Saturday, September 02, 2006

SEPTIEMBRE


Septiembre es en Chile época de esperanza, de fiestas y de conmemoraciones. Por de pronto, están las fiestas patrias, el “18”, la parada militar, las fondas, los volantines, las empanadas, el vino tinto y la chicha. Un día 4 de Septiembre vencieron en las urnas los presidentes Jorge Alessandri, Eduardo Frei y Salvador Allende. El 11 de Septiembre de 1973 es derrocado y muere en la Moneda Salvador Allende. Momentos antes, el Palacio de Gobierno había sido bombardeado por aviones de la FACH. En otro 11 de Septiembre trágico, el del 2001, las Torres Gemelas de Nueva York son atacadas y derribadas por otros aviones que son estrellados contra ellas, el segundo, ante la mirada atónita del mundo que siguen su trayectoria, en directo por televisión. Pero en Chile Septiembre es siempre sinónimo de primavera.

En esta edición recordaremos dos de esos acontecimientos: el triunfo de Allende, el 4 de Septiembre de 1970 y el 11 de Septiembre de 2001, analizado por José Saramago, en un artículo titulado “El factor Dios”, que publicó “El País”, de España, el 18 de Septiembre de 2001, una semana después de ocurrido el atentado. “LdeF” publica íntegramente este artículo porque se cumplen 5 años de la tragedia y porque desafortunadamente para la humanidad, conserva toda su actualidad.

Con el spot “El hombre imaginario”, iniciaremos un espacio permanente para incentivar la lectura de la poesía. Comenzaremos este ciclo publicando uno de los poemas más populares de Nicanor Parra, junto a una breve presentación de su autor. En spot separado, publicaremos un artículo de Ignacio Valente, publicado en “El Mercurio”, el 7 de Julio de 1991, que no está en internet y que conservo en mi archivo personal.

EL HOMBRE INVISIBLE DIFAMADO


“Las facultades mentales definidas como analíticas son, en si mismas, muy difíciles de analizar. Las captamos, únicamente, por sus efectos. De ellas conocemos, entre otras cosas, que siempre son para el que las posee, --en grado extraordinario-- una fuente de vivísimo deleite. (De: “Doble crimen en la calle Morgue”, Edgar Allan Poe.

