Saturday, April 25, 2009

LA MUJER QUE LLEGO EN MARZO


El siguiente texto fue publicado el 3 de marzo del año pasado, por Jacinta Rio, bajo el título "Vivir cansa: Cesare Pavese", y pertenece a una serie sobre escritores que se suicidaron. Este reportaje menciona uno de los poemas más bellos de Pavese "Vendrá la muerte y tendrá tus ojos", que el poeta escribió pensando en la última mujer que amó, la actriz norteamericana Constance Dowling. Con este post me anticipo a la publicación de otro, en la serie dedicada a poemas que han sido musicalizados, el último de los cuales fue "Un aullido interminable", aún en pantalla.
VIVIR CANSA : CESARE PAVESE
"El hombre toma una maleta. Mete algo de ropa. El libro más querido de todos los que ha publicado, Diálogos con Leucó. Su diario personal, un folder con sus últimos poemas. Y 16 envases de somníferos. Se despide de su hermana. Le dice que hará un viaje de fin de semana, algo que ya había hecho otras veces. A él le gustaba retornar con alguna frecuencia a Santo Stefano Belvo, en el Piamonte, donde habían nacido.

Sale de la casa en la Via Lamarmora y toma un tranvía. El viaje es corto, menos de 10 minutos. Baja en la parada de la estación del tren, la Stazione di Porta Nuova, frente a la Piazza Carlo Felice. Se detiene un momento. Mira a su alrededor y descubre un pequeño hotel en la Piazza, el Albergo Roma. Cambia de planes. Entra al hotel. El mostrador del negocio familiar es de madera. El suelo está cubierto por una moqueta roja. En el vestíbulo hay dos grandes radiadores, un espejo, una mesita con dos sillones y una escalera de baranda metálica. Pide un cuarto. Insiste en que tenga teléfono. Le dan la habitación 346. Sube por la escalera con su pequeña maleta.Abre la puerta. La habitación es sencilla, pero limpia. La cama es angosta. Hay una mesa de madera y una silla. Un pechero. Un lavabo. El teléfono es negro y está pegado a la pared. Hay una lamparita encima de la cabecera de la cama. Llamó a alguna gente por teléfono. Era el sábado 26 de agosto de 1950. El día fue pasando, se hizo la tarde, cayó la noche. Hizo tres últimas llamadas telefónicas, se dice que a tres mujeres. Las invitó a cenar. Ninguna aceptó. Ninguna quiso o pudo ir al hotel a verlo tampoco. Tomó su diario. Releyó la última entrada, la del 18 de agosto: “Todo esto da asco. Basta de palabras. Un gesto. No escribiré más”. Releyó los últimos poemas que había escrito de manera febril, los poemas para C. Tomó el libro Diálogos con Leucó. Releyó sus partes favoritas. Luego tomó un bolígrafo y pese a la promesa de no escribir más, Cesare Pavese, de 42 años, escribió sus últimas palabras en una de sus páginas: “Perdono a todos y a todos pido perdón. No murmuren demasiado”. Entonces buscó en la maleta los somníferos. Se quitó los zapatos, se aflojó el nudo de la corbata y comenzó a tomar, una por una, las pastillas de esos 16 envases.

