Tuesday, April 29, 2008

BEBER A LA LUZ DE LA LUNA

MIENTRAS BEBO, SOLO, A LA LUZ DE LA LUNA

Un vaso de vino entre las flores;
bebo solo, sin amigo que me acompañe.
Levanto el vaso e invito a la luna;
con ella y con mi sombra seremos tres.
Pero la luna no acostumbra beber vino,
y mi perezosa sombra sólo sabe seguirme.
Festejemos, con mi amiga luna y mi sombra esclava,
mientras aún es primavera.
En las canciones que entono vibran rayos lunares;
en la danza que ensayo mi sombra se aferra y deshace.
Los tres juntos, antes de beber holgábamos;
ahora, ebrios, cada cual va por su lado.
¡Regocijémonos muchas horas todavía,
en nuestro extraño festín inanimado,
para encontrarnos al fin en el Rio de las Nubes¡

La primera vez que escuché el nombre del poeta chino Li Po, conocido también como Li Tai-pé, fué en un programa nocturno que muchos años atrás, cuando aún no existía la televisión, trasmitía la Radio Nuevo Mundo. Se llamaba “Poker de Ases”, y consistía en charlas de cuatro panelistas que trataban en cada emisión temas de carácter cultural. A pesar del tiempo transcurrido recuerdo con precisión el nombre de tres de ellos: el escritor Juan Enrique Délano, el periodista Alfredo Taborga y el profesor Carlos Fortín. Lo curioso es que no me acuerdo del cuarto integrante; es posible que en cada programa se invitara especialmente a un panelista.

En uno de estos programas, Juan Enrique Délano disertó sobre Li Po, de su obra, de su vida y de su fascinante personalidad. Fue el poeta más famoso y popular de la dinastía Tang, considerada la época de oro de la poesía china. Vivió entre los años 762 y 701, antes de Cristo. Un historiador de la literatura antigua, Klabund, sostiene que fue el más grande de los poetas líricos “de todos los tiempos y de todos los pueblos” (1).

Las mismas anécdotas que contó Juan Enrique Délano, esa noche, las encontré años después en la obra de Klabund “Historia de la Literatura” Li Po fue inmensamente popular, sin distinción de clases sociales. Frecuentaba los palacios de los príncipes y del Emperador, que se consideraba su amigo y lo colmaba de honores. Se cuenta en la tradición china que el Emperador, quién le había proporcionado un empleo en palacio y una renta, después de una orgía, transcribió con su propia pluma un poema que el poeta, completamente borracho, le dictó. En otra oportunidad, el Emperador entusiasmado con el genio del poeta, le regaló un traje de su propio guardarropa, el más alto honor que podía concederle. Li Po quiso compartir dicho honor con la gente que lo amaba, y recorrió las callejuelas y las tabernas de la ciudad. Se cuenta que, vestido con su traje imperial, ya ebrio de tanto brindar, se hizo rendir acatamiento como un Emperador y pronunció encendidos discursos, ante el pueblo congregado en torno suyo, hasta quedar tendido en algún lugar, en medio de la noche.

Li Po murió ahogado durante una excursión nocturna, al caer de una embarcación al mar, de noche y embriagado.


Una advertencia final: Cuando Li-Po habla del vino, se refiere a un licor que se extrae del arroz y no de la vid.

(1) Klabund, “Historia de la Literatura”, Editorial Labor, Barcelona, 1937. El grabado que ilustra este post está extraído de esta obra.


Friday, April 25, 2008

LAS FUGAS DE J. C. BRAUSER


Oscar Bravo Tesseo

J.C. Brauser acaba de fallecer a la edad de sesenta años. La muerte lo sorprendió, es un decir, pues incluso él mismo entendía que lo que quedaba era morirse, en una humilde pieza que ocupaba en una callejuela cercana a Skanstull, al Sur de Estocolmo. Vivía de una pensión, insuficiente como las hay pocas, otorgada por el estado sueco. Murió en la miseria y no deja nada de valor: un atado de cartas y un par de apuntes.

Del finado se puede decir que vivió mucho más del peligro y de la caridad ajena que del fruto de su trabajo. El golpe de estado de los militares lo encontró en Valdivia. Anduvo semanas, según tengo entendido, portando un revólver de calibre 32 en el bolsillo con el que imaginaba poder defenderse, mientras iba eludiendo la persecución. Hubo una orden de detención en la QUE figuraba el nombre Juan Carlos Brauser. Nunca se supo la causa. Un rumor si hubo: Brauser había tenido que dejar Santiago de prisa, para más detalles, a raíz de un baleo ocurrido en el interior de un cabaret de Recoleta, en agosto de 1973.

Hubo noches en que no tuvo donde cobijarse. Recurrió entonces a hoteles baratos que eran pocos. Visitó tambIén los prostíbulos locales. Si se podía, pasaba la noche con alguna de las mujeres. Decía que estas visitas a los sectores bajos de la ciudad le disminuían la sensación de sentirse perseguido. De madrugada, apenas levantaban el toque de queda, salía de escapada. Dejaba por todos lados cheques sin fondos los que iba recortando de un talonario que estaba por agotarse. Este método le permitió financiar una libertad que duraba cada día menos aunque aumentaba el número de sus perseguidores.