Les conté la historia de mis lentes de contacto. Luego de ese episodio comencé una nueva vida. Mis primeros días fueron felices, me di muchas vueltas de carnero, di saltos mortales, me duché, pero para ser sincero pronto anduve entre el “de alguna manera tendré que olvidarte”, de Auté, y el “no hago otra cosa que pensar en ti”, de Serrat, y, al poco tiempo, comencé a tener ganas de ver a mi novia, a la que había evitado, desde entonces.
Una tarde salí a trotar, pero en vez de ir al parque dejé que mis zapatillas decidieran la ruta. Yo no me explico como las zapatillas, que nunca fueron a la casa de mi novia, me transportaron hasta la esquina de su casa. Estaba allí, parado, sin saber que hacer, cuando sonó mi celular. Para mi sorpresa era ella. -“¡Hola flaco! ¿cómo estás? Que gusto de verte!, ven, estoy sola”; --“¡Qué pena!, pero no puedo; estoy lejos, en una reunión, tengo para rato...”. --“Flaco, no seas payaso, te estoy mirando; estoy en el balcón. Bajo a abrirte. Cuando abrió, ya estaba parado, pensando que había cometido un error (por culpa de estas zapatillas entrometidas). Tenía un problema filosófico, transgredí la línea trazada, que había jurado, es decir, prometido (soy agnóstico) respetar. Mi novia, que recién había leído un spot de “Línea de Flotación” me miró y copiando a Klaus Kinski, me dijo: “No te quedes allí parado como un estúpido” y, luego, literalmente me “remolcó” al interior. Mi novia estaba hermosa y desnuda bajo su bata. --“Me pillaste pilucha. Ven, acompáñame, me voy a vestir”. Subimos al segundo piso y entramos a su dormitorio, pero mi novia en vez de vestirse se sacó la bata y me la tiro por la cabeza. Yo, ingenuo, creí que lo hizo para evitar que la viera desnuda y, respetuoso, como soy, no me la saqué esperando que me avisara que ya podía mirar. En vez de eso recibí un zapatazo y liego otro. Me quedé aguardando el tercero, pero me acordé que mi novia tiene solo dos piernas y me quité la bata de encima.
Mi novia estaba desnuda, colocando un disco en su equipo de música. Empezó a sonar eso de “you can leave your hat on”, y comprendí el mensaje, decidí vivir el momento y dejar la filosofía para el bajativo. --“¡Baila flaco, baila!”, gritaba ella, entre aplausos, sentada en la cama. Me quité la casaca del buzo, la blandí por sobre mi cabeza al ritmo de la música y la lancé al aire, de modo que cayera sobre mi novia. La casaca tomó altura, pero en vez de caer quedó suspendida en el aire, contradiciendo la ley de gravedad, ante nuestro asombro. De pronto, mi casaca se agitó por su cuenta y reanudo su viaje, solo que en vez de dirigirse a la cabeza de mi novia, salió disparada a la calle, por la ventana.
A veces pienso que mi novia no tiene cerebro. En vez de preocuparse del fenómeno paranormal que había ocurrido ante nuestros ojos, se precipito a la ventana para ver donde había caído mi casaca. En esos momentos escuché desde el exterior el pregón del señor de las verduras “¡Va a querer plátanos, manzanas, verduras la caserita!”. Luego la voz de mi novia: “¡Caserito!, ¿podría tirarme para arriba esa casaca que se me cayó”? --“¡Yo a Ud. le tiro todo lo que quiera, caserita!” Alguien grito ¡Mejor baja a buscarla!“; y otro preguntó ¿”Y también se cayó la otra ropita?" Oí exclamaciones, carcajadas, alboroto. Según supe después --en entre tanto se juntó gente bajo la ventana--, vista desde abajo mi novia, generosa, exhibía al populacho sus bellos senos, sus brazos colgantes (en ademán de pedir algo) y su cabello sobre su rostro. Desde mi sitial, mi novia inclinada en el balcón hacia el exterior, doblada en dos, a la altura del abdomen, exhibía, para mi exclusivo deleite, el más hermoso trasero que había visto. Si digo que en esos momentos decidí acercarme a la ventana, todos ustedes, canallas libidinosos, pensaran que lo hice con torcidas y perversas intenciones, pero no, yo sólo quería entrar a mi novia, que estaba parcialmente afuera, cerrar la ventana y tratar de entender lo sucedido. Me importaba un bledo mi casaca. En el momento que llegué junto a ella, se dio vuelta y me pegó una bofetada en la cara. --“Que te pasa Cloti, ¿te volviste loca?”, le pregunté, dolorido. --“¡Así no, flaco, yo no soy una cualquiera!”, me gritó iracunda. “Lo que pasa es que no tienes cerebro”, le retruque, y me fui, indignado.
Salí de la casa, recuperé la chaqueta y le exigí a mis zapatillas que me llevaran a mi casa. En vez de obedecerme, cruzaron la plaza y entraron a una cervecería, a dos cuadras de la casa de mi novia. Me sentí sediento, pedí un schop y me senté a meditar. En eso suena el teléfono y tengo a mi novia vociferando al otro extremo: “¿Donde estás miserable? ¡Vuelve de inmediato!, no te distes cuenta que hoy paso algo extraordinario en mi pieza?. ¡Tenemos que encontrarle una explicación!”. Recordé que mi novia tenía la manía de empilucharse y ya tenía bastante por hoy. Le dije “mira Cloti, si quieres conversar conmigo, vente aquí, al lado de la plaza, donde trabaja el Augusto Dupin”. Cuando mi novia se sentó a mi lado, nos quedamos largo rato en silencio, nos mirábamos fijamente. ¿Tuvimos, acaso, un malentendido?. “Estás muy linda”, pensé o tal vez le dije, en voz baja. Traté ver en sus ojos, reflejado, el tipo que ella ve cuando me mira, pero no vi nada, pero no porque yo sea un cegatón, como piensan algunos cretinos, sino porque mi novia tenía sus ojos cerrados. De pronto se paro con un vaso en la mano, yo me abalancé sobre ella para evitar que se lo lanzara a alguien, como hizo Monserrat en esa historia que leí en el blog, pero solo quería un poco de agua.
Hizo un gesto como de empezar a hablar pero yo me anticipé y le espeté la siguiente pregunta, modulando las palabras cuidadosamente, para evitar confusiones, ya que mi novia dice que yo hablo como Werner Herzig, atolondradamente, como escupiendo las palabras: “Primero me explicas porque me pegaste” dije, con vehemencia. Respuesta de mi novia, (pongan mucha atención porque estamos llegando al corazón de este relato): "¿Cómo tienes cara para preguntármelo, miserable, porque iba a ser, simplemente (me estaba remedando) porque no acepto que un desconocido me agarre el poto cuando se le frunza”. La respuesta de mi novia me dejó patitieso. Yo sé que a ella le carga que le toquen el trasero. Me lo contó ella mismo, no una, cien veces, a veces pienso que le encanta contarlo. Viaja todas las mañanas en micro, a eso de las siete de la mañana. A esa hora la micro se llena de obreros que se apretujan unos a otros y si hay una otra los unos a la otra. A mi novia le carga que la CUT se entretenga con su trasero. Tiene toda la razón, pero yo no soy un desconocido. Bueno, dice que me comporté como si lo fuera. Cuando le conté mi versión, no quería creerme. Cuando finalmente aceptó mis explicaciones, dijo que “entonces tenemos dos misterios y no uno”.
Mis zapatillas son muy astutas, lo reconozco, porque este misterio era como para planteárselo al Augusto Dupin. Mi amigo es detective privado, pero en la temporada baja, le administra la cervecería al Paco Tilla, un policía que luego de su retiro instaló este negocio. El Paco le enseñó al Augusto todo lo que sabe, es su maestro. En el barrio no lo quieren; el Poncho dice que el Augusto es un barsa. El otro día nos topamos en el metro y le conté que había visto al Augusto en la cervecería de la plaza. El Poncho me dijo: “Mira flaco, para comprobar que es un fantoche basta escucharlo quince minutos. Mira, según Paz Ciudadana en Chile se cometen al año cientos, miles, de delitos con armas blancas y de fuego, pero en el año 2005 no se cometió ninguno con arsénico. Sin embargo, en todas las historias del Augusto la víctima es ¡envenenada!”. Así será, pero a mi me cae bien, es buena onda y me entretengo con sus aventuras. En todo caso ya es tarde, mandé a buscarlo.
Augusto llegó con tres schops, para darse el gusto de compartirlos (gentileza de la casa) con nosotros. Cuando le contamos todo lo que Uds. ya saben, se quedó pensativo, luego sonrió y nos agradeció la oportunidad que le dábamos al entregarle la solución de un caso que lo haría célebre. Nos dijo que lo primero era su constitución en el lugar de los hechos y una reconstitución de escena. Quedamos de acuerdo en reunirnos, al día siguiente, en la casa de mi novia.
Augusto es un buen dibujante, en un dos por tres seis, dibujó la habitación, los muebles, los sofás, la cama, las ventanas, nuestras respectivas posiciones y se cuidó de dibujar a mi novia, desnuda, sentada en la cama. Tomó luego las medidas, el ancho, el largo y el alto de la habitación, hizo las parábolas de los proyectiles (mi casaca, que pesó cuidadosamente), reviso el closet y verificó los accesos, midió la luz y dijo varias veces “hum...humm...” Concluida esta primera etapa, nos interrogó por separado y conjuntamente, evitando lo de la bofetada.
La reconstitución de escena fue muy sencilla, aunque, con los nervios, tuve que repetirla tres veces. Luego, Augusto preguntó a mi novia si había “reconocido” mi mano. La Cloti me miró con ternura, se le llenaron los ojitos de lagrimitas, miró al maestro y dijo “no fue el flaco, la otra mano era más grande, los dedos más fuertes, más insolentes, sin cariño”. Augusto gritó “¡viva!” y se puso a dar grandes zancadas por la habitación aplaudiéndose a si mismo, eufórico. “Me voy, dijo, mañana haremos la prueba final. Necesitaremos una botella de buen vino y dos vasos”.
Al día siguiente nos reunimos a la hora señalada en el dormitorio de mi novia, mi amigo sirvió dos vasos de vino, se empinó uno al seco, hizo comentarios elogiosos y muy exagerados de la calidad del vino, no me dejó tomar el mio y nos hizo salir de la habitación. Nos quedamos en silencio al lado afuera del dormitorio y, cuando habían transcurrido quince minutos, nos hizo entrar. Miramos a la mesa y vimos asombrados los dos vasos vacíos. “Cloti, no te asustes, te voy a decir algo. Dicen que Santo Tomás de Aquino afirmó que hay que ver para creer, pero si esto fuere verdadero no podríamos creer en el hombre invisible, precisamente porque no lo podemos ver. Sin embargo, el hombre invisible nos ha jugado una broma”. Mi problema es que no lo puedo capturar, pero el caso está cerrado”. No admitió reparos. Te sugiero flaco que te lleves a la Cloti a tu casa, mientras veo que hago ahora.
En el momento que salimos de la casa de mi novia supe que ella nunca más tendría problemas con el hombre invisible. Para salir de la casa, desde el interior del dormitorio de Cloti. teníamos que abrir tres puertas; la del dormitorio, la de la mampara y la de la calle. Mi novia estaba tan impactada por lo ocurrido que, virtualmente, el Augusto, que además de astuto, es muy comedido, la saco en vilo de la casa, luego, supuso que, en cada oportunidad, yo abrí las puertas, pero se fueron abriendo solas, como en un mall. Fue pura intuición, me tincó que el hombre invisible, tal vez impactado por el talento de mi amigo ¡se fue con él!.
El tiempo me dio la razón. Augusto le contó a medio mundo su proeza. Al comienzo fue blanco de la burla de sus amigos, hasta que estos comenzaron a percibir que en la casa del sabueso ocurrían hechos extraordinarios. Se dijo que la casa estaba embrujada, que habían fantasmas, entierros, que esto, que lo otro. La tesis de la presencia del hombre invisible comenzó a ganar terreno. Lo concreto fue que Augusto organizó una fiesta de cumpleaños, anunciando que su huésped estaba invitado en forma especial. Existía una gran expectación, la que se justificó plenamente. Los invitados vieron, sin poder creerlo, como una bandeja se paseó toda la noche sirviendo manjares y licores a los amigos de Augusto, aunque, poco a poco, se fueron acostumbrando a la situación. . Bueno, ahora todos saben que el hombre invisible existe, pero ya nadie visita la casa de Augusto. Por su parte nuestro amigo está prácticamente recluido en su casa, sale lo estrictamente necesario, puertas y ventanas están permanentemente cerradas. La conducta de Augusto comenzó a despertar sospecha. Su novia le exigió que se deshiciera del hombre invisible. Algunos creen que no pudo hacerlo y otros que no quiso. Se veía venir, y todo por culpa del hombre invisible.
Lo único que faltaba, ahora andan diciendo que el Augusto es FLETO.

