieve blanca que se había ido juntando en la vereda."

En este pasaje breve, aparentemente insignificante, introducido en la forma de un recuerdo inocente de la infancia del protagonista, expone Pamuk la clave de su novela El Libro Negro, la revela entera - a mi modo de ver - en un corte profundo y preciso, ausente toda misericordia. Revela aquí, la perdida definitiva de las esperanzas de Galip de llegar a tener una identidad propia.

Un cuarto de siglo más tarde, Galip, joven y próspero abogado, regresa a casa. Su bellísima mujer y prima, Ruya, no ha desaparecido. Galip inicia entonces una búsqueda incansable y deseperada por Estambúl, búsqueda que lo llevará a otras, las de Celal, tio de Galip y de Ruya, famoso periodista del diario más importante de Estambúl, cuyas columnas penetran cada semana los rincones más reconditos del país, los secretos más ocultos, las compiraciones más extraordinarias. Esta segunda búsqueda y espera, tan inútil y desvastadora como la de la infancia, terminará también en el barrio de Nisantasi, frente a la tienda de Aladino.

Ganó Orhan Pamuk el premio Nobel, algo que yo había previsto, después de leer Kara Kitap. Necesitando cortarme el pelo, me voy a la peluqueria Studio 8, que queda de nuestro departamento -en Birkastan - no más lejos que el negocio de Aladino queda de la casa de Galip niño, en la novela de Pamuk. Se que los sábados atiende una peluquera originaria de Turquía. Le pregunto si se enteró de lo del premio Nobel.

Si, - me cuenta - en Turquía hay muchos que no lo pueden ver.

Pero si es un gran escritor - protesto yo - yo he leído varias de sus novelas - advierto que como argumento, el que yo los haya leído no es motivo suficiente para que el autor de los mismos sea amado por sus connacionales.

Seguramente - dice ella - y también es una persona muy distinguida. Cuando habla en turco se siente muy bonito, no como los otros, que hablan tan feo. Escucharlo es como si hablara un gentleman inglés.

Mi peluquera ha sido capaz de encontrar, por la comparación presentada, una fórmula adecuada para expresar el bien hablar: hablar bien tiene que, desde las diferencias propias de cada idioma, recordar a un caballero inglés. Es eficaz como fórmula pues no requiere que uno entienda inglés. Yo también he pensado, alguna vez, que la belleza puede definirse como la voz de una joven hablando francés.

Le pregunto que significa el apellido Pamuk. Yo se que significa algo. Visité una vez, en Anatolia, un lugar denominado Pamukale, un cerro de sal, con piscinas naturales en sus laderas, algo maravilloso. Ella me informa que Pamuk significa "bomull", la palabra sueca para algodón, en castellano.

Estocolmo cultural busca en estos días algunos libros del autor turco residente en Estambúl, cuyo apellido significa algodón, castellano que a su vez origina del árabe al-qutun, cotton, como diría el gentleman inglés de mi peluquera, para tratar de ponerse al día acerca de lo que ha escrito Pamuk, durante el fin de semana.

El propio Pamuk, que no está acostumbrado a tanto ruido alrededor de su figura y su nombre ha escrito, no hace mucho, en la revista de libros del New York Time, que:
… "la libertad de expresión tiene que crecer del orgullo y ella es, en su esencia, una expresión de dignidad humana" - y sigue unos párrafos más adelante, en el mismo artículo - "...debemos preguntarnos cuan cuerdo es basurear culturas y religiones, bombardear sin misericordia países enteros en nombre de la libertad de expresión y de la democracia."

Obsérvese que el intelectual turco dice que la libertad de expresión es una forma de dignidad humana. Esto es anterior y viene de más adentro del alma humana que una libertad de concebida como derecho, supuestamente humano, a insultar, ensuciar, ofender y demonizar al otro, que suponen tener un buen número de intelectuales liberales corroídos quizás por el paso inoxerable de nuestros tristes tiempos.


Estocolmo, Enero 2007

Wednesday, January 10, 2007

ASOCIACIONES DE IDEAS






Este spot es producto de una asociación de ideas. Ví en la red un artículo sobre Andy Warhol, el célebre pintor norteamericano, máximo exponente del “pop-art”. De inmediato recordé dos pinturas que son íconos de dicha corriente artística, el tarro de sopa Campbell y sus retratos de Marulyn Monroe. Recordé enseguida, en relación al primero, , un poema de Oscar Hahn, llamado “Televidente”, y, como era inevitable, la notable “Oración por Marilyn Monroe”, de Ernesto Cardenal. Pero el paralelo que quiero hacer aquí es con un poema anterior, que lo hermana con el del chileno. Ambos poetas, latinoamericanos, residen en ciudades norteamericanas cuando escriben sus poemas, el chileno, porque es profesor de literatura en Iowa y, el nicaragüense, porque es seminarista en el monasterio de Gethsemani, en Kentucky, años 1957-1959, Cardenal tenía entonces algo más de 30 años. Uno está de vuelta en su “cuarto”, mientras que el otro, escribe los poemas de su libro ·Gethsemani, Ky.”, por las noches, encerrado en su “celda”.”. Desafortunadamente no tengo a la mano el libro, porque el poema que me habría gustado incluir en este spot, es todavía más nostálgico que “Como latas de cervezas vacías”, cuando intenta imaginar lo que, a esa hora, sucede en Managua. En los dos poemas hay latas, de sopa en un caso y de cervezas en el otro y en ambos, un televisor de por medio. Los dejo con estos poemas y perdonad la lata.

