Tuesday, May 26, 2009

JAN, EL OTRO NERUDA


En las memorias de Pablo Neruda, “Confieso que he vivido”, hay un índice alfabético de nombres citados, en el que no figura Jan Neruda (1834-1891), el escritor checo, de quién tomó su apellido, como pseudónimo. Por este motivo me costó encontrar la siguiente cita, en la que el poeta cuenta cómo y porqué, adoptó ese pseudónimo:

“La respuesta era demasiada simple y tan falta de maravilla que me la callaba cuidadosamente. Cuando yo tenía ya 14 años de edad, mi padre perseguía denodadamente mi actividad literaria. No estaba de acuerdo con tener un hijo poeta. Para encubrir la publicación de mis primeros versos me busqué un apellido que lo despistara totalmente. Encontré en una revista este nombre checo, sin saber siquiera que se trataba de un gran escritor, venerado por todo un pueblo, autor de muy hermosas baladas y romances y con un monumento erigido en el barrio Mala Strana de Praga. Apenas llegado a Checoslovaquia, muchos años después, puse una flor a los pies de su estatua barbuda”.

No encontré en onternet una buena foto del monumento que menciona Neruda, pero si la del barbudo checo y uno de sus cuentos, que reproduzco:
ERA UN INUTIL


Jan Neruda

Horácek ya no estaba entre nosotros. Nadie lamentó su muerte a pesar de que todos le
conocían en la Kleinseite. En la Kleinseite, los vecinos se conocen muy bien, precisamente porque no conocen a nadie más. Cuando Horácek murió, se decían entre ellos que era bueno que estuviese muerto porque así su madre se ahorraría mucho sufrimiento, ya que Horácek era un inútil. Murió de repente, a los veinticinco años; así lo decía el registro funerario. Sobre su carácter, dicho registro no daba información; ahí no habían anotado nada porque, a saber -como comentaba muy chistosamente el boticario-, un inútil no tiene ningún carácter. ¡Claro que si hubiera muerto el señor boticario!... El cuerpo de Horácek fue sacado de la capilla ardiente junto con otros muertos. «Así como es la vida, así también es el final», dijo el señor boticario en la farmacia. Tras el muerto desfilaba un pequeño grupo de mendigos más o menos endomingados, por lo que resultaban todavía más llamativos. Sólo dos personas pertenecían al cortejo de Horácek: su vieja madre y un hombre joven, vestido de manera muy elegante, que la acompañaba. Estaba completamente pálido, su paso era inseguro y tembloroso, de tanto en anto parecía sacudido por la fiebre. Los habitantes de la Kleinseite prestaban escasa atención ala madre, lo que al fin y al cabo era un alivio para ella, y si lloraba, sólo lo hacía como madre y uién sabe si de alegría; el joven provenía muy probablemente de otra parte de la ciudad, pues o le conocía nadie. « ¡Pobre, si él mismo necesita dónde apoyarse. Seguro que está aquí por la orácková. ¿Cómo? ¿Su amigo? ¡Qué!, ¿quién iba a declararse simpatizante de alguien roscrito por todos? Y, además, su hijo, Horácek, no tuvo amigos ni siquiera de joven. ¡Fue iempre un inútil! ¡Pobre madre!»

Por el camino, la madre iba llorando con un sentimiento que ablandaba el corazón; al joven le odaban las lágrimas por las mejillas, a pesar de que Horácek hubiese sido un joven inútil.

Los padres de Horácek tenían un colmado. No les iba mal, pues en general a los tenderos suele rles bien, y en especial si tienen la tienda en un lugar donde vive mucha gente pobre.

En un sitio así, el tendero ve entrar el dinero lentamente en la caja, corona a corona y céntimo céntimo -por madera, mantequilla y manteca-, sobre todo cuando, además, tiene que añadir na pizca de sal o de comino; pero, a cambio, siempre entra dinero, aunque sea poco a poco, e ncluso las deudas de dos céntimos se pagan religiosamente.
La Horácková tenía sus benefactoras, mujeres de funcionarios que alababan su exquisita
mantequilla. Compraban mucha y pagaban casi siempre el primero de mes.