LA CAMPAÑA DE 1970


En el año 1964 intenté integrarme a la campaña presidencial sin éxito. En esa época era miembro del “Movimiento de Izquierda Nacional”, escindido del Grupo Universitario Radical, en repudio al ingreso del Partido Radical al gobierno de Alessandri y a la candidatura presidencial de Julio Durán, con apoyo de la derecha. Formaban parte de ese grupo, entre otros, Eduardo Trabucco, Edmundo Villarroel, Armando Arancibia, Roberto Cuellar y yo. Alrededor de un año antes la Juventud Radical y el grupo universitario sufrieron, por idénticas razones, un quiebre a nivel nacional. Producto de esa escisión nació el “Movimiento Social Progresista”, que, aunque tuvo una existencia efímera, fue tan poderoso, que ganó las elecciones de la Fech. A ese movimiento pertenecieron Julio Stuardo, Ricardo Lagos, Jorge Arrate, Juan Facuse, Arturo Barrios, Patricio Arias y otros. En su libro “Chile entre dos Alessandri”, Arturo Olavaria Bravo, no somos parientes, da cuenta de la importancia del movimiento estudiantil en la política de la época, da nombres y nos menciona expresamente, aunque, en mi caso, erróneamente. Desafortunadamente el tomo respectivo de la obra desapareció de mi biblioteca y eso me impide citarlo textualmente. Las escisiones de la Juventud Radical y de su grupo universitario fueron comentados profusamente en la prensa y por cronistas como Luis Hernández Parker y René Olivares. Durante la campaña del 64, el “Movimiento de Izquierda Nacional”, participó en una “convención” de independientes de izquierda que apoyaban la candidatura de Salvador Allende, que salvo sus efectos publicitarios, careció de toda importancia. El comando de Allende nos designó a Pablo Laso y a mí como apoderados generales -en un local de votación de mujeres de La Florida. Fue una experiencia atroz. Pablo, yo y los militares que lo resguardaban, éramos los únicos hombres en el local. Las mesas estaban instaladas en los pasillos de los cuatro pisos del colegio, las escaleras estaban abarrotadas de mujeres, no pudimos contactar a nuestras apoderadas, nunca vi tantas monjitas, cruz rojas y mujeres embarazadas juntas, como aquel 4 de Septiembre de 1964. Nos barrieron. No recuerdo haberme quedado para el recuento de votos, simplemente, desertamos.