Los testimonios no se ponen de acuerdo en si los somníferos estaban en sobres, en frascos o en tubos. Tampoco en el tipo de medicamento que ingirió. Lo que sí es cierto es que los pensamientos de Cesare Pavese sobre la muerte y el suicido fueron algo constante durante su vida. Basta leer El oficio de vivir, una recopilación de sus diarios, para darse cuenta de ello. Cesare Pavese nació en el Piamonte, al norte de Italia, uno de cuatro hermanos. Cuando tiene 6 años, su padre muere de un tumor cerebral. Su vida en aquella región le hace amar la campiña y a lo largo de su vida retornará siempre a su pueblo natal convirtiéndolo, eventualmente, en el escenario de varias de sus novelas. Su madre, una mujer de carácter dominante y poco expresiva, vende la finca donde se han criado los hermanos para intentar salvar, sin éxito alguno, las finanzas familiares. Se mudan a Turín y Pavese vive con su madre hasta 1930, cuando ésta fallece. Luego vivirá con su hermana María prácticamente hasta la mañana aquella en que salió con la maleta.De carácter introvertido, miope y asmático, se le hace muy difícil tener amigos. Uno de los pocos que tiene se suicida cuando está por terminar la adolescencia. Este hecho, así como la masacre de 11 jóvenes por parte de los Camisas Negras, poco después de la toma del poder de Mussolini, lo conmocionan. Al entrar en la Universidad de Turín, se relaciona con alumnos antifascistas, entre los que se encontraba Giulio Einaudi. Éste fundaría la editorial Einaudi, donde Pavese trabajaría y publicaría su obra.En 1935, luego de un allanamiento que hizo la policía a la morada de su hermana, Pavese fue encarcelado acusado de actividades políticas clandestinas. El origen de la acusación estaba en una serie de cartas escritas por Altiero Spinelli, un dirigente del Partido Comunista, a su compañera, una estudiante de matemáticas de la que Pavese estaba profundamente enamorado. El escritor se había ofrecido para servir como intermediario entre la correspondencia de ambos y así protegerla de sospechas.Jamás, en ninguno de sus escritos, mencionaría su nombre, y se refería a ella como “Tina” o “la mujer de la voz ronca”. Él se negó a dar su nombre a las autoridades y eso le valió una sentencia de 3 años de prisión. Primero fue enviado a Roma, a Regina Coeli y luego a una suerte de exilio político en la pequeña población de Brancaleone Calabro. Es allí donde comienza a escribir su diario y sufre fuertes depresiones. Luego de un año de cárcel y debido a sus problemas asmáticos, es liberado.Pavese retorna a Turín y comienza a escribir novelas. Publica Lavorare Stanca, Trabajar cansa, un poemario que alcanza mucha repercusión por el rompimiento de la forma y el contenido en relación a lo que se escribe en aquel momento en Italia. Se impone a sí mismo un régimen de trabajo muy estricto. No sólo escribe prosa sino que continúa con su diario, realiza traducciones y trabaja en Einaudi.Su condición de asmático lo absuelve de hacer el servicio militar durante la Segunda Guerra Mundial, pero los bombardeos lo obligan a huir junto con María a Serralunda di Crea. Durante el bombardeo a Turín, la editorial Einaudi y el lugar donde vivían los Pavese son destruidos. Al concluir la guerra, retornan a la ciudad y Pavese se dedica a la reorganización de la editorial. Las diferentes relaciones amorosas de Pavese terminan todas en fracaso. “La mujer de la voz ronca” se casaba con otro hombre. Un amorío con una empleada de Einaudi, Bianca Garuffi, termina mal. Le ofrece matrimonio a un par de mujeres, Fernanda Pivano y “una amiga X”, pero ninguna de las dos acepta. Una amiga que trabaja en un café-concert le dice que es un aburrido, un pesado, un pedante.Hacia 1947 conoció a Constance Dowling, una actriz estadounidense que llega a Italia para filmar películas. Connie, como sería conocida, era rubia y tenía ojos color de avellana. Había tenido una complicada relación de dos años con el director Elia Kazan, quien estaba casado con otra mujer. Pese a numerosas promesas de Kazan de separarse, dicha separación nunca se realiza. La oportunidad de ir a Italia a filmar le brinda a Dowling el espacio para separarse de Kazan y de todo el ambiente y habladurías de Hollywood.Pavese quiere casarse con Dowling pero ella no acepta. Le dice que se casará con otro. No obstante, él continúa cortejándola. Le escribe cartas. Trabaja en una serie de poemas. Pero cuando él insiste, y ella mantiene su negativa, Pavese por fin se rinde a lo que ha venido acariciando como una posibilidad durante años. La mañana del domingo 27 de agosto de 1950, el camarero del Albergo Roma toca a la puerta de la habitación 346 sin obtener respuesta. Como sabe que el inquilino no ha salido, avisa al dueño del hotel. Al entrar con la llave maestra, descubren a Pavese, acostado en la cama. Parecía dormido, pero en realidad, no despertaría más.Constance Dowling abandonaría Italia a raíz de este suceso. Y contrario a lo que le había asegurado a Pavese, no se casó sino hasta cinco años después con Ivan Tors, un escritor y productor de origen húngaro, con quien se mantuvo casada hasta 1969, año en que ella murió de un ataque al corazón.El folder de poemas que fue encontrado en la habitación del Albergo Roma donde Pavese se suicidó, contenía los versos que se publicarían al año siguiente con el título Vendrá la muerte y tendrá tus ojos. Todos los poemas estaban dedicados a C., Connie, Constance, “la mujer que llegó en marzo”, como también la llamaba, la mujer de ojos color de avellana con los cuales soñaría Pavese al terminar la ingesta de los 16 paquetes de somníferos".

