Friday, August 24, 2007

EXPOSICION FOTOGRAFICA


Estimados amigos:
Los invito a la exposición que realizamos Nicolas Coloma, Martina Valenti y yo en Mall Plaza Norte, Biblioteca Viva, con las mejores fotos capturadas en la Fiesta de La Tirana, en los años 2006 y 2007. Las imagenes van desde el reportaje a la experimentación visual y está muy entretenida.

Un abrazo y espero sus comentarios luego de verla.

Jorge Bravo de la Carrera
07-7573551

ALVARO MUTIS: "UN BEL MORIR"


Desde mi gavia, imaginaria, por cierto, atisbo a lontananza la muerte. En este post hablaré de ella solo para sostener que me resulta incomprensible el verso de Petrarca “Un bel morir tutta una vita onora”, esto es, que no importa la vida que hemos llevado, un bel morir la justifica. Para mi es difícil concebir la muerte como una cuestión de estética . Por muy hermoso y sugerente que sea el verso, me cuesta imaginar una muerte bella. Alvaro Mutis, nacido en Bogotá, Colombia, en 1923, escribió una novela y un poema inspirado en ese verso, con el título “Un bel morir”. La novela tiene como personaje central a Maqroll, el gaviero, que aparece por primera vez en el poemario “Los elementos del desastre” (1953). En “Summa de Maqroll el gaviero” recoge sus poemas desde 1948 a 1970. Entre sus obras en prosa merecen destacarse “La nieve del almirante” (1986), “Ilona llega con la lluvia” (1988), “Un bel morir” (1989), “La última escala del Trump Steamer” (1990), “Amirbar” (1990) y “Abdul Bashur, soñador de navíos”(1991). El poema que publicamos a continuación es anterior a la novela, y apareció en “Los trabajos perdidos”
Digamos antes de ir al poema, que un gaviero es el marinero a cuyo cuidado está la gavia y el registrar cuanto se pueda ver desde ella. La gavia es la vela que se coloca en el mastelero mayor de las naves.
UN BEL MORIR

De pie en una barca detenida en medio del río
cuyas aguas pasan en lento remolino
de lodos y raíces,
el misionero bendice la familia del cacique.
Los frutos, las joyas de cristal, los animales, la selva,
reciben los breves signos de la bienaventuraza.
Cuando descienda la mano
habré muerto en mi alcoba
cuyas ventanas vibran al paso del tranvía
y el lechero acudirá en vano por sus botellas vacías.
Para entonces quedará bien poco de nuestra historia,
algunos retratos en desorden,
unas cartas guardadas no sé dónde,
lo dicho aquel día al desnudarte en el campo.
Todo irá desvaneciéndose en el olvido
y el grito de un mono,
el manar blancuzco de la savia
por la herida corteza del caucho,
el chapoteo de las aguas contra la quilla en viaje,
serán asunto más memorable que nuestros largos abrazos.







JAIME GALTE, SU VIDA PARANORMAL


“Sueño”, óleo, del pintor español Francisco Romero (1960)
www.interarteonline.com/

En internet hay poca información sobre Jaime Galté; solo un artículo de Carlos Mora Vanegas, “Recordando a Jaime Galté”, publicado en varios sitios. Jaime Galté, fallecido en 1965, fue un destacado jurista, profesor de Derecho Procesal de las Escuelas de Derecho de la Universidad de Chile, en Valparaíso y Santiago, autor de un libro sobre la materia, publicado por la Editorial Jurídica. Perteneció a la masonería y se desempeñó en la Contraloría General de la República y en el diario “La Nación”. Todo esto forma parte de su vida “normal”. En este post nos interesa su vida “paranormal”, que, tratándose de una personalidad distinguida, garantiza su seriedad. Recuerdo, por ejemplo, el testimonio de dos abogados, que fueron sus colegas en la Universidad, Enrique Silva Cimma y Patricio Aylwin, que, alguna vez, se refirieron a su personalidad, en reportajes periodísticos.

El autor del mencionado artículo, es lo que en derecho llamamos un testigo de oídas. Conoció en la Sociedad Chilena de Parapsicología, a personas que estuvieron vinculadas con Galté y que, por tanto, pudieron apreciar sus facultades paranormales, como los doctores Brenio Onetto, Pasquali y Elcira Pinticart. Afirma, con el apoyo de esos testimonios, que Galté estaba dotado de excepcionales facultades mediumnicas y de sanación.