La campaña presidencial de 1970 fue muy breve. Salvador Allende fue designado candidato de la UP el 22 de Enero de 1970. Radomiro Tomic (PDC) y Jorge Alessandri (derecha) habían sido proclamados candidatos a la presidencia de la República, en Agosto y en Noviembre de 1969, respectivamente. En Febrero de 1970, una encuesta de opinión pública daba a Jorge Alessandri, como ganador, con el 43%, sobre Radomiro Tomic, el 24% y Salvador Allende, el 15%.

Para evitar que me sucediera lo mismo en la campaña de 1970, tan pronto como la Unidad Popular designó a Salvador Allende como su candidato, siguiendo instrucciones públicas del Comando, un grupo de amigos vecinos de La Reina, constituimos, por nuestra cuenta, sin intervención de partidos, nuestro propio comando. Desde entonces, la comuna de La Reina cambió mucho. Desde Vicente Pérez Rosales al oriente sólo habían parcelas, todos los caminos conducían a la Villa Paidahue, la última residencia del Presidente Juan Antonio Rios, en Alvaro Casanova, y, con el tiempo, ya en esos años, a “Las Brujas”, al final de Príncipe de Gales.

En la calle Príncipe de Gales, entre Monseñor Edwars y Ramón Laval, frente a lo que es hoy el Tavellí, vivía la familia Quiroz, un matrimonio y dos hijos, Amaro y su hermana Lupe: ella y su esposo, Lucho Norambuena tenían un negocio de abarrotes en Príncipe de Gales con Nocedal; por lo que eran muy conocidos en el barrio. Al frente de esta familia, en la acera sur de Príncipe de Gales, entre las mismas calles, vivían otras familias partidarias de Allende, la de don Manuel Contreras Moroso, un viejo abogado, que fue unos de los fundadores del Partido Socialista, la de Máximo Lillo, consuegro de don Manuel, militante socialista, Laura Edwards, Aída di Biaggio y Erica Alvarez. Al lado de los Quiroz vivían Eduardo Zbindes y su familia. Nos agrupamos por manzanas, en dos grupos, al norte y al sur de Príncipe de Gales. En nuestra primera reunión acordamos constituir un tercer comité en la manzana de Monseñor Edwards, La Calada, Ramón Laval y Reina Victoria. Confeccionamos volantes invitando a una reunión constitutiva y los dejamos en las casas. La reunión fue un éxito, a la hora fijado llegaron unos diez vecinos, todos se conocían entre sí, al menos de vista. Estaban felices de haber sido invitados, se vivieron momentos emotivos, muchos saludos y abrazos. Entre los asistentes, estaban Hugo del Rio, un funcionario del Juzgado de Policía Local de Las Condes, y Carmen, su esposa, el abogado Miguel Villarroel y Gloria Aguirre, su esposa, Nicolás Alejandropoulos y Chichi, su esposa. Antes de un mes teníamos tres comités y seguimos constituyendo otros en la zona norponiente de la comuna.

Un día le conté a Oscar Waiss, lo que estábamos haciendo en La Reina y, al poco tiempo, los dirigentes del comando comunal Daniel Vergara (PC) y Belarmino Elgueta (PS), me invitaron a integrarme al comando como independiente. Para el comando era una noticia positiva que en esta zona de la comuna se hubieren constituidos comités de base, ya que los partidos privilegiaban el trabajo en sectores populares, como Villa La Reina, densamente poblados, donde la Unidad Popular podía competir con ventajas.

El comando comunal de La Reina funcionaba en una casa de la calle Valladolid, que había pertenecido a Pablo de Rokha.

La campaña transcurrió sin tropiezos. Hubo solo un incidente lamentable. El comando central invitó a Santiago a jóvenes de distintas comunas del país que no conocían la capital. La idea era que tomaran contacto con jóvenes santiaguinos y que participaran en actividades propagandísticas. A la comuna de La Reina fueron asignados unos 50 muchachos. Para nosotros era un cacho, porque no teníamos actividades que pudiéramos compartir con ellos. Se suponía que por su edad, la mayor fortaleza de esos jóvenes era la pintura mural. Nosotros, en cambio, solo permitíamos la pintura mural en lugares expresa autorizados por los vecinos. Teníamos nuestra propia brigada de muralistas, a cargo de Aída di Biaggio y Máximo Lillo Jr, que estaba al nivel de la Ramona Parra o la Elmo Catalán, por lo que no necesitábamos ayuda externa. Daniel Vergara me pidió que me hiciera cargo del grupo y que los entretuviera al menos durante una jornada. No nos quedó otra alternativa que organizar una salida para pintar los pocos muros que teníamos, sabiendo que no podíamos satisfacer las expectativas de los inoportunos brigadistas. Antes de iniciar la actividad les advertí que no se podían tocar los muros de los vecinos, ni vulnerar la propaganda domiciliaria. Les dije que, a la primera infracción a estas instrucciones la actividad se cancelaba de inmediato, puesto que ellos iban a regresar a sus regiones y nosotros nos quedábamos hasta el final. En un momento determinado un grupo se detuvo frente a una casa que tenía un gran letrero de Alessandri. Entre la reja de fierro exterior y la casa habría unos tres metros, y es posible que el dueño de casa se haya sentido lo suficientemente amedrentado, como para buscar un arma y salir a la calle dispuesto a disparar. Lo concreto es que ni la casa ni la propaganda de dicho vecino había sido dañada y que el grupo ya había reiniciado su marcha cuando hizo el disparo. Un muchacho cayó herido a unos 20 metros de la casa. El vecino se refugió de inmediato en su casa y los muchachos se abalanzaron contra la reja exterior y comenzaron a empujarla, en medio de gritos e improperios. Mientras duró esta actividad, el Papo Quiroz y yo nos mantuvimos desplazándonos en un automóvil, atento a los desplazamientos de los muchachos, de modo que nos dimos cuenta de inmediato de lo ocurrido. Amaro se llevó al muchacho a una posta, afortunadamente se trataba de una herida leve en la pìerna, y, yo me interpuse enérgicamente entre la casa y el grupo. Les informé que el joven herido iba en camino a una posta, que al día siguiente íbamos a interponer una querella criminal y les ordené que se dirigieran de inmediato al comando comunal, donde nos reuniríamos en seguida. Luego llamé a Daniel Vergara para informarle lo ocurrido. Yo conocía a la hija del vecino que hizo el disparo, era la secretaria de Marina de Navasal, la que, años antes, por su intermedio, me había dado una entrevista para la revista “Ideario”, una publicación del Centro de Alumnos de la Escuela de Derechos, de la cuál era, entonces, uno de sus redactores, por lo que lamenté lo ocurrido.