El hijo de los tenderos, Franz, tenía ya casi tres años y todavía llevaba vestidos de niña. Las ecinas decían que era un niño feo. Los hijos de las vecinas eran casi todos mayores, y Franz ara vez se atrevia a jugar con ellos. Una vez, en la calle, los niños se burlaron de un judío.

Franz estaba con ellos, pero no se metió con él; el judío empezó a correr tras los chicos,
enganchó a Franz, el cual no albergaba la menor intención de salir corriendo y se lo llevó entre nsultos hasta donde se hallaban sus padres. Las vecinas estaban atónitas de ver lo inútil que ra ya el pequeño Franz.

Su madre se alarmó y consultó con su marido.
- No le voy a pegar. En casa, con los niños, se volvería aún más salvaje, y tampoco podemos uidar de él, así que lo enviaremos a la guardería.

Le pusieron pantalones, y Franz tuvo que ir, llorando, a la escuela. Allí pasó dos años. El primer ño recibió un croissant en recompensa por su conducta tranquila; el segundo año habría btenido una estampita en el examen anual... si se hubiese presentado.

El día antes del examen se fue a casa al mediodía. Tenía que pasar por delante de donde vivía un rico terrateniente. Ante la casa, en una calle bastante tranquila, acostumbraban revolotear as aves, y Franz se quedaba a menudo embelesado con ellas. Aquel día paseaban por allí lgunos pavos que Franz no había visto en su vida. Lleno de entusiasmo, se detuvo a ontemplarlos. No transcurrió mucho tiempo y ya estaba de cuclillas entre los pavos anteníendo importantes conversaciones con ellos. Se olvidó de la comida y de la escuela, y uando por la tarde los niños se chivaron al maestro y le contaron que Franz estaba jugando on los pavos en lugar de ir a la escuela, el profesor mandó a la asistenta que fuera a buscarlo.
Franz sacó un cero en el examen y el señor maestro le dijo a la madre que debía ser más severa con él, que el niño era un verdadero inútil.

Y, en efecto, ¡Franz era un verdadero inútil! En la escuela, religiosa, se sentaba junto al hijito el señor inspector y acostumbraba volver a casa con él cogidos de la mano. Y casi siempre jgaban en casa del inspector. A Franz le estaba permitido acunar al más pequeño, y a cambio e daban café en una taza blanca para merendar. El hijito del señor inspector iba siempre muy ien vestido y solía llevar una golilla blanca almidonada. Franz llevaba un traje que, si bien impio, estaba bastante remendado; por lo demás, no se percataba de que no iba vestido como l hijo del inspector.

Una vez, después de terminar la clase, el maestro detuvo a ambos jóvenes, dio unos golpecitos uaves al hijo del señor inspector en la mejilla y dijo:
- ¿Ves, Konrad, como eres un buen chico? ¡Siempre mantienes blanca la golilla! ¡Dale a tu eñor papá mis mejores saludos!
- Sí -contestó Franz.
- ¡Contigo no hablo, mocoso remendado!
Franz no comprendió en aquel momento por qué el señor maestro no podía saludar a sus padres causa de los remiendos; pero, sospechó una cierta diferencia entre él y el hijo del señor nspector y le sacudió bien sacudido. Le echaron de la escuela por inútil e incorregible.

Sus padres lo enviaron a la escuela alemana. Franz no entendía apenas una palabra de alemán y, en consecuencia, hizo escasos progresos en las ciencias. Los profesores le tenían por un aragán descuidado a pesar de que él se esforzaba bastante, y también por un maledudado, porque siempre se ponía a salvo cuando le provocaban los jóvenes y no se podía defender en lemán de sus pendencias. A cada instante cometía extrañas faltas en alemán, lo que, por ñadidura, les daba ocasión para sus burlas. Una vez llegó a la escuela, y llevaba en la gorra, redonda como un pastel, una visera de un dedo de grosor y toda tiesa hacia arriba. Para sus compañeros de clase, eso supuso un gran divertimiento.

Para obtener esa gorra había ido su padre a propósito hasta el caso antiguo para buscarle algo especial.
- Así, por lo menos, no romperás la visera y estarás protegido del sol -le dijo mientras le cosía la visera.