Tuesday, April 21, 2009

LA ESTACION DE TRENES


Oscar Bravo Tesseo

Brauser recordaba que la noche anterior había estado bebiendo moderadamente, sobretodo vino, y un trago de nombre desconocido cuya base era aguardiente. Lo último que recordaba de la fiesta, si se la pudiera llamar así es que alguien había ido a buscar pizzas y todos habían comido.

Pero antes de la llegada de la madrugada el recuerdo se hacía más vago y le parecía estar soñando con una estación de trenes antigua. Le acompañaba un tipo corpulento y de sombrero al que probablemente había conocido durante la noche. Recordaba que habían hablado y que el tipo corpulento le había hecho partícipe de sus problemas que no eran pocos, ni muchos. Quizá había mencionado alguno urgente.

En la estación había el movimiento habitual para esas horas de la madrugada. Esta es una forma rara de decirlo pues Brauser estaba seguro que nunca había estado allí antes. El movimiento dentro de la estación era por tanto el que se espera para una estación cualquiera, no para esta en particular. Por de pronto, abajo, en el piso inferior, aquel que lleva a los andenes, había un grupo de policías mientras que unos pocos viajeros se agrupaban frente a las ventanillas de boletería y delante de los dispensadores automáticos. Arriba, en la cafetería, donde estaban ellos, y en el quiosco de revistas, había un poco más de gente.
Brauser se imaginó que seguramente la cafetería de la estación era el único sitio que todavía estaba abierto en la ciudad.

Brauser recordaba que el tipo corpulento le había confiado un fajo de billetes y vales de gasolina y que después ambos habían tomado una taza de café que el tipo se había empeñado en pagar. Entonces Brauser había encendido un cigarrillo y le había ofrecido al otro. El tipo corpulento fumaba despacio, pensativo, en silencio, como si estuviera estudiando la posibilidad que este cigarrillo le produjera cáncer. Momentos más tarde, Brauser recordaba haber estado discutiendo con el tipo sobre la mejor manera de llegar a uno de los trenes que esperaba en el andén. Arriba, cerca del enorme ventanal del fondo, había una especie de ventana abierta que conducía a una escalerilla y al piso inferior. Acercándose a ella se podía ver los andenes, un par de trenes, el movimiento de la gente y la humareda gris y tibia que se desprendía de las máquinas en marcha. Tras una breve discusión el hombre corpulento negó con la cabeza y sin despedirse volvió la espalda a Brauser y bajó resueltamente la escalera que conducía al hall central, a las boleterías y al grupo de policías que controlaban el acceso a los andenes.

Brauser le vió llegar abajo, arreglarse la caída del vestón y avanzar sobre el piso de mármol hasta llegar a la puerta amplia que conducía a la plataforma. Entonces el tipo sacó un documento del bolsillo y pronunció unas palabras que no alcanzó a escuchar pero que las entendió como frases dictadas por la decencia o por el impulso que le llega a un tipo que está tratando de hacer un acto de predigistación. Los policías al frente se reagruparon como para entrar en combate, después miraron la tarjeta un instante y finalmente le dejaron ir, se desentendieron de él, el círculo se cerró de nuevo – alguien los había instalado allí a vigilar sin decirles qué ni hasta cuando – y ellos volvieron a lo suyo, hablar de fútbol, eliminatorias, de glorias pasadas y deshonras recientes. A ratos mataban el tiempo demorando torpemente a viajeros, a veces detenían a algún tipo, sospechoso de ser un huelguista o un minero, lo que para el caso podía ser lo mismo.