El balance de la campaña fue muy positivo y ejemplar en muchos aspectos. Nuestra relación con los partidos fue de independencia, nunca se nos intentó manipular o copar. Las relaciones entre los integrantes del comando fueron excelentes, hicimos muchos amigos. Durante la campaña mantuvimos estupendas relaciones con los vecinos que adherían a los otros candidatos, nunca tuvimos conflictos de ningún tipo. Por esas cosas de la vida, el jefe de campaña de Alessandri en la comuna era don Hugo della Maggiore, el papá de mis amigas Patty y María Eugenia, que vivían en Reina Victoria con Ramón Laval. Los visitaba con frecuencia en plena campaña. Don Hugo me acogía con mucha gentileza, a pesar de conocer mis actividades. La gente de mi comando sabía de esta amistad y nadie se le paso por la cabeza censurarme. Más aún, en nuestras actividades sociales, hicimos muchas fiestas en ese periodo, invitábamos a nuestros amigos personales aunque no fueran partidarios de Allende. Mis amigos María Isabel O`Ryan, María Eugenia della Maggiora, Ricardo Mesa y Luis Klimpel, ninguno allendista, son testigos de lo que digo. Lo que me interesa resaltar es que en nuestra comuna no hubo un clima de odiosidades, de enfrentamientos, de ruptura, por el contrario, actuamos siempre con un espíritu de competencia, buscando el mejor resultado, conscientes que en esta comuna no podíamos ganar. La idea era dar la lucha y quitarles a nuestros adversarios la mayor cantidad de votos y lo conseguimos.

Por eso, el triunfo del 4 de Septiembre de 1970, fue nuestro triunfo y lo celebramos con la misma alegría con que habíamos afrontado la campaña.

Desafortunadamente, la campaña del año 1970 no fue para nada idílica. Solo para que nadie piense que este es un relato ingenuo, diré que se que no fue una contienda cívica entre ciudadanos que tenían distintas opciones. En la contienda intervinieron, aunque sin derecho a voto, los eternos poderes fácticos, en particular, la poderosa maquinaria del gobierno de Nixon, que invirtió en Chile sumas cuantiosas para evitar que hubiera elecciones, para impedir el triunfo de Allende, para impedir que fuera ratificado por el Congreso pleno, para impedir que asumiera el cargo, para impedir que cumpliera su mandato.

Por supuesto que no creo que la única causa del fracaso del gobierno de Allende haya sido la intervención exterior. En los orígenes de dicho fracaso está el sistema constitucional que no consultaba la segunda vuelta entre las dos primeras mayorías y sin duda el carácter de Salvador Allende, que siempre confió en su capacidad de maniobrar y su extrema lealtad hacia sus partidarios, lo que le impidió en enfrentarse a sectores que desbordaron su programa de gobierno.

El 11 de Septiembre de 1973, Daniel Vergara, junto a Fernando Flores, y Osvaldo Puccio padre e hijo, fueron detenido en el Ministerio de Defensa, a donde habían concurrido a parlamentar con los golpistas. Posteriormente fue enviado a la Isla Dawson y cuando se cerró esa prisión, fue expulsado del país, radicándose en la República Democrática Alemana, donde falleció. Belarmino se exilio en México. Su familia fue afectada brutalmente por el régimen de Pinochet. Su hijo Martín se encuentra entre los detenidos desaparecidos, Raimundo fue torturado durante varios meses en el centro de detención de la calle Londres. Su esposa, Yolanda Pinto fue una de las fundadoras de la Asociación de familiares detenidos desaparecidos.

Entre las razones que tuve para crear este blog estaba la de dar testimonio de mis experiencias personales. Durante la campaña que he comentado conocí a mucha gente y guardo de muchas personas los mejores recuerdos, Después que fue designado Subsecretario del Interior, Daniel Vergara fue a mi casa a visitarme, para poner su cargo a mi disposición y para agradecerme mi trabajo en la campaña. Este gesto tenía que ver con su forma de actuar donde primaba una sencillez y su humanidad. Daniel fue uno de los personajes más odiados por la oposición política, tal vez porque personas como él representaban un poco la filosofía del allendismo, la que permitía que personas de origen humilde accedieran al poder, reservados para exclusivas elites sociales. Cuando terminó la campaña, Belarmino Elgueta me pidió que ingresara al Partido Socialista y, contra toda norma, insistió que se me eligiera para formar parte de la dirección seccional de la comuna de La Reina. Me sentía incómodo con esas distinciones, puesto que para ser militante era previo tener la calidad de simpatizante por un año. Belarmino estimaba que con el trabajo realizado debía darse por cumplida esa exigencia y me dijo que era bueno que yo estuviera en la dirección por mis méritos mostrados durante la campaña. Mi ingreso por la venta produjo, pienso, cierto malestar entre algunos militantes, pero conté con el apoyo de la Juventud, entre los cuales están Raimundo Elgueta y Carlos Ominami. En mi biblioteca tengo algunos libros que pertenecieron a los Elgueta Pinto, que en un momento doloroso para su familia, me regaló Yolanda Pinto, que conservo hasta ahora, como un tesoro.

