Wednesday, March 25, 2009

LA UTOPIA DE OSCAR WILDE


El artículo que reproduzco a continuación, “La utopía de Oscar Wilde”, es una reseña de George Orwell, de “El alma del hombre en el socialismo”, publicada en “Observer”, el 9 de mayo de 1948. Me parece interesante la crítica de Orwell, porque, así como en 1948 habían transcurrido 60 años desde la publicación de dicho ensayo, han pasado otros tantos desde entonces. Orwell refuta una de las afirmaciones de Wilde, en la siguiente forma: “En realidad, el problema del mundo en su conjunto no es cómo repartir la riqueza que existe sino cómo aumentar la producción pues sin ello la igualdad económica sólo significaría la miseria común”. Esta tesis no se realizó, efectivamente. Desde 1948, la riqueza del mundo creció en forma descomunal, sin que la soñada redistribución haya mejorado.
LA UTOPIA DE OSCAR WILDE
George Orwell


"La obra de Oscar Wilde está siendo recuperada intensamente en los escenarios y en la pantalla cinematográfica, y conviene recordar que ni Salomé ni Lady Windermere fueron sus únicas creaciones. Por ejemplo, el texto El alma del hombre en el socialismo, publicado por primera vez hace aproximadamente sesenta años, ha envejecido bien. Su autor no era socialista en el sentido activo de la palabra, pero era un simpatizante, y un observador inteligente. Aunque sus profecías no se hayan cumplido, el transcurso de los años no les ha quitado todo interés.
La visión de Wilde sobre el socialismo, que en su época debía ser compartida por muchas personas que no la expresaron tan bien como él, es utópica y anarquizante. En su opinión, la abolición de la propiedad privada posibilitará un pleno desarrollo del individuo, y nos liberará de "la mezquina necesidad de vivir para los otros". En el futuro socialista no solo no habrá pobreza ni inseguridad, tampoco existirá la esclavitud del trabajo, la enfermedad, la fealdad ni el desperdicio del espíritu humano en fútiles enemistades y rivalidades.
El sufrimiento dejará de ser importante: por primera vez en su historia el hombre podrá desarrollar su personalidad a través de la alegría y no mediante el padecimiento. Los delitos desaparecerán, pues no habrá razones económicas para cometerlos. El Estado dejará de gobernar y se mantendrá simplemente como un órgano para la distribución de los bienes necesarios. La totalidad de las actividades desagradables se realizarán por las máquinas, y todo el mundo será completamente libre para elegir su trabajo y su manera de vivir. El mundo se poblará de artistas, cada uno de los cuales buscará la perfección en la forma que le parezca mejor.
Leer actualmente estas optimistas previsiones provoca bastante tristeza. Por supuesto, Wilde sabía que en el movimiento socialista existían tendencias autoritarias, pero no creía que fuesen a imponerse. Con una especie de ironía profética, escribió: "No puedo creer que haya hoy ningún socialista que proponga que por las mañanas fuera un inspector de casa en cada casa para obligar a cada ciudadano a levantarse y a efectuar su trabajo manual durante ocho horas". Esto, lamentablemente, es exactamente lo que propondrían numerosos socialistas de hoy en día. Evidentemente algo ha fallado. El socialismo, en el sentido de colectivismo económico, está conquistando el mundo con una rapidez que apenas habría parecido posible hace sesenta años, pero la utopía, en todo caso la utopía de Wilde, no está más cercana de lo que estaba. ¿Dónde está el error?

Si analizamos la obra de Wilde, se observa que el autor hace dos suposiciones bastante comunes, las cuales carecen de fundamento. Una de ellas es que el mundo es inmensamente rico y que el problema estriba en la mala distribución de las riquezas. Wilde parece afirmar que cuando se igualen las cosas entre el millonario y el barrendero, habrá bastante para todos. Antes de la revolución rusa esta creencia estaba muy extendida -una frase muy repetida mencionaba la existencia de "hambrientos en medio de la abundancia"-, pero era totalmente injustificada, y pudo mantenerse tan solo porque los socialistas pensaban siempre en los países occidentales desarrollados y se olvidaban de la tremenda pobreza de Asia y África. En realidad, el problema del mundo en su conjunto no es cómo repartir la riqueza que existe sino cómo aumentar la producción pues sin ello la igualdad económica sólo significaría la miseria común.