Según afirma Mora Vanegas, Galté tuvo su primera manifestación de dichas facultades en su juventud, “a través de un sueño, cuyo relato fue registrado en la mencionada Sociedad por la doctora Elcira Pinticart. Su padre había muerto hacía poco, cuando Galté soñó que viajaba en tren a Valparaíso y se dirigía a una plaza desconocida. Allí, en un hotel, el dueño le informa que su padre lo espera en la habitación número 28. "En el ataúd sólo había piedras", explica el padre para justificar el encuentro. Le informa que el abogado porteño Rafael de la Veau tiene títulos e instrucciones en un sobre sellado donde hay, además 1.900 pesos, un reloj y su argolla. Al día siguiente, Galté viajó realmente a Valparaíso y ubicó fácilmente al abogado De la Veau, al que sorprende al describirle el contenido del sobre sellado, que sólo conocía el difunto. En él había, efectivamente, mil novecientos pesos, un anillo, un reloj y varios títulos.

Galté, -afirma Mora Vanegas- “tuvo su primer contacto con el espíritu de Erik Halfanne, un médico suizo-alemán fallecido en Bolivia a principios del siglo XX. Invocado para ir en ayuda de un amigo de Galté -cuya hija estaba gravemente enferma-, el espíritu del médico entró en comunicación con el médium, iniciándose una relación que se mantendría durante años. El médico a través de Galté, recetó en aquella ocasión los remedios que salvaron la vida de la niña. Fue sólo el primer caso. Seguirían sumándose los infalibles diagnósticos para prestigio de Galté. Se sabe entre uno de los más extraordinarios es el que relata el doctor Brenio Onetto, siquiatra y parasicólogo amigo de Galté. El caso, que sucedió en los años cuarenta, afectaba a la hija de siete años de Luis Valencia Courbis, abogado y diputado conservador. En gravísimo estado, la pequeña recibió el diagnóstico de Halfanne: infección generalizada y principio de meningitis, provenientes de focos infecciosos de un molar superior izquierdo. Superada la gravedad por los medicamentos recetados en la emergencia, poco después el dentista Carlos Valencia, tío de la niña, confirmó en las radiografías el diagnóstico: infección en un molar superior izquierdo.”

Otro episodio del relato de Mora Vanegas es el siguiente. En una ocasión Galté pidió lápiz y papel y escribió un mensaje que provendría del espíritu de una persona recién muerta en el hundimiento de un barco: el Itata. Luego de la sesión, Galté y el grupo espiritista se enfrentaron a los titulares de la prensa: "Se hundió el Itata". En la lista de desaparecidos en el naufragio estaba el nombre de la persona cuyo espíritu habría transmitido su último mensaje a Galté.

“Otro aspecto interesante dentro de las manifestaciones de Jaime Galté, esta su comunicación con otro espíritu muy conocido en la Sociedad Chilena de Parapsicología. El Dr. Lowe dueño de una voz melodiosa y un leve acento inglés. Lowe como lo cita Pasquali deleitaba a los miembros de la Sociedad Chilena de Parasicología, que se reunían domingo a domingo a estudiar los fenómenos extrasensoriales. Llenos de sabiduría y amor hacia la humanidad, los mensajes de Lowe surgían como respuesta a las inquietudes existenciales de los profesionales que formaban la Sociedad. Durante décadas, los mensajes fueron taquigrafiados y, más tarde, grabados. Galté los recopiló y los vertió en dos libros: "Ante el umbral" y "En el umbral". En ellos se analizan puntos claves de la existencia humana y se exponen los que -para Mr. Lowe- eran los pilares de la verdad: amor, caridad y sinceridad. También están contenidas en ambas obras las ideas masónicas de Galté, miembro de esa orden. De acuerdo con el mismo relato, otras de las facultades de Galté era la de “desdoblarse para ir a atender a pacientes lejanos tal fue el caso de su visita al diplomático y escritor Miguel Serrano, afectado por una parálisis sicosomática. Pero el escritor no pudo agradecerlo: Galté desapareció de su vista en la habitación. Era su cuerpo astral el que le había intervenido.

En mi archivo personal, tengo tres artículos del periodista José Luis Recart sobre parapsicología, publicados en la Revista del Domingo, de El Mercurio, entre 1966 y 1967, uno de ellos sobre la Sociedad Chilena de Parapsicología, que no menciona a Galté. En otro, publicado en la Revista Paula, año 1965, el mismo en que falleció Galté, el periodista Luis Alberto Ganderats entrevista al psiquiatra y neurólogo chileno Fernando Lolas Stepke, quién, en cinco minutos, cuenta el entrevistador, destruyó la posibilidad de considerar ciencia a la parapsicología.