A fines de octubre de 1973 le quedaban tres cheques que empleó de la siguiente manera: Usó uno para comprar un pasaje de tren de primera clase a Santiago. Con el segundo negocio servicios de una puta, que de primeras amenazó con delatarlo a la policÍa. Era una de las estafadas por Brauser, aunque no le faltaba corazón. Accedió, al fin, a darle una última noche al crédito. Por cierto se puede argumentar que, habiendo caído ya la noche y próximo a entrar en vigor el toque de queda, a la mujer no le quedaba, por el lado de la demanda, más que la poca que le ofrecía Brauser. Mientras ella se sacaba la falda, Juan Carlos prometió volver con dinero en efectivo antes de mediodía del día siguiente. El último cheque lo dejó Brauser en reserva, con el proposito de financiar sus primeros días en Santiago.

No volvió con el dinero. La puta encontró, aunque eso fue varios meses más tarde, el revólver que Brauser cargaba consigo, previendo la ocasión de emplearlo en una posible defensa, tirado arriba de un ropero. Brauser no tuvo necesidad de gastar el último cheque. En un control en Los Angeles detuvieron a una docena de tipos, todos de aspecto dudoso, en opinión de los soldados que participaron en la operación. Entre ellos, algo apartado, silencioso y fumando, estaba Brauser.

La pérdida de la libertad resolvió desde luego su problema financiero. Le pegaron, hubo maltratos, eso es cierto. Pero sus captores asumieron, al mismo tiempo, la responsabilidad de su manutención. En lo siguiente no le faltó techo ni cama, ni dos comidas diarias tampoco.

"Si uno tiene inclinación a ver la dialéctica en las cosas" - confidenciaba Brauser, una de las veces que lo invité a tomar un café en el Xoko de Birkastan - "los militares, aunque cometían un delito al arrestarme, impidieron por otro lado, todos los que tendría que haber cometido yo de haber seguido en libertad".

Más tarde vino el proceso, la condena (de la cual no se conoce el motivo, ni parece que nadie necesitaba uno) algunos años en prisión, pueden haber sido dos, a lo más tres, luego llegó la infaltable protesta internacional, la liberación, y finalmente, la expulsión a Rumania, junto con varios cientos más. Por lo visto, tanto la dictadura propia como la solidaridad ajena tomaron a Brauser por un elemento radical al que había que perseguir o, en su defecto, proteger.

En Rumania se hizo universitario. Contó alguna vez que llegó a sacar un grado en historia europea y otro en castellano, aunque lo que le interesaba no era la historia ni las lenguas, sino la música. Se casó con una rumana, más joven que él. Muy linda, decía, puta, eso si, peor que un gato. Tuvieron un hijo. La rumana lo engañaba con otros hombres: chilenos, rumanos, checos, etcétera. Se desconocen los motivos de esta promiscuidad sin punto fijo en alguna nacionalidad. Ella me traicionaba con mis compatriotas y con todos los otros- argumentaba él - pues le caía más natural traicionar que no hacerlo. Con el tiempo, Brauser llegó a la conclusión, algo inesperada, que no le importaba el engaño.

"Era cómo si ella estuviera repartiendo también los cheques sin fondos que yo dejé en Valdivia" -trataba de explicarme - " Cómo si para poder respirar ella tuviera que abrirse de piernas y dejarse hacer. Lo de los chilenos creaba ciertos problemas: ¡Qué raza de indiscretos, de habladores, hermano!".

Un día cuando el hijo de ambos estaba por cumplir 10 años de edad observó que los típicos coches oscuros de la Securitat se aparcaban abajo, en la calle, cada vez que la joven esposa andaba en sus líos fuera de casa. Una tarde la vio bajar a ella de uno de esos coches oscuros. Le entró el miedo, preparó un equipaje sencillo, dejó una carta a la rumana y huyó a Suiza. De allí pasó a Alemania y a varios países más, entre ellos Francia, después estuvo en Italia y en Grecia. Su gira, que en parte se explicaba probablemente por una curiosidad que habría debido despertar sus estudios de historia europea, se fueron concentrando en las ciudades. Recorría estaciones de ferrocarril o de buses, mercados y bares. Creo entender, sin que Brauser me lo haya explicado, estas preferencias. En estos lugares se puede encontrar, bajo techo, sitios en los cuales no está prohibido sentarse a descansar o incluso a dormir, en ellos se encuentra comida barata (o restos de comida, para el caso) en ellos se puede apagar la sed, a veces se puede fumar y satisfacer otras necesidades. Se encuentra también en ellos algo que Brausen siempre buscó, acaso sin darse cuenta, de una manera casi animal o por instinto: esto es, la música.

Sin embargo, no todo era a satisfacción. A menudo dormía mal y terminó por sentirse cansado. Tenía miedo de que lo detuvieran por vagancia el día menos pensado. El calor lo irritaba, el hambre, que sentía a menudo, lo ponía mal, la falta de cuidados y de higiene lo enfermaba, la piel se le llenaba de infecciones. Echaba de menos al hijo y a la bella esposa rumana. Cuando una vez más estaba por morirse de hambre y de enfermedades indefinidas, algún conocido lo salvó y lo trajo a Suecia, a la seguridad que da el techo, la calefacción central y la ración de comida segura.

De Suecia no se movió. Nunca viajó a Chile, ni siquiera después de que Pinochet perdiera en su famoso plebiscito. De sus viajes por Europa, los que por cierto nunca repitió, lo único que recordaba siempre era un par de canciones, las cuales había oído por allí, entre Roma y Atenas y que ni siquiera supo como se llamaban.