Y Franz creyó de veras que llevaba algo especialmente bonito y se fue orgulloso hacia le escuela. Unas risas que parecían no tener fin le saludaron. Los chicos daban saltitos alrededor de él, y como su visera parecía un tablón entre listones al lado de las viseras de los demás, le llamaron «rey de los tablones». Franz le dio con el tablón en las narices a uno de los burladores; a cambio recibió una reprimenda por su conducta, y le costó lo suyo que le admitieran en la escuela elemental.

Sus padres se esforzaban todo lo que podían por hacer algo de su hijito, para que el chico pudiera ganarse el pan más adelante sin tanta dificultad como ellos. El maestro y los vecinos les sacaron tal idea de la cabeza e hicieron la observación de que el joven no estaba dotado en absoluto y que era un inútil.

También entre los vecinos tenía esa mala fama. Tenía mala suerte sobre todo con ellos, si bien no hacía más trastadas que sus hijos, al contrario. Siempre que jugaba a pelota en la calle, la pelota volaba directa a la ventana -precisamente abierta- de algún vecino, y cuando jugaba en la galería con sus companeros a ver quién lanzaba la gorra más alto, siempre había de romper la lamparita que estaba bajo la cruz, por más que pusiese todo el cuidado del mundo.

Franz, llamado ya Horácek, llegó a la escuela secundaria. No puede decirse precisamente que se dedicara con especial ahínco al estudio, pues ya le resultó bastante antipático en la escuela alemana, y su proceso general sólo dio para que a duras penas le pasaran año tras año de clase; en cambio, Horácek aprendió muchas cosas que no pertenecían en sentido estricto al ámbito escolar. Leía con verdadera aplicación todo lo que caía en sus manos, y muy pronto se hizo con unossólidos conocimientos de literatura extranjera. Consiguió en poco tiempo un estilo pulido en alemán, la unica matrícula que se le concedió en todos los años de bachillerato. Sus redacciones contenían ideas nuevas y giros brillantes. Su maestro llegó a sostener una vez que su estilo era tan florido, que casi se asemejaba al de Herder. Los profesores lo tuvieron en cuenta y, si no lo hacía tan bien con otras asignaturas, solían decir que tenía un gran talento, pero que era un inútil. A pesar de todo, tampoco se sentían llamados a echar a perder su talento y Horácek pasó también el último examen, el decisivo.

Empezó a estudiar derecho porque estaba de moda y porque el padre quería que se hiciesefuncionario. Así que Horácek tuvo todavía más tiempo para leer y, como por la misma época se enamoró felizmente, también empezó a escribir. Sus primeros ensayos salieron publicados en revistas, y toda la Kleinseite estaba enormemente indignada de que se hubiera convertido en literato, escribiera en periódicos y, por si fuera poco, además en lengua checa.

Le profetizaron un descenso en picado, y cuando su padre murió poco tiempo después, todos afirmaron con seguridad que había sido la aflicción a causa del inútil de su hijo lo que le había llevado a la muerte.

La madre dejó el colmado. Al cabo de poco tiempo ya le iba muy mal, y Horácek tuvo que mirar de ganar algún dinero. Habría buscado gustoso un trabajo, pero eso era algo que no podía decidir inmediatamente. No había perdido del todo las ganas de seguir estudiando, si bien la carrera de derecho le resultaba una bazofia de difícil aceptación, y sólo iba a la facultad cuando se aburría. El gran impedimento, sin embargo, era su amor.
Una bella muchacha, realmente cariñosa, estaba encendida de amor por él, y tampoco sus padres la obligaban a decidirse por ningún otro, a pesar de que le presentaban suficientes pretendientes. La muchacha quería esperar a Horácek hasta que pasara el examen y obtuviese con él un puesto decente. El empleo que le habían ofrecido a Horácek traía consigo un sueldo inmediato, pero sin expectativas para el futuro. Horácek comprendió bien que, a su lado, la muchacha no tendría un futuro próspero, y a la miseria tampoco quería entregarla. Creyó que estaba menos enamorado de ella de lo que en realidad estaba, y tomó la decisión de decirle adiós. Sin embargo, no tenía corazón para hacerlo de forma abierta: quería ser repudiado, arrojado; tal era el inconsciente anhelo de regocijarse en un sufrimiento inmerecido. Pronto se le ocurrió la manera. Cambiando su letra, escribió una carta anónima contando las cosas más insultantes sobre él mismo y la envió a los padres de la novia. La hijita no creyó al denunciante. Pero el padre era más precavido, preguntó entre los vecinos de Horácek y ellos le informaron de que el muchacho era un inútil desde la infancia. Cuando Horácek fue de visita unos días más tarde, la muchacha salió llorando de la habitación y él fue despedido de la casa de manera cortés.