Me cuento entre quienes creen que la infabilidad es una facultad escasa entre los seres humanos, aunque tengan la disposición de su cuerpo y espíritu. Mi duda es la siguiente: ¿Por qué causa un médico reducido a su espíritu --privado de su cuerpo y, en consecuencia de su cerebro-- podría ser más eficiente en el diagnóstico y medicación de enfermedades que sus colegas vivos, en un país que cuenta con más medios y que lo aventajan en cuatro o cinco décadas de experiencia profesional? ¿Cómo se las arreglaba el espíritu del doctor Erik Halfanne, para mantenerse al día en materias científicas? ¿Existe en alguna parte un lugar en que se imparta postgrados a espíritus sin cuerpos?

Con todo, si el rio suena…


Wednesday, August 15, 2007

SANTIAGO EN 300 PALABRAS


I

“Estamos sentados, a la mesa de un bar de plaza Italia, a la salida del Metro. Nos miremos fijamente, permanecemos en silencio. Hemos tenido, diría, un malentendido. “Estás linda”, pienso o quizás digo en voz baja. Entonces, en los ojos de Monserrat, reflejado, veo al hombre que ve cuando me mira. “Me voy”, dice, presa de una ira que no comprendo. Se levanta, sale, siento un estallido, desaparecen Monse, el bar, la plaza Italia, la ciudad. Solo resta esta silla que sujeta mi esqueleto, esta mesa, en la que apoyo mis codos y este vaso de licor, su sabor amargo”

II

Hoy sucedió algo raro en el Bier. Llegaron dos clientes habituales. (Otro, desconocido, estaba junto a ventana). El pidió un trago, ella una bebida. Estaban tensos. De pronto ella se levantó, le arrojó el vaso al tipo de la ventana y salió. Don Ramiro estaba ido. El desconocido se limpió la cara y rehusó mi ayuda. Confundido, le expliqué a don Ramiro lo sucedido. Quiso pedir disculpas al desconocido, pero éste, se levantó como pudo, extendió sus brazos, para evitar que se acercara y le dijo: “No hay problemas abuelo”. Entonces don Ramiro lo sentó de un puñetazo. ¿Raro, no?

III


Vaya tarde de mierda. Yo estaba en el Bier-Hall, sentado al lado de la ventana que mira a la Plaza. Sabía que Monserrat se iba a juntar allí con su amante, porque ella misma me lo contó. Había jurado que le iba a dar calabazas. Ella dijo en la oficina que hace tiempo quiere terminar con él, pero que no puede, porque la cohíbe. Le dije, entonces, que hoy la iba estar esperando en el Bar, para darle ánimo. ¿Y qué gané con eso?, un vaso por la cabeza y un combo en la guata. ¡Carlos, no te rías, estúpido!






EL ARTE DE ESCUCHAR

“Mira dos veces; escucha dos veces. Habla una vez.”
Post “Nimiedades”, Julio, 2007.