"A veces, a menudo, bueno, casi todas las noches, en realidad cada vez que sueño, sueño esas melodías" - decía - "Es cómo si mi vida se hubiera quedado detenida (atada, fue la palabra que empleó) al sonido de de unos instrumentos de cuerda, aferrada a una idea fija, que no logro explicar."

En uno de nuestros últimos encuentros se explayó aún un poco más.

"A pesar de que mi vida asemeja, a primera vista, al escuálido resumen de la historia privada de un pobre diablo como los habrá pocos, puedo decirte que después de mi segunda huída, la de Rumania, y trás el peregrinaje turístico de sufrimientos, enfermedades infecciosas, hambrunas y miserias que hice por varias naciones mediterráneas y que provocaron mi tercera huída a Suecia, de ahí llegaron los sueños y el misterio de la música y desde entonces he vivido en la más completa felicidad. Mi vida ha sido riquísima, increíble. Ningún otro hombre puede haber sido más feliz que yo. Esos chilenos que se tiraban a mi mujer en el viejo país se ensuciaban en la mediocridad, los rumanos que probablemente también se la gozaban y después la traían en autos de la policía secreta se mataron trabajando y espiando bajo mi ventana en la eterna espera de que diera un paso en falso, mientras que yo, que no tengo nada ni a nadie, ni siquiera una mujer con la cual dormir algunas veces, he podido vivir en mis pensamientos, dedicado a tratarme de explicar lo que he sentido. He buscado entenderlo, decirlo en unas pocas frases - lo innombrable, el hechizo que trastocó mi vida - innumerables veces. Y aunque lo intenté tantas y nunca lo logré, el más mínimo progreso ha sido más que suficiente para mi".

No comprendí lo que quería decir. Supuse que se había trastornado, que se drogaba o que siempre había estado loco. Enterraron a J.C. Brauser en septiembre. Es un decir, lo cierto es que lo incineraron. Metieron lo que quedó de él, un medio kilo de cenizas, en algo que se veía como un macetero con tapa y pusieron el conjunto dentro de una cripta colectiva.


El primero de noviembre, el día de los muertos, me las arreglé para encontrar el lugar en que están depositados sus restos en un cementerio al sur de Estocolmo cuyo nombre mezcla los sustantivos iglesia, bosque y patio resultando en una calamidad intraducible. Llevaba conmigo unas velas, las que encendí siguiendo la tradición local y me quedé largo rato mirando como empezaban a consumirse. Se estaba haciendo oscuro. Temí que la falta de luz me impidiera rendirle el homenaje que traía preparado. Me apuré a releer, en silencio primero y en voz alta después, por útima vez, las reflexiones que había hecho alguna vez Brauser. Después quemé el cuadernillo, las pocas hojas, en las cuales Juan Carlos Brauser ha escrito:

- La pieza italiana va consagrada probablemente a un mercado o algo así y sugiere los acordes de un instrumento que supongo podría ser un charango. De algún modo, casi imperceptible, este instrumento va revelando la idea de la melodía, precediendo a la flauta que repetirá algo más adelante idénticos acordes. Las guitarras, clásicas todas, se van sumando una a una, cómo si fueran voces pertenecientes a un coro de chicos. La pieza griega es también de instrumentos de cuerdas, pero recuerda más bien a la melodía, acaso algo disonante, de un instrumento que los latinos probablemente llaman laud y que los griegos llaman Busiki. El sonido de sus cuerdas envuelven la voz de la cantante, una mujer, y exasperan el gemido oscuro de ella, como si la asfixian, pero a veces la dulzura de la voz logra hacer retroceder la insolencia de los músicos, que de alguna manera me recuerdan a los chilenos de Rumanía ejerciendo su virilidad sobre el cuerpo de la que fue mi mujer. ´
- Este mercado, que digo, no sé si existe. Recuerda a un film en blanco y negro, o más bien, a infinitos tonos de gris que a veces llegan al blanco invierno y otras hasta un gris oscuro. De los músicos no logré nunca distinguir a ninguno. La música, al contrario que el film que veo en mis sueños, es cristalina, luminosa, fluye como el agua. Hay allí tanta gente como en cualquier feria o mercado cerrado y hasta pudiera ser que lo que veo es el Mercado Central, en un día sábado en Santiago, cerca del río Mapocho. En cuanto a la música griega, de la que pienso es una variante de rembétiko, la asoció a una calle vecina a la Placa, en Atenas, y me recuerda a una escena en que intervenía una negra, seguramente puta, que insistía en que pasara a un bar o cabaret, desde cuyo interior he debido escuchar los instrumentos y la voz de mujer, al mismo tiempo que me negaba a entrar.
- Distingo en uno de los pasajes del mercado a vendedores que llevan puesto sendos sombreros y ofrecen pescados de buen tamaño, y también frutas, al visitante. La música suena algunas noches a italiana; en otras, cuando se acerca la alborada me parece andina, aunque no falta la ocasión en que creo descubrir en ella su origen turco, incluso árabe. Pero la profundidad del sonido de las guitarras, la voz melodiosa de la flauta, el gemir -no siempre triste- del violín, las notas de la zampoña y de una guitarra más ancha de seis cuerdas, cuyo nombre no recuerdo, y la voz oscura de la mujer, siempre están ahí. La gente se agolpa a escuchar, no en grandes cantidades. En el escenario, detrás de la puerta que sostiene la negra, un grupo de músicos de bigotes y con sus sombreros puesto están sentados en un par de filas de sillas sencillas, de madera. Algunos fuman hasch. La que canta está sentada entre los músicos. Frente al estrado hay unas cuantas mesas ocupadas por hombres, muy parecidos, es realidad, a los que tocan los instrumentos, y unas pocas mujeres, diría que putas. Un hombre viejo, con facha de estar drogado o ebrio, quiebra platos en los pasajes intensos en que la voz de la cantante y el sonido de los instrumentos se confunden en un solo dolor. Esta escena es confusa: es como si la música fuera el dolor del hombre drogado o de la mujer que canta, pero también podría ser el dolor, simplemente, de todos los que alguna vez tuvimos la suerte o la desgracia de nacer, el dolor de tener que vivir y aceptar la vida tal cual es, sin poder explicarla. La escena con la negra en la puerta es, en cambio, exacta. La negra quiere que entre al cabaret, quiere un dinero, un cheque, que no conservo y que le niego, visto que mi vida entera ha sido una miserable cadena de locales así, desde Recoleta hasta La Plaka.
- Una adolescente ha dicho de esta música, en uno de mis sueños - los cuales son una forma primitiva, no por eso menos mentirosa, de arrobamiento religioso- que ella es estar en otro lugar, sentir nostalgia de recuerdos que uno no tiene, un don de percibir tristeza, calma y amor que preceden, peligrosamente, a sus causas. No está del todo mal dicho. Sus palabras, que yo he imaginado mientras dormito, sugieren que no hay nada que supone estar antes de lo que sigue, que todo ocurre en cada instante y que el antes y el después carecen de sentido. A mi me perturba, sin embargo, la certeza de que hay algo de inacabado en la música, algo como hecho a propósito. Me persiguen esas ideas fugaces que, al igual que las notas, desfallecen apenas brotan mientras van insinuando que queda todavía mucho más por decir. Si se dijese, aunque no se puede decir, acercaría al que la compone y al que la escucha a un límite, más allá del cual la música y la vida misma no pueden seguir existiendo juntas.


