Thursday, November 26, 2009

SUEÑO CON FINAL FELIZ



¿Qué haré con mi cadáver cuando muera? Preferiría no dejárselo a mis sobrevivientes. se han visto muertos cargando adobes, pero nunca a un alma con su cadáver bajo el brazo, acaso porque no tiene brazos ni piernas, lo que permite distinguirlas de los cadáveres. En fin, supongo que no tendré modo de hacerlo al revés, dejar mi alma descarnada a disposición de mis deudos e irme de paseo con mi cuerpo desalmado, por añadidura, muerto de la risa. Tal vez alguien, alguna vez, en algún lugar, cuente que lo vió cantando por los caminos: “estaba muerto y andaba de parranda”.


Thursday, November 19, 2009

LA MUJER DEL PROJIMO




«No desearás la mujer de tu prójimo, no codiciarás su casa, su campo, su siervo o su sierva, su buey o su asno: nada que sea de tu prójimo». (Dt/05/21). A la memoria de Mrs. Jones y Mrs. Robinson:
I

Aunque no me incumba y sea un neófito en la materia, quizá por deformación profesional, pienso que un judio que deseó la mujer de su prójimo antes que Dios entregara a Moisés las Tablas de la Ley, en el monte Sinaí, no cometió pecado y que el que incurrió en el mismo desacato, después de esa revelación y antes de la venida de Jesús, quedó excluido de la salvación. Se trata, finalmente, de una admonición que afecta solamente a los hombres. Es posible que estas afirmaciones puedan ser refutadas por un teólogo, pero ahí están, a merced de los vientos.

II
Es curioso que el mero hecho de desear algo sea motivo de condena. El derecho es más simple. Si deseo el buey o el asno de mi prójimo pero no intento apropiármelo no cometo delito. Además, este mandamiento desvaloriza la mujer deseada cuando la pone al nivel de una casa, un campo, un buey o un asno. También desvaloriza al siervo o sierva. En estos casos, la mujer y el siervo no son personas sino pertenencias del prójimo. Nuestro Código Penal, siguiendo la tradición cristiana, sancionaba el adulterio, pero solamente el de la mujer; pero actualmente esa disposición está derogada.

III
La vida real, el cine, la literatura nos ofrecen historias de hombres, jóvenes o mayores que desearon la mujer del prójimo, por propio encantamiento o por haber correspondido a la seducción de la mujer ajena deseada. Mi amigo Ramiro me sugirió cierta tarde que visitáramos a unas amigas del barrio. -A esta hora no están en casa- respondí, sin interés. -Por lo mismo, la señora X está sola; seguramente nos invitará a esperarlas en su casa y nos ofrecerá algo de beber. Podremos observarla a nuestro gusto- dijo. Acepté de inmediato: la madre era mucho más atractiva que sus hijas.

IV
La señora X nos autorizó a escuchar música mientras esperamos. El locutor anuncia “Me and Mrs. Jones” y Ramiro se apresura a subir el volumen del aparato para asegurarse que la señora X escuche la letra: “La señora Jones y yo tenemos un affaire. Sabemos que está mal pero es demasiado fuerte para que podamos evitarlo. Nos reunimos cada día en el mismo café a la misma hora, hacemos planes...”. La señora X, la mujer madura, no asoció la letra de la canción con nuestra adolescente presencia. Debimos conformarnos con compartir con nuestras amigas y nunca más tocamos el tema.


V
En El Graduado, la película de Mike Nichols, 1967, el joven Benjamín Braddock (el debutante Dustín Hoffman) es seducido por la señora Robinson (Ann Bancroft), durante la celebración familiar de su graduación. El esposo de Mrs. Robinson es socio del padre de Benjamín y quiere que su hija se comprometa con el joven. La señora Robinson tiene otros planes. La música del film pertenece a Paul Simon y Art.Garfunkel y, aunque la canción Mrs. Robertson es una de las más populares, nada nos aporta al tema del adulterio, salvo sus famosos y alegres "¡wo, wo, wo!” o "¡hey, hey, hey!"