EL ARTE DE ESCUCHAR

Oímos mucho ruido, hablamos demasiado y escuchamos poco.
Cuando hablamos no hacemos sino repetir lo que ya sabemos, pero cuando escuchamos siempre aprendemos algo. Es verdad que quien habla siembra, pero el que escucha… recoge. De ahí la importancia de ejercitarse a escuchar, acostumbrarse a preguntar e invitar a los
demás a exponer sus opiniones. Así, a la vez que se aprende a escuchar, se ayuda a pensar al otro... y a uno mismo. Madame de Sevigné sentenció: “Hemos nacido con dos ojos, dos orejas y una sola lengua porque debemos mirar y escuchar dos veces, antes de hablar”. Cervantes puntualizó: “No te escuches a ti mismo; que toda afectación es mala”. Shakespeare concluyó “Presta el oído a todos y a pocos la voz:”.
Casi todos escuchamos mal; hasta en la conversación a solas con otra persona, no escuchamos casi más que nuestras propias palabras. Se necesita ingenio para hablar bien, pero para escuchar correctamente basta la inteligencia. Plutarco observó que para dominar la oratoria, es preciso previamente saber escuchar. Además hablando se agrada a los demás sólo a veces, pero escuchando se complace siempre. Chaplin aconsejaba: No esperes a que te toque el turno de hablar, escucha de veras y serás diferente.
En política, Richelieu recomendaba “Escucha mucho y habla poco para desempeñar bien el Gobierno”, y Haliburton aconsejaba “Oíd sólo una parte y permaneceréis en la oscuridad; oíd a las dos partes y todo se aclarará”. Cierto que escuchando se corre el riesgo de que nos convenzan, pero justamente eso es profundizar y madurar. Lamentablemente, algunos prefieren negar los argumentos, o hasta dar la razón a otros, antes que escucharles. Ojalá los políticos escuchasen más a la gente, en vez de desgastarse inútilmente en polémicas condenadas al fracaso por su futilidad o alejamiento de los intereses de la ciudadanía.
En administración de empresas, Tom Peters desde los años ‘90 definió como estilo moderno el perfil de saber escuchar, frente al modelo de los años ‘50 de hablar y dar órdenes. Escucha a la otra parte; escucha lo que merece ser escuchado, aunque provenga de los labios del adversario. La diligencia en escuchar es el más breve camino hacia la sabiduría. Nada es fácil ni tan útil como escuchar mucho.
En educación, quizá no enseñamos a escuchar, sino sólo a oír. Stravinsky dijo que “Escuchar es un esfuerzo, oír no tiene ningún mérito. También oyen los patos”. Al reformista John Dewey, cuando solicitó un innovador mobiliario escolar un carpintero le respondió: "Me temo que no tenemos lo que desea. Usted quiere algo donde el alumnado pueda trabajar; todo lo que tenemos es para estar sentados y oyendo".
Una de las mejores formas de persuadir a la gente es mediante el oído,… es decir, escuchándolas. Procuremos primero comprender, para después ser comprendidos. Escuchemos de verdad a los otros. La relación nos transformará: Comenzaremos a escucharnos y a saborear las palabras… ajenas. No es preciso coincidir plenamente, ni discrepar; simplemente se escucha, y se siente cómo juntos comprendemos las plurales perspectivas con las que se aprecia la misma realidad. En ese proceso, empezamos a sentir que hay algo muy valioso en cada persona, en uno mismo y en los demás. Que nuestra primera lengua, la de escuchantes, sea nuestro oído.
Un proverbio de los indios cherokee dice: "¡Escucha, o tu propia lengua te volverá sordo!”. El refrán clásico recalca “Habla poco, escucha más, y no errarás”. Antonio Machado lo poetizó: “Para dialogar, preguntad primero; después..., escuchad”.

Tomado del blog de Mikel Aguirrebeitía Aguirre

Friday, August 10, 2007

EL PERRO Y LA NIEBLA


La noche del sábado 15 de junio la mujer soñó un lugar extraño, del cual supo recordar apenas unas imágenes difusas, simbólicas, si se quiere. Se lo contó al hombre por la mañana mientras desayunaban. Puede que hayan hablado de otras cosas también, aunque el hombre empezó la mañana leyendo el diario. Traía un comentario curioso: un cuadro de August Strindberg había sido vendido en Londres por la friolera de 30 millones de coronas. Estaba por comentar la venta cuando ella habló del sueño.

En el sueño había un terreno emparejado, empedrado, cubierto de lozas o de tablones de madera que formaban un rectángulo de buen tamaño. Al fondo había un espacio que en el sueño estaba envuelto por la niebla: ella no era capaz de decir si se trataba de un prado y una hilera de árboles de troncos delgados haciendo de telón o de un lago calmo y una docena de mástiles y botes dispuestos en línea contra un muelle.

El hombre se esforzaba por mantener el humor en alto, de mostrar al cuento su mejor talante e incluso se empeñaba en construirlo. Imaginaba cuadrados, rectángulos y cilindros de varios portes. Veía maderos largos durmiendo el sueño de los elementos muertos y, más allá, trataba de inventarse una niebla, que su geometría no lograba explicar, puesto que aquella sugiere algo sutil e informe - por lo menos recuerda algo sutil e informe a este hombre de carne y huesos, el cual confunde nieblas con neblinas. Por más, su conocimientos en estas materias le viene de experiencias pasadas, de autos, de noches, de caminos encurvados, de descensos en segunda por carreteras de países lejanos, de hileras de ojos de gatos que van formando un eje brillante serpenteando entre las pistas al reflejarse sobre ellos las luces amarillas de los focos.