En segundo lugar, Wilde supone que es sencillo hacer que todos los trabajos desagradables sean realizados por máquinas. Afirma que las máquinas son los nuevos esclavos, metáfora tentadora pero engañosa, pues existen numerosos trabajos -en general, cualquiera que requiera una gran flexibilidad- que no pueden ser realizados por ninguna máquina. En la práctica, incluso en los países más industrializados, una enorme cantidad de trabajos aburridos y agotadores son hechos de mala gana por medio de músculos humanos. Y esto implica necesariamente que haya alguien que dirija el trabajo, que se respeten unos horarios fijos, que se diferencien los salarios, y toda la reglamentación que horroriza a Wilde. El socialismo de Wilde solo podría realizarse en un mundo más rico que el actual, y mucho más avanzado en el aspecto técnico. La abolición de la propiedad privada, por sí sola, no daría de comer a todo el mundo. Significa únicamente el primer paso de un período de transición que inevitablemente será trabajoso, incómodo y largo.

Pero esto no quiere decir que Wilde estuviera totalmente equivocado. Lo malo de los períodos de transición es que la dura actitud que generan tiende a volverse permanente. Todo indica que es lo que ha ocurrido en la Rusia soviética. La dictadura supuestamente establecida para un objetivo limitado en el tiempo ha echado raíces y ha permanecido, y hemos llegado a un punto en que se piensa que el socialismo significa campos de concentración y policía secreta. Por lo tanto, el panfleto de Wilde y otros escritos similares –Noticias de ninguna parte, por ejemplo - tienen un valor. Podría ser que en ellos se pida lo imposible, y que a veces parezcan anticuados y ridículos –al fin y al cabo toda utopía refleja necesariamente las ideas estéticas de su propia época-, pero al menos miran más allá de la etapa de las colas para la comida y de las disputas de partido, y le recuerdan al movimiento socialista su objetivo original y medio olvidado de la fraternidad humana".

Tomado del sitio de la Fundación Andreu Nin.

Friday, March 20, 2009

NO LO SUFICIENTEMENTE ALTO

El nombre de la banda de rock inglesa “U-2”, recuerda uno de los incidentes de mayor gravedad ocurridos durante la “guerra fría”. El primero de mayo de 1960, día de fiesta en la URSS, un avión espía U-2 de la CIA, tripulado por el piloto Francis Gary Powers despegó desde una base de Turkía, en un vuelo, a gran altitud, aunque "no lo suficientemente alto", sobre territorio soviético. La defensa antiaérea soviética lo detecto y lo derribó sobre Sverdlovsk. Powers logró saltar en paracaídas, siendo capturado por los soviéticos.

El gobierno norteamericano intentó, en un primer momento, negar las implicancias militares del vuelo y solo dos días más tarde informó la pérdida de una aeronave civil. Posteriormente, el Presidente Eisenhower tuvo que recocer públicamente la existencia de una política de seguridad nacional que permitía las actividades autónomas de la CIA. La dura reacción soviética y el repudio mundial, representó un revés para la política exterior del gobierno norteamericano.
Francis Gary Powera fue liberado por la URSS, el 10 de febrero de 1962, mediante su intercanbio por el espia sovietico Rudolph Abel. Tras su regreso a los Estados Unidos, Powers fue sometido a una intensa investigación por la CIA, cuestionado porque no activó el mecanismo de seguridad de la aeronave, para destruir la cámara fotográfica, los negativos y material clasificado, antes de ser capturado y por no haberse suicidado, con una aguja proporcionada para este caso por la CIA.
Posteriormente, Powers trabajó para Lockeheed, la fabricante del U-2, hasta su fallecimiento, en un accidente de helicóptero, cerca de la ciudad de Los Angeles. Diez años después de su muerte fue rehabilitado.

El llamado “incidente” del U-2, fue otro episodio crítico de la décadade la guerra fría y

Sunday, March 15, 2009

LA PRIMERA MUERTE DE MIGUEL MASCRUZ



El suicidio de Miguel Mascruz cambió mis planes. Debí viajar ayer a Madrid para hacerme cargo de la agencia, pero Pascal, mi director, me sugirió postergar mi partida para que pudiera hacerme cargo del reportaje que publicaremos el domingo sobre su muerte. Pascal sabía que ningún medio podría superarnos y que tenía en mis manos un documento que aseguraba la exclusividad de la información.

Por razones que no puedo justificar, tenía decidido que viviría 80 años. Por este motivo, cuando cumplí 40, decidí celebrarlo con una fiesta en mi casa con mi familia, amigos y colegas más próximos. Entre mis invitados estuvo Mascruz, que me regaló la primera edición en francés de “El mito de Sísifo”, de Camus, con una dedicatoria en la que desarrollaba su propia idea sobre el suicidio.