Wednesday, November 11, 2009

LA LINEA DE SOMBRA, DERROTERO DE UN RITO


La linea de sombra es una de las primeras cincuenta novelas que puse a la venta en mi blog http://www.vendomibiblioteca.blogspot.com/. Me parece buena idea vincular ambos blogs publicando las notas que siguen, que tomé del sitio http://www.letralia.com/. Esto me permite, además, alejarme un momento de la contingencia y volver a la literatura que tenía un tanto olvidada:


La línea de sombra, derrotero de un rito
Notas sobre un relato de Joseph Conrad


Luis Alejandro Contreras

Si bien es cierto que La línea de sombra es una narración que muestra, sin excesivos ambages y en una diáfana “línea” de desarrollo, cuál es la intención primordial de su asunto (que no es otro que la experiencia de migración de un estado vivencial a otro en el ser humano —aun cuando la modestia de Conrad le haga acotar que se trata de la experiencia de un individuo “en un estado particular”—, tampoco deja de ser cierto que esta breve obra resulta ser un complejo enjambre de reminiscencias que se extienden mucho más allá de la mera proposición o enunciado de su asunto (el mismo Conrad admite, en la nota que precede al relato, que “...es, no obstante su brevedad, una obra bastante compleja...”).
La verdadera riqueza de La línea de sombradescansa en lo que “se dice” por intermedio de las reminiscencias del verbo. Pero hagamos un alto en este punto y démosle un vistazo al paisaje para, luego volver con nuevos bríos a la avenida principal. El verbo tiene un sentido. Y hay un sentido en el que todos, mal que bien, nos podemos emplazar, bien sea para encontrarnos, bien para desencontrarnos. Pero el verbo tambiénes sentido; experiencia vivida revelada en la palabra. Y de la conjunción del verbo con el verbo surge una recreación del sentido de la vida. Se produce un acercamiento entre nuestro íntimo presente y la imagen que albergamos de nuestros soledosos e individuados pasos por el mundo en el camino hacia la muerte. Y este sentido de nuestro paso por el mundo se hace arte en la palabra, a merced de la palabra misma. Espero no será difícil advertir la enorme distancia que media entre ese sentido de la vida de que hablo y las nociones del “sentido de la vida” que enarbolan ciertas posturas moralistas o filosofantes, en las que el afán de querer explicar absolutamente todo revela una intensa sed de manipular conciencias.
Retornando a la avenida principal, al postular que la riqueza de La línea de sombra deviene de las reminiscencias del verbo, hemos querido decir que nos parece imposible leer esta obra sin que se produzcan resonancias en nuestra interioridad; resonancias que, obviamente, nos dicen mucho más que las externas peripecias de un joven marino recientemente nombrado capitán. Hay un tono arquetípico evidente en la obra. En la primera página del relato nos lo advierte Conrad, cuando al referirse a su vivencia —puesto que se trata de una confesión, no hay que olvidarlo—, la adjetiva como universal; claro está, salvando las distancias que median de individuo a individuo. Y todas las metáforas, imágenes y símbolos e, inclusive, los diversos planos de acontecimientos del relato (que no tienen otra finalidad que la de ser metáforas, imágenes y símbolos), contribuyen a labrar el tono arquetípico de lo que se nos narra.
Particularmente, se nos representa este relato como la descripción, el itinerario de un rito de iniciación. La iniciación del joven que ha de tomar el mando de su propio yo. Y, quizás, esto no signifique mucho dentro del marco de la naturaleza, excepto para nosotros mismos. Es el paso inevitable que todo joven ha de dar, sea cual sea la vida que viva. A menos que decida quedarse en el umbral.