Entonces ella mencionó al perro y borró de golpe recuerdos que tenían treinta años en la mente del hombre. Ella dijo que lo que dio vida al sueño no era el muelle, ni los yates, ni los tablones, ni el presunto prado. Ni siquiera la niebla, que el hombre había empezado ya a concebir con hostilidad, mientras ella hablaba. Todo esto estaba, pero era secundario. Lo que importaba en el sueño era el perro. Era grande: cuando corría era rápido, sus movimientos eran elásticos y su pelaje un mantón blanco recortándose apenas en la neblina. Ella había soñado que el perro era la neblina y la neblina el perro: estaba en ella, a veces se distinguía de ella, a veces no. El perro era y no era a un tiempo, existía y dejaba de existir en la neblina. Esta contradicción, lejos de quitarle veracidad al sueño, lo explicaba.

"El perro era el sueño, pero en otra dimensión" - había dicho la mujer de repente como si estuviera hablando con otra mujer pues solamente otra mujer podría entender una afirmación como esa -"como esas cosas que me vienen cuando siento que va a pasar algo".

"Siento" había dicho. "Ni siquiera tiene el buen gusto de presentir como las demás mujeres”. “Es más categórica que una reunión de profetas. Expresa sus intuiciones, soñadas o no, como si fueran hechos."

Si fue el hombre, o si es producto del arte que fabrica esto, o si fue usted lector o, peor aún, el perro del sueño el que se permitió tan malicioso pensamiento no queda consignado aquí. Ahora está dicho y no se puede cambiar. Como si lo hubiera escrito Strindberg, para una pieza de teatro. La palabra, hablada o ladrada, si se ha pronunciado una vez y mortifica el alma, no se puede borrar, solo se puede olvidar.

Pasaron varios días. Una tarde clara de verano el hombre no soportó más, subió al coche y condujo hasta Furusund. Demoró una hora en recorrer los sesenta kilometros exactos. En su memoria había un recuerdo de varios veranos atrás. La carretera se perdía rematando en un muelle amplio. Hasta allí llegaba el ferry a buscar coches y pasajeros para las islas. Antes del muelle había que pasar uno o dos puentes y, antes todavía, creía recordar que había un embarcadero muy pequeño usado por un club de yates. Pasó un rato en el bar, en Furusund, haciendo averiguaciones. La camarera no sabía del perro suelto pero en el tablero de afiches de la oficina del ferry leyó, entre avisos de vecinos y horarios de buses y barcos, un anunció que mencionaba a un perro extraviado y un número de teléfono. Había una foto y un nombre: Roqui.

El hombre manejó paciente los quilómetros que unen Furusund con Penningby hasta que se hizo de noche. A las doce se encontraba en el auto, con los faroles apagados, aparcado frente al embarcadero de veleros y yates. Desde allí veía la carretera. Fumaba, en silencio, sin esperanzas ni apuros. El paquete de carne y huesos lo dejó tirado al lado de uno de los pilares que anunciaban la entrada del embarcadero. Tenía la seguridad que si el perro se encontraba en las cercanías, tendría que acercarse a husmear el alimento.

Oscurecía y el hombre optó por abrir el termo, servirse café y uno de los sandwichs. Mientras comía se sintió invadido poco a poco por una intensa sensación de calma. Después encendió otro cigarrillo y tomó otro café. El silencio de la noche se vio amenazado apenas un par de veces por el ruido lejano de autos que transitaban por la carretera. Se preguntó si en vez del perro no llegaría un zorro a por la carne. Se sintió feliz sin motivo. Se dio cuenta que la felicidad es un estado del espíritu: no se puede dar ni pedir a otro. Se puede querer, pero no hacer dichoso a nadie.

En ese instante de lucidez comprendió muchas cosas de las cuales jamás se había enterado. Descubrió que nunca en su vida había sentido dicha, la que sentía ahora, solo, en medio de la noche, fumando y esperando que apareciera un perro que probablemente ni siquiera existía. Se imaginó que el perro que buscaba era un símbolo. Una señal de mujer, que habría que descifrar. Quizá - se dijo - el perro representa la desilusión de ella ante el fracaso de nuestra vida entera. O el presagio de algo que va a ocurrir, no porque ella sueñe con un perro, sino por que es inevitable.

Cuando, por fin, se bajo del auto y caminó hasta el embarcadero descubrió, para su sorpresa, que algún animal había ejercido su derecho natural sobre el paquete de carne. Quedaban restos del envoltorio. Se rió, mientras se rascaba la cabeza, pues no entendía cómo no había escuchado nada. Tiene que haber hecho un montón de ruido, pensó. Tuvo un segundo de inspiración, optó por volver al auto y manejar de vuelta a casa. Cuando pasó frente a la pieza que ocupaba ella, la vio durmiendo, apacible, y sintió que una ola de ternura le embargaba el pecho.