La muchacha se casó poco después, y por toda la Kleinseite se extendió el rumor de que habían echado a Horácek de la casa a causa de su inutilidad.

Fue entonces cuando a Horácek se le rompió el corazón, pues había perdido a la única persona que le amaba, sin poder ignorar su propia culpa en todo ello.

Perdió su presencia de ánimo, el nuevo oficio se le volvió detestable, se moría de pesar y se consumía abiertamente. A sus vecinos no les extrañaba nada todo eso, ya que no era –decíansino la consecuencia de una vida llevada tan a la ligera.

Su nueva ocupación le obligaba a estar en un despacho privado. A pesar de su aversión,
trabajaba con ahínco, y su superior pronto le depositó toda su confianza; cuando había que transportar dinero, se lo confiaba a él. Horácek también tuvo ocasión de mostrarse agradecido con el hijo del jefe. Una vez, éste le esperó a la salida.
- Señor Horácek, si usted no me ayuda, no tendré más remedio que arrojarme al agua, y, por escapar a mi propia verguenza, sere una vergüenza para mi padre. Tengo deudas que debo pagar hoy a toda costa, pero no recibiré mi dinero hasta pasado mañana, y ahora me encuentro perdido. Usted lleva dinero para mi tío; confíemelo de forma provisional; pasado mañana lo repondré. ¡Mi tío no le preguntará a mi padre por el dinero!

Pero el tío sí que preguntó, y al día siguiente se leía en el periódico: «Ruego a todos aquellos relacionados con mi empresa no le confíen ningún dinero a F. Horácek. Le he despedido sin previo aviso, por deslealtad.»

Ni siquiera la noticia de que otro barrio de la ciudad ardía en llamas habría despertado tanto interés entre los habitantes de la Kleinseite.

Horácek no delató al hijo del señor director: se fue a su casa, y, pretextando dolor de cabeza, se acostó.

El médico del distrito, a la hora de costumbre y claramente sumido en sus pensamientos, fue unos días más tarde a la farmacia.
- ¿Así que el inútil se ha muerto? -preguntó sonriendo el señor boticario.
- ¿Horácek? ¡Pues sí!
- ¿Y de qué ha muerto?
- ¡Bah? Por mí, diré que de un ataque al corazón.
- ¡Vaya! Menos mal que no ha dejado deudas de medicamentos, ese inútil.

Thursday, May 21, 2009

VENDRA LA MUERTE Y TENDRA TUS OJOS

Clarence Dowling, el último amor de Césare Pavese


En el post “La mujer que llegó en marzo”, aún en pantalla, se relata el suicidio del escritor italiano Cesare Pavese. En ese trabajo se menciona uno de sus poemas más bellos y las dramáticas circunstancias en que fue escrito: “Vendrá la muerte y tendrá tus ojos”. Conocí este poema, a través de la canción de Paco Ibáñez, que la interpreta en idioma vasco. La composición musical es magnífica e invita a conocer la obra en su traducción al español. Me parece necesario, en este caso, insertar también la versión original. Finalmente, recomiendo ver en YouTube los videos de Paco Ibáñez y de Vittorio Gasman.