Tuesday, April 22, 2008

!AY OLVIDOS¡


Cuando en una conversación olvido un nombre o un dato, siento que es un soplo la vida y que la memoria no es un amor que se vuelva resistente a los años. Un simple olvido se presenta, entonces, en este escenario, como una mueca del tiempo, que acecha como un ladrón detrás de la puerta. Es posible que exagere, que este tipo de accidentes sea un hecho cotidiano, inocuo, pero, a esta altura de mi vida, activa todas mis alarmas.

Sucede que mis principios siempre incluyeron el mandato socrático “conócete a ti mismo”. Sin embargo, nunca me interesé en la biología. Desde niño padecí una alta miopía, que se acentuó en los últimos años. Cuando consulté a un oftalmólogo me explicó el origen de mi pérdida de visión y me dio el nombre de dicha afección, que después no pude recordar. Esta vez podría justificar este olvido por las conclusiones del especialista: la imposibilidad de una intervención quirúrgica, atendido el deterioro de la retina. La denominación daba lo mismo y seguí hablando de miopía. Días atrás, a raíz de los olvidos que originaron estas reflexiones, decidí que era hora de saber exactamente el nombre de mi enfermedad ocular y lo encontré en internet, se llama “degeneración macular seca relacionada con la edad”. En este caso, mi olvido era, además, una consecuencia de una ignorancia: no recordaba la existencia de la mácula. Todo indica que debo haberla estudiado en clase de biología, pero la olvidé. No es que no conozca la palabra, que siempre asocié a la idea de mancha. Tal vez haya contribuido a este olvido el uso frecuente en nuestro idioma, en una acepción religiosa, de la palabra “inmaculada”, es decir, sin mancha.

Para cerrar el círculo, diré que está dolencia está relacionada con la edad, se presenta siempre en personas mayores de 60 años y afecta a millones de personas en todo el mundo. Es la segunda causa más frecuente de la ceguera, después de la diabetes.

Thursday, April 17, 2008

DOS AÑOS

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Estimados Amigos:

El blog “Línea de Flotación” cumple hoy, 17 de Abril, dos año en la blogósfera, durante el cuál publicó 140 pots y fue visitado en 11665 oportunidades.

Estimamos que esta es una oportunidad para agradecer la comprensión, paciencia y tolerancia de nuestros visitantes. No sería prudente extraer de estos escuetos datos otras conclusiones que las obvias, que hemos perseverado en el esfuerzo de poner en este sitio temas relativos a la cultura que creíamos de interés y, como contrapartida, podemos exhibir una respuesta concreta, que, de paso, prueba la eficacia de este medio y las razones de su desarrollo. Después de este paréntesis, seguiremos el camino trazado y esperamos contar con sus visitas.
Muchas gracias.