Brauser se encaminó hacia la salida. Todavía no había amanecido. Los trenes que había dejado en la estación seguían allí sin prisa por marcharse. Cruzó la calle dirigiéndose hacia el lugar reservado al estacionamiento de coches, ubicado en un terreno baldío frente a la estación. Mientras caminaba entre los pocos autos estacionados allí pisando arena y trozos de lozas sueltas que alguna vez fueron un pasillo leía una y otra vez un letrero pintado con letras azules sobre un fondo de cal recomendando la ciudad al visitante y, en una esquina, con letras rojas, alguien había pintado con mano rápida un insulto procaz que mentaba al camarada Nicolás Ceaucescu y a su esposa Elena y les prometía colgarlos de un farol de luz. Brauser pensó que bien mirado era un mal síntoma que la municipalidad o la policía no hubiera ordenado borrar la injuria de la pared. Después abrió la puerta trasera del coche – un Peugeot 404 bastante usado- y se acomodó al lado de las dos mujeres.

Reconoció a una de ellas, la que estaba más cerca de él, una mujer de pelo ondulado rubio, seguramente teñido, que le recordaba vagamente a Marilyn Monroe y dijo en voz alta para que ambas le escucharan que el tipo corpulento estaba ya arriba del tren, que éste todavía no había partido y que ahora había que estarse tranquilos, esperar un par de horas más hasta que amaneciera completamente o hasta que el tipo corpulento apareciera por allí a la carrera con unos cuantos policías a la zaga disparándole por la espalda.

Una vez que se acostumbró a la oscuridad del coche comprendió que ellas habían estado bebiendo de una botella de vodka polaco que estaba tirada en el piso del auto. A su olfato llegó el olor de ellas mezclado con vahos de alcohol, olor a gasolina y a suciedad. Se echó hacía atrás y encendió un cigarrillo y al poco rato su mente y su olfato se habían acostumbrado al deterioro y la podredumbre reinante en el interior del vehículo.

En adelante todo ocurrió como en un sueño, o quizás, dentro de un sueño. Distinguió de nuevo a la rubia teñida. Sus manos fueron recorriendo primero los senos de ella, sus muslos, las piernas, los tobillos y hasta los pies. La rubia no hacia el menor caso a sus toqueteos. A Brauser le causaba gracia que la piel de ella tuviera idéntica tersura fuera en los senos y en los muslos que en los pies.
Mientras iba trajinando a la rubia a ciegas sentía gemir a la otra, la de cabello oscuro, acosada por las caricias de su amiga, y cuando vió parte de su rostro y de su cuerpo pequeño y bien formado reconoció a Nina, su mujer. Las dos mujeres se habían estado entreteniendo entre ellas, tocándose y diciéndose bobadas mientras él y el hombre corpulento hacían de las suyas en la estación. Se habían estado masturbándose, turbándose más, haciendo cosas turbias, pero qué otra cosa pueden hacer dos mujeres arriba de un Peugeot 404 inmundo en medio de la noche.

La rubia volvió la cabeza un instante y descubrió que Brauser la estaba desnudando y al mismo tiempo trataba de forzar el cierre eclair de su pantalón que se había trabado. Ella lo miró con curiosidad, dudando, y después lo dejó hacer como si su cuerpo ya no le concerniera. Un momento más tarde Brauser tenía el trasero de ella entre sus manos, lo sostenía como si fuera un balón de fútbol, pensó en escupirla, abrir la puertecilla del Peugeot y largarse de allí cuando los gemidos de la otra mujer lo retuvieron, tuvo que encender una vez más el cigarrillo que se apagaba todo el tiempo como para recordarle al fumador la calidad del tabaco rumano y ahora lo aspiró con goce. El gemido de Nina crecía y Brauser se sintió invadido por una sensación de ternura antigua, que había olvidado o que apenas recordaba, como si la rubia ya no estuviera allí, como si Nina estuviera ahora llorando bajo el peso de su cuerpo. A través del parabrisas del Peugeot seguía siendo la noche y la estación de trenes era una mole triangular iluminada aquí y allá por una luz amarillenta e insufrible. Entonces Brauser se sumergió por fin en el sueño borracho, en el cuerpo de la rubia teñida y sintió volver la angustia que lo venía siguiendo desde no sabía cuando.






Wednesday, April 15, 2009

PALABRAS QUE EL VIENTO NO SE LLEVO



Haití: Palacio de Sans-Souci.