Vendrá La Muerte Y Tendrá Tus Ojos de
Cesare Pavese

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos
-esta muerte que nos acompaña
de la mañana a la noche, insomne,
sorda, como un viejo remordimiento
o un vicio absurdo-. Tus ojos
serán una vana palabra,
un grito acallado, un silencio.
Así los ves cada mañana
cuando sola sobre ti misma te inclinas
en el espejo. Oh querida esperanza,
también ese día sabremos nosotros
que eres la vida y eres la nada.
Para todos tiene la muerte una mirada.
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.
Será como abandonar un vicio,
como contemplar en el espejo
el resurgir de un rostro muerto,
como escuchar unos labios cerrados.
Mudos, descenderemos en el remolino.


Verrà la morte e avrà i tuoi ochi

Verrà la morte e avrà i tuoi ochi.
questa morte che ci accompagna
dal matino alla sera, insonne,
sorda, come un vecchio rimorso
o un vizio assurdo. I tuoi occhi
saranno una vana parola,
un grido taciuto, un silenzio.
Così li vedi ogni matina
quando su te sola ti pieghi
nello specchio. O cara speranza,
quel giorno sapremo anche noi
che sei la vita e sei il nulla.
Per tutti la morte ha uno sguadro.
Verrà la morte e avrà i tuoi ochi.
Sarà come smettere un vizio,
come vedere nello specchio
riemergere un viso morto,
come ascoltare un labbro chiuso.
Scenderemo nel gorgo muti.

Saturday, May 16, 2009

MALAS NOTICIAS



Amaro Gómez-Pablos, el conductor de “24 Horas”, de TVN, pide perdón por comenzar el programa con una noticia policial. Quedo perplejo; uno no pide disculpas por algo que no ha hecho todavía. La especificidad de la noticia, un crimen atroz, según nos enteraremos, tampoco explica las disculpas: nadie espera que un noticiero contenga solo buenas noticias. Por otra parte, cada cuál hace lo que debe hacer, y lo que espero en este caso es ser informado sobre el acontecer. De ahí mi asombro. Pero veamos la noticia que ha preparado “el equipo” de “24 Horas”: Un individuo y dos mujeres asesinaron al padre del primero, para robarle una suma cuantiosa de dinero. Para ocultar el crimen trozaron el cadáver y lo sacaron de la casa en bolsas que el maleante tiró en alguna parte. El periodista está parado frente a la casa en que se cometió el crimen; micrófono en mano interroga a una vecina del hechor. La tipa dice que vió cuando el criminal abrió el portón de la casa y sacó su moto; luego cuando una de las mujeres salió de la casa portando una bolsa que entregó al motorista. “Desde que la vi me di cuenta que no era una bolsa común y corriente”, dice la testigo. El entrevistador y yo quedamos boquiabiertos. Pienso las veces que, cándidamente, he visto a mis vecinos salir de sus casas con paquetes, bolsas, maletas o mochilas, sin que jamás se me pasara por la mente que transportaban partes de un cadáver. La vecina, en cambio, no sólo advirtió este detalle, sino que, además, cooperando activamente con el noticiero y la justicia, mantuvo la vigilancia del sospechoso, permaneciendo en la puerta de la casa hasta que éste regreso al lugar del crimen, por supuesto, sin la bolsa. El periodista agradece a la vecina su testimonio y su valentía, como si realmente hubiere hecho algún aporte a la investigación. Amaro está a punto de llorar, podéis imaginároslo, si no visteis el noticiario, atragantado en sus eses interminables, tratando de explicaros su justo horror. Por mi parte imagino al conductor como uno de los personajes de una segunda parte de la novela “Tinta roja”, de Fuguet. Mi conclusión es que estoy frente al peor periodismo, al más burdo, truculento, morboso y sensacionalista, a aquel que en mi juventud se motejaba como ¡prensa amarilla”. Me pregunto si será posible que el periodista esté sospechando que hay mucha gente harta de este tipo de periodismo, que espera que Sebastián Piñera compre el canal, que como televisión pública es una estafa, ya que hablamos de temas policiales.

Con todo, sería más sorprendente aún, que Amaro Gomez-Pablos hubiere pedido perdón por esto: lleva demasiado tiempo haciendo lo mismo.