Años después Pascal encontró el libro en mi biblioteca y se mostró muy interesado en la dedicatoria de Miguel. Me pidió prestado el libro pero se lo negué con algún pretexto que aceptó, a cambio de mi promesa de fotocopiar las dos hojas que contenían el texto. Después ambos olvidamos el asunto, hasta el jueves, cuando Pascal entró a mi despacho para contarme lo de Mascruz y para decirme que haríamos con la dedicatoria de mi amigo. Pascal daba por descontado que conservaba el libro y que estaría de acuerdo en escribir el reportaje, que, por supuesto, incluiría las reflexiones de Macruz, el suicida, sobre el suicidio. Pascal me había medido justamente; no opuse reparos al proyecto. Primó el periodista y no el amigo; por lo demás, para mi, Mascruz murió hace ya diez años, después del lamentable equívoco que lo expulsó del paraíso. Pero este es otro cuento.

Miguel Mascruz estaba en la cúspide de la popularidad. Sus obras se editaban en España y eran aclamadas por la crítica y el público; en esa época algunas novelas y ensayos habían sido traducidas y editadas en otros idiomas. Este éxito le permitió llegar a la televisión, donde mantuvo un programa semanal de entrevistas, durante algunos años. Un error infantil, más bien, la lectura que hizo de ese error, fue lo que lo sepultó en vida. Mascruz, desde Buenos Aires, envió a María Galvez, un cuento que sería publicado en la revista que dirigía en esa época. Cuando llegó la carta con el escrito, María se encontró con una carta de Miguel dirigida a un joven novelista italiano. El tenor de la misiva irritó a María, porque daba cuenta de una apasionada relación homosexual que, para ella, era intolerable. Me llamó de inmediato, para informarme del incidente, en términos que me alarmaron. Ya en su departamento, María sin exhibirme la carta, me recitó de memoria su contenido; luego me expresó su repudio moral y concluyó describiéndome las acciones que, a su juicio, debía tomar contra el escritor. “Mascruz era casado, tenía una hija y la gente común le tenía una alta estima; no merecía ese aprecio, era un degenerado que debía pagar sus pecados”. Muy molesto, le exigí a María Galvez que me exhibiera la carta. Se levantó de su asiento y se dirigió al escritorio y trajo la carta y el sobre y me los pasó, ofreciéndome un trago, que rechacé de plano. Eché una rápida mirada a la carta y reconocí su caligrafía infantil y la firma. No había duda, era una carta manuscrita de Mascruz dirigida a un hombre; sobre el texto, que evité leer, no tenía dudas. Creo que nunca fui tan violento como en esta oportunidad. Introduje la carta en el sobre y dije, con tono severo pero tranquilo: “María, esta es una carta privada de un amigo nuestro, que te la envió por error; no debiste leerla ni comentarla conmigo. Haremos lo siguiente, se la devolveremos y no hablaremos nunca más de este asunto”.

María me observaba boquiabierta; estaba vigilante, presta a abalanzarse sobre mi y recuperar la carta, sin imaginar como iba a terminar mi discurso. “María, nunca he extorsionado a nadie y probablemente nunca lo haré, pero si me entero que este hecho ha sido conocido por alguien mas, todo el mundo se enterará también de tus aventuras extraconyugales. ¿Necesitas detalles?” Era evidente que María no creyó que algún día sería medida con su propia vara. Estaba desarmada, desmoronada; me era imposible simpatizar con ella, tenerle piedad. Le exigí una respuesta; “¿y entonces”?, dije. La carta estaba en mi bolsillo, de regreso al remitente y María no podía recuperarla, “de acuerdo” dijo”, con un hilo de voz. Me despedí y salí rápidamente del departamento.

Al día siguiente me conseguí el teléfono de Mascruz en Argentina y lo llamé. Cuando le expliqué el motivo de mi llamada, quedó atónito; no quería creerlo. Luego le aseguré mi amistad; que no podía ocultarle mi asombro, pero que contaba con mi respeto y mi reserva y la de María Gálvez. Le pedí su dirección y esa misma mañana le remití la carta. Mascruz se quedó varios años en Argentina y luego, se fue a Europa. Nunca volvió a escribir y se las ingenió para desaparecer de todos los escenarios en los que había brillado. Esa fue la última vez que hablé conél; luego, todos le perdimos la pista. A veces alguien lo recordó, pèro nadie tuvo una teoría sobre su desaparición, “su primera muerte”.