Con la publicación de este post, “Línea de flotación” cumple tres años. Durante este periodo hemos publicado 260 posts y nos han visitado 27.044 veces. Para celebrarlo hemos seleccionado algunos fragmentos y frases o citas de destacados intelectuales, reproducidos en artículos publicados en estos años y que muestran la variedad de temas tratados:

1) Alejo Carpentier: El Reino de este mundo:

"Ti Noel comprendió oscuramente que aquel repudio de los gansos era un castigo a su cobardía. Mackandal se había disfrazado de animal, durante años, para servir a los hombres, no para desertar del terreno de los hombres....volvió a ver a los héroes que le habían revelado la fuerza y la abundancia de sus lejanos antepasados del África, haciéndole creer en las posibles germinaciones del porvenir... Ti Noel había gastado su herencia y, a pesar de haber llegado a la última miseria, dejaba la misma herencia recibida. Y comprendía, ahora, que el hombre nunca sabe para quién padece y espera. Padece y espera y trabaja para gentes que nunca conocerá, y que a su vez padecerán y esperarán y trabajarán para otros que tampoco serán felices, pues el hombre ansía siempre una felicidad situada más allá de la porción que le es otorgada. Pero la grandeza del hombre está precisamente en querer mejorar lo que es. En imponerse tareas. En el Reino de Los Cielos no hay grandeza que conquistar, puesto que allá todo es jerarquía establecida, incógnita despejada, existir sin término, imposibilidad de sacrificio, reposo y deleite. Por ello, agobiado de penas y de Tareas, hermoso dentro de su miseria, capaz de amar en medio de las plagas, el hombre sólo puede hallar su grandeza, su máxima medida en El Reino de este Mundo"


2) Carl Sagan: Cosmos:

“Porque nosotros somos la encarnación local del Cosmos que ha crecido hasta tener conciencia de sí. Hemos empezado a contemplar nuestros orígenes; sustancia estelar que medita sobre las estrellas, conjuntos organizados de miles de billones de billones de átomos que consideran la evolución de los átomos y rastrean el largo camino a través del cuál llegó a surgir la conciencia, por lo menos aquí. Nosotros hablamos en nombre de la Tierra. Debemos nuestra obligación de sobrevivir no solo a nosotros sino también a éste Cosmos, antiguo y vasto del cuál procedemos.”

3) Chabuca Granda:

"Esta canción (La flor de la canela) a la que todo debo, la hice para Victoria Angulo, señora limeña de fina raza negra, por quien Lima tendría que alfombrarse para que ella la paseara de nuevo. A ella y desde ella, esta canción como un ínfimo homenaje a esta admirable raza que nos devuelve con ritmo, con sonrisas y con bondad, los hasta ahora incomprensibles años de injuria de la esclavitud, lo que la historia aún no ha calificado”

4) Edgar Allan Poe. “Doble crimen en la calle Morgue”

“Las facultades mentales definidas como analíticas son, en si mismas, muy difíciles de analizar. Las captamos, únicamente, por sus efectos. De ellas conocemos, entre otras cosas, que siempre son para el que las posee, --en grado extraordinario-- una fuente de vivísimo deleite.

5) Eduardo Mallea:

“Lo que tiene nuestro destino de nuestro y de distinto es lo que tiene de parecido con nuestro propio recuerdo” (En Paul Bowles: “El cielo protector”).

6) Franz Kafka:

“”A partir de cierto punto no hay retorno posible. Ese es el punto al que hay que llegar”(En: Paul Bowles: El cielo protector”)

7) Jacob Burckhardt: “Reflexiones sobre la Historia:

“El único punto de partida para nosotros es el de los hombres que sufren, trabajan y se afanan. Tal como es, ha sido y seguirá siendo. En consecuencia, nuestras consideraciones serán en cierto modo patológicas” (En Gerhart Hauptmann: “El torbellino del destino”)

8) Jorge Eduardo Rivera “¿Qué es lo que oímos cuando oímos música?”

“…la música no es más que “silencio articulado”, una forma de “hacer escuchar la infinita riqueza del silencio” (En: Francisco Claro: El silencio anterior)

9) José de Souza Reilly : “El Alna de los Perros

“¿Habéis visto alguna vez un perro trist, flaco, sucio? ¿Un perro de esos que al pasaros miran con gestos que tienen la actitud de manos limosneras? Bueno, este era un perro así. Pero tan triste, pero tan flaco, pero tan sucio, que más que perro parecía hombre.