“...Pero, tan pronto comprendí que en aquel viejo y estéril universo, objeto de mi descontento, existía algo así como un mando que tomar, recobré mis facultades locomotivas...”, dice el joven capitán.
Es el inexorable camino de la existencia. No hay otro. Tarde o temprano debemos enfrentarnos al hecho de tomar nuestro propio derrotero. No podemos negarlo. Debemos ir hacia él. O él vendrá hacia nosotros. Y vaya usted a saber lo que resulte en cada caso. Se manifiesta como una imperiosa necesidad de cambio, una urgencia de librar esa línea de sombra que se abre ante nuestro horizonte. E implica una transformación.
La aparición y la figura del capitán Giles puede parangonarse a la de un chamán, un iniciador. Recordemos que la primera impresión que produce en el joven es la de un sacristán; un hombre de quien se pueden esperar prudentes consejos. Es, además, un perito, un “conocedor”. Sin embargo, es más que consejo lo que le ofrece al joven. Lo prepara. Le abre las puertas del camino a seguir y lo conmina a adentrarse en él. Y más no puede hacer. El joven ha de aventurarse en la soledad de la experiencia. Debe pasar por el trance que entraña el tomar las riendas del sí mismo.
Pues bien, es aquí donde la gran virtud creadora de un escritor llamado Conrad hace su aparición y comienza a hacer de las suyas. Porque todos los sucesos del relato, bien sean intrínsecos o extrínsecos a la persona de este joven capitán, se nos revelan en una suerte de consubstanciación. Y no todos los hombres (para no decir muy pocos) han sido obsequiados con ese don de la palabra que nos puede despertar las resonancias de las experiencias. Esta consubstanciación es un tono permanente del relato. Nos encontramos con todo un cúmulo de analogías entre ese camino de penetración en la búsqueda de sí mismo que debe emprender nuestro joven personaje, y el camino que —a brazo partido— debe abrirse en el mundo exterior. En este sentido, podemos decir que el barco del que toma posesión es una imagen de su propio yo. Y para llegar a “aquel barco desconocido” debe aventurarse por una región de “tierras anfractuosas”. Este paso por regiones anfractuosas es una imagen del camino tortuoso de toda iniciación.
¿Y no hay, también, una analogía entre la posesión del barco y la posesión del sí mismo cuando, al hacerle entrega de su nombramiento, el capitán Ellis le dice al novel capitán: “Ya es usted dueño de sí mismo”?

Uno de los pasajes que nos despiertan más vívidamente esas reminiscencias del verbo a que hacemos alusión al inicio de este escrito, es aquel en que el joven capitán ha de afrontar, junto a su tripulación, el acaecimiento de una larga calma chicha, impidiendo la partida de su barco a otros derroteros; este pasaje que no es sino una representación del trance por el que ha de pasar todo iniciado. No nos es posible medir la longitud o el espesor de esa línea de sombra. En todo caso, no es tan corta o tan delgada como para que el cruzarla no nos genere conmociones.
Las imágenes con que nos obsequia Conrad tienen la cualidad del susurro. Aquí va otra, que citamos por puro gusto:
“...El chasquido de nuestras amarras al caer al agua transformó por completo mis sentimientos. Era como el alivio imperfecto de un hombre que sale de una pesadilla...”.
Esto lo dice nuestro personaje luego de desprenderse del puerto plagado de peste, tras una larga espera. Es la imagen de un joven ansioso por iniciarse; la imagen del momento en que nos desprendemos del último puerto de la juventud, para iniciarnos, por nuestros propios pasos, en el océano de la vida.

En suma, cuando Conrad nos habla del alma del mando, se refiere no sólo al desempeño del hombre entre los hombres, sino al mando y desempeño del hombre sobre sí mismo.
Si no tenemos mando sobre el barco que somos, si andamos a la deriva, si no sabemos vérnoslas con el velamen de nuestra interioridad, ¿cómo podemos manifestarnos ante los hombres? ¿y cómo pretender el mando de nada de lo que se nos da en la vida?
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