El blog


Thursday, April 10, 2008

SUEÑOS AFROAMERICANOS

No se si Barack Obama será el candidato del Partido Demócrata a la Presidencia de los Estados Unidos de Norteamérica y si será electo Presidente. Para un honbre de mi edad, el sólo hecho que tenga la posibilidad de de serlo me demuestra que las luchas civiles de los 60, no fueron infructuosas. Como no he seguido de cerca la política norteamericana, siempre nos interesó su ingerencia en el plano internacional, el cambio es, aparentemente, notable. Cuando escribí en este blog un breve comentario del libro de James Baldwin, “La próxima vez el fuego”, recordé la impresión e inquietud que nos causaba la magnitud de la segregación racial en Estados Unidos y de la lucha de intelectuales y activistas por la defensa de los derechos civiles de los negros. El más importante de dichos activistas fué Martin Luther King y el momento culminante de esa lucha fue la masiva concentración del día 28 de Agosto de 1963, en Washington D.C., en la que pronunció el célebre discurso "Tuve un sueño", que reproduzco a continuación:
:
"Ha
ce cien años, un gran estadounidense, cuya simbólica sombra nos cobija hoy, firmó la Proclama de la emancipación. Este trascendental decreto significó como un gran rayo de luz y de esperanza para millones de esclavos negros, chamuscados en las llamas de una marchita injusticia. Llegó como un precioso amanecer al final de una larga noche de cautiverio. Pero, cien años después, el negro aún no es libre; cien años después, la vida del negro es aún tristemente lacerada por las esposas de la segregación y las cadenas de la discriminación; cien años después, el negro vive en una isla solitaria en medio de un inmenso océano de prosperidad material; cien años después, el negro todavía languidece en las esquinas de la sociedad estadounidense y se encuentra desterrado en su propia tierra.

Por eso, hoy hemos venido aquí a dramatizar una condición vergonzosa. En cierto sentido, hemos venido a la capital de nuestro país, a cobrar un cheque. Cuando los arquitectos de nuestra república escribieron las magníficas palabras de la Constitución y de la Declaración de Independencia, firmaron un pagaré del que todo estadounidense habría de ser heredero. Este documento era la promesa de que a todos los hombres, les serían garantizados los inalienables derechos a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.

Es obvio hoy en día, que Estados Unidos ha incumplido ese pagaré en lo que concierne a sus ciudadanos negros. En lugar de honrar esta sagrada obligación, Estados Unidos ha dado a los negros un cheque sin fondos; un cheque que ha sido devuelto con el sello de "fondos insuficientes". Pero nos rehusamos a creer que el Banco de la Justicia haya quebrado. Rehusamos creer que no haya suficientes fondos en las grandes bóvedas de la oportunidad de este país. Por eso hemos venido a cobrar este cheque; el cheque que nos colmará de las riquezas de la libertad y de la seguridad de justicia.

También hemos venido a este lugar sagrado, para recordar a Estados Unidos de América la urgencia impetuosa del ahora. Este no es el momento de tener el lujo de enfriarse o de tomar tranquilizantes de gradualismo. Ahora es el momento de hacer realidad las promesas de democracia. Ahora es el momento de salir del oscuro y desolado valle de la segregación hacia el camino soleado de la justicia racial. Ahora es el momento de hacer de la justicia una realidad para todos los hijos de Dios. Ahora es el momento de sacar a nuestro país de las arenas movedizas de la injusticia racial hacia la roca sólida de la hermandad.

Sería fatal para la nación pasar por alto la urgencia del momento y no darle la importancia a la decisión de los negros. Este verano, ardiente por el legítimo descontento de los negros, no pasará hasta que no haya un otoño vigorizante de libertad e igualdad.
1963 no es un fin, sino el principio. Y quienes tenían la esperanza de que los negros necesitaban desahogarse y ya se sentirá contentos, tendrán un rudo despertar si el país retorna a lo mismo de siempre. No habrá ni descanso ni tranquilidad en Estados Unidos hasta que a los negros se les garanticen sus derechos de ciudadanía. Los remolinos de la rebelión continuarán sacudiendo los cimientos de nuestra nación hasta que surja el esplendoroso día de la justicia.
Pero hay algo que debo decir a mi gente que aguarda en el cálido umbral que conduce al palacio de la justicia. Debemos evitar cometer actos injustos en el proceso de obtener el lugar que por derecho nos corresponde. No busquemos satisfacer nuestra sed de libertad bebiendo de la copa de la amargura y el odio. Debemos conducir para siempre nuestra lucha por el camino elevado de la dignidad y la disciplina. No debemos permitir que nuestra protesta creativa degenere en violencia física. Una y otra vez debemos elevarnos a las majestuosas alturas donde se encuentre la fuerza física con la fuerza del alma. La maravillosa nueva militancia que ha envuelto a la comunidad negra, no debe conducirnos a la desconfianza de toda la gente blanca, porque muchos de nuestros hermanos blancos, como lo evidencia su presencia aquí hoy, han llegado a comprender que su destino está unido al nuestro y su libertad está inextricablemente ligada a la nuestra. No podemos caminar solos. Y al hablar, debemos hacer la promesa de marchar siempre hacia adelante. No podemos volver atrás.

Hay quienes preguntan a los partidarios de los derechos civiles, "¿Cuándo quedarán satisfechos?"

Nunca podremos quedar satisfechos mientras nuestros cuerpos, fatigados de tanto viajar, no puedan alojarse en los moteles de las carreteras y en los hoteles de las ciudades. No podremos quedar satisfechos, mientras los negros sólo podamos trasladarnos de un gueto pequeño a un gueto más grande. Nunca podremos quedar satisfechos, mientras un negro de Misisipí no pueda votar y un negro de Nueva York considere que no hay por qué votar. No, no; no estamos satisfechos y no quedaremos satisfechos hasta que "la justicia ruede como el agua y la rectitud como una poderosa corriente".