Sonrío imaginado que daría Pascal por ver el próximo domingo esta historia en la primera plana de la revista.

Tuesday, March 10, 2009

CRISIS: OPTIMISMO O PESIMISMO




Las profesías de “1984”, de George Orwell, concitaron en su tiempo la atención del público que quería saber como sería el mundo en ese, aún lejano, mítico año. La editorial Siglo XXI, quiso cotejar el pesimismo del novelista con los pronósticos de alrededor de 500 especialistas en las más diversas disciplinas humanistas, científicas y tecnológicas, que se publicaron, con el mismo título. Nada resultó ser tan terrible como auguraba la novela. El bien y el mal se distribuyeron equitativamente la realidad, de modo que, aún en las peores circunstancias, siempre hubo una luz titilando esperanzadoramente y, en las mejores, nos asechan las malas noticias. En jerga popular “todo podría ser peor”; “no hay mal que dure cien años”; “nadie clavó la rueda de la fortuna”.

Enfrentamos el mundo que nos rodea y sus crisis con optimismo o pesimismo, somos realistas o soñadores, precavidos o desaprensivos; y estos rasgos, a su vez, se mezclan, y se puede ser, a la vez, optimista, realista y precavido, en cuyo caso, el realismo y la prudencia juega como controles positivos. Aún si se es optimista, pero soñador, puede esgrimirse aquello de “seamos realistas, pidamos lo imposible”.

El pesimismo es, en cambio, un rasgo desdeñable, puesto que atiende solo los aspectos sombríos de la realidad; no considera sus variantes; el pesimista se paralogiza, se convierte en un individuo pasivo, que deja de ser un protagonista. Así lo retrata Quino en el dibujo que ilustra este post.

En estos tiempos de crisis, el pesimista suele transformarse en un activista del pesimismo, para anunciarnos, con bombos y platillos, que todo está perdido.

Thursday, March 05, 2009

EL AMOR, LA GUERRA Y LA PAZ

Un humorista argentino, de cuyo nombre no quiero acordarme, sostuvo que la consigna “haz el a mor no la guerra”, es contradictoria, debido a que el amor, ordinariamente, termina en una conflagración. Si esto es así, supongo que no lo es, o, al menos, no siempre, se trata de una falacia antigua; y no me refiero a los hippies de los 60, sino a los griegos, 400 años antes de Cristo.
A diferencia de sus contemporáneos Sófocles y Eurípides, ambos mayores, Aristófanes cultivó, con acierto, un género que nos es muy familiar, la comedia; y lo hizo en forma que hoy sorprende por su frescura, audacia y actualidad. Se trata, por otra parte, de un método eficaz para desplegar una sátira de las costumbres y creencias de la época, incluidas las filosóficas y religiosas, que le valieron no pocas dificultades.

Lo anterior es particularmente evidente en “Lisístrata” (411 aC), que narra la historia de una mujer ateniense, de ese nombre, que cansada de la guerra del Peloponeso, que enfrentó a atenienses y espartanos, elabora un plan para detenerla; está convencida que los hombres son incapaces de acabar con la guerra, por lo que la paz debe ser construida por las mujes. Cuando explica su plan, las mujeres lo rechazan. Lisístrata ha ido demaciado lejos:
“Lisístrata: Voy a decíroslo, pues no tiene ya que seguir oculto el asunto. Mujeres: si vamos a obligar a los hombres a hacer la paz, tenemos que abstenernos...
Cleonice: ¿De qué? Di.
Lisístrata: ¿Lo vais a hacer?
Cleonice: Lo haremos, aunque tengamos que morirnos.
Lisístrata: Pues bien, tenemos que abstenernos del cipote. ¿Por qué os dais la vuelta? ¿Adónde vais? Oye, ¿por qué hacéis muecas con la boca y negáis con la cabeza? ¿Por qué se os cambia el color? ¿Por qué lloráis? ¿Lo vais a hacer o no? ¿Por qué vaciláis?
Cleonice: Yo no puedo hacerlo, que siga la guerra.
Mírrina: Ni yo tampoco, por Zeus: que siga la guerra.
Lisístrata: Y, ¿tú eres la que dice eso, rodaballo?. ¡Si hace un momento decías que te dejarías cortar por la mitad!.
Cleonice: Otra cosa, cualquier otra cosa que quieras. Incluso, si hace falta, estoy dispuesta a andar por fuego. Eso antes que el cipote, que no hay nada comparable, Lisístrata”. (1)