EL FACTOR DIOS


El 18 de septiembre de 2001, el diario “El País”, de España, publicó este artículo de José Saramago, sobre el atentado a las Torres Gemelas de Nueva York, ocurrido una semana antes. Han transcurrido cinco años desde su publicación y el alegato del escritor portugués mantiene su actualidad.
En algún lugar de la India. Una fila de piezas de artillería en posición. Atado a la boca de cada una de ellas hay un hombre. En primer plano de la fotografía, un oficial británico levanta la espada y va a dar orden de disparar. No disponemos de imágenes del efecto de los disparos, pero hasta la más obtusa de las imaginaciones podrá 'ver' cabezas y troncos dispersos por el campo de tiro, restos sanguinolentos, vísceras, miembros amputados. Los hombres eran rebeldes. En algún lugar de Angola. Dos soldados portugueses levantan por los brazos a un negro que quizá no esté muerto, otro soldado empuña un machete y se prepara para separar la cabeza del cuerpo. Esta es la primera fotografía. En la segunda, esta vez hay una segunda fotografía, la cabeza ya ha sido cortada, está clavada en un palo, y los soldados se ríen. El negro era un guerrillero. En algún lugar de Israel. Mientras algunos soldados israelíes inmovilizan a un palestino, otro militar le parte a martillazos los huesos de la mano derecha. El palestino había tirado piedras. Estados Unidos de América del Norte, ciudad de Nueva York. Dos aviones comerciales norteamericanos, secuestrados por terroristas relacionados con el integrismo islámico, se lanzan contra las torres del World Trade Center y las derriban. Por el mismo procedimiento un tercer avión causa daños enormes en el edificio del Pentágono, sede del poder bélico de Estados Unidos. Los muertos, enterrados entre los escombros, reducidos a migajas, volatilizados, se cuentan por millares.
Las fotografías de India, de Angola y de Israel nos lanzan el horror a la cara, las víctimas se nos muestran en el mismo momento de la tortura, de la agónica expectativa, de la muerte abyecta. En Nueva York, todo pareció irreal al principio, un episodio repetido y sin novedad de una catástrofe cinematográfica más, realmente arrebatadora por el grado de ilusión conseguido por el técnico de efectos especiales, pero limpio de estertores, de chorros de sangre, de carnes aplastadas, de huesos triturados, de mierda. El horror, escondido como un animal inmundo, esperó a que saliésemos de la estupefacción para saltarnos a la garganta. El horror dijo por primera vez 'aquí estoy' cuando aquellas personas se lanzaron al vacío como si acabasen de escoger una muerte que fuese suya. Ahora, el horror aparecerá a cada instante al remover una piedra, un trozo de pared, una chapa de aluminio retorcida, y será una cabeza irreconocible, un brazo, una pierna, un abdomen deshecho, un tórax aplastado. Pero hasta esto mismo es repetitivo y monótono, en cierto modo ya conocido por las imágenes que nos llegaron de aquella Ruanda- de-un-millón-de-muertos, de aquel Vietnam cocido a napalm, de aquellas ejecuciones en estadios llenos de gente, de aquellos linchamientos y apaleamientos, de aquellos soldados iraquíes sepultados vivos bajo toneladas de arena, de aquellas bombas atómicas que arrasaron y calcinaron Hiroshima y Nagasaki, de aquellos crematorios nazis vomitando cenizas, de aquellos camiones para retirar cadáveres como si se tratase de basura. Siempre tendremos que morir de algo, pero ya se ha perdido la cuenta de los seres humanos muertos de las peores maneras que los humanos han sido capaces de inventar. Una de ellas, la más criminal, la más absurda, la que más ofende a la simple razón, es aquella que, desde el principio de los tiempos y de las civilizaciones, manda matar en nombre de Dios. Ya se ha dicho que las religiones, todas ellas, sin excepción, nunca han servido para aproximar y congraciar a los hombres; que, por el contrario, han sido y siguen siendo causa de sufrimientos inenarrables, de matanzas, de monstruosas violencias físicas y espirituales que constituyen uno de los más tenebrosos capítulos de la miserable historia humana. Al menos en señal de respeto por la vida, deberíamos tener el valor de proclamar en todas las circunstancias esta verdad evidente y demostrable, pero la mayoría de los creyentes de cualquier religión no sólo fingen ignorarlo, sino que se yerguen iracundos e intolerantes contra aquellos para quienes Dios no es más que un nombre, nada más que un nombre, el nombre que, por miedo a morir, le pusimos un día y que vendría a dificultar nuestro paso a una humanización real. A cambio nos prometía paraísos y nos amenazaba con infiernos, tan falsos los unos como los otros, insultos descarados a una inteligencia y a un sentido común que tanto trabajo nos costó conseguir. Dice Nietzsche que todo estaría permitido si Dios no existiese, y yo respondo que precisamente por causa y en nombre de Dios es por lo que se ha permitido y justificado todo, principalmente lo peor, principalmente lo más horrendo y cruel. Durante siglos, la Inquisición fue, también, como hoy los talibán, una organización terrorista dedicada a interpretar perversamente textos sagrados que deberían merecer el respeto de quien en ellos decía creer, un monstruoso connubio pactado entre la Religión y el Estado contra la libertad de conciencia y contra el más humano de los derechos: el derecho a decir no, el derecho a la herejía, el derecho a escoger otra cosa, que sólo eso es lo que la palabra herejía significa.
Y, con todo, Dios es inocente. Inocente como algo que no existe, que no ha existido ni existirá nunca, inocente de haber creado un universo entero para colocar en él seres capaces de cometer los mayores crímenes para luego justificarlos diciendo que son celebraciones de su poder y de su gloria, mientras los muertos se van acumulando, estos de las torres gemelas de Nueva York, y todos los demás que, en nombre de un Dios convertido en asesino por la voluntad y por la acción de los hombres, han cubierto e insisten en cubrir de terror y sangre las páginas de la Historia. Los dioses, pienso yo, sólo existen en el cerebro humano, prosperan o se deterioran dentro del mismo universo que los ha inventado, pero el `factor Dios´, ese, está presente en la vida como si efectivamente fuese dueño y señor de ella. No es un dios, sino el `factor Dios´ el que se exhibe en los billetes de dólar y se muestra en los carteles que piden para América (la de Estados Unidos, no la otra...) la bendición divina. Y fue en el `factor Dios´ en lo que se transformó el dios islámico que lanzó contra las torres del World Trade Center los aviones de la revuelta contra los desprecios y de la venganza contra las humillaciones. Se dirá que un dios se dedicó a sembrar vientos y que otro dios responde ahora con tempestades. Es posible, y quizá sea cierto. Pero no han sido ellos, pobres dioses sin culpa, ha sido el `factor Dios´, ese que es terriblemente igual en todos los seres humanos donde quiera que estén y sea cual sea la religión que profesen, ese que ha intoxicado el pensamiento y abierto las puertas a las intolerancias más sórdidas, ese que no respeta sino aquello en lo que manda creer, el que después de presumir de haber hecho de la bestia un hombre acabó por hacer del hombre una bestia.
Al lector creyente (de cualquier creencia...) que haya conseguido soportar la repugnancia que probablemente le inspiren estas palabras, no le pido que se pase al ateísmo de quien las ha escrito. Simplemente le ruego que comprenda, con el sentimiento, si no puede ser con la razón, que, si hay Dios, hay un solo Dios, y que, en su relación con él, lo que menos importa es el nombre que le han enseñado a darle. Y que desconfíe del `factor Dios´. No le faltan enemigos al espíritu humano, mas ese es uno de los más pertinaces y corrosivos. Como ha quedado demostrado y desgraciadamente seguirá demostrándose.