Wednesday, May 13, 2009

HOLA, SOY TOUMAI




En el cuento "La forma de la espada", de Jorge Luis Borges, su personaje John Vincent Moon hace la siguiente afirmación: "Lo que hace un hombre es como si lo hicieran todos los hombres. Por eso no es injusto que una desobediencia en un jardín contamine al género humano; por eso no es injusto que la crucifixión de un solo judío baste para salvarlo. Acaso Schopenhauer tenga razón: yo soy los otros, cualquier hombre es todos los hombres, Shakespeare es de algún modo el miserable John Moon”.

Por mi parte, he afirmado en este blog que, a mi entender, no solo soy los otros, sino todos, en todos los tiempos y los que vendrán. De esto se pueden extraer conclusiones, como, por ejemplo, las que Jean Paul Sartre afirma en un párrafo de su célebre ensayo “El existencialismo es un humanismo”: “Cuando decimos que el hombre se elige, entendemos que cada uno de nosotros se elige, pero también queremos decir con esto que, al elegirse, elige a todos los hombres. En efecto, no hay ninguno de nuestros actos que, al crear al hombre que queremos ser, no cree al mismo tiempo una imagen del hombre tal como consideramos que debe ser. Elegir ser esto o aquello es afirmar al mismo tiempo el valor de lo que elegimos, porque nunca podemos elegir mal; lo que elegimos es siempre el bien, y nada puede ser bueno para nosotros sin serlo para todos. Si, por otra parte, la existencia precede a la esencia y nosotros quisiéramos existir al mismo tiempo que modelamos nuestra imagen, esta imagen es valedera para todos y para nuestra época entera. Así, nuestra responsabilidad es mucho mayor de lo que podríamos suponer, porque compromete a la humanidad entera.

Si retrocedo en el tiempo buscando mis antepasados, no llego a Adán y Eva, sino a Toumai. Una expedición arqueológica franco-chadiana, encontró en julio de 2001, en Chad, norte de Africa, el cráneo de un homínido, cuya edad se estimó en siete millones de años, constituyéndose en el más antiguo encontrado hasta hoy y en uno de los hallazgos más importantes en su tipo. En el mundo científico se le conoce como “Toumai”, que en la lengua nativa significa “esperanza de vida”

Si, aunque se trate de un mero divertimento, aceptamos estas hipótesis literarias y existencialistas, yo soy Toumai y puedo observar la evolución de mi especie desde la perspectiva de un habitante del planeta, hace siete millones de años.

“!Hola! Yo, Toumai: tuve que esperar algo menos de siete millones de años para que un pueblo, de entre mis descendientes, me informara que fui creado a imagen y semejanza de un Dios; que mis antepasados fueron Adán y Eva, de quienes, por supuesto, nunca oí hablar; que éstos fueron expulsados de un paraíso; que soy un pecador y que otro de mis descendientes, convertido en Dios, vino a salvarme”.

Tuesday, May 05, 2009

PRONTO SABRE QUIEN SOY



No se que edad tenía Jorge Luis Borges cuando escribió su “Elogio de la sombra”. Podría averiguarlo fácilmente, pero tengo prisa: este blog me impone ritmos vertiginosos; como la vida. Además, no es necesario, el poema es un espejo en el que el autor se refleja como quiere ser visto, no como lo vemos. La vejez “es el nombre que los otros le dan”, no es su problema; ve en ella una oportunidad; “puede ser el tiempo de nuestra dicha”.

El tiempo hizo su trabajo de decantación: “El animal ha muerto o casi ha muerto./ Quedan el hombre y su alma”. Coincido con mi tocayo, es posible que alguien no lo sepa, pero todos llevamos consigo la evolución de la especie, somos animales concientes, mientras más concientes, más humanos.

Pero hay algo más. El poeta vive -como vivo yo- “entre formas luminosas y vagas/que no son aún la tiniebla”. Y agrega, “Esta penumbra es lenta y no duele;/ fluye por un manso declive/y se parece a la eternidad”. También yo podría decir como Borges que “Mis amigos no tienen cara,/ las mujeres son lo que fueron hace ya tantos años,/ las esquinas pueden ser otras,/ no hay letras en las páginas de los libros”.