La resistencia de las mujeres atenienses comienza a ceder cuando una espartana se une al plan y muestra que es posible su realización. Por otra parte, las ancianas se han apoderado de la administración de la ciudad, abandonada por los varones, ocupados en la guerra, y han cortado el suministro económico. El plan de Lisístrata se pone en marcha:

“Cinesias: ¿Me quieres? ¿Por qué, entonces, no te has acostado, Mirrinita?Mirrina: ¡Tontísimo!¿Delante del niñito?Cinesias: No, por Zeus; ¡llévate a casa a éste, Manes! Hete aquí que el niñito ya se ha ido, mas tú no te acuestas.
Mirrina: ¿Dónde, desgraciado, podría una hacer eso?
Cinesias: ¿Dónde? La cueva de Pan es buena.Mirrina: Y ¿cómo, entonces, podría ir pura a la Acrópolis?Cinesias: Lavándote muy bien en la Clepsidra.Mirrina: Entonces, tras prestar juramento,¿ lo violaré, tonto?Cinesias: ¡Que se vuelva contra mí! No te preocupes nada por el juramento.Mirrina. ¡Ea, pues! Traeré una camita para los dos.
Cinesias: ¡De ningún modo! El suelo nos basta.
Mirrina: ¡No, por Apolo! A ti, aun siendo como eres, no te acostaré en el suelo.Cinesias: ¡La mujer me quiere! ¡Está bien claro!.Mirrina: ¡Aquí está! Acuéstate, y yo me desnudo. Ahora bien; una cosa...; hay que sacar una estera. Cinesias.¿Qué estera? Para mí, no.
Mirrina: ¡Sí, por Ártemis! ¡Vergonzoso es, al menos, echarse sobre las correas!
Cinesias: Déjame besarte.Mirrina.¡Toma!
Cinesias: ¡Huy, huy!¡Ven muy pronto!Mirrina: ¡Aquí está la estera!Acuéstate y yo me desnudo. Mas, una cosa...; no tienes almohada.Cinesias: Tampoco la necesito yo.
Mirrina: ¡ Sí, por Zeus! ¡Yo sí!.Cinesias: ¡Este pijo es Heracles invitado a un banquete!Mirrina: ¡Levántate! ¡Da un salto!.
Cinesias: Lo tengo todo.Mirrina:Todo, sí.
Cinesias: Ven aquí, tesorín.Mirrina: El sostén ya me lo suelto. Acuérdate, pues, no me engañes respecto a las treguas.Cinesias_ ¡Sí, por Zeus! ¡Que me muera de lo contrario!
Mirrina: Colcha no tienes.Cinesias: No, por Zeus; ni me hace falta.¡ Joder es lo que quiero!.Mirrina: ¡Tranquilo!Lo harás. Vuelvo pronto. Cinesias. Esta mujer me machacará por causa de las mantas.Mirrina: ¡Levántate!
Cinesias: Mas, ¡levantado está esto!Mirrina: ¿Quieres que te perfume?
Cinesias: No, por Apolo; a mí, no.Mirrina: ¡Sí, por Afrodita! ¡Si quieres, como si no!.Cinesias: ¡Así se salga el perfume!¡Oh Zeus señor!Mirrina: Alarga la mano, toma y frótate.Cinesias: No es grato este perfume, por Apolo, sino machacador y sin olor a unión sexual.Mirrina: ¡Tonta de mí! He traído perfume rodio.Cinesias. ¡Bueno es!¡Déjalo, maldita!
Mirrina. Dices tonterías.
Cinesias: ¡Que se muera del peor modo el primero que coció un perfume!Mirrina: Toma este frasco.
Cinesias: ¡Tengo otro! Acuéstate, desgraciada, y no me traigas nada.
Mirrina: Lo haré. ¡Sí, por Ártemis!. Me descalzo, pues. Mas, queridísimo, ¡que apoyes el decreto para hacer las treguas!
Cinesias: Lo pensaré. (Advierte que Mirrima se ha ido.)

En definitiva el plan prosperará y acabará con la guerra. La paz se celebrará como corresponde; después de todo, la consigna de Lisistrata, con sus 24 siglos de experiencia, es “Haz el amor, no la guerra”.

(1) Versión de StarMedia, www.rincondelvago.com.
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