10) José Hernández: “Martin Fierro”:

Moreno, voy a decir/ Según mi saber alcanza:/ El tiempo sólo es tardanza/ De lo que está por venir;/ No tuvo nunca principio/ Ni jamás acabará,/ Porque el tiempo es una rueda,/ Y rueda es eternidá;/ Y si el hombre lo divide/ Sólo lo hace, en mi sentir,/ Por saber lo que ha vivido/ O le resta que vivir.

11) León Bloy:

El hombre tiene lugares en su corazón que todavía no existen, y que para que puedan existir entra en ellos el dolor” (En Graham Greene “El fin de la aventura”

12) Mario Benedetti: El país de la cola de paja”

“El verdadero valiente no es el que siempre está lleno de coraje, sino el que se sobrepone a su legítimo miedo. El miedo individual no es, en si mismo, un rasgo despreciable; frecuentemente, es harto más despreciable la circunstancia extrema que lo provoca. Pero si el miedo es, por lo común, algo inevitable y espontáneo, un argumento más primitivo y por eso mismo más poderoso que todos los argumentos de la encumbrada, infalible razón, no pasa lo mismo con la cobardía. Naturalmente, la cobardía tiene algunos de los ingredientes del miedo, pero, en tanto que éste no pasa de ser un estado de ánimo, aquella en cambio es una actitud. En la cobardía, pues, el grado de responsabilidad es mucho mayor que en el miedo, ya que a su miedo natural y congénito, el cobarde asume la grave decisión de no afrontar algo, de no dar la cara. . La cobardía por el mero hecho de esa decisión, transforma al miedo en una culpa”.

13) Martin Luther King: “Tuve un sueño”

“Hace cien años, un gran estadounidense, cuya simbólica sombra nos cobija hoy, firmó la Proclama de la emancipación. Este trascendental decreto significó como un gran rayo de luz y de esperanza para millones de esclavos negros, chamuscados en las llamas de una marchita injusticia. Llegó como un precioso amanecer al final de una larga noche de cautiverio. Pero, cien años después, el negro aún no es libre; cien años después, la vida del negro es aún tristemente lacerada por las esposas de la segregación y las cadenas de la discriminación; cien años después, el negro vive en una isla solitaria en medio de un inmenso océano de prosperidad material; cien años después, el negro todavía languidece en las esquinas de la sociedad estadounidense y se encuentra desterrado en su propia tierra”.

14) Protágoras

“El hombre es la medida de todas las cosas, de las que son en cuanto que son y de las que no son en cuanto que no son”

Friday, April 10, 2009

UN AULLIDO INTERMINABLE

Paco Ibáñez, intérprete de "Palabras para Julia"


“Tú no puedes volver atrás
porque la vida ya te empuja
como un aullido interminable”


¿Qué es esto del aullido interminable? Paco Ibáñez interpreta una de sus más bellas composiciones, que habla de una angustia, un dolor, un desgarramiento incomprensible, personal, y, por lo mismo, ajeno, en la medida que no nos incumbe, si eso es posible. El autor de los versos es el poeta español José Agustín Goytisolo. Tenía diez años y era el mayor de tres hermanos ese 17 de marzo de 1938, cuando su madre, Julia Gay, murió en un bombardeo de Barcelona, por la aviación franquista. Este trágico acontecimiento marcó su vida y su obra, que dedicó a su madre. “Palabras para Julia” es uno de sus poemas más populares; lo escribió pensando en su hija Julia. El autor despliega en estos versos toda la fuerza de su experiencia vital. “Te sentirás acorralada, te sentirás perdida o sola, tal vez querrás no haber nacido. Sin embargo, el mensaje final es sereno, sabio, esperanzador: “Hija mía es mejor vivir con la alegría de los hombres que llorar ante el muro ciego”. En definitiva, Goytisolo úne en el mismo poema el doloroso recuerdo de su madre y la esperanza que su hija tendrá una vida mejor. “Tu destino está en los demás/tu futuro es tu propia vida/tu dignidad es la de todos”.