Al día siguiente el hombre partió de compras a Fridhemsplan. De regreso pensó tomar un helado y se instaló, finalmente, en Xoko. Sabía que este era un nombre pedante, que disfrazaba otro, muy extranjero, o sea, chocolate. Desde allí se entretuvo observando a un hombre que se balanceaba pesadamente allá abajo. en la calle. Transeúntes, cargados de bolsas, se apartaban inquietos, a su paso. Reconoció en la figura a un ex boxeador, Rocky Viking, y entendió que tambaleando o no, hay gente que siempre infunde temor. A pesar del pelo rubio tirando a colorín y los lentes ahumados de vidrios negros, no dejaba de mostrar un aire brutal; comunicaba a su alrededor una ferocidad de gente nórdica, de rostros arrugados prematuramente, barbudos. de miembros largos y fuertes, de venas muy marcadas, vida muy corrida.

Muchas cervezas han hecho el milagro de ponerlo en un mundo percibido únicamente por él y ahora no se sabe qué milagro lo mantiene en pie, pero una vez en la esquina de Birkagatan, Rocky busca refugio en el primer banco que se pone al frente de su andar vacilante y, una vez allí, comienza a hurgar botellas vacías dentro de su bolsa. Después de tirar varias, decepcionado, al basurero infaltable, llega por fin a sus manos una llena pero llega también el minuto de la desgracia, la botella se le escapa de las manos y se estrella con estruendo contra la vereda y termina en mil pedazos con una nube de espuma de cerveza, ante los ojos atónitos de los testigos que estamos esperando que llegue el bus, o que nos traigan el helado que pedimos hace cinco minutos y ante los no menos atónitos ojos de Rocky: los unos porque Rocky inspira temor, no queremos que se nos venga encima, y Rocky, pues comprende, aún en el mundo de honduras profundas en donde le ha metido la borrachera, que ha perdido la única botella que le quedaba para revivir el milagro. Apagar esa sed increíble, que solamente puede sentir un borracho. Para continuar asustándonos a todos los presentes, que miramos para otro lado y hacemos de cuenta que los últimos cinco minutos no existen, he aquí que Rocky se inclina torpemente y recoge trozos de vidrio verde y los tira adentro del papelero y después recoge otros más y después otros y los va tirando hasta que se corta la mano y él sigue recogiendo y tirando mientras corre sangre de su herida, tratando también él de disimular. Los últimos pedazos de vidrio los empuja con el taco de la zapatilla hacía atrás, debajo del banco y hacia la pared, como haría un perro apurado en ocultar sus miserias. Rocky sigue allí, medio sentado en el banco, de aspecto feroz, sangrando, con la bolsa de plástico en las manos, los anteojos negros sombreando su vista y protegiendo su mundo del nuestro, aunque no sabemos si también protegen nuestro mundo del suyo, puesto que Rocky, una vez llegado el bus sube y no sin haber perdido pie un par de veces, va finalmente a sentarse a uno de los asientos traseros. Respiramos todos. El hombre, sentado en el café, vuelve a pensar en el perro del sueño perdido en la niebla. Por fin llega el helado.

Por la noche el hombre retoma el camino hacía Furusund. Este es uno de los lugares que sirvieron de trasfondo a un par de dramas que Augusto Strindberg escribió, cuando estaba peor que nunca y su matrimonio con Siri había naufragado ya. Escribe allí Danza de la Muerte, drama que cuenta el fracaso de la pareja formado por un oficial y su mujer, una actriz, víctima ambos de las pequeñeces de la vida, de esa amargura que va reemplazando sentimientos iniciales de ternura y amor. Porque los hombres son siempre militares en sus piezas, se pregunta el hombre, igual que en El Padre. Quizá sea por que representan mejor lo masculino, simbolizan virilidad y fuerza, verdaderas o falsas. Un par réplicas antiguas de al menos dos décadas, llegan la memoria del hombre mientras maneja:

- “Es la duda eterna. ¿Es qué no tiene fin?” – pregunta la mujer.

- “Si tenemos paciencia un tiempo más. Quizás, después de la muerte…”- contesta el militar.