EL HOMBRE IMAGINARIO




















El poema “El hombre imaginario”, de Nicanor Parra, el más viejo de los poetas jóvenes, fue incluido en “Hojas de Parra”, Ediciones Ganymenes, Stgo, 1985. El 5 de Septiembre cumplirá 92 años, y se encuentra de plena actualidad, con motivo de la exposición que se efectúa en el Centro Cultural del Palacio de La Moneda, llamada “Obras públicas”. El artículo que presentamos a continuación pertenece al crítico literario Ignacio Valente, publicado en “El Mercurio”, el 7 de Julio de 1991, que conservo en mi archivo personal y que no está publicado en Internet.



EL HOMBRE IMAGINARIO


Ignacio Valente



Con ocasión del justísimo Pre­mio Juan Rulfo, más que un ar­tículo panorámico de la poesía de Parra —¡he escrito tantos!— quiero ofrecer a! lector el comentario analítico de un solo poema suyo, “El hombre ima­ginario”. Se trata de un gran poema, "de antología”, excepcional en sí mismo por su calidad, excepcional también por su estilo dentro de la obra de Pa­rra puesto que no contiene acento al­guno de ironía ni critica de la vida, ni idioma coloquial, ni los demás ingre­diente que han dado en llamarse "antipoesía” Más bien es un lenguaje casi intemporal sin referencias concretas, el que expresa, revela un sentimiento no menos intemporal, una pena de amor Transcribo su texto:

El hombre imaginario
vive en una mansión imaginaria
rodeada de arbole imaginarios
a la orilla de un río imaginario
De los muros que son imaginarios
penden antiguos cuadros imaginarios
irreparables grietas imaginarias
que representan hechos ima­ginarios
ocurridos en mundos imagi­narios
en lugares y tiempos imagina­rios.
Toda las tardes imagi­narias
sube las escaleras imaginarias
se asoma al balcón imaginario
a mirar el paisaje imaginario
que con­siste en un valle imaginario
circun­dado de cerros imaginarios
Sombras imaginarias
vienen por el camino imaginario
entonando canciones imaginarias
a la muerte del sol imaginario
Y en las noches de luna Imaginaria
sueña con la mujer imaginaria
que le brindó su amor imaginario
vuelve a sentir el mismo dolor
ese mismo placer imaginario
y vuelve a palpitar
el corazón del hombre ima­ginario
Los cuatro primeros versos –la obertura temática del poema— hacen pensar en un simple juego de palabras, y por hábil que éste sea, uno se pregun­ta cómo se las arreglará el poeta para prolongar el mismo recurso del adjetivo “imaginario" sin llegar al tedio o a la insignificancia. Pero la presión de un sentimiento realísimo, de una atmósfera palpable, y de un lenguaje sin concesiones a la retórica ni al juego, empuja al poema —a la manera de un verdadero torrente y como por necesidad interna— a acumular una sucesiva y creciente carga de realidad a medida que se repite el adjetivo. a medida que salta de una repetición a otra sin conservar jamás et mismo significado; al
contrario, potenciando una repetición acumulativa de más y más realidad, tanto más tangible cuanto más “imaginaria”.