Sé que algunos de ustedes han venido hasta aquí debido a grandes pruebas y tribulaciones. Algunos han llegado recién salidos de angostas celdas. Algunos de ustedes han llegado de sitios donde en su búsqueda de la libertad, han sido golpeados por las tormentas de la persecución y derribados por los vientos de la brutalidad policíaca. Ustedes son los veteranos del sufrimiento creativo. Continúen trabajando con la convicción de que el sufrimiento que no es merecido, es emancipador.

Regresen a Misisipí, regresen a Alabama, regresen a Georgia, regresen a Louisiana, regresen a los barrios bajos y a los guetos de nuestras ciudades del Norte, sabiendo que de alguna manera esta situación puede y será cambiada. No nos revolquemos en el valle de la desesperanza.
Hoy les digo a ustedes, amigos míos, que a pesar de las dificultades del momento, yo aún tengo un sueño. Es un sueño profundamente arraigado en el sueño "americano".
Sueño que un día esta nación se levantará y vivirá el verdadero significado de su credo: "Afirmamos que estas verdades son evidentes: que todos los hombres son creados iguales".
Sueño que un día, en las rojas colinas de Georgia, los hijos de los antiguos esclavos y los hijos de los antiguos dueños de esclavos, se puedan sentar juntos a la mesa de la hermandad.
Sueño que un día, incluso el estado de Misisipí, un estado que se sofoca con el calor de la injusticia y de la opresión, se convertirá en un oasis de libertad y justicia.

Sueño que mis cuatro hijos vivirán un día en un país en el cual no serán juzgados por el color de su piel, sino por los rasgos de su personalidad.
¡Hoy tengo un sueño!

Sueño que un día, el estado de Alabama cuyo gobernador escupe frases de interposición entre las razas y anulación de los negros, se convierta en un sitio donde los niños y niñas negras, puedan unir sus manos con las de los niños y niñas blancas y caminar unidos, como hermanos y hermanas.
¡Hoy tengo un sueño!

Sueño que algún día los valles serán cumbres, y las colinas y montañas serán llanos, los sitios más escarpados serán nivelados y los torcidos serán enderezados, y la gloria de Dios será revelada, y se unirá todo el género humano.

Esta es nuestra esperanza. Esta es la fe con la cual regreso al Sur. Con esta fe podremos esculpir de la montaña de la desesperanza una piedra de esperanza. Con esta fe podremos trasformar el sonido discordante de nuestra nación, en una hermosa sinfonía de fraternidad. Con esta fe podremos trabajar juntos, rezar juntos, luchar juntos, ir a la cárcel juntos, defender la libertad juntos, sabiendo que algún día seremos libres.

Ese será el día cuando todos los hijos de Dios podrán cantar el himno con un nuevo significado, "Mi país es tuyo. Dulce tierra de libertad, a tí te canto. Tierra de libertad donde mis antesecores murieron, tierra orgullo de los peregrinos, de cada costado de la montaña, que repique la libertad". Y si Estados Unidos ha de ser grande, esto tendrá que hacerse realidad.
Por eso, ¡que repique la libertad desde la cúspide de los montes prodigiosos de Nueva Hampshire! ¡Que repique la libertad desde las poderosas montañas de Nueva York! ¡Que repique la libertad desde las alturas de las Alleghenies de Pensilvania! ¡Que repique la libertad desde las Rocosas cubiertas de nieve en Colorado! ¡Que repique la libertad desde las sinuosas pendientes de California! Pero no sólo eso: ! ¡Que repique la libertad desde la Montaña de Piedra de Georgia! ¡Que repique la libertad desde la Montaña Lookout de Tennesse! ¡Que repique la libertad desde cada pequeña colina y montaña de Misisipí! "De cada costado de la montaña, que repique la libertad".

Cuando repique la libertad y la dejemos repicar en cada aldea y en cada caserío, en cada estado y en cada ciudad, podremos acelerar la llegada del día cuando todos los hijos de Dios, negros y blancos, judíos y cristianos, protestantes y católicos, puedan unir sus manos y cantar las palabras del viejo espiritual negro: "¡Libres al fin! ¡Libres al fin! Gracias a Dios omnipotente, ¡somos libres al fin!"