Esta noche el hombre encuentra al perro. Corre a la vera de la carretera pavimentada, hostigado a ratos por las luces de los vehículos que llegan de las islas. Incluso ha adquirido ya el hábito de escabullirse hacia los pastos, ocultándose de posibles peligros cada vez que siente la llegada del trasbordador. Cuando conduce cerca del animal, éste salta en la espesura, desaparece, vuelve a aparecer más allá, corriendo, infatigable. El hombre, desde la banda opuesta abre la ventanilla del conductor y grita desaforadamente “Roqui, Roqui...” cómo quién llama a un viejo amigo.

El hombre del auto gritaba y yo seguía corriendo asustado al lado de la carretera y cuando el auto se puso a mi altura vino un camino estrecho de tierra a mi izquierda y yo apuré la carrera y tomé por allí, trotando ahora fatigado hacia unos muros bajos que hacen de entrada a una finca abandonada. Mi corazón esta a punto de estallar por la escapada, las luces y el susto, y esto no es grande, ni chico tampoco, dos o tres galpones que cubren el fondo, no se ve el agua del lago desde aquí, pero se huele, no se necesita ver. A la derecha del sendero hay otro galpón muy alto, de madera, de color cálido y al final del camino de tierra un tractor abandonado, que huele a óxido y, delante de todo, un pastizal de pastos y malezas silvestres altas que bien pudieran esconder a un perro de mi porte, pero huelen a humedad y hay allí mucha plantas espinosas.

El hombre detiene el coche a la orilla de la carretera, baja y camina unos pasos por el sendero que antes tomara el perro. Ve la fábrica abandonada, los galpones dónde alguna vez hubo talleres de herrería, cuando todavía August Strindberg recorría, en un coche tirado por caballos, el camino hacia el embarcadero de botes para las islas. Divisa la silueta del perro al fondo, a la luz de la luna, en la entrada del edificio abandonado y le da la impresión de un mastín que se asoma a trote lento, balanceando las caderas, la cabeza alzada, las orejas dobladas hacía atrás, el rabo a media asta. Cuando hace intento de avanzar el perro lo vigila, la lengua colgando afuera, atento pero sin miedo, sabiendo que el hombre no es peligroso si va de a pie. El hombre se detiene a prudente distancia. Por minutos se están mirando. El perro termina por echarse en el suelo y bosteza. El hombre lo llama. El perro hace caso omiso. Saca la lengua casi hasta tocar la nariz varias veces para informar al hombre que le deje tranquilo.

Empieza a caer una ligera llovizna de verano. El hombre vuelve hacia el coche, la camisa húmeda por la lluvia. Cuando mira hacia el portón el perro ya no está. Pone en marcha el auto en la dirección que lo aleja de Furusund, del embarcadero y las islas. Sabe que no volverá a ver de nuevo a el perro corriendo libremente por los caminos. Se da cuenta que la dicha que sintió hace unos días buscando al perro ahora se esfumó y que probablemente no vuelva nunca más.

Meses más tarde, pasado el verano y los calores, cuando empiezan a caer las primeras nieves de octubre escucha decir que el perro se ha aclimatado en una de las casas de veraneo de los alrededores de Furusund y que ha sido devuelto a sus legítimos dueños.


Oscar Bravo Tesseo, Estocolmo, Agosto de 2007

Saturday, August 04, 2007

UN PREMIO LITERARIO CHILENO

“Poesía”, Alexandre de Riquer

Los premios literarios internacionales no solo prestigian a los escritores que lo reciben sino que ta,nién a los estados u organismos que los instituyen. El Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda, fue instaurado por el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes en 2004, en el marco de las celebraciones oficiales del centenario del natalicio del Premio Nobel de Literatura como "un reconocimiento a la trayectoria de autores cuya obra es considerada un aporte notable al diálogo cultural y artístico de la región". Los ganadores de las ediciones anteriores del premio fueron el mexicano José Emilio Pacheco (2004); el argentino Juan Gelman (2005); y el peruano Carlos Germán Belli (2006). Este año la ganadora fue la cubana Josefina García. En este blog publicamos un post dedicado al poeta argentino (Juan Gelman: "Mi Buenos Aires querido", Julio, 2007). De la escritora cubana publicamos un breve poema, que recuerda al cine mudo:

"CINE MUDO”