Sigamos su proceso verbal y mental. La segunda estrofa no dice “muros imaginarios”, como sería previsible, “muros que son imaginarios. El “que son” no sólo introduce variedad formal sino también –a través de la secuencia muros/ cuadros/ grietas/ he­chos/ mundos/ lugares/ tiempos— de­sencadena la multiplicación interna de universos imaginarios, cada uno distin­to e interior al otro, a la manera de ca­jas chinas. Ya el "irreparables grietas imaginarias” produce entre los dos adjetivos del nombre una relación extra­ñísima, la sensación de lo irreversible: ni siquiera la imaginación puede reparar lo que ella misma ha producido, hasta llegar a esos "lugares" y "tiempos”pos" ya inimaginables.

En la cumbre de esta proyección fantástica la tercera estrofa desciende bruscamente a tierra. El protagonista en su tarde imaginaria, retorna a la si­tuación lírica, existencial y desnuda. El sentimiento conductor del poema, a través de su adjetivo conductor, nos si­túa en la experiencia concreta del per­sonaje, que —paradojalmente— no tie­ne ya nada de imaginario: está en si­tuación. Y en cuanto ha alcanzado ya su momento existencial, las "sombras ima­ginarías" de la cuarta estrofa —en su secuencia caminos / canciones / muer­te / sol— vuelven a remontar el vuelo, tocando una nota que parece de ultra­tumba. No, no es ultratumba la palabra exacta, pero ya no se sabe de qué mundos provienen esas sombras crepusculares que atraviesan la estrofa. En todo caso, es un mundo donde imaginación y realidad han dejado de ser opuestas, e incluso han dejado de ser distintas: for­man la síntesis de una ultrarrealidad que, dicho sea de paso, nada tiene de surrealista, porque su proceso —el cre­cimiento sostenido e indefinido del ad­jetivo "imaginario"-- es muchísimo más simple que cualquier retruécano de metáforas improbables.La simplicidad extrema es un atributo esencial de este extraño texto, que se lo juega todo a una sola carta, un solo recurso, una sola palabra, y en vez de producir un anodino juego verbal, o siquiera un ingenioso desplazamiento"de sentidos, lo que produce es una sucesión de horizontes en movimientouniformemente acelerado: un verdadero ensanchamiento del mundo y de la experiencia, a través del más elemental de todos los procedimientos del lenguaje: la repetición.


Pero, por cierto, no hay tal repetición. Así como el adjetivo significa algo siempre distinto al ser refractado de verso en verso, también las estrofas tienen su propia identidad y progresión. La primera plantea el "estado de la cuestión", por decirlo con términos de la lógica escolástica; la segunda rompe la previsible rutina verbal del adjetivo, haciendo de el la llave de mundos concéntricos cuyos perímetros son cada vez mas remotos; la tercera nos pone de nuevo en la situación espacio-temporal originaria del
Personaje ya investido de universos en expansión; la cuarta recoge una resonancia del otro mundo, abriendo camino a la síntesis final.

Pues la quinta estrofa, sobre la cuál ha caído ya la noche, es de nuevo el hombre en situación, es el retorno último y definitivo a la realidad, y por ella, a la naturaleza íntima del poema: un poema de amor engendrado en el dolor, sentimiento que vierte su luz retrospectiva sobre todo el texto. El único sustantivo no adjetivado por lo imaginario es “dolor”, “ese mismo dolor” frente al cuál incluso el “placer” del amor pasado es imaginario. El dolor de amor es lo absoluto de este mundo de “imaginarios” relativos . El poema se cierra con ese palpitar final que es la negación misma de lo imaginario; es la persistente vida elemental del corazón, y con ella, la realidad pura, cuanto más pura cuanto más juegos de espejos y laberintos de la imaginación ha debido atravesar para encontrarse consigo mima.

MATICES


Estuve largo rato tratando de comprobar que no es lo mismo recordar algo que acordarse de ello. Lo anterior en relación a una canción de José Luis Perales, “Hoy me acordé de ti”. Mi tesis es que en el acto de recordar hay implícita una voluntad que se manifiesta en términos positivos mientras que en el de “acordarse” uno de algo, está excluida esa decisión, esto es, me acuerdo sin “querer” recordar, no diré contra mi voluntad, sí, a pesar de ella.
Este matiz no está en la reflexión de Perales, porque lo que sugiere el título de la canción no se condice con su letra: “Hoy he cerrado mi ventana y he pensado en ti/ quería recordarte esta mañana...” De acuerdo con esto, el título de la canción debió ser, sencillamente, “Hoy te recordé”, con lo que habría perdido el encanto de lo incierto, de la sorpresa, el detalle, aquellas pequeñas cosas que en la vida diaria de las personas, ponen en evidencia aquel hecho o aquella persona cuyo recuerdo espera, pacientemente, ser traída a la conciencia de quién se acuerda.
Joan Manuel Serrat canta a “Aquellas pequeñas cosas”, las que “uno cree que las mato el tiempo y la ausencia, pero su tren tomó pasaje de ida y vuelta”, las que aguardan “en un rincón, en un papel o en un cajón”... y que , “como un ladrón te acechan detrás de la puerta”.
No se puede hacer un inventario de esas pequeñas cosas, puesto que la subjetividad no tiene límites, pero conocemos cuál es el poder evocador de una puesta de sol, una fotografía, una canción o de la lluvia.
Los diccionarios que consulté no me permiten hacer una distinción de los dos vocablos, simplemente, el matiz no existe, la canción de Perales es correcta, pero sigo sosteniendo que no es lo mismo recordar o acordarse de alguien.
Quería escribir un spot sobre ese matiz. No fue posible y lo lamento.
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