TELEVIDENTE

Oscar Hahn

Aquí estoy otra vez de vuelta
en mi cuarto de Iowa City

tomo a sorbos mi plato de sopas Campbell
frente al televisor apagado

la pantalla refleja la imagen
de la cuchara entrando en mi boca.
Y soy el aviso comercial de mi mismo
que anuncia nada a nadie

De GETHSEMANI, Ky.

Ernesto Cardenal


Como latas de cerveza vacías y colillas
de cigarrillos apagados, han sido mis días.
Como figuras que pasan por una pantalla de televisión
y desaparecen, así ha pasado mi vida.
Como los automóviles que pasaban rápido por las carreteras
con risas de muchachas y música de radios...
Y la belleza pasó rápida, como el modelo de los autos
y las canciones de las radios que pasaron de moda.
Y no ha quedado nada de aquellos días, nada,
más que latas vacías y colillas apagadas,
risas en fotos marchitas, Boletos rotos
y el aserrín con el que al amanecer barrieron los bares.

Sunday, January 07, 2007

OSCAR HAHN: EN UNA ESTACION DE METRO


El poeta chileno Oscar Hahn nació en Iquique, el 6 de Julio de 1938. Actualmente reside en Estados Unidos y es profesor de Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Iowa. Entre sus libros de poesía se cuentan Arte de morir (1977); Mal de amor (1981); Imágenes nucleares (1983); Estrellas fijas en un cielo blanco (1989); Tratado de sortilegios (1992); Versos robados (1995); Apariciones profanas (2002) Obras selectas (2004) y Sin cuenta poemas (2005). Como crítico es autor de El cuento fantástico hispanoamericano en el siglo XIX (1976); Texto sobre texto (1984); y Antología del cuento fantástico hispanoamericano. Siglo XX (1990).

EN UNA ESTACIÓN DEL METRO

Desventurados los que divisaron
a una muchacha en el Metro
y se enamoraron de golpe
y la siguieron enloquecidos

y la perdieron para siempre entre la multitud

Porque ellos serán condenados
a vagar sin rumbo por la estaciones
y a llorar con
que los músicos ambulantes entonan en los túneles

Y quizás el amor no es más que eso:

una mujer o un hombre que desciende de un carro
en cualquier estación del Metro
y resplandece unos segundos
y se pierde en la noche sin nombre

TEMEROSA SOMBRA



Mi sombra teme a la oscuridad. Lo descubrí durante el invierno, cuando al atardecer, viajaba diariamente, entre las estaciones del Metro de “Los leones” y “Los héroes”. Al descebder del tren, caminaba por el andén en dirección poniente para salir a la calle a la altura de Cienfuegos. En la esquina de la Alameda hay un quiosco que en el invierno expende sopaipillas y en el verano, mote con huesillos. Allí la calle es estrecha y la flanquea todo tipo de obstáculos, colocolinos, perros, postes, canastos con frutas y verduras, basureros. Pegados a la vereda siempre encontrarás, a esa hora, enorme camiones que proveen de productos a los negocios del sector, de modo que avanzas como en un desfiladero. Tomo todo con calma, camino con las debidas precauciones, lentamente, como si se tratara de un paseo cotidiano. Los postes del alumbrado eléctrico están colocados a unos cincuenta metros de distancia entre sí, de modo que en mi caminata hay zonas alumbradas y oscuras. Fue en este trayecto donde advertí por primera vez el comportamiento desconcertante de mi sombra. Mientras avanzaba por la zona oscura de Cienfuegos, mi sombra iba siempre a mi retaguardia, esperando que le abriera el paso, pero tan pronto me acercaba a uno de los postes de luz, mi sombra me daba alcance y luego, se abalanzaba hacia la luz. A medida que avanzábamos a la oscuridad, mi sombra vacilaba y luego, se precipitaba a retomar su posesión en la retaguardia y así, cada cincuenta metros iba y venía, según el caso, cambiando de lugar en la marcha. Al principio no me daba cuenta, pero pronto empecé a sentir el embate de sus movimientos bajo mis pies y a experimentar la extraña sensación de levitar, durante la fracciones de segundos que duraban esos embates. Desafortunadamente para ella, no existe posibilidad que podamos dar un paseo caminando juntos, como dos amantes, lo he pensado muchas veces, simplemente, no se puede.
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