Tuesday, April 08, 2008

ALGO DE MI DOLCE VITA

…en esa época mi más ferviente deseo era ser padre, proyecto postergado a causa de mi virginidad… Cuando vi “La dolce vita”, de Fellini, quedé tan extasiado que todos mis planes cambiaron; ahora tendría que ser cineasta… Entretanto, decidí que debía contarle la película a alguien. Entré a la primera cabina telefónica que encontré y llamé a mi padre. --¡Hola papá, tienes 175 minutos, quiero contarte una película…, si, ¡“La dolce vita!”. ¡Caramba!, mi padre dice que la vio la semana pasada. Lo lamenté, perdí la oportunidad de ejercitar mi memoria y, de paso, la de comunicarme con mi padre. Con el tiempo supe que me había mentido. Mi mamá intentó justificarlo: lo había hecho para protegerme, que si me hubiera dicho la verdad, que le daba lata oír mi relato, –lisa y llanamente-, podría haberme causado un trauma. Puede ser, un trauma más –o menos- da lo mismo. (“Unas grandes oficinas con amplias cristaleras. El rumor del helicóptero atrae la atención de los empleados, que sacan la cabeza hacia el exterior. . Después se levantan y se unen a los que ya estaban asomados a la ventana. .- Entre los empleados hay varias chicas bonitas a las que los jovenzuelos se acercan más de lo necesario para ver el helicóptero. Fuera de las ventanas, a pocos metros, pasa oscilando la estatua. Todos vocean, asomándose mucho y agitando los brazos. En seguida pasa el helicóptero que, inesperadamente, se detiene en el aire, delante de las ventanas donde están las chicas. Dentro del aparato y junto al piloto se ven dos jóvenes que hacen señales de saludos a las muchachas. Son Marcello y Paparazzo. El viento del helicóptero da de lleno a las chicas que, excitadas y divertidas, ríen e intercambian los saludos, se mueven en un coro de exclamaciones. Desde el interior del helicóptero, los dos jóvenes gritan algo que no se oye evidentemente, bromas y piropos a las chicas Paparazzo que lleva una máquina de retratar con flash saca algunas fotos. Las muchachas ríen y aunque es absolutamente imposible hacerse oír alguna grita, indicando la estatua, que ya está lejos.
Chica: ¿Qué es?
Desde el interior del helicóptero, Marcello y Paparazzo intentan con gestos hacerse entender. … Después, habiendo comprendido el gesto de la muchacha, Marcello grita en el vacío:
Marcello: ¡El Cristo Obrero!...!Al Papa!...!Se lo llevamos al Papa!”)

Mi madrina vivía cerca del cine y no nos veíamos desde hace diez años. Decidí darle una sorpresa y, de paso, contarle la película. Subí al tercer piso del edificio y toqué el timbre de su departamento. Me abrió enseguida. Cuando nos vimos, cara a cara, como en la tele, ambos quedamos sorprendidos. Mi madrina estaba rejuvenecida, la recordaba más vieja y gorda, pero estaba equivocado. Vestía provocativamente, como si hubiera escapado de alguna escena de la película que quería contarle. Me hizo pasar y tomar asiento en el living, y me preguntó como se me había ocurrido visitarla “en este momento”. No alcancé a contestarle porque atendió una llamada telefónica. Cuando colgó, cambio completamente de actitud. Mientras hablaba por teléfono me había percatado que la mesa estaba servida, había pastelillos, sandwichs, jugos, café, leche, en fin. Era evidente que me esperaba. Me hizo pasar al comedor, mientras le explicaba que venía del cine y que quería contarle la película. Me dijo, “primero tomamos onces y luego me cuentas lo que quieras”.

Cuando llegó el momento que había esperado toda la tarde me propuso que pasáramos a su dormitorio, “tiene vista al cerro Santa Lucía y, a esta hora, es muy agradable, más fresquito”. Me senté en la cama, no había otro lugar, y mi madrina, primero se sentó, del otro lado y, luego, relajada, se acostó, a mi lado. Comencé, pues, mi relato, cuidando no olvidar detalles. Mi madrina, que se había ido acercando cada vez más a mi, comenzó, distraídamente, a desabrocharme la camisa e introdujo su suave mano bajo ella… (“Marcello sale de una pequeña lechería, llevando en la mano un vaso de leche y un plato; anda rápido pero con pasos breves, teniendo cuidado de no derramar la leche. A unos veinte metros encuentra la placita en la que hemos dejado a Sylvia. Y, atraído maquinalmente por el sonido del agua, mira hacia la fuente. Sylvia está allí sentada al borde de la fuente. Ha dejado el gatito en el suelo y se está quitando las sandalias, después, volviéndose hacia dentro, siempre sentada en el borde, mete los pies en el agua. Se queda un segundo inmóvil, echándose el cabello hacia atrás, y luego, con gran naturalidad, se pone de pie, recogiendo su falda y descubriendo sus piernas, se pone a caminar por dentro de la fuente. El agua le llega a la rodilla. La visión de aquella mujer andando dentro de la fuente entre estatuas y chorros de agua, tiene algo de mágico. Marcello se queda embelesado mirándola; lentamente se acerca a la fuente y se inclina para darle la leche al gatito y, agachado como está, la mira otra vez, sonriendo maravillado. Sylvia, que casi se encuentra bajo el chorro de la cascada, se vuelve hacia Marcello con un gesto suave y amplio de los brazos, como una sacerdotisa que va a iniciar un misterioso rito pagano. Una repentina emoción atenaza la garganta de Marcello, y una serena alegría le hace ver de repente lo mediocre de su vida cotidiana, su trabajo, sus amores, sus esperanzas, sus ambiciones. Todo. Un deseo irrefrenable de libertad, de alegre entrega a sus instintos, de vida profunda, casi lo embriaga.“) Era mi primera vez y estaba feliz, aunque un poco hipnotizado por mi madrina, que no cesaba de adularme, entre besos. ¿Quién inventó el teléfono? Mi madrina interrumpe las caricias para atender una llamada, se vuelve hacia mi y dice, “rápido, vístete rápido, ¡había olvidado mi clase de piano, un alumno viene en media hora!”. Cuando salía del departamento me hizo una última advertencia: “No le cuentes a nadie que me viste, ¿De acuerdo?” En el hall del edificio, un muchacho de mi edad, se paseaba nervioso con un ramo de flores, sin despegar los ojos de su reloj. Estuve a punto de decirle que mejor hubiera sido traer un piano, puesto que en el departamento de mi madrina no hay ninguno.