Conozco muy bien lo que significa tener la vida acotada al mínimo de sus posibilidades y lo que es hacer, cada día, el inventario de lo imprescindible. Dice Borges: “De las generaciones de los textos que hay en la tierra/sólo habré leído unos pocos,/ los que sigo leyendo en la memoria,/ leyendo y transformando./ Del Sur, del Este, del Oeste, del Norte,/ convergen los caminos que me han traído a mi secreto centro./ esos caminos fueron ecos y pasos, mujeres, hombres, agonías, resurrecciones,/ días y noches,/ entresueños y sueños,/ cada ínfimo instante del ayer/y de los ayeres del mundo,/ la firme espada del danés y la luna del persa,/ los actos de los muertos,/ el compartido amor, las palabras,/ Emerson y la nieve y tantas cosas” .

Borges nos había anticipado ese último verso: “¡Siempre en mi vida fueron demasiadas las cosas” y, por mi parte, tenía anunciada la decantación: “Ahora puedo olvidarlas./ Llego a mi centro,/ a mi álgebra y mi clave,/ a mi espejo”. Todo para concluir con una soberbia declaración: “Pronto sabré quién soy”.

Me identifico en este poema. Como Borges, me acerco a esa etapa “que los otros le dan” el nombre de vejez, pero la enfrento, además, con la amenaza de la ceguera. Cuando uno esta en esta situación, no tiene otra alternativa que aceptar la evidencia y volverse hacia uno mismo, para buscar todo aquello que debe ser preservado del olvido y desechar el resto y, lo más importante, sacar conclusiones una y otra vez, sobre el sentido de la vida, sobre la existencia y la esencia de lo humano, sobre la vida y la muerte, acercarse lo más posible al secreto centro de que nos habla Borges, saber , exactamente, quienes somos.

Ese es el sentido que tiene este blog.

Friday, May 01, 2009

SHOICHI YOKOI, EL SELKIRK JAPONES

El teniente Shoichi YokoI de regreso en Tokio.

El marinero escocés Alexander Selkirk protagonizó una de las aventuras más extrañas del siglo XVIII, que permitió al escritor Daniel Defoe crear uno de los personajes literarios más populares de su época, Robinson Crusoe. Como se trata de una historia muy conocida, recordaré sus detalles esenciales. En octubre de 1703, Selkirk, de 27 años, formaba parte de la tripulación del galeón “Cinque Ports”, que navegó el archipiélago de Juan Fernández. Al parecer, desconfiaba de la nave y por ello, habría preferido desembarcar en la isla mayor. Allí vivió, en la mayor soledad, durante más de cuatro años. Selkirk fue rescatado el 2 de febrero de 1709, por el “Duke”. La isla que lo cobijó fue rebautizada como Robinson Crusoe y otra, del mismo archipiélago tiene su apellido.

Que yo sepa, nadie escribió una novela para inmortalizar otra historia, tan sorprendente como la anterior y, tal vez por eso, el nombre de Shoichi Yokoi no quedó registrado en la memoria de la humanidad, como aconteció con el del marinero escocés.


El 24 de enero de 1972 fue encontrado un soldado japonés que sobrevivió durante 28 años en la isla de Guam, Pacífico Sur, ignorando que la Segunda Guerra Mundial había concluido, dramáticamente para su país. Durante la guerra el ejército imperial lo destinó a a China y luego, en 1944, a la Isla de Guam. Cuando las tropas estadounidenses tomaron la isla, la mayoría de los 19.000 soldados japoneses murieron en combate y alrededor de dos mil huyeron a la selva y se entregaron cuando Japón se rindió. Pero un pequeño grupo de sobrevivientes permaneció escondido en la selva, ignorando que la guerra había terminado. Uno de esos hombres era el sargento Shoichi Yokoi, quien se ocultó junto con ocho camaradas que fueron muriendo hasta dejarlo completamente solo.

Shoichi Yokoi vivió 28 años en un lugar inhóspito, alimentándose de cangrejos, caracoles, anguilas y frutas, y cuando su uniforme se deshizo, elaboró ropa con cortezas de árboles. Yokoi fue descubierto por cazadores que lo vieron mientras pescaba. Cuando trataron de hablarle, Yokoi huyó y se refugió en su cueva. Finalmente fue rescatado, regresó al Japón, donde se lo recibió como un héroe.


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