Palabras para Julia


José Agustín Goytisolo



Tú no puedes volver atrás
porque la vida ya te empuja
como un aullido interminable.
Hija mía es mejor vivir
con la alegría de los hombres
que llorar ante el muro ciego.
Te sentirás acorralada
te sentirás perdida o sola
tal vez querrás no haber nacido.
Yo sé muy bien que te dirán
que la vida no tiene objeto
que es un asunto desgraciado.
Entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí pensando en ti
como ahora pienso.
Un hombre solo una mujer
así tomados de uno en uno
son como polvo no son nada.
Pero yo cuando te hablo a ti
cuando te escribo estas palabras
pienso también en otra gente.
Tu destino está en los demás
tu futuro es tu propia vida
tu dignidad es la de todos.
Otros esperan que resistas
que les ayude tu alegría
tu canción entre sus canciones.
Entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso.
Nunca te entregues ni te apartes
junto al caminonunca digas
no puedo más y aquí me quedo.
La vida es bella tu verás
como a pesar de los pesares
tendrás amor tendrás amigos.
Por lo demás no hay elección
y este mundo tal como es
será todo tu patrimonio.
Hija mía perdóname no sé decirte
nada más pero tú debes comprender
que yo aún estoy en el camino.
Y siempre siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti, pensando en ti
como ahora pienso.

Saturday, April 04, 2009

EL TRABAJO DEL DIABLO

Albert Einstein junto a Julius Robert Oppenheimer

El 6 de agosto de 1945, a las 8: 15 hrs., tres bombarderos B-29, de la Fuerza Aérea Norteamericana, se aproximaron a Hiroshima volando a gran altura, para luego ejecutar un descenso cerrado, en distintas direcciones, sobre la ciudad. Uno de los aviones dejó caer tres paracaídas, con equipos para registrar la explosión. Un segundo avión dejó caer una bomba, que detonó a 560 m, de altura. Los efectos devastadores de la explosión son conocidos por la humanidad: 78.000 muertos, miles de heridos, destrucción total. Dos días después, conociendo a cabalidad los efectos producidos por el primero, la autoridad militar norteamericana ordenó un segundo ataque, esta vez, sobre Nagasaki, con las mismas consecuencias.

Resulta imposible justificar la decisión del Presidente Truman, quién había ocupado el cargo al fallecimiento de Franklin Délano Roosevelt, el 12 de abril de 1945. La Alemania nazi se encontraba virtualmente vencida. Los norteamericanos deseaban obtener una rápida rendición nipona. Esta necesidad no autorizaba de modo alguno un ataque bestial a la población civil indefensa de ambas ciudades.

El 11 de septiembre de 2001 los norteamericanos y el mundo quedaron asombrados ante el ataque a las Torres Gemelas, de Nueva York, que causo muerte y desolación. La indignación mundial y la solidaridad con el pueblo norteamericano están absolutamente justificadas. Sin embargo, si comparo ambos hechos, me queda de manifiesto que no es lo mismo un ataque terrorista, organizado y financiado por un grupo de delincuentes fanáticos, que otro organizado por el gobierno del Estado, el mayor de Occidente, que se atribuye, históricamente, ser la cuna de la democracia y de la libertad.

Julius Robert Oppenheimer estuvo a cargo del equipo de científicos que desarrolló y fabricó, en el más estricto secreto y en un brevísimo lapso, entre el 6 de diciembre de 1941, un día antes del ataque japonés a Peral Harbor, y el 16 de julio de 1945, cuando fue detonada en forma experimental, la primera bomba de plutonio, en la Base Aérea de Alamogordo. En el equipo mencionado había físicos extranjeros, como Enrico Fermi o Leo Sziland, y norteamericanos. Por esas cosas de la vida, en este exclusivo grupo había varios científicos que tenían ideas de izquierda. El hermano, primera novia y la esposa de Oppenheimer eran simpatizantes o miembros del Partido Comunista. El mismo había sido simpatizante de dicho Partido, del cuál empezó a separarse a raíz de las pugnas de Stalin. Lo concreto es que, en esta época, la Unión Soviética era una aliada de los Estados Unidos. Unos y otros trabajaban juntos, en la misma causa, contra el nazismo. La opinión pública norteamericana miraba con simpatía al régimen de Stalin. Las ideas políticas de Oppebheimer eran conocidas del gobierno norteamericano y este hecho no constituyó obstáculo para su designación.