No estaba seguro de querer contarle “La dolce vita”, a mi novia, pero era temprano para ir a mi casa y estaba pleno de vitalidad. Decidí, pues, visitarla, aunque era martes. Me abrió la puerta de la casa y me arrastró, literalmente, hasta el escritorio, frente a la entrada. “Te tengo una noticia que te mueres de impresión…. ¡Vas a ser padre! –“¿Qué?, Me quedé helado, completamente perturbado, mi mente era un caos:: “¿Tan luego? ¿Te llamó mi madrina?, ¿que te dijo? ¿Está embarazada?” Mi reacción sorprendió a mi novia, que atribuyó mi incoherencia a mi sorpresa. Mi novia tomó rápidamente el control de la situación, solo quería explicarme, que ambos, ella y yo, íbamos a ser padres de una guagua que ella iba a tener… De pronto sonó el timbre y, sin pensarlo, me abalancé sobre la puerta de calle. Era mi suegro, es decir, el papá de mi novia. Le debió parecer extraño mi aspecto “¡y a ti, que te pasa!”, entonces, le conté que iba a ser abuelo de mi hijo. Lanzó un alarido, se puso rojo, y, lleno de una furia incontenible, me agarró del cuello, me zamarreó y me lanzó al antejardín. No se cuanto tiempo permanecí en el suelo, sin poder levantarme; de pronto se abrió la puerta y mi novia se me tiró encima y comenzó a golpearme con inesperada violencia mientras me gritaba: “Eres un estúpido, como vamos a tener un hijo si somos vírgenes. ¿Como no te diste cuenta que era una broma? Has dicho tantas veces que quieres tener un hijo, que quise hacerte una broma, eso era todo.

Si hubiera tenido la fuerza necesaria le habría replicado que, por el momento, y sólo por el momento, ella era virgen y, que, en todo caso, ya no quiero ser padre, quiero ser director de cine.

“(FIN)”

Tuesday, April 01, 2008

EL RETORNO DE "CLAVEL NEGRO"



Por Oscar Bravo Tesseo

Clavel Negro está de regreso en Santiago. Llegó con un film sueco, dedicado a relatar la vida de un diplomático nórdico, durante las semanas que siguieron al golpe militar del 11 de septiembre de 1973. Este personaje ayudó a salvar las vidas de un gran número de chilenos, que encontraron refugio en las sedes de las embajadas de Suecia y de Cuba.

Clavel Negro es el nombre clave de Harald Edelstam. El nombre lo adoptó en Noruega, siendo muy joven aún, durante la segunda guerra mundial, cuando este país había sido invadido por el ejército alemán.

En sueco, clavel negro es Svarta Nejlikan. En el idioma sueco – un idioma que algo de cuarenta mil chilenos hablan a diario gracias entre otros a la solidaridad de Edelstam, ahora fallecido- la letra j después de vocal suena como la i española, y la letra k suena como la c, es decir, nejlikan se lee en español “neilican”, significa clavel. Svarta Nejlikan suena bien y es un buen título para una película.

Harald Edelstam usó al máximo su estatus de Embajador para socorrer a militantes de la izquierda chilena cuando eran perseguidos sanguinariamente por los esbirros de la junta militar. Su pronto accionar comenzó a molestar a los golpistas, los cuales procedieron a declarar a Edelstam persona non grata. Edelstam tuvo que volver a Suecia. Su defensa activa de los derechos humanos creó molestia en otros lados también, incluso en sectores de la política sueca, que habrían preferido quizás una actitud más formal y moderada de su embajador en Chile. Vuelto a Suecia mantuvo lazos de amistad con exiliados chilenos, con los cuales mantuvo siempre excelentes relaciones. Estuvo más tarde de embajador de su país en Argelia.

Suecia y otras naciones europeas mantienen una gran deuda y hacen enormes esfuerzos por mantener en alto el nombre de Raúl Wallenberg, el diplomático sueco que logró salvar la vida de miles de judíos en los años finales de la segunda guerra mundial. Es pues extraño que la valerosa actuación de Harald Edelstam, cuyo arrojo personal, entereza moral y vocación de solidaridad frente a las persecuciones y crímenes de la junta militar chilena en mucho recuerda los de Wallenberg haya quedado olvidada en la historia oficial sueca.

De la figura fílmica de Edelstam, interpretada de manera excelente por Michael Nyqvist, uno de los actores más consagrados del cine sueco de hoy, destaca también el lado romántico de Clavel Negro, el cual establece primero una relación política, luego amorosa con una joven chilena.

Pueda ser que la película “Svarta Nejlikan” contribuya a sacar a Harald Edelstam del olvido interesando a otros en la historia extraordinaria que fue su vida. Su figura seguirá siendo recordada por uruguayos, argentinos y chilenos como el diplomático sueco, de elevada estatura, delgado, de rostro agradable e inteligente, de aspecto distinguido, que arriesgo primero su posición, después su bienestar personal y, por último, su vida, para arrancarlos de las garras de sus perseguidores.



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