No es que le falte
el sonido
es que tiene

el silencio

SER O SER



Cuando terminé mi relato, Augusto Dupín permaneció largo rato en silencio, bebió un poco de vino y dijo: “Mira flaco, tu tienes dos problemas pero no veo el vínculo que le atribuyes. No puedes culpar a la Cloty por tu separación, aunque haya actuado en la forma más abyecta. Facilitar los medios para que la Flor pudiera regresar a Perú, no prueba sino que ustedes tenían una relación muy débil. Flaco, la Flor no va a regresar, olvídala. Lo de Camilo es más complejo. Es obvio que la Cloty “sabe” que tu eres el padre de su hijo y, conociéndote, se limitó a sugerírtelo, con ingenio mediante la simple comparación de fotografías. La Cloty no tiene necesidad de insistir en el tema, puede esperar tranquilamente el resultado de tu evolución emocional. Estas al borde del colapso sólo porque en dos meses no ha vuelto a sugerirte lo de tu paternidad y, por ende, no has podido endilgarle el discurso que tienes preparado. Me parece patético que evites al niño, como si se tratara de la peste y, lo más insólito y contradictorio, que no te pierdas capítulos de ¡“Los Pulentos”!

Augusto tiene razón, el único culpable de lo que pasó con la Flor soy yo (y mis circunstancias). Si nos hubiéramos conocido en otro momento, en otro lugar, lejos de la Cloty, las cosas pudieron ser mejores. En cuanto a Camilo cambiaré de plan. Le pediré a la Cloty que me deje salir con el, lo llevaré a la plaza o al teatro, lo observaré, escudriñaré su perfil y sus supuestos parecidos físicos conmigo, veré si es cierto que se pasea con mis gestos, como dice Serrat y dejaré hablar a mi cerebro y mi corazón. Estoy aterrado, si llego a descubrir que Camilo es mi hijo, no se como podré liberarme de su madre. Augusto dice que bastará un paseo para que yo sepa quién es quién. ¿Será cierto?

Como siempre ocurre, también esta vez la Cloty se anticipó a mis planes, pero al mismo tiempo me facilitó las cosas. Me llamó anoche para preguntarme si podía quedarme el sábado con Camilo, mientras ella hacía no se que cosa. A la mañana siguiente pasó a dejar el niño a mi departamento. Cuando la vi me sorprendió si hermosura, cambio de peinado o se cortó el pelo, se había pintado los ojos y los labios, traía una blusa escotada, minifalda… ¡Humm! Estuve a punto de preguntarle donde iba en esa facha tan provocativa, pero logré contenerme. Tan pronto como quedamos solos con Camilo le leí la cartilla: “camilo, yo no soy tu papá, nosotros somos amigos. Tu eres Camilo y yo el flaco”. Le advertí que si insistía en llamarme papá yo lo iba a tratar de “tata”.

El día está hermoso, el parque está lleno de niños que juegan a la pelota, andan en bicicletas, se balancean en los columpios o se deslizan por los resbalines. Mientras paseamos tomados de la mano, observo a los padres, miro alternativamente a unos y a otros, procuro descubrir parecidos físicos. Al cabo de media hora podría entregar a cada padre su hijo, sin equivocarme.

Solo hay un asiento a la sombra que compartiré con una señora de unos cincuenta años, elegante, con moño y todo, que mira como, a la distancia, un niño gordo juega con un auto de madera. La señora de las cinco décadas nos mira intrigada, me pregunta: ¿”su hijo no juega”? No alcanzo a protestar y ya está invitando a Camilo que vaya a jugar con su nieto. De pronto Camilo ve el automóvil de madera y corre, desaforadamente, a trastabillones, al encuentro del niño. El niño esta en cuclillas sobre el auto, Camilo llega junto a él y, para mi estupor, le da un par de golpes en la espalda y le arrebata el juguete y reinicia su camino, a trastabillones, esta vez de regreso, sin perder el equilibrio. Mi vecina lo observa condescendiente, sin protesta alguna, lo que contrasta con mi irritación, Cuando llega junto a mi, alegremente, me pasa el auto y yo lo devuelvo a la señora, con una disculpa. “!Es harto encachado su hijo!”, exclama sonriendo. ¡Este delincuente infantil no es hijo mío, señora! ¡Que agradezca que no hay un policía porque lo mando preso, de inmediato!”

Del paseo no pude sacar conclusiones, Camilo lo disfrutó. Cuando nos vio regresar tomados de la mano, la Cloty no pudo disimular su emoción. Por fortuna, esto no depende de lo diga la Cloty, tengo una forma de averiguar si Camilo es mi hijo.

“!Cloty, escúchame, tenemos que conversar!”

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