Sin embargo, en la medida que el triunfo sobre el eje alemán-italo-japonés se fue acercando, entre soviéticos, de una parte, y norteamericanos e ingleses por la otra, comenzó a emerger una rivalidad, a propósito de la forma como dichos estados iban a repartirse la influencia mundial. A esa altura, los estrategas norteamericanos sabían que el régimen de Hitler, aun cuando tuvo la oportunidad de hacerlo, no pudo o no alcanzó a desarrollar armas atómicas, de modo que la urgencias de poseerla era una forma de tomar posiciones en el conflicto que se avecinaba. De hecho hay quienes sostienen que las detonaciones nucleares en Japón no fueron los últimos actos bélicos de la Segunda Guerra Mundial, sino el primero de la Guerra Fría.

Como era previsible, la Unión Soviética desarrolló su propia bomba atómica y Estados Unidos perdió muy rápidamente su monopolio militar en este campo. No obstante que Norteamérica emergió de la guerra como la gran potencia mundial, con un vigoroso desarrollo económico, producto de una rápida reconvención de la industria armamentista, sectores militaristas iniciaron campañas ideológicas para posesionar en la opinión pública el combate contra el bloque soviético, que se había afianzado territorialmente con la derrota nazi. Estas tendencias tomaron una súbita preponderancia cuando el Senador por el Estado de Wisconsin, Joseph MacCarthy denunció el 9 de febrero de 1950, que en el Departamento de Estado había 205 funcionarios comunistas. La denuncia causó gran interés en la opinión pública norteamericana y suscitó un gran apoyo para el Senador, que a partir de su éxito, continuó denunciando o inventando comunistas, produciendo un estado de excitación nacional, que llegó al paroxismo, con la denuncia al General Marshall, que gozaba de un inmenso prestigio. Este hecho, produjo una severa reacción del Ejército y del Gobierno de Eisenhower. Rápidamente se formularon denuncias de corrupción en contra de MacCarthy y el Senado lo censuró, perdiendo, de la noche a la mañana, toda influencia en la política norteamericana, donde empezaron a surgir evidencias de sus excesos.

McCarthy, en su esplendor, acusó a Oppenheimer de haber demorado deliberadamente la investigación nuclear a causa de sus ideas comunistas, para permitir que la Unión Soviética pudiera alcanzar a los Estados Unidos en la carrera nuclear desatada.

Una obra de teatro; “El caso Oppeheimer”, de Heinar Kipphardt, publicada en español en 1966, narró ese episodio de la historia norteamericana, sobre la base de las actas de la investigación de la Comisión de Energía Nuclear de los Estados Unidos efectuada durante el año 1954. En el proceso, que consta de tres mil páginas mecanografiadas, el científico manifestó su pesar por haber contribuido al desarrollo nuclear norteamericano. Hacia el final de la obra, Oppenheimer declara ante sus jueces:

”Hace más de un mes, al sentarme en este sofá por vez primera, tenía decidida intención de defenderme, porque sabía que no había cometido ningún delito y me sentía víctima de unas lamentables circunstancias políticas. Obligado a la desagradable empresa de reseñar con detalle toda mi vida, las causas de mis actos, mis angustias e incluso otros problemas que no habían existido, mi actitud comenzó a cambiar. Reflexioné acerca de mis vicisitudes, vicisitudes propias de un científico de los tiempos actuales, empecé a preguntarme si por ventura no había cometido realmente ese delito que el abogado Robbs ha recomendado incluir en los Códigos, si de verdad realmente no había cometido una traición por pensamiento. Cuando pienso que para nosotros ha llegado a ser un hecho manifiesto y habitual que los descubrimientos fundamentales de la física nuclear sean protegidos por el más riguroso secreto, que nuestros laboratorios corran a cargo de la autoridad militar y sean vigilados como objetivos bélicos, cuando pienso que habría sido de las ideas de Copérnico o de los descubrimientos de Newton en esas condiciones, no puedo menos de preguntarme si al ceder los frutos de nuestras investigaciones a los militares, sin pensar en las consecuencias que ello acarrea no habremos por ventura traicionado el verdadero espíritu de la ciencia”.

Más adelante declara: “Hemos hecho el trabajo del